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martes, 18 de junio de 2013

Un marciano entre beodos

En tiempo cero me planté en un cementerio de coches. Me impresionó. A pesar de la cantidad de automóviles reducidos a ladrillos de metal, cuatro humanos fueron los que realmente me llamaron la atención. Estos, parecían animados alrededor de un pequeño fuego. Me acerqué prometiéndome ser lo más discreto posible. Mi maestro decía: "Ten doble cuidado con lo que hagas y triple con lo que digas."
Me encontraba a diez zancadas del grupo cuando uno, sin lugar a dudas él más fuerte -después supe que le llamaban Maciste- me descubrió. Señalándome con su dedo índice exclamo
-¡Mirar que bicho tan raro!-
Me extraño que no me interrogaran como siempre me ocurría desde mi llegada al astro azul. Prometí morderme la lengua, así, aprendería más sobre los humanos. Este grupo parecía interesante, muy interesante.
Era medianoche y todos desbordaban alegría. No cabía duda, estaba en una hoguera de borrachos. Uno de ellos no paraba de hablar. Era el Barbas y decía lo siguiente:
-No sé si contaron esta historia tan curiosa o increíble, como cierta. Me encontraba, allá por  el año 1.967, en el centro, en el corazón de Sud-américa. ¡Que continente! Más que en  el corazón, en las selvas más salvajes e inhóspitas de cuantas podéis imaginar. Imaginaos como, si mirabas al cielo no lo podías ver. Calcular  la cantidad de pájaros, árboles, piedras y demás naturaleza reinante. Estaba amigos sin duda, en la naturaleza sin cielo, pues, el firmamento no se veía cuando mirabas hacia arriba. Me encontraba allí, en la naturaleza sin cielo completamente perdido. No sabía que país mis pies pisaban.
-¡Venga hombre! Será mentiroso el tío- Protesto el Pelirrojo lanzando una patada al aire ocasionando las risas de los demás
-Percataos. -Continuó hablando sin dar muestras de enfado el Barbas. Ni miento ni exagero. Escuchar. Daros cuenta del detalle. Confundido por la traición del sentido  de la orientación, presto cogí un mapa. Siempre lo guardo celosamente. No quiero revelaros el secreto, me lo guardo para mí. ¡Sí! por culpa de ese de ahí -señalo al Pelirrojo
-¡Bebe Barbas!- Le ofreció Maciste una botella cargada de alcohol- Sigue Barbas, sigue. Sus muertos, la cultura. La cultura, sus muertos.
-¡Mierda mentira todo lo de él! -exclamo el Pelirrojo
-Amigos- siguió diciendo el Barbas- Después de grandes dudas de conciencia, si realizaba o no el viaje. Llegue a la conclusión afirmativa. Era fundamental para mi empresa. Dónde me veis, soy rico, iRiquísimo! Poseo gracias a mis esfuerzos una empresa matrimonial. Sí amigos ¡Soy el rey del matrimonio! -exclamo fortísimo
-¡Vamos ya! -Vitoreo Maciste- Toma de mi botella rey del matrimonio. A ver si me buscas una de esas mujeres.

