Cualquier parecido con la realidad es simple
coincidencia. Todo es pura imaginación del autor.
-Acaba de llegar una carta de tu hijo -Era la Señora Escoba quien
hablaba
-¿Que se cuenta? -contestó Peseta Escoba sin dar muestra de interés
-Es preferible que la leas tú -dijo su esposa
-¡Esta bien! ¿Dónde esta esa carta?
-En tu despacho. Debajo del caballo de malaquita que
te regalé por tu ultimo cumpleaños -le explicó pausadamente-
Peseta Escoba no espero más en el vestíbulo, se
dirigió como un autómata hacia su despacho. Cuando cogió el sobre de avión
matasellado en la república de la
India , con fecha de unos meses atrás noto que el pulso le
temblaba. Todavía en pie leyó con profunda atención.
"Querida familia: Desde mi salida de casa y
posterior llegada a este país de muerte, no he dejado de vivir. Y como me he
hartado de vivir, he decidido, poner fin a mi existencia..."
Peseta dejo de leer unos instantes. Notó que, una
bola de saliva le obstruía la garganta.
Le costo tragar, pero al fin pudo mandar lo segregado a sus entrañas. Siguió
leyendo.
"...Solo os pido que enmarquéis este
pensamiento mío que he ido plasmando en el papel a lo largo de caminos de arena
y olor a opio."
Dando la vuelta al fino papel. Peseta Escoba siguió
leyendo los párrafos que ahora aparecían escritos en verso
"...Nunca me
dejas tranquilo,
siempre me estás
empujando.
¡Esta vida es un
infierno!
Por más que lo
intento,
jamás logré
terminar
mi perfecta
ejecución.
Cuando estoy apunto
de descansar
tras el esfuerzo
no escatimado,
algo me
da por detrás.
¡Mi hermana!
Y para colmo de
males, grita
poseída por una
fuerza extraña:
¡Que voy! ¡Que
voy! ¡No retrocedas!
Quiero inundar el
pedazo de tierra
que me mandó mi
madre naturaleza
y mi dios
Universo.
Ser felices. Yo
ya lo soy."
Yak.
Peseta Escoba se quedo helado.
Yak había muerto a miles de kilómetros de distancia
y ya no le volvería a ver nunca más. Aturdido se dejó caer en la única silla de
su despacho. Un sudor frío le envolvió, trato de llorar, pero algo impedía que
las lágrimas le corrieran por su bronceado rostro.
Su mujer apoyando la frente en el marco de la
puerta, le dijo.
-Le hemos perdido.
-Le perdimos hace tiempo -sentencio Peseta en un
suspiro-
-Pero ahora es distinto. ¿Que vamos hacer? -pregunto
desolada.
-¡No podemos hacer nada!
-¿Y la carta?
-¿Que carta?
-¡Esa que tienes entre tus dedos! -exclamo la mujer
al borde de la histeria.
Peseta Escoba se levanto de la silla. Tendió la fina
cuartilla sobre su escritorio y dejando escapar un suspiro dijo.
-Haz lo que quieras. iRómpela! ¡Quémala! ¡Enmárcala!
Como él pidió, pero, olvidemos esto. No quiero hablar más de esto. No quiero
saber más de esta desgracia. Nunca más, entiendes ¡Nunca!
-Tu dolor es mi dolor Peseta. Pero algo tendremos
que hacer -le dijo mirándole a los ojos brillantes por esas primeras lágrimas,
que aunque se intenten retener, brotan de los ojos por la fuerza del dolor.
Peseta Escoba giró lentamente sobre sí mismo hasta
dar la espalda a su mujer. Esta salió corriendo hacia la otra parte de la
inmensa casa. Ella se encargaría de comunicárselo a sus hijos. Sólo se
enterarían sus hijos, se decía llorando por el pasillo en busca de un rincón
donde secar completa-mente el manantial que hacen brotar las lágrimas cuando
las emociones nos desbordan.
Los pensamientos de Peseta estaban en Yak. ¿Que,
querría decir con esos versos sin pies ni cabeza? ¿Caminos de arena y olor
a opio?. Se preguntaba en él más
profundo de los silencios. ¿Habré sido
un buen padre para él? ¿No le dedique suficiente tiempo?. Estas y otras
preguntas le atormentaban. Siempre pensó que arto de viajar regresaría a casa.
Todos los jóvenes hacían lo mismo. Incluso había libros que hablaban de ello.
¡Dios que he hecho!. Exclamo llevándose las manos a la cara. Notó como su
cuerpo se estremecía como nunca le había
ocurrido, y se asustó. Precipitadamente se incorporó y salió de la casa a pasos
agigantados. Una vez en el jardín, grito
de rabia y desesperación. Minutos
después, llego a su mente una frase que su hijo escribió en aquella odiosa
carta, antes de decidir quitarse la vida. iQue voy! ¡Que voy! ¡No retrocedas!...
