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domingo, 11 de agosto de 2013

El zar de los mares y vasilisa muy-sabia

Eranse una vez un zar y su esposa. Al zar le gustaba salir de caza. Una vez que andaba cazando vio a un águila joven posada en las ramas de un roble. Iba a disparar contra ella cuando el ave pidió:
-¡No me mates, zar soberano! Llévame contigo, que algún día te seré útil.
-¿Y para qué te quiero yo? -replicó el zar después de pensar un poco, y apuntó otra vez.
-¡No me mates, zar soberano! -volvió a decir el águila. Llévame contigo, que algún día te seré útil.
El zar se quedó pensando y, como tampoco se le ocurrió para, qué podría serle útil el águila, la apuntó, decidido a matarla. Pero por tercera vez habló el águila:
-¡No me mates, zar soberano! Llévame contigo, que algún día te seré útil.
Compadecido, el zar se llevó el águila a su casa y estuvo alimentándola un año, luego otro... Pero el ave comía tanto, que acabó con todos los rebaños y no le quedó al zar ni una oveja ni una vaca.
-Déjame en libertad -le dijo entonces el águila.
El zar la soltó y el águila probó la fuerza de sus alas, pero no podía volar. Entonces le rogó:
-Zar soberano, ya que me has alimentado dos años, te pido que me alimentes otro más. Hazlo aunque tengas que pedir prestada mi comida, que yo no quedaré en deuda.
Así lo hizo el zar: pidiendo prestadas reses a todas partes, alimentó un año más al águila y luego la dejó en libertad. El águila se remontó muy arriba, estuvo volando un buen rato, luego se posó en tierra y dijo:
-Ahora, zar soberano, móntate encima de mí y volaremos juntos.
En efecto, remontaron el vuelo juntos y, al cabo de no sé cuánto tiempo, llegaron a la orilla del mar azul. El águila se sacudió entonces al zar, que cayó al agua. Pero el ave no le dejó ahogarse, sino que le recogió sobre sus alas cuando se había hundido ya hasta las rodillas y le preguntó:
-¿Te has asustado, zar soberano?
-Pues... sí. Pensé que me iba a ahogar.
Echaron de nuevo a volar y al cabo de no sé cuánto tiempo llegaron a otro mar. El águila se desprendió del zar justo en medio de las aguas. Pero el ave no le dejó ahogarse, sino que le recogió sobre sus alas cuando se había hundido ya hasta la cintura y le preguntó:
-¿Te has asustado, zar soberano?
-Pues... sí. Pero pensé que, con la ayuda de Dios, tú me sacarías.
Y otra vez emprendieron el vuelo, hasta que llegaron a otro mar. El águila se desprendió del zar sobre la sima más profunda. Pero tampoco a la tercera vez le dejó ahogarse, sino que le recogió sobre sus alas cuando el agua le llegaba al cuello y le preguntó:
-¿Te has asustado, zar soberano?
-Pues... sí. Pero pensé que quizá me sacarías tú.
-Bueno, zar soberano: ahora te has enterado ya de lo que es el miedo cerval. Con eso hemos zanjado las viejas cuentas: ¿te acuerdas de cuando yo estaba posada en el roble y tú querías matarme? Tres veces me apuntaste, y tres veces te pedí yo clemencia con la esperanza de que te compadecerías de mí y me llevarías contigo en lugar de matarme.
Luego volaron hacia los confines de la tierra. Volaron mucho tiempo, hasta que dijo el águila:
-Mira a ver, zar soberano, lo que hay encima de nosotros y lo que hay debajo de nosotros.
-Encima de nosotros está el cielo y debajo de nosotros está la tierra.
-Mira también a ver lo que hay a nuestra derecha y lo que hay a nuestra izquierda.
-A nuestra derecha hay un campo y a nuestra izquierda una casa.
-Iremos hacia la casa -dijo el águila-, porque allí vive mi hermana menor.
Se posaron en medio del patio. La hermana acudió a recibir al águila y la condujo hacia una mesa de roble maravillosamente servida. En cuanto al zar, ni siquiera le miró: lo dejó en medio del patio y soltó contra él a sus perros de caza para que le acosaran. Muy enfadada, el águila abandonó la mesa, agarró al zar y reanudó su vuelo con él.