-Recuérdamelo mañana -dijo el Barbas, mientras sacaba del bolsillo interior de la americana una lujosa cartera cargada de tarjetas. Saco una y se la dio a Maciste diciéndole. Amigo, mi lema y ahí lo pone, es "vida en común".
-¡Vamos Ya! -Vitoreo Maciste, agarrando la tarjeta- Mañana a joder al amparo de la iglesia- Bebamos todos la salud de mi futura mujer.
Aquello era una fiesta. Todos bebían alegremente. Maciste me tendió una botella. Me mojé los labios y la devolví. ¿Cuánto tiempo resistiría sin molestarles por no aceptar la droga?. Era impensable tratar de fundirme en el grupo si no compartía la bebida. Preocupado por esto seguimos escuchando las palabras del Barbas.
-Aunque Parezca increíble, es creíble y cierto como que estamos aquí ahora, en este cementerio de coches- Dejo de hablar para dar un trago de alcohol. Parte del líquido brotó  groseramente por la comisura de sus labios. Convulsiones comparables a los movimientos de reptación de las culebras más desagradables se apoderaron de él. Pocos segundos después, el humano se recuperaba y con cierto aire de importancia dijo.
-Perdonarme compañeros este lapsus, no lo he podido evitar al recordar lo que me aconteció  allí, en aquellas tierras de la naturaleza sin cielo. El termómetro llegaba a los cuarenta y nuevo grados. Imaginaos los momentos y sudores que pasé. Llevaba un pequeño telémetro donde guardaba una botella del mejor licor. Cuando por necesidad o vicio, echaba mano a la botella, el formidable líquido me  penetraba desquebrajándome el pecho. Era tan fuerte el licor y el calor tan sofocante que, cuando chupaba, las entrañas dejaban de ser mías para pasar a ser las del mismísimo diablo.
Sí compañeros y esta noche hermanos. Ni los más mártires han podido sufrir tanto como yo cuando tenia necesidad de alcohol. Teníais que haber estado conmigo. Caminaba, como podéis saber, más mal que bien. Me preguntaba si podía  o no instalar una sucursal de mi empresa matrimonial. Pronto descubrí lo que buscaba. Pero no quiero adelantar acontecimientos, pues, puedo dejar pasar detalles que, seguro ayudarán a que  comprendáis y conozcáis mejor mi aventura. Más que aventura, yo la calificaría de desventura. Pero eso, vosotros seréis los que al final y a  los postres tengáis la última palabra.
El rechinar de las astillas ya casi consumidas por las llamas. El golpear de las botellas torpemente manipuladas. Algún eructo ciertamente desagradable y el continuo parloteo del humano, trasformaban aquel cementerio de coches en un sosegado y agradable rincón de paz.
-Amigo sigue tu relato -Le animó Maciste- y mirando al Pelirrojo le dijo con infantil ironía ¿Es cultural, no?
-¡Bah!
-¡Ni mis muertos saben tanto como tú! -exclamo el Sepulturero-
Cuenta no pares tu  historia. No quiero  marchar tan pronto con los gusanos. No sabéis el miedo que paso. Si no fuera porque todas las noches llego como una cuba, no  podría  pegar ojo. Si os contara lo que me pasó una noche -El sepulturero, se llevó una mano a la frente- La verdad ese día la llevaba más gorda que nunca. Pero estoy seguro que fue real. Recuerdo -Explicaba haciendo ademanes de reflexión- Sí recuerdo. Hacia calor, de esas noches calurosas del mes de Julio. Lo recuerdo bien. Si cuando entré como siempre por la  puerta pequeña del cementerio Sur. Al cruzar por la tumba de… la verdad, el nombre del difunto no lo recuerdo, pero sí aquellos ruidos. No penséis qué era el viento o las ratas. iNo! Era...
-¡Calla tu boca enterrador! -exclamo Maciste en un grito aterrador- Deja al Barbas continuar su historia.
Todos callaron después del histérico grito de Maciste. El Barbas instantes después siguió diciendo.
-Ya que hablas de cultura Maciste, te dirá que allí no había cultura. Allí no había nada. Solo calor y naturaleza sin cielo.
-¿De verdad Barbas no había cielo? -dijo Maciste y todos se burlaron de él. Este explotando de rabia, exclamo- ¿Qué pasa?
-No había cielo hasta que llegué a un claro- Continuo diciendo el Barbas- Si amigos en medio de aquel infierno, había un claro de cielo.
El bosque desapareció para dar paso a la pradera. Las espinas secas, ahora eran juncos verdes y hermosos. Las aves antes oscuras, aparecían con colores de ilusión y el Cielo al anochecer era un canto a la vida. Pero, por desgracia, todo era ficción. No tarde en darme cuenta. Todo era un plagio al cielo, un pecado de hipocresía, una verruga decorada por consumados artistas. iCreedme!. Os cuento la verdad.       
-Como la llevabas -dijo el Pelirrojo
-¡Calla Pelirrojo -protesto Maciste
-Tranquilo amigos- Exclamo el Barbas- Dejarme que os cuente. Como os he dicho. Me dedico a matrimonios. Cuando llegué a donde tenia pensado llegar quede asombrado, pues, la tierra era tan artificial como fértil para el cultivo.
-¡Que inteligencia! iQue cultura! -exclamo Maciste
-Pero que desilusión -El Barbas se llevo nerviosamente la mano a los botones de su americana. Y seguí hablando. 
-Llegue a parar una de esas que llaman sociedades perfectas, sus calles, sus plazas parecían de ilusión al compararlo con lo salvaje del entorno. Pero amigos, las gentes que allí encontré eran gusanos. Gusanos gordos como los que vemos cuando nos ataca el mal de la borrachera.
-Si son como el que vi una vez en el cementerio Sur. Era tan grande como una víbora. Dijo el enterrador.
-Eso es que bebes demasiado -aseguro Maciste
Pero dejemos al barbas continuar con su historia.
-Sí Maciste. Mi aventura en la naturaleza sin cielo. Aventura o desventura, según con los ojos que lo mires. -Y paro unos segundos para beber- La gente de aquel mundo son perfectos trabajadores. Cosa que aprovechan al máximo, Como otras cosas que más adelante os contaré.
-Siempre dejas algo para el final -dijo Maciste algo defraudado
-No té impacientes dale tiempo al tiempo

