Por la noche se presentó en
mi casa y me leyó la epístola que ustedes habrán visto más atrás, y que yo
publico como mía. Discutimos su proyecto
de, contestación y algo se modificó, gracias a mi energía; pero la suya es
mayor, y fue más lo que quedó, como él quiso.
Transigió tan sólo con que
mezclara con sus sequedades, que él juzgó clásicas, algunos conceptos que llama
panteístas y románticos. Lo de mi grandísimo amor a la naturaleza le parecía
imposible; pero cuando yo le confesé que, lo que se llama llorar, no he llorado
nunca, a lo menos que yo recuerde, contemplando el misterio de la vida; se
sonrió y no tuvo inconveniente en poner lo de las lagrimas; porque desde el
momento en que eran cosa de retórica, podían pasar; y lágrimas había también en
las églogas clásicas, aunque por distintos motivos.
Yo quise que él cediera en
los apóstrofes rudos que le dirige al poeta a 0,50, particularmente en lo que atañe a los versos que copia de
Cervantes y que son exagerados aplicándoselos a 0,50.
Pero a todo esto contestaba
Cabranes, colocando la manaza delante del manuscrito, como para salvarlo, y
decía:
-¡Ahí no se me toque!... Ni
esos tercetos se pueden desenredar, quiero decir, que ni esos tercetos pueden
combinarse de otro modo... ni usted está en el caso de ser más blando.
¡Acuérdese de aquello de la
paja!...
En fin, que no hubo modo de
reducirle: y allá va la epístola, tal como él quiso; salvo lo del amor a la
naturaleza, que don Mamerto Cabranes no puede consentir, en conciencia, que se
diga que es cosa suya.
Ignoro el valor literario
de la epístola que doy como mía; a mí me parece entre mala y mediana; creo que
D. Mamerto, a pesar de que él asegu ra
que no hay nada más aborrecible en el mundo que el abuso de las sinalefas y de
las diéresis, y que él riñó para siempre con cierto amigo de las aulas, porque
abusaba de las licencias prosódicas permitidas a los poetas; digo que a pesar
de esto, creo que Cabranes abusa también de los versos elásticos, que unas
veces hay que encoger y otras que estirar, para que suenen mediana-mente.
Mas, por lo que respecta al
precio, en el mercado de nuestras transacciones, estoy seguro de que la
epístola que copio más atrás, me costó diez duros.
Y desde aquí, desde mi
ventana, los veo; los veo convertidos en cuatro lechones que el hermano de D.
Mamerto compró ayer lunes en el mercado de Avilés; pagándolos no mal pagados,
según están las cosas, a 50 reales por cabeza. -¡Pobrecillos! Aunque D. Mamerto
maldiga mis enternecimientos ante las cosas vivas o inertes de la naturaleza, no
puedo menos de pensar con pena que a ellos, sin culpa suya, los han arrancado,
sino del regazo, del seno materno, privándolos de una lactancia a que tenían
perfecto derecho, si es verdad que la justicia se ha inventado para que los
seres cumplan con sus fines. ¡Y vean ustedes! Si al señor 0,50 no se le hubiera ocurrido lo de la paja, como dice Cabranes, a
estas horas, esos... angelitos (en su género) no estarían acaso tan lejos de la
secunda matrona, que cubrió de fijo -un potentísimo verraco, que a su modo
sería un gran poeta, por aquello de
que es más hermoso, cuando más fecundo...
¡Anda, anda, y cómo chillan
los lechones de los Cabranes!... Si desde aquí se oyen los destemplados
gruñidos... ¡Cómo le estarán poniendo el tímpano a D. Mamerto, con ese concierto
de hiatas, sinalefas, diéresis y cien mil vituperables cacofonías!...
Guimarán 20 de Junio de 1889
1.028. Alas «Clarin» (Leopoldo)
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