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jueves, 10 de abril de 2014

El lobo y el zorro

Tenía el lobo siempre al zorro consigo, y lo que aquél quería, éste tenía que hacerlo, pues era el más débil. Cierto día, cuando ambos marchaban por el bosque, el lobo dijo: «Zorro, tráeme algo de comer o te devoro.» Entonces el zorro respondió: «Conoz­co una granja donde hay dos pequeños corderos. Si te apetece, iremos a por uno.» Le gustó la idea al lobo, y a la granja fueron. El zorro robó el corderito, se lo llevó al lobo y se alejó. El lobo se lo zampó, mas no contentándose con esto, quiso también comerse el otro y fue en su busca. Pero como lo hizo con tanta torpeza, la madre del corderito se apercibió de sus intenciones y comenzó a chillar y a balar de forma tan espantosa que los granjeros se acercaron co­rriendo. Encontraron al lobo y le golpearon de tal modo que hubo de llegar hasta el zorro cojeando y suspirando. «En menudo lío me has metido», le dijo, «quise llevarme el otro cordero, cuando los gran­jeros me pillaron. Me han hecho polvo a palos.» El zorro le respondió: «¡Por qué serás siempre tan tragón! »
Salieron de nuevo al campo al día siguiente, y el codicioso lobo volvió a decir: «Zorro, tráeme algo de comer o te devoro.» Entonces el zorro le respon­dió: «Conozco una casa, donde la mujer va a cocer tortas esta tarde. Podemos llevarnos algunas.» Allí fueron. El zorro se arrastró en torno a la casa, y estuvo mirando y olisqueando hasta averiguar el lugar donde se encontraba la fuente. Luego cogió seis tortas y se las llevó al lobo. «Ahí tienes qué comer», le dijo, y siguió su camino. En un instante, el lobo se había tragado las seis tortas y se dijo: «Me han sabido a poco», yendo hacia la casa. En su afán, derribó la fuente entera, que se hizo añicos. Fue tan estruendoso el ruido, que la mujer salió y, cuando vio al lobo, llamó a su gente, quienes se acercaron apri­sa y le sacudieron a base de bien. Así, con dos patas heridas y emitiendo sonoros lamentos, el lobo huyó hasta el bosque donde se encontraba el zorro. «En vaya lío me he metido por tu culpa», le dijo; «los cam­pesinos me pillaron y me han dado una soberana pa­liza.» Mas el zorro le respondió: «¿Por qué serás siempre tan glotón?»

Al tercer día, estando de nuevo juntos, el lobo, que sólo con mucha fatiga y cojeando sensiblemente podía seguir adelante, le dijo una vez más: «Zorro, tráeme algo de comer o te devoro.» El zorro con­testó: «Sé de un hombre que ha sacrificado a un animal. Tiene la carne en sazón en un barril del só­tano. Podemos ir por ella.» El lobo replicó: «Pero yo iré directamente contigo, para que me ayudes si tengo otra vez dificultades.» «Como quieras», dijo el zo­rro, y le mostró los caminos y pasadizos que les con­dujeron, finalmente, al sótano. Había allí carne en abundancia, y el lobo se puso a engullir de inmediato, pensando: «Hasta que acabe con ella, hay tiempo.» También el zorro pudo comer a gusto, mas no cesaba de mirar a su alrededor, corriendo con frecuencia hasta el agujero por el que habían entrado, para comprobar si su cuerpo era aún lo bastante delgado como para atravesarlo de nuevo. El lobo le dijo: «Dime, querido zorro, ¿por qué corres tanto de un lado para otro, entrando y saliendo constantemente?» «¿No ves que tengo que vigilar si alguien viene?», le respondió astutamente; «tú cuídate de no comer de­masiado.» Entonces el lobo le dijo: «No me iré de aquí hasta no haber acabado con el barril.» En esto llegó el hombre, que había oído el ruido que hacía el zorro al saltar, al sótano. Cuando el zorro le vio, salió de un salto por el agujero. Quiso seguirle el lobo, mas había comido demasiado y, como no podía pasar por el agujero, se quedó atascado. Tomó el hom­bre entonces un palo y lo mató a estacazos. El zorro, en cambio, llegó saltando hasta el bosque, contento de haberse librado de una vez para siempre del viejo tragón.

1.018. Grimm (Jacob y Wilhem) - 038

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