Había volado ya mucho rato cuando el águila le dijo al zar: -Mira a ver lo que hay detrás de nosotros.
-Detrás de nosotros hay una casa roja -dijo el zar volviendo la cabeza.
-Es la casa de mi hermana menor que está ardiendo por no haberte acogido bien y por haber azuzado a los perros contra ti. Siguieron volando, y otra vez dijo el águila:
-Mira a ver, zar soberano, lo que hay encima de nosotros y lo que hay debajo de nosotros.
-Encima de nosotros está el cielo y debajo de nosotros está la tierra.
-Mira a ver lo que hay a nuestra derecha y lo que hay a nuestra izquierda.
-A la derecha hay un campo y a la izquierda hay una casa.
-En esa casa vive mi hermana mediana. Vamos a visitarla.
Se posaron en medio de un patio espacioso. La hermana mediana acogió muy bien al águila, la llevó hacia una mesa de roble maravillosamente servida, pero al zar lo dejó en el patio y soltó a sus perros de caza para que le acosaran. El águila se enfadó mucho, abandonó la mesa, agarró al zar y reanudó su vuelo con él.
Así volaron un buen rato y entonces dijo el águila:
-Zar soberano: mira a ver lo que hay detrás de nosotros.
-Detrás de nosotros hay una casa roja -contestó el zar volviendo la cabeza.
-Es la casa de mi hermana mediana que está ardiendo -explicó el águila. Ahora iremos donde viven mi madre y mi hermana mayor.
Por fin llegaron donde vivían la madre y la hermana mayor del águila. Las dos se alegraron mucho al verlos y acogieron al zar con todos los honores.
-De momento, descansa aquí, zar soberano -invitó el águila. Luego te daré un barco, te pagaré todo lo que has gastado en alimentarme y puedes volver a tu casa con Dios.
El águila le dio al zar un barco y dos baúles -uno rojo y otro verde- y le recomendó:
-Que no se te ocurra abrir los baúles antes de volver a tu casa. El rojo lo abres en el patio trasero y el verde en el patio principal.
El zar aceptó los baúles, se despidió del águila y partió navegando por el mar azul. Al pasar por delante de una isla se detuvo allí su barco. Descendió a tierra, se acordó de los baúles y empezó a hacer cábalas sobre lo que podrían contener y por qué le habría recomendado el águila que no los abriera. A fuerza de pensar en ello, no pudo resistir la tentación: agarró el baúl rojo, lo bajó a tierra y lo abrió. Empezaron a salir del baúl reses de todas clases. Tantas, que no se las podía abarcar con la mirada y apenas cabían en la isla.
Cuando el zar vio aquello, se puso muy triste, empezó a llorar y a lamentarse:
-¿Qué voy a hacer yo ahora? ¿Cómo vuelvo a meter todo este rebaño en un baúl tan pequeño?
En esto vio salir del agua a un hombre, que se acercó a él preguntándole:
-¿Por qué lloras tan amargamente, zar soberano?
-¿Cómo no voy a llorar? ¿De qué manera meto yo ahora un rebaño tan grande en este pequeño baúl?
-Yo puedo ayudarte a recoger el rebaño, pero con una condición: has de darme lo que tienes en tu casa sin saber que lo tienes.
«¿Qué puedo tener en mi casa sin saber que lo tengo? -se preguntó el zar. Me parece que sé todo lo que tengo.» Y acabó accediendo:
-Reúne el rebaño, y te daré lo que tengo en mi casa sin saber que lo tengo.
El hombre aquel reunió el rebaño y volvió a meterlo en el baúl. El zar montó en el barco y reanudó su viaje.
Al llegar a su palacio se enteró de que le había nacido un hijo. Se puso a besarle y acariciarle llorando a lágrima viva.
-Zar soberano -preguntó la zarina, ¿por qué viertes esas lágrimas tan amargas?
-Es de alegría -le contestó, sin atreverse a decirle la verdad: que debía entregar el zarévich a aquel hombre.
Después salió al patio trasero, abrió el baúl rojo, del que empezaron a surgir bueyes y vacas, ovejas y carneros... Tantos, que se llenaron todos los establos y los rediles.
Abrió entonces el baúl verde en el patio principal, y apareció un hermoso y gran jardín con árboles de todas clases. El zar estaba tan contento que se le olvidó entregar a su hijo, como había prometido.
