-Sí, D. Mamerto; no sólo
tiene fama, sino que, relativamente, la merece. Esa epístola que usted acaba de
examinar es de lo peorcito que ha escrito 0,50.
Generalmente, aunque no sale de lo vulgar en los pensamientos, de los lugares
comunes, y no de los más altos, en la forma y el lenguaje poético suele
acertar; y es más, algunas veces ha escrito con sentimiento y gracia
verdaderos, hablando de sus desengaños y de los consuelos domésticos, tal como
el afecto de sus hijos. Y si he de decirle a usted todo lo que siento, añadiré
que me consta, por una casualidad, que es un padrazo, un hombre cariñosísimo
con su prole. Yo viví en una fonda tabique en medio con él y sus hijos, y sin
poder evitarlo, oía o colegía frases, escenas, sentimientos, géneros de relaciones,
que me demostraban que era 0,50 uno
de esos padres que sientan como primer principio de educación querer mucho,
mucho, pero mucho a los hijos; lo cual, según ciertos pedagogos eunucos, es
echar a perder la familia; como si todas las ventajas que lo puedan venir a uno
en la aporreada vida, no siendo un bigardo, de haber sido educado con poco
amor, valieran la felicidad que a un inocente proporciona un padre, que sabe
amar de veras.
Los versos en que 0,50 habla del amor de sus hijos, suelen
ser hermosos...
-¡Ta, ta, ta... señor mío!
¿y lo de la paja? ¿Recuerda usted que este señor?...
-Sí, sí, ya recuerdo. Y por
eso vengo a que usted me escriba una epístola en contestación...
-Es que yo no me rebajo a
escribir endecasílabos en el romance de los
patos del aguachirle castellana,
para no levantar ronchas.
Yo, como buen latinista, creo que el castellano sólo sirve para decir las cosas
claras; si no sirviera para decir verdades como puños, más valdría olvidarlo...
Yo, si escribo la epístola, he de echarle mostaza...
Dice usted que ese hombre
ha hecho algo bueno... ¿Esta él seguro de que todos los versos que usted ha
escrito son malos? Pues yo tampoco he leído los de él, y desde luego doy por
hecho que no es más que autor de esos sonetos y demás coplas que usted mismo le
censura... En la poesía, señor hidalgo, son pocos los que dicen precisamente lo
que quieren, ni más ni menos: hay ripios de ideas como los hay de palabras. En
la epístola de 0,50 se ve que a veces
se le va la pluma, sin saberlo él mismo. Pues haremos otro tanto. Sacrificaré
la exactitud y la justicia consiguiente a lo que me parezca la expresión más
gráfica y rotunda. En fin, el terceto satírico pide pimienta... ¡Y, sobre todo,
déjeme usted a mí!
D. Mamerto empezó a pasearse por el
prado, impaciente, nervioso... También a él se le paseaba la musa por el
cuerpo. Lo dejé solo. Con la mano me saludó de lejos y se perdió por la pomar ada adelante, entre las viejas cañas de los
manzanos, cubiertos de plantas parásitas, como venerables ruinas.
1.028. Alas «Clarin» (Leopoldo)
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