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martes, 18 de junio de 2013

Cuatro bestias en una

Antíoco  Epífanes  es  generalmente  visto como el Gog del profeta Ezequiel. Este honor es,  empero,  más  propiamente  atribuido  a Cambises,  el  hijo  de  Ciro.  Y  ciertamente  el caracter del monarca sirio no necesita ningún otro ornamento. Su acceso al trono, o mejor dicho,  su  usurpación  de  la  soberanía,  unos ciento setenta años antes de Cristo; su intento de saquear el templo de Diana en Efeso; su implacable hostilidad hacia los Judíos; su profanación al Santo de los Santos; y su miserable muerte en Tebas, luego de un tumultuoso reinado de once años, son circunstancias bastante relevantes, y generalmente han sido mucho más reportadas por los historiadores de esta época, que su impía, vil, cruel, tonta y antojadiza conjunción de hechos que hicieron  el  sumatoria  de  su  vida  privada  y reputación.
Vamos  a  suponer,  amado  lector,  que  estamos  ahora  en  el  año  tres  mil  ochocientos treinta, y vamos, por unos minutos, a imaginarnos a nosotros mismos dentro de una de las  más  grotescas  habitaciones  humanas,  la remarcable  ciudad  de  Antioquía.  Se  asegura que en Siria y otras naciones, hubo dieciséis ciudades con el mismo nombre, aparte de la que estoy aludiendo particularmente. Pero la nuestra  es  aquella  denominada  Antioquía Epidafne,  por  su  vecindad  con  el  pequeño pueblo de Dafne, donde tenemos un templo dedicada  a  tal  divinidad.  Fue  construido  por (hay, sin embargo, alguna disputa sobre esta materia)  Seleuco  Nicanor,  el  primer  rey  del país después de la muerte de Alejandro Magno,  en  memoria  de  Antíoco,  su  padre,  y  se convirtió inmediatamente en residencia de la monarquía  siria.  En  los  tiempos  florecientes del Imperio Romano, fue una usual estación del prefecto de las provincias de Medio Oriente;  y  muchos  de  los  emperadores  pasaron aquí gran parte de sus tiempos. Pero percibo que hemos llegado a la ciudad misma. Pero, ascendamos  por  su  almenaje,  y  lancemos nuestra vista sobre el pueblo y los vecinos.
¿Qué río ancho y rápido es que fuerza su camino, con innumerables saltos, a través de las salvajes montañas, y finalmente a través de las salvajes construcciones?
Es el Orontes, y es la única traza de agua a la vista, con la excepción del Mediterráneo, que  se  expande,  como  un  ancho  espejo,  a través de doce millas hacia el sur. Todos han visto el Mediterráneo, pero déjenme decirles, hay  algunos  que  han  dado  miradas  furtivas sobre  Antioquía.  Estos,  unos  pocos,  como usted y yo, han tenido, al mismo tiempo, las ventajas de una moderna educación. Por consiguiente  desisten  de  reconocer  el  mar,  y prestan completa atención a la masa de casas que  permanecen  bajo  nuestro.  Ustedes  recordarán  que  es  el  año  del  mundo  tres  mil ochocientos  treinta.  Donde  más  tarde,  por ejemplo,  en  el  año  de  nuestro  Señor  mil ochocientos cuarenta y cinco, no tendríamos tal  extraordinario  espectáculo.  En  el  Siglo Diecinueve  Antioquía  está  -o  mejor  tendríamos que decir, estará- en un lamentable estado de decaimiento. Ha estado, para esta época, totalmente destruida, en de tres diferentes  períodos,  por  tres  terremotos  sucesivos.
Por consiguiente, al decir verdad, lo poco que pudo haber quedado, será encontrado en un estado tan desolado y ruinoso que el patriarca  debería  mudar  su  residencia  a  Damasco. Esto está bien. Veo que aprovecha mi consejo, y dedica la mayoría de su tiempo a reco-nocer los lugares para
... Satisfacer vuestros ojos con las memorias  y  las  cosas  famosas  que  más  honran  a esta ciudad.
Le  pido  perdón;  había  olvidado  que  Shakespeare no florecería hasta dentro de diecisiete  siglos  y  medio.  Pero  ¿la  apariencia  de Epidaphne no me justifica en llamarla grotesca?
"Está  bien  fortificada;  y  a  este  respecto, está tan en deuda con la naturaleza como con el arte."
Muy cierto.
"Hay un gran número  de palacios estatales."
Los hay.
  "Y  los  numerosos  templos,  suntuosos  y magníficos, pueden ser tran-quilamente comparados con los más laudados de la antigüedad."
