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jueves, 10 de abril de 2014

El reyezuelo y el oso

El oso y el lobo se paseaban por el bosque un día de verano. El oso oyó cantar a un pajarito y preguntó a su compañero:
-¿Qué pájaro es ese que canta tan bien?
-Es el rey de los pájaros -respondió el lobo y es preciso saludarle.
-Pues si es así -repuso el oso, me gustaría ver su palacio. Enséñamelo.
-No es tan fácil como crees -replicó el lobo, pero lo intentaremos.
En aquel momento llegó la reina, seguida de cerca por el rey. Los dos llevaban en el pico gusanillos para sus hijos.
El oso se hubiera acercado de buena gana, pero el lobo le retuvo por la manga y le dijo:
-Ahora es preciso esperar a que el rey y la reina se hayan vuelto a marchar.
Se fijaron bien en el sitio en que estaba el nido, y se fueron a dar un paseo. Pero el oso tenía mucha curiosi­dad y volvió al cabo de poco rato. El rey y la reina se aca­baban de marchar. Entonces el oso se encaramó al árbol, alargó el hocico y vió a cinco o seis peque-ñuelos en el centro del nido.
-¿Es éste el palacio de un rey? -exclamó entonces el oso.
-¡Vaya una cabaña miserable !En cuanto a vos­otros, pequeñuelos, sois una canalla despreciable.
Estas palabras irritaron a los pequeñuelos.
-Oso, nosotros somos nobles. Y tú te arrepentirás de tus injurias.
Ante esta amenaza, el oso y el lobo corrieron a escon­derse en sus guaridas. Mientras tanto, los pequeñuelos si­guieron gritando y cuando sus padres volvieron a llevarles alimento, les dijeron:
-No comeremos ni una sola pata de mosca y no nos moveremos de aquí hasta que nos hayáis vengado de las injurias del oso.
-Quedad tranquilos -dijo el viejo reyezuelo, que ya le ajustaremos las cuentas.
Voló con la reina hasta la guarida del oso y le gritó:
-Viejo gruñón, ¿por qué has injuriado a mis peque­ños? Te declaramos una guerra a muerte.
De este modo quedaba declarada la guerra y el oso llamó en su socorro a todos los cuadrúpedos, los cuales vinieron de buena gana. El buey, el asno, el ciervo, el ca­brito, la vaca, es decir, todos los animales que andan en cuatro patas formaron en sus filas.
El reyezuelo, por su parte, llamó a todo lo que vuela. Y no solamente a los pájaros, sino también a los insectos alados grandes y pequeños, moscas, mosquitos, abejorros. abejas, avispas y zánganos.
Cuando el día del combate estuvo próximo, el reyezuelo envió a sus espías para saber quién era el general del ejér­cito enemigo. El mosquito, que era el más insignificante de todos los aliados, voló por el bosque hasta el sitio en que estaba reunido en asamblea el ejército enemigo. Se escon­dió bajo una hoja y estuvo presente en las deliberaciones.
El oso llamó al zorro y le dijo cere­moniosamente :
-Compadre, tú eres el más astuto de los animales, de modo que a ti te to­ca conducirnos du­rante la batalla.
-Acepto -dijo el zorro, muy ufa­no, pero es preci­so que todos sepáis siempre en donde es­toy, a fin de cumplir y vigilar mis órde­nes. ¿Cómo lo logra­remos ?
Nadie dijo nada.
El zorro prosiguió:
-Escuchad. Yo tengo una cola larga y bien poblada. Mientras la sostenga en alto las cosas irán bien y segui­réis atacando; pero apenas la baje, echad a correr, por­que esta será la señal de "¡sálvase quien pueda!"
Y el mosquito, que había oído muy bien, fué volando a decírselo al reyezuelo.
Al amanecer, los cuadrúpedos se presentaron en el campo de batalla haciendo un ruido tan formidable que hasta la tierra temblaba. El reyezuelo, por su parte, no tardó en llegar por vía aérea, seguido de su ejército, que zumbaba, gritaba y volaba por todas partes, hasta produ­cir pavor.
El ataque fué horrible. El reyezuelo envió al zángano con órden de colocarse bajo la cola del zorro y picar con todas sus fuerzas. Al primer golpe de aguijón el zorro se sobresaltó y, levantando una pata para distraer el do­lor, supo resistir y conservar la cola tiesa. A la segunda picada, la bajó durante un momento, pero en seguida la volvió a enderezar. Pero a la tercera, no pudo más y, pro­rrumpiendo en gritos, bajó la cola hasta tapar con ella la parte dolorida.
Ante esto, los cuadrúpedos creyeron que estaban per­didos y empezaron a huir en todas direcciones. De este modo ganaron la batalla los pájaros. En seguida el rey y la reina volaron hasta su nido y gritaron:
-Alegraos, pequeños, y comed y bebed hasta que no podáis más, pues hemos ganado nosotros.
-No -dijeron los jóvenes.
-No comeremos hasta que el oso haya venido a excusarse.
El reyezuelo voló hasta la guarida del oso y le gritó:
-¡Viejo gruñón! Es preciso que vengas al nido de mis pequeños a excusarte y a declarar que son no­bles de nacimiento por los cuatro costados.
El oso fué allí arras­trándose y con la cabeza baja, y se excusó como pudo. Sólo entonces los jóvenes reyezuelos se de­clararon satisfe­chos y comieron, bebieron y ban­quetearon reinan­do el mejor buen humor durante to­do el día.

1.018. Grimm (Jacob y Wilhem) - 039

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