Pasaron muchos años. Un día que iba paseando, el zar se acercó al río. Entonces salió del agua el mismo hombre y le dijo:
-¡Pronto se te olvidan las cosas, zar soberano! ¿No te acuerdas de que tienes una deuda conmigo?
Volvió el zar al palacio con gran pesadumbre y les contó la pura verdad a su esposa y a su hijo. Lloraron y se lamentaron juntos, pero llegaron a la conclusión de que no tenían más remedio que entregar al zarévich: lo condujeron hasta la costa y allí lo dejaron solo.
Miró el zarévich a su alrededor, vio un sendero y echó a andar por él a la buena de Dios. Anda que te anda, penetró en un bosque muy frondoso, y en el bosque vio una casita donde vivía la bruja Yagá.
«Voy a asomarme», pensó el zarévich, y entró en la casita.
-Hola, zarévich -saludó la bruja Yagá. ¿Vas en busca de algún bien o vas huyendo de algún mal?
-Pero, abuela, ¿por qué no me das de comer y de beber antes de hacerme preguntas?
La bruja Yagá le dio de comer y de beber, y entonces el zarévich le contó la historia entera y le explicó adónde iba y por qué.
-Camina hasta el mar -le aconsejó la bruja Yagá. Verás llegar a doce garzas que se convertirán en doce doncellas y se bañarán en el mar. Tú acércate con mucho cuidado y roba la camisa de la mayor. Cuando os hagáis amigos, ve donde el zar de los mares. Por el camino te encontrarás a Comilón y a Bebedor y luego a Frío-gélido. Lleva contigo a los tres, que te harán buen servicio.
El zarévich se despidió de la bruja Yagá, fue hasta el lugar de la costa que le había indicado y se escondió entre unos matorrales. En esto llegaron volando doce garzas, que pegaron contra la tierra, se convirtieron en hermosas doncellas y se metieron en el mar para bañarse. El zarévich robó la camisa de la mayor y esperó, sin moverse, detrás de un matorral.
Las doncellas se bañaron, salieron a la orilla, once de ellas se pusieron sus camisas transformándose de nuevo en garzas y emprendieron el vuelo hacia su casa. Solamente se quedó la mayor, Vasilisa Muy-sabia.
-Devuélveme mi camisa -rogó al apuesto mancebo. Mira que cuando te presentes a mi padre, el zar de los mares, yo puedo servirte de mucho.
Entonces le devolvió el zarévich su camisa, la doncella se trans-formó inmediatamente en garza y echó a volar detrás de sus compañeras.
También el zarévich reanudó su marcha. Por el camino se encontró con tres bogatires: Comilón, Bebedor y Frío-gélido. Los llevó con él y compareció ante el zar de los mares.
-¡Salud, amiguito! -dijo el zar de los mares al verle. ¿Cómo has tardado tanto en venir? Estoy cansado de esperarte. Ya puedes poner manos a la obra. Lo primero que debes hacer es construir en una noche un gran puente de cristal. Ha de estar listo por la mañana. Si no, despídete de tu cabeza.
Volvía el zarévich llorando a todo llorar, cuando Vasilisa Muy-sabia abrió un ventanito de sus aposentos y preguntó:
-¿A qué se deben tus lágrimas, zarévich?
-¡Ay, si supieras, Vasilisa Muy-sabia! Tu padre me ha ordenado construir un puente de cristal en una sola noche, y yo no sé tan siquiera empuñar un hacha...
-No te preocupes. Acuéstate a dormir, que la noche es buena consejera.
Ella misma le preparó el lecho y luego salió al porche lanzando un fuerte silbido. De todas partes acudieron obreros y carpinteros. Unos se pusieron a alisar el terreno, otros a traer ladrillos... En nada de tiempo levantaron un puente de cristal, lo adornaron con hermosos dibujos y volvieron a sus casas.
A primera hora de la mañana despertó Vasilisa Muy-sabia al zarévich.
-¡Levántate, zarévich! El puente está listo y ahora vendrá mi padre a verlo.
El zarévich se levantó, empuñó una escoba y se fue al puente haciendo que barría y limpiaba. El zar de los mares le felicitó.
-Gracias -le dijo-. Ya que has cumplido esta orden, cumple ahora otra: para mañana has de plantar un jardín grande y frondoso donde revoloteen aves cantoras y, entre flores, cuelguen de las ramas peras y manzanas en sazón.