Todo esto tengo que admitirlo. Aún tenemos una infinidad de chozas de barro, y caramancheles  abominables.  No  podemos  sino percibir abundan-cia de suciedad en cada esquina, y, no sería por  el poderoso humo de idólatras inciensos, no tendría duda que encontraríamos una intolerable pestilencia. ¿Alguna vez vio calles tan insufriblemente estrechas, o casas tan milagrosamente altas? ¡Qué lóbrega se ven sus sombras proyectadas sobre el piso! Es que si no fuera que las lámparas pendientes de las interminables columnatas  son  mantenidas  encendidas  aún  de  día, tendríamos  sin  duda  la  oscuridad  del  Egipto en el tiempo de la desolación.
"¡Ciertamente  es  un  lugar  extraño!  ¿Cuál es el significado particular de todas estas singulares  construcciones?  ¡Mire!  Son  torres encima  de  otras,  y  todas  apuntan  hacia  lo que yo tomo por el Palacio Real."
Este  es  el  nuevo  Templo  del  Sol,  que  es adorado en Siria bajo el título de Elah Gabalah. Más adelante, un notorio Emperador Romano instituiría su culto en Roma,  y consecuentemente  tomó  del  mismo  su  apodo: Heliogábalo. Me atrevo a decirle que eche un vistazo a la divinidad dentro del templo. No necesitará mirar hacia arriba, al cielo; su arca no está arriba, al menos no el arca adorada por los sirios. Esta deidad es encontrada en el interior  de  aquella  construcción.  Es  adorada bajo la figura de un gran pilar que está en la punta de un cono o pirámide, donde se connota el fuego.
"¡Escucha! ¿Quién puede de aquellos ridículos  seres,  estar,  medio  desnudo,  con  su rostro  pintado,  gritando  y  gesticulando  al gentío?"
Algunos  son  charlatanes  de  feria.  Otros pertenecen a la raza de los filósofos. La mayoría,  empero,  aquellos  especialmente  que machacan  al  populacho  con  palos,  son  los principales cortesanos del palacio, ejecutando como tarea pesada, alguna laudable vis cómica del rey.
"¿Pero,  qué  tenemos  aquí?  ¡Cielos!  ¡El pueblo  es  abarrotado  junto  a  bestias  salvajes!  ¡Qué  terrible  espectáculo,  de  peligrosa extravagancia!"
Terrible,  con  su  permiso;  pero  no  tanto como para ser peligroso. Cada animal si usted  se  toma  la  molestia  de  observar,  está siguiendo,  muy  tranquilamente,  a  su  amo.
Algunos pocos son guiados con sogas alrededor  del  cuello,  pero  estos  son  mayormente los  menos  o  solamente  especies  tímidas.  El león, el tigre, y el leopardo están enteramente sin ningún freno. Todos han sido entrenado sin  dificultad  para  la  presente  profesión,  y siguen a sus respectivos dueños como si fueran  una  especie  de  valets-de-chambre.  Es verdad, hay ocasiones en las que la Naturaleza se asegura sus dominios violados pero por entonces si un hombre era devorado o si un toro consagrado era sacrificado, eran circunstancias de muy poca monta para ser menos que inferiores en Epimanes.
"¿Pero,  qué  extraordinario  tumulto  escucho? Seguramente este es un ruido alto para la  ciudad.  Debe  ser  el  principio  de  alguna conmoción de inusual interés."
Si, indudablemente. El rey ha ordenado algún  espectáculo  novel,  algunas  exhibiciones de gladiadores en  el hipódromo, o quizás la masacre  de  los  prisioneros  escitas,  o  la  incendio  de  su  nuevo  palacio,  o  la  demolición de algún enorme templo, o tal vez la muerte en la hoguera de algunos judíos. Los gritos se acrecientan. Los alaridos de risas ascienden a los  cielos.  El  aire  se  vuelve  disonante  con instrumentos de viento, y horrible con el clamor  de  un  millón  de  gargantas.  Dejémoslo descender, por amor a la diversión, y veamos que pasa. ¡Pero cuidado! Aquí estamos en la calle principal, la calle de Timarco. Un mar de gente  viene  por  esta  vía,  y  encontraremos una  gran  dificultad  en  detener  la  ola.  Ellos vienen desbordando el callejón desde la calle Heracles, que desemboca directamente en el palacio.  Por  consiguiente,  debe  ser  probable que  el  Rey  esté  entre  los  alborotadores.  Si, escucho  los  gritos  del  líder  proclamando  su advenimiento  en  la  pomposa  fraseología  del Este. Debemos echar un vistazo a esta persona cuando pase por el templo de Ashimah.