-¿Tiempo al Tiempo Barbas?
-Tiempo para que entendáis mi aventura o desventura
-¿Ah? -exclamo Maciste.
-Cuando llegué a mí ansiado destino, el Sol todavía bajo y el calor era ya asfixiante. Caminaba por las sombras de los árboles, estos adornaban la gran avenida. Sí amigos una gran ciudad en medio de una gigantesca selva.
-¿Cómo puede ser posible? En la selva no hay avenidas- Interrumpió el Sepulturero
-Es posible y os aseguro que cierto. -Siguió diciendo el Barbas- Agotado por el esfuerzo de días de marcha. Me planté frente a una puerta que daba entrada a una rica casa. Sin dudar entre a por fruta. La verdad con solo estirar el brazo podía hacerme con unos cuantos pomelos y limones- Pero, desistí por educación, por cortesía, por que sí.
-¡Di que sí! Eso es educación y cultura. Barbas eres un genio- Exclamo Maciste
-Amigo, siempre he pensado que el respeto es religión.
-¡Bocazas! -dijo el Pelirrojo
-Bocazas o no. Llame a la puerta. Al poco salió una mujer, Nada más ver mis intenciones. Llamó con un grito. Inmediatamente aparecieron tres criaturas que, sin ser observador, supe que eran sus hijos. Los pomelos eran sin exagerar tan grandes como- El Barbas se quedo. De repente mirando a Maciste exclamo- Tan grandes como la cabeza de Maciste. La comparación ocasionó continuas carcajadas. -Reíros, pero, si os digo que cada pomelo me salió por el salario de una año la risa ya no es tanta ¿No? Al recordarlo sufro, y grito de dolor. -Y empezó a gritar como un animal
-Tranquilo Barbas. Son solo recuerdos, pesadillas -decía el Sepulturero intentándole calmar. Pero fue inútil. El Barbas seguía gritando y cada vez más y más fuerte.
Segundos después Maciste también comenzó a dar gritos y a continuación el Pelirrojo y el Sepulturero. Los cuatro borrachos daban enormes alaridos, así estuvieron un buen rato, hasta que poco a poco dejaron de gritar para beber. El Barbas siguió diciendo. Caminaba por una de las avenidas sin preocuparme del tiempo que tardaría en recorrer lo que tenia que recorrer, para llegar a donde tenia que llegar. Pues sí amigos. Llegue a la avenida principal. Luces de muchísimos colores adornaban los escaparates de las tiendas de comestibles, zapatos, telas y un sinfín más. Yo como os digo paseaba por la avenida empapado completamente en sudor. Paré frente a uno de los escaparates y vi un machete. Entre en el establecimiento y lo compre. El machete era mitad madera mitad metal. Era amigo un machete de una sola pieza. Sí amigos una sola pieza mitad madera mitad metal.
-Bebe Barbas bebe porque esto no se lo cree nadie -dijo el Pelirrojo
-Creerme os cuento la verdad -dijo el Barbas. -El caso es que sal¡ de la ciudad. Camine durante una semana por la selva. Matojos, raíces, búfalos y demás naturaleza veía. Pegaba un manotazo al aire y mataba a cientos de mosquitos. Pero lo que me impresiono fue él encontradme a los indios.