Tengo que emborracharme. Se dijo en voz alta. Tengo
que emborracharme. Esto ultimo lo pensó y así lo hizo.
Una semana después. Peseta Escoba paraba frente a la
verja que cerraba el jardín de su residencia. Pulsó un botón a la izquierda del
salpicadero y la verja de hierro empezó a plegarse. Instantes después, el
millonario condujo con la habilidad que da la práctica, su automóvil preferido
a lo largo de los cincuenta metros del estrecho camino de tierra roja. Una vez
en el garaje. Dejo las llaves en el contacto del espléndido coche. Unos minutos
después atravesaba el vestíbulo. Eran las nueve cuarenta de la noche. La hora
que acostumbraba a llegar cuando dormía en su casa.
Carolina, su hija. Descansaba en el salón azul en
compañía de su hermano JR. Este y Carolina en ocasiones, eran los únicos
miembros de la familia que ayudaban a su padre en los negocios. Perezosa, la
otra hija de Peseta Escoba viajaba continuamente con su madre, y Yak. Yak ya no
existía.
-¿Os interrumpo hijos?
-No padre, que va -contesto Carolina mientras se
levantaba para darle un beso en la barbilla.
-¿Que tal todo JR? -pregunto Peseta dejándose caer
en uno de los sillones del salón.
-Como siempre -dijo encogiéndose de hombros
-Me alegro, me alegro. ¿Y Tú Carolina? ¿Que tal por
Europa?
-Todo a pedir de boca.
-Me satisface hija, me satisface, suspiró Peseta
-Te encuentro un poco recaído -dijo Carolina
-Todo bien hija, todo bien, excepto...
Por unos momentos, la conversación se cerró.
Carolina y JR veían preocupado a Peseta, pero, no querían entrometerse. Nunca
lo habían hecho y nunca lo harían. Peseta Escoba encendió un cigarrillo
americano, cambio de postura en su sofá, y dijo.
-Hijos, Tenemos muchas posibilidades de meter las
narices en la concesión del casino. Hablé con Martínez esta mañana.
-¿El congresista? -pregunto JR
-El mismo. Y me dijo que las posibilidades son
grandes. Si todo sale como tiene que salir. Compraremos el cincuenta y cinco
por ciento del negocio. Otros veinte y cinco por ciento un grupo extranjero y
el veinte restante se repartirá en pequeños lotes. Es perfecto. El control será
nuestro.
-¿Quiénes serán esos pequeños participantes? -se
intereso Carolina
-No lo sé por ahora, pero no nos tiene que
preocupar.
-¿Y el grupo extranjero? -dijo Jr.
-Buena gente -sentencio Peseta
-¿Que piensas Hacer Padre? -pregunto Carolina
cruzándose de piernas
-¡Invertir! Esto puede ser el golpe que esperaba
desde hace años. Hijos podremos multiplicar nuestro capital.
JR y Carolina se miraron y sonrieron. El dinero les
gustaba tanto como a su padre. Eran conscientes de lo que se podía hacer con él
y eso les gustaba.
-Esto hijos. Esto solo lo sabéis vosotros y por
supuesto Martínez. Perezosa y vuestra madre, que sigan como están. Ya sabéis
como son. Son como... y se calló. Algún pensamiento le llego impidiéndole
terminar la frase. Carolina y JR se apercibieron de que Yak había vuelto a la
memoria de su padre, pero no dieron muestras de que as¡ fuera.
-¿Para cuando seria todo esto? Tengo algunas cosas
pendientes y son importantes -dijo Carolina
-No te preocupes. Te avisare con tiempo -Carolina
sonrió- En cuanto a ti JR. Me gustaría que dejaras ese asusto del azúcar. Pon a
un hombre de tu confianza y así estarás conmigo desde el principio. Quiero
tenerte a mi lado desde y -Y se rió- En esto nos jugamos mucho. No se nos puede
escapar el más mínimo detalle.
-Como quieras -dijo JR- La verdad me apetece la
idea. Y trabajar a tu lado será fantástico.
-Me alegra JR -dijo Peseta- De todas formas tenemos
que esperar las noticias de Martínez.
-Y yo a esperar -dijo Carolina con la sonrisa en el
rostro
-Tu Carolina serás la responsable del departamento
de publicidad. Aparte de pertenecer al consejo de administración.
-¡Estupendo! Presiento que todo ya ha salir a las
mil maravillas.
-Eso espero porque sino...
-No te quejes. Siempre te salieron las cosas bien.
¿No? -dijo Carolina
-Carolina hija cada día estas más guapa. Exclamo
Peseta
-Eso ya lo sé -contestó levantando los brazos en
divertida pose- Los hombres me avasallan.
Y era cierto. Sus encantos le hacían irresistible.