Volvía el zarévich llorando a todo llorar, cuando Vasilisa Muy-sabia abrió un ventanito de sus aposentos y preguntó:
-¿A qué se deben tus lágrimas, zarévich?
-¡Ay, si supieras! Tu padre me ha ordenado plantar un jardín en una sola noche.
-No te preocupes. Acuéstate a dormir, que la noche es buena consejera.
Ella misma le preparó el lecho y luego salió al porche lanzando un fuerte silbido. De todas partes acudieron jardineros y hortelanos que plantaron un jardín frondoso donde revoloteaban aves cantoras y, entre flores, colgaban de las ramas peras y manzanas en sazón.
A primera hora de la mañana despertó Vasilisa Muy-sabia al zarévich:
-¡Levántate, zarévich! El jardín está plantado y ya viene mi padre a verlo.
El zarévich agarró en seguida una escoba y se marchó al jardín haciendo que barría un sendero o enderezaba una rama. El zar de los mares le felicitó.
-Gracias -le dijo-. Me has servido con toda fidelidad y puedes elegir a cualquiera de mis doce hijas para desposarla. Todas son idénticas de cara, tienen el cabello igual y van vestidas de la misma manera. Si aciertas tres veces la misma, esa será tu esposa. Si no aciertas, haré que te ejecuten.
Enterada de todo esto Vasilisa Muy-sabia, aprovechó un momento adecuado para decirle al zarévich:
-La primera vez sacudiré mi pañuelo; la segunda me retocaré el vestido y la tercera verás que una mosca revolotea sobre mi cabeza.
De esta manera acertó el zarévich las tres veces, eligiendo a Vasilisa Muy-sabia. En seguida los casaron y se dio un gran festín.
El zar de los mares hizo preparar tanta comida, que ni cien personas habrían terminado con ella. Y le ordenó a su yerno que no sobrara nada si no quería pasarlo mal.
-Bátiushka -rogó el zarévich, ¿quieres permitir que tome también un bocado un viejecito que nos acompaña?
-Que venga si quiere.
Comilón se presentó en seguida, se lo comió todo y aún le pareció poco.
El zar de los mares hizo servir cuarenta barriles de diferentes bebidas y ordenó a su yerno que no quedara ni una gota.
-Bátiushka, ¿quieres permitir que beba también a tu salud un viejecito que nos acompaña?
-Que venga si quiere.
Se presentó Bebedor, apuró los cuarenta barriles de un trago y todavía pidió una copita más.
Al ver que nada podía contra su yerno, el zar de los mares dio orden de que calentaran para los recién casados un baño con las paredes, el techo y el suelo de hierro. Sus servidores le obedecieron, quemando veinte montones de leña hasta que todo el baño estuvo al rojo vivo: ni a cinco verstas se podía acercar nadie, de tanto calor como despedía.
-Bátiushka -dijo el zarévich, ¿quieres permitir que un viejecito que nos acompaña pruebe primero si está bastante caliente el vapor?
-Que pruebe si quiere.
Se metió en el baño Frío-gélido y le bastó soplar por los rincones para que se formaran carámbanos. Entonces entraron los recién casados, tomaron un buen baño de vapor y volvieron a su casa.
-Debemos marcharnos de aquí -dijo Vasilisa Muy-sabia al zarévich. Mi padre, el zar de los mares, está muy disgustado contigo y podría causarte algún percance.
-Bueno, pues vámanos.
Al instante ensillaron unos caballos y partieron al galope por los campos.
Galoparon así mucho tiempo hasta que Vasilisa Muy-sabia dijo:
-Apéate del caballo, zarévich, pega el oído a la tierra húmeda y escucha por si vienen persiguiéndonos.
El zarévich pegó el oído a la tierra húmeda, escuchó pero no oyó nada. Entonces se apeó de su hermoso caballo Vasilisa Muy-sabia, se tendió sobre la tierra húmeda y exclamó:
-¡Ay, zarévich! Oigo que nos persigue mucha gente.
Nada más pronunciar estas palabras, transformó los caballos en un pozo, se convirtió ella en cazo y al zarévich en un viejecito. En esto llegaron los jinetes que los perseguían.