-¡Increíble Barbas! ¡Indios! -exclamo Maciste
-Si amigo indios auténticos. Pero cuando los vi me desmaye. Solo recuerdo que, las ropas las había perdido poco a poco, por los roces incesantes con las ramas al caminar. Las botas ya no eran tales botas, sino un conglomerado de goma y cuero. Imaginaos amigo mi estado.
-¡Increíble Barbas!
-Sí Maciste. Increíble. Estuve adorando a Morfeo varios días. Cuando desperté me encontré rodeado de placeres. El machete era un símbolo mágico para los indios a sí que me tomaron como a un dios. Dos o tres semanas permanecí en aquella situación. Pero llegó el día en que perdí el maravilloso machete y todo se acabó.
-Solo se pierde lo que sé quiere -aseguro el Pelirrojo
-Lo perdí en la mayor de mis borracheras -exclamo el Barbas
-Escuchar -siguió diciendo el Barbas
-Sin duda se encontraba en el jardín de las delicias. Pero un dia uno de los visitantes que recibía para ofrecerme obsequios, me regalo un extraordinario brebaje. Me aconsejó beberlo cuando la Luna estuviera en lo más alto del cielo y fuese llena y hermosa. Cuando llego la noche esperada. Bebí un trago de aquel líquido exquisito. Instantes después se convertí en un Centauro. Salí galopando. Me iba encontrando distintos animales. Pero amigos cuando topé con una sirena. iay! -exclamo el parlanchín.
Recuerdo aquella noche con verdadera nostalgia. Que feliz me sentía al llevar sobre mi grupa aquella sirena, cubierta de escamas de mil colores, que durante horas fue mi carga preferida. Pero amigos. La sirena maravillosa que esa noche me encanto, era en realidad el más viejo del poblado. Era el desgraciado que me ofreció aquel brebaje. Cuando desperté ya avanzada la mañana, encontré a aquel viejo envidioso rodeado de los mismos placeres que yo horas antes había disfrutado. Collares de oro, perlas blancas y negras intentaban adornar su viejo y repulsivo cuerpo. No podéis imaginar mi desolación al ver aquel espectáculo. La ira se apoderó de mí. Pero nada podía hacer. Guerreros armados con primitivas lanzan le protegían como a un dios. Doncellas, las más hermosas jamás vistas le colmaban de placeres. Viendo todo ese panorama decidí salir de aquellas tierras de la naturaleza sin cielo.
-Consuélate Barbas. Lo vivido, vivido esta -dijo el Pelirrojo.
-Me consuelas amigo -dijo el Barbas
-Si amigo, tienes suerte, mucha suerte -dijo el Pelirrojo ofreciéndole la botella ya casi apurada de alcohol. El Barbas dio un trago y tiro con rabia sobre unos hierros retorcidos. La botella exploto en pedazos. Segundos después el parlanchín se desplomó al suelo. El delirium tremens inundo su conciencia de fantasmas negros como la noche. Los demás, el Pelirrojo, Maciste y el Sepulturero se miraron y se encogieron de hombros. Sabían muy bien en que estado se encontraba el Barbas. Pasaron unos minutos y el cuerpo seguía en el suelo. Nadie dijo nada. Poco a poco fueron yéndose por distintos caminos. Yo también decidí partir a mi Astro. Mientras viajaba a velocidades de vértigo por el maravilloso universo en dirección a mi mundo. Recordé aquel grupo de beodos y me dio pena.

FINAL

1.010. Mingo (Eusebius)

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