Los hombres la deseaban nada más verla y las mujeres pocas veces la rechazaban.
A sus veinte y ocho años gozaba de la vitalidad de una quinceañera y su
elegancia competía con la de las más gentiles diosas griegas.
El timbre sonó al otro lado de la casa.
-¡Alguien llamó! -exclamo Carolina
-¿Esperas visita?
-Si Padre -afirmo Carolina y mirando su reloj de
pulsera, dio un grito de sorpresa. Son las once. Tengo que ducharme.
Ligón Ligones se presentó en el salón azul
acompañado por una doncella pulcramente uniformada. Peseta miró al recién
llegado y este dijo.
-¿Que tal JR?
-Como siempre. ¿Y tu Ligón?
-Muy bien, estupendamente -Y sé rió. Hace tiempo que
deseaba hablar con Carolina y parece que mi sueño se hará realidad. Espero
tenerla esta noche solo para mí.
-Pues es un triunfo -dijo Peseta escoba
-Ni que lo diga -dijo ligón
-Llévala a un restaurante tranquilo -le propuso JR
-He pensado en uno de la parte vieja de la ciudad.
Allí estaremos tranquilos. Pero ya se sabe lo difícil que es llevar la
iniciativa con Carolina.
-Tesón amigo -dijo Peseta. -Los escoba tenemos tesón
y mira como nos va.
-Ligón Ligones sonrió. Había oído hablar del
millonario, unas veces para bien y otras no tan bien. Pero a él no le caía nada
simpático. Ligón no quería exteriorizar sus pensamientos y menos en aquel
momento. Carolina le interesaba demasiado y ella adoraba a su padre, por lo que
seria estúpido ponerse en contra. Algún día quizás confesaría sus sentimientos.
La gruesa y corrediza puerta de madera noble gruño.
Los tres hombres miraron a Carolina. Estaba espléndida. Ligón se precipito y la
beso en la mejilla.
-¿Cómo estas? Pregunto tímidamente Ligón
-¡Guapísima! Exclamo Peseta mirando con el rabillo
del ojo a ligón Ligones-.
-Gracias -dijo Carolina mirando a su padre Bueno
¿Nos vamos?.
Nada más cruzar la puerta, Carolina, dijo a Ligón
Ligones.
-Si quieres seguir viéndome, deja de enrollarte con
mi familia como lo haces.
-No entiendo -exclamo ligón
-Muy mal Ligón, muy mal.
-Carolina. ¿Por qué no dejamos la cena para otro
día? Pareces cansada.
-¡Alto! Habíamos quedado para hoy ¿No?
-De acuerdo que estoy cansada, pero no voy a dejarte
ir solo.
-Prefiero ir solo a verse toda la noche expuesto a
tus prontos familiares.
-¿Prontos familiares?
-¡Sí! Prontos familiares -repitió Ligón. Todavía en
el vestíbulo de la casa.
-Mira Ligón, Vámonos porque...
En el salón azul seguían JR y su padre, Peseta Escoba
en abierta conversación.
-¿Que tal es ese Ligón, JR?
-No tiene un duro, si es a eso a lo que té refieres
-exclamo Carolina desde la soberbia puerta corredera. Su discusión con Ligón
terminó mandando al traste la salida para cenar.
-¿No os ibais a no sé dónde? -pregunto Peseta,
alegrándose de volver a ver a Carolina. Sin esperar contestación, siguió
diciendo -mejor. Ese amigo tuyo no me gusta.
-Ni a mí -mintió Carolina. Bueno me voy a la cama. Y
desapareció.
-¿Sabes que es periodista? -dijo JR.
-Peor me cae entonces -JR estallo en carcajada al
escuchar la contestación de su padre
-No sé porque te preocupas tanto padre. Carolina
desde hace tiempo se sabe cuidar.
-Las mujeres nunca saben cuidarse lo suficiente -dijo
convencido Peseta
-Carolina sí. Es inteligente.
-De eso no te quepa duda. Después de todo es un
Escoba.
-Me das la razón entonces- Dijo JR levantándose del
floreado sillón. Dando un profundo suspiro se despidió diciendo.
-Mañana tengo
que estar fresco. Quiero que cuando empiece todo el jaleo este todo controlado.
Peseta Escoba quedó en soledad. Miraba a uno de sus
cuadros preferidos, un Goya casi desconocido de la última época del genial
pintor de Fuentetodos. En la media hora que tardó en decidirse ir a acostarse,
no le llegó a la memoria ningún recuerdo de su mujer ni de Perezosa, su hija
menor. Ni de Yak, el hijo que no supo demostrarle su cariño. Una vez solamente,
Ligón Ligones ocupó su atención. Ese hombre no le gustaba y lo que era peor,
estaba convencido de que su hija preferida, su maravillosa Carolina, no
compartía su misma opinión.
FINAL
1.010. Mingo (Eusebius)
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