-¡Eh, viejo! -gritaron. ¿No has visto pasar por aquí a un apuesto mancebo y una hermosa doncella?
-Sí que los he visto, hijitos. Pero eso fue hace mucho tiempo, cuando yo era todavía joven.
Los jinetes volvieron grupas para informar al zar de los mares:
-No hemos encontrado sus huellas ni nadie nos ha dado razón de ellos. Sólo hemos visto a un anciano junto a un pozo donde flotaba un cazo.
-¿Por qué no los habéis traído? -gritó el zar furioso.
Hizo ejecutar a aquellos jinetes y envió a otros en persecución del zarévich y de Vasilisa Muy-sabia, que, mientras tanto, se habían alejado ya mucho. Pero Vasilisa Muy-sabia oyó que los perseguían otros jinetes, convirtió al zarévich en un pope muy anciano y ella se transformó en una iglesia casi en ruinas, cuyos muros cubiertos de musgo apenas se sostenían. Llegaron sus perseguidores.
-¡Eh, viejo! ¿No has visto pasar a un apuesto mancebo y una hermosa doncella?
-Sí que los he visto, hijitos. Pero eso fue hace mucho tiempo, cuando yo era todavía joven y levanté esta iglesia.
También ese grupo de jinetes volvió donde el zar de los mares diciendo:
-No hemos encontrado sus huellas ni nadie nos ha dado razón de ellos. Sólo hemos visto a un anciano pope junto a una iglesia casi en ruinas.
-¿Por qué no los habéis traído? -gritó el zar más furioso todavía que la primera vez.
También hizo ejecutar a aquellos jinetes y partió él mismo detrás del zarévich y su esposa. Esa vez, Vasilisa Muy-sabia transformó los caballos en río de miel con orillas de dulce, al zarévich en pato y ella se convirtió en patita gris. El zar de los mares se lanzó como un glotón sobre la miel y el dulce, atracándose tanto, que reventó.
El zarévich y Vasilisa Muy-sabia reanudaron su camino y, cuando se aproximaban ya a la casa de los padres del zarévich, ella le dijo:
-Ve tú delante a contárselo todo a tu padre y a tu madre, mientras yo te espero aquí. Pero recuerda una cosa: besa a todo el mundo menos a tu hermana porque, si la besas, me olvidarás.
Llegó el zarévich a su casa, se puso a besar a todos los familiares y también besó a su hermana. En el mismo instante en que la besó se olvidó de su esposa como si nunca hubiera existido.
Vasilisa Muy-sabia esperó tres días. Al cuarto se vistió de pordiosera, entró en la ciudad de la corte y se quedó en casa de una viejecita. Entre tanto se preparaba la boda del zarévich con una rica princesa, pregonándose por el reino entero que todos los fieles súbditos ortodoxos fueran a felicitar a los novios llevando como ofrenda un pastel de harina de trigo.
También la viejecita en cuya casa estaba cobijada Vasilisa Muy-sabia se puso a cerner la harina y preparar un pastel.
-¿Para quién preparas ese pastel, abuela? -preguntó Vas¡lisa.
-¿Cómo que para quién? ¿No te has enterado de que nuestro zar casa a su hijo con una rica princesa y que todo el mundo debe ir a palacio con una ofrenda para la mesa de los recién casados?
-Deja que haga yo también uno y lo lleve a palacio. Quizá me dé algo el zar.
-Hazlo, y que Dios te ayude.
Vasilisa Muy-sabia tomó harina, la amasó, preparó un relleno de requesón, metió dentro de la masa un palomo y una paloma y terminó de hacer el pastel.
La viejecita y Vasilisa llegaron a palacio a la hora de la comida, que era un gran banquete. El pastel de Vasilisa Muy-sabia fue presentado en la mesa y, en cuanto lo partieron por la mitad, salieron volando un palomo y una paloma. La paloma agarró un trozo de pastel y entonces le dijo el palomo:
-Palomita mía, dame también a mí requesón.
-No te lo daré -contestó la paloma- porque te olvidarás de mí igual que el zarévich se ha olvidado de su Vasilisa Muy-sabia.
A la mente del zarévich volvió entonces el recuerdo de su esposa. Se levantó de un salto, tomó las blancas manos de Vasilisa Muy-sabia y la sentó a su lado.
Desde ese día vivieron juntos, rodeados de bienes y de felicidades.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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