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jueves, 10 de abril de 2014

A 0'50 poeta - Nota V

Por la noche se presentó en mi casa y me leyó la epístola que ustedes habrán visto más atrás, y que yo publico como mía. Discutimos su proyecto de, contestación y algo se modificó, gracias a mi energía; pero la suya es mayor, y fue más lo que quedó, como él quiso.
Transigió tan sólo con que mezclara con sus sequedades, que él juzgó clásicas, algunos conceptos que llama panteístas y románticos. Lo de mi grandísimo amor a la naturaleza le parecía imposible; pero cuando yo le confesé que, lo que se llama llorar, no he llorado nunca, a lo menos que yo recuerde, contemplando el misterio de la vida; se sonrió y no tuvo inconveniente en poner lo de las lagrimas; porque desde el momento en que eran cosa de retórica, podían pasar; y lágrimas había también en las églogas clásicas, aunque por distintos motivos.
Yo quise que él cediera en los apóstrofes rudos que le dirige al poeta a 0,50, particularmente en lo que atañe a los versos que copia de Cervantes y que son exagerados aplicándoselos a 0,50.
Pero a todo esto contestaba Cabranes, colocando la manaza delante del manuscrito, como para salvarlo, y decía:
-¡Ahí no se me toque!... Ni esos tercetos se pueden desenredar, quiero decir, que ni esos tercetos pueden combinarse de otro modo... ni usted está en el caso de ser más blando.
¡Acuérdese de aquello de la paja!...
En fin, que no hubo modo de reducirle: y allá va la epístola, tal como él quiso; salvo lo del amor a la naturaleza, que don Mamerto Cabranes no puede consentir, en conciencia, que se diga que es cosa suya.
Ignoro el valor literario de la epístola que doy como mía; a mí me parece entre mala y mediana; creo que D. Mamerto, a pesar de que él asegura que no hay nada más aborrecible en el mundo que el abuso de las sinalefas y de las diéresis, y que él riñó para siempre con cierto amigo de las aulas, porque abusaba de las licencias prosódicas permitidas a los poetas; digo que a pesar de esto, creo que Cabranes abusa también de los versos elásticos, que unas veces hay que encoger y otras que estirar, para que suenen mediana-mente.
Mas, por lo que respecta al precio, en el mercado de nuestras transacciones, estoy seguro de que la epístola que copio más atrás, me costó diez duros.
Y desde aquí, desde mi ventana, los veo; los veo convertidos en cuatro lechones que el hermano de D. Mamerto compró ayer lunes en el mercado de Avilés; pagándolos no mal pagados, según están las cosas, a 50 reales por cabeza. -¡Pobrecillos! Aunque D. Mamerto maldiga mis enternecimientos ante las cosas vivas o inertes de la naturaleza, no puedo menos de pensar con pena que a ellos, sin culpa suya, los han arrancado, sino del regazo, del seno materno, privándolos de una lactancia a que tenían perfecto derecho, si es verdad que la justicia se ha inventado para que los seres cumplan con sus fines. ¡Y vean ustedes! Si al señor 0,50 no se le hubiera ocurrido lo de la paja, como dice Cabranes, a estas horas, esos... angelitos (en su género) no estarían acaso tan lejos de la secunda matrona, que cubrió de fijo -un potentísimo verraco, que a su modo sería un gran poeta, por aquello de

que es más hermoso, cuando más fecundo...

¡Anda, anda, y cómo chillan los lechones de los Cabranes!... Si desde aquí se oyen los destemplados gruñidos... ¡Cómo le estarán poniendo el tímpano a D. Mamerto, con ese concierto de hiatas, sinalefas, diéresis y cien mil vituperables cacofonías!...


Guimarán 20 de Junio de 1889

1.028. Alas «Clarin» (Leopoldo)

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