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jueves, 10 de abril de 2014

A 0,50 poeta - Nota II

Recibióme Cabranes con el agasajo de sus muchas cortesías, que jamás me escasea; pues aunque reniega del mundo, no deja de halagarle la idea de que se le saque en libros impresos; y sabe, o barrunta por lo menos, que yo le traigo entre ceja y ceja, con verruga y todo, para meterle en una novela que tengo en el telar de la fantasía. Además, algo me estima también, porque soy el único vecino que, aunque de lejos, soy capaz de entender algo de lo mucho que él sabe. Tiene la profunda convicción, que disimula finamente, de que yo tampoco sé latín, y de que el cura y yo somos un buen par; pero en mí lo encuentra menos vituperable que en un ministro del Altísimo. (No sé por qué, cada vez que Cabranes habla del Señor, aunque él es fiel cristiano, parece que se refiere a Júpiter.) Supo no ha mucho, por un periódico que envolviendo queso llegóa sus manos, que yo era, en boca de muchos, lo que se suele llamar precipitadamente... un crítico, y la especie (así habla) le hizo mucha gracia. Pero tal idea tiene de los tiempos y sus literaturas que, aun crítico y todo, me cree más inocente que el cura, ignorando la lengua del Lacio.
Hay en D. Mamerto la particular perspicacia de los maníacos de su género, y a más cierta malicia inofensiva y unos como conatos de humor satírico, que le cría el mucho jugo de buen sentido que tiene en el fondo de su alma aldeana, pero que le contienen, para que no crezcan demasiado, cierta delicadeza instintiva y una bondad exquisita que yo he podido notar en algunos tontos y locos.
En fin, es evidente que me trata con protección, con algo de sorna... Y con todo no me ofende. Porque hay algo en mí que él respeta muchísimo: un señorito; y algo más, un hombre que ha llegado a numerario. Cabranes desprecia el buen éxito por causa de los caminos que a él conducen; pero lo venera en sus resultados. Sería rico y poderoso de buena gana. Pero... no hay ya manera decente de llegar a serlo.
Eran las diez de la mañana: el día estaba nublado, pero claro a su modo; el nordeste no mortificaba mucho, picaba con cosquilleos; el maíz que asomaba en la tierra, semejaba sobre los terrones recién movidos y algo mojados, muy morenos, cruces verdes sembradas de diamantes y cosidas en manto de un pardo oscuro.
Cuando se visita a Cabranes, el mayor obsequio que se le puede hacer es brindarle a salir pronto de su vivienda. Bajamos a la llosa, y por su sendero, uno tras otro, comenzamos, paso a paso, a tratar de mi asunto.
Trabajo me costó enterarle de quién era 0,50 (cuya existencia no sospechaba, según me dijo) y de mis relaciones, buenas y malas, con el tal.
-¿De modo, señor mío, que ese caballero de la epístola en romance se encara con vuesa merced y hasta le habla de paja y de grano, porque vuesa merced dijo de él, luengo años ha, que no era más que medio poeta; como se dice ahora, cincuenta céntimos de poeta?
-Eso es. Pero debo advertirle que 0,50 no es tonto...
-Eso ya lo veremos. Venga la epístola. Detúvose en mitad del sendero D, Mamerto, estorbando el tránsito de los labradores que a cada momento tenían que pasar por allí. En pie, sin buscar más cómoda postura, con el olvido de todo lo material en que caía siempre que atendía a cosas de letras, leyó una vez, y después otra, sin decirme palabra, sin comentario alguno, la epístola de 0,50; y cuando había concluido, dobló el tomo que contenía los versos, lo metió debajo del brazo, y siguió andando; y al fin exclamó:
-Vamos adelante.
Y no dijo más por lo pronto.
-¿Qué le parece, D. Mamerto? pregunté yo después de salir de la llosa, al llegar al suquero, donde segaba un hermano de Cabranes hierba para el ganado. ¿Tenemos o no tenemos poeta?
-Vuesa merced, según acaba de decirme en casa, querrá que contestemos a este señor de las Hipocrenes de vecindad; y en verso también: pero aún el hexámetro más relleno sería corto para contener, en menos de mil versos, los disparates que se le hubieran de ir apuntando a este profano, que así sabe español como el cura griego y yo de tocar el flautín... No me interrumpa vuesa merced... el flautín, pues bueno, si hemos de juzgar a este pájaro, a este filomelo de las oscuras selvas del romancismo, y hemos de juzgarlo debidamente, para colgarle después del árbol a que lugar haya en derecho que pido, necesario se es, con necesidad lógica, se entiende, que le apliquemos primero el juicio sintético, como ahora se dice y no está del todo mal dicho, y luego el analítico...
-Yo creo, señor D. Mamerto, que lo mejor sería empezar por contestarle, y lo del juicio podría venir después.
-Justo, y la lógica y el orden y la proporción... que los parta un rayo. No, señor, lo primero es el juicio sintético; sin contar con que pronto se acaba...; yo opino que con decir que este señor no tiene idea de la mitología, ni de la gramática, que es incongruente en los raciocinios, incoherente en los juicios, y vago, impropio y a veces incorrecto en los conceptos, está dicho todo, estamos al cabo de la síntesis. Pero, en fin, no digo que no se le dé audiencia. Recapitule, recapitule vuesa merced lo que me tiene dicho en favor de este poeta de la Hipocrene...
-Pues ya sabe usted que yo dije de él algún día, mucho tiempo hace, acaso hoy ya no dijera tanto bueno, que era el señor 0,50, después de los dos poetas mayores que tenemos (no contando ya con el inmortal Zorrilla), lo menos malo que nos quedaba; y entre otras muchas razones que en varios artículos aducía y que no hay para qué repetir, venía a fundarme en que el tal 0,50 manejaba con gallardía y facilidad, y a veces con gracia y hasta, de tarde en tarde, mostrando vivo sentimiento de lo bello, la rica forma de la poesía castellana; pero como no pasaba de ahí, quedábase a la mitad en el camino de ser poeta, porque le faltaba grandeza, profundidad, idea, originalidad, verdadera invención, con otras muchas cosas, ausentes todas las cuales, no es posible que tengamos poeta completo. Es para mí el buen 0,50 ejemplo vivo de los muchos perjuicios que traen a los autores, a los poetas especialmente, las malas costumbres literarias nuestras. El vulgo ignorante alaba la ignorancia y la frivolidad con mucho gusto, y escoge por predilectos a los que dan en el tole de tener una manía, un tic como dicen por Francia, que es fácil de manejar y que sirve mucho para, distinguirlos y darles una apariencia de originalidad. Nuestro 0,50 encontró muy llano desde el principio el camino de la fama; vio que la popularidad venía halagando él pasiones vulgares, y las halagó; no se le ocurrió nunca ponerse a aprender algo; sin ver que en nuestros días el poeta ignorante sólo puede pasar si trae arracadas en las narices y lo enseñan al pueblo en un Jardín de Aclimatación; y aún de éstos, resulta que no los hay.
-¡Cierto, cierto, certísimo! gritó don Mamerto con grandes voces, tales, que con ellas espantó una vaca que cerca pastaba. ¡Ahí le duele!... Y si vuesa merced no lo toma a mal, aquí meteré yo la cucharada.
-Métala usted sin miedo.
-Nuestros poetas españoles, y éste de la epístola como el más pintado, a juzgar por lo que aquí veo, piensan que el saber ocupa lugar; que la gramática roba inspiración, la historia mata la fantasía y la filosofía seca el sentimiento; y por eso son pocos, muy pocos, los que, a fuerza de ingenio y jugo poético, logran distinguirse un poco y valer algo y no desmerecer por completo ante lo que pasa en el mundo civilizado, donde hay poetas que hacen pensar y sentir mucho más, y lo deben en gran parte a que no ignoran tanto como los nuestros. Porque esto del saber no ha de confundirse con la pedantería, ni siquiera con la ciencia académica, ni con el prurito de deslumbrar a los demás o de vencer en lides intelectuales; sino que el saber, tal como al poeta le conviene, es un abrir más los ojos a la luz desparramada por todo el universo, y penetrar en los abismos de las almas y en los de los cielos, y en los más lejanos todavía de las hipótesis y los supuestos y los barruntos racionales; sin contar con los dejos de adivinación, y el olfatear lo misterioso, y presentir lo divino, y echar de menos, con el dolor y con los ensueños, la felicidad absoluta que debe de ser el ambiente de la plenitud de los tiempos y de las cosas.
En esto D. Mamerto, hablando así, se había acercado poco a poco a la vaca huida, que había saltado a la heredad de un vecino; y cogiéndola por el collar de la esquila, la volvió a nuestro prado, y suavemente la rascaba el testuz, mientras seguía diciendo, sin pensar en la vaca:
-Ignorar es no querer sentir, es cegar de propio intento, es un suicidio de los ojos; y todos los hombres que se tienen por espirituales, como ustedes dicen, debieran pasar la vida como los pocos que no tienen más constante y suerte anhelo que el estudiar, el saber, que es un modo sublime de estar amando y de tener esperanza y fe en el fondo oculto de la realidad misteriosa. ¡Que me diga a mí, por ejemplo, este don Gerulo de los sonetos a domicilio, que es él más poeta y tiene más inspiración, y va y viene más veces al Helicón, que aquel señor delgadito, pálido y afanoso que usted me enseñó en Madrid, cuando yo fui a recoger mis papeles del malhadado concurso; aquel don Marcelino, que se lo sabía todo, según pude colegir, y aún quería enterarse de lo demás!-Pero, en fin, bueno que el sonetista no supiera tanto como aquel ilustre joven, pero a lo menos... ¿por qué no había de saber que en castellano no se puede decir

un manantial que el genio las rehúsa,

queriendo decir

«que el genio las niega?»

Porque ¿no sabe este señor, que le quiere dejar a usted la paja, que rehusar en español no se usa como en francés, y que es un barbarismo atroz... «rehusar el saludo...» en fin, rehusar por negar o no conceder? Pues no tenía más que coger el Diccionario de la Academia, en la cual él quiere tomar vela, por lo visto, y leería que rehusar es excusar, no querer o no aceptar alguna cosa; y nada más que esto.
Y en llegando a esta ocasión, D. Mamerto soltó la vaca, dejó de llamarme vuesamerced por un rato (el vuesamerced era un modo que él tenía de mostrar confianza, indicando que empleaba el estilo familiar y semijocoso), se sentó sobre las raíces de un roble muy viejo, y abriendo el periódico que tenía bajo el brazo, por el lugar en que estaba la epístola, prosiguió:
-Y déjeme ahora de síntesis y consideraciones de pedagogía universal, y venga acá; que de un buen análisis puede nacer la síntesis mejor del mundo: si yo pruebo que el hombre que ha escrito estos versos escribe muy mal, y no piensa ni mal ni bien, ¿qué necesidad hay de que usted pruebe que no es tan entero poeta como él dice, o como un caballo padre es entero en su género? Ya haremos después todas las reflexiones generales que usted quiera, y además la respuesta que usted me pide; pero ahora venga, lea conmigo y déjeme hablar...

1.028. Alas «Clarin» (Leopoldo)

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