Podemos salvaguardarnos en el vestíbulo del santuario; él estará aquí enseguida. En mientras  podemos  examinar  esta  imagen.  ¿Qué es? ¡Oh! Es el dios Ashimah en persona. Tú lo percibes, sin embargo, que no es un cordero, ni una cabra ni un sátiro ni tampoco el dios Pan de los Arcadianos. Aún todas estas apariencias  han  sido  dadas,  pido  perdón,  serán dadas, por los entendidos de futuras épocas, al  dios  Ashimah  de  los  sirios.  Ponlo  en  tus lentes, y dime que es. ¿Qué es?
"¡Dios bendito! ¡Es como un mono!"
Cierto, como un babuino; pero de ninguna manera es menos que una deidad. Su nombre es una derivación del griego Simia, (¡que grandes  tontos  son  los  arqueólogos!)  ¡Pero mira!  ¡Mira!  Aquel  pilluelo  harapiento  que corre  a  toda  prisa.  ¿A  dónde  va?  ¿Por  qué está llorando? ¿Qué es lo que dice? ¡Oh! ¡Dice que el rey está viniendo triunfante; que está vestido de protocolo; que acaba de dar muerte, con sus propias manos, a un centenar de israelitas encadenados! A raíz de esta hazaña, el mendigo está loándolo hasta los cielos.
¡Escucha!  Aquí  viene  una  tropa.  Han  hecho un  himno  latino  sobre  el  valor  del  rey,  y  lo están cantando a medida que marchan.
Mille, mille, mille,
Mille, mille, mille,
Decollavimus, unus homo!
Mille, mille, mille, mille, decollavimus!
Mille, mille, mille,
Vivat qui mille mille occidit!
Tantum vini habet nemo
Quantum sanguinis effudit!
Lo que puede ser interpretado como:
¡Ciento, ciento, ciento,
Ciento, ciento, ciento,
Nosotros, con un guerrero, hemos matado!
¡Ciento,  ciento,  ciento,  ciento,  cantamos ciento de nuevo!
¡Viva! Cantemos
Larga vida a nuestro rey,
Quien golpea a un centenar tan valiente
¡Viva! Bramemos,
Él nos ha dado más
Galones de sangre
Que todas las jarras de vino de Siria!
"¿Puedes  escuchar  el sonido de las trompetas?"
Si:  ¡el  rey  está  llegando!  ¡Mira!  La  gente está  pasmada  de  admiración,  y  abren  sus ojos  al  cielo  en  reverencia.  ¡Él  viene,  está viniendo, aquí está!
"¿Quién? ¿Dónde? ¿El rey? No puedo verlo, no puedo decir que lo esté percibiendo."
Entonces tú debes estar ciego.
"Es muy posible. No veo nada más que un tumultuoso tropel de idiotas y locos, que se postran ante un gigantesco cameleopardo, y se esfuerzan para darle un beso en las patas del animal. ¡Mira! La bestia acaba de patear a uno  de  los  de  la  chusma,  luego  a  otro  y  a otro. Ciertamente no puedo dejar de admirar al animal por la excelente utilización que hace de sus patas."
¡Gentuza! ¡Por qué estos son los ciudadanos nobles y libres de Epidaphne! ¿A qué bestias te refieres? Te cuidado que no seas oído por  casualidad.  ¿No  percibes  que  el  animal tiene  el  rostro  de  un  hombre?  ¡Por  qué,  mi querido señor, este Camaleopardo no es otro que Antíoco Epífanes, Antíoco el Ilustre, Rey de Siria, el más potente de todos los autócratas  del  Oriente!  Es  verdad,  que  también  es nombrado, a veces, como Antíoco Epimanes, Antíoco el loco, pero es a causa de que toda la gente no tiene la capacidad de apreciar sus méritos.  Es  también  cierto  que  en  este  momento  está  camuflado  bajo  la  piel  de  una bestia, y está haciendo su mejor intento por interpretar  el  rol  de  un  cameleopardo;  pero esto lo hace para el mejor mantenimiento de su dignidad real. Además, el monarca posee una  gigantesca  estatura,  y  sus  vestiduras, por  consiguiente,  no  son  nunca  indecorosas ni tam-poco muy grandes. Noso-tros podemos, sin  embargo,  presumir  que  podría  haberlas adoptado por alguna ocasión especial. Tal, si me permites, la masacre del centenar de judíos. ¡Con que dignidad superior, el monarca deambula en cuatro patas! Su cola es sujetada, como tu puedes percibir, por sus dos concubinas  principales,  Elina  y  Argelais;  y  su presencia  sería  mucho  más  agradable  si  no fuera por las protuberancias de sus ojos, que parecen  ciertamente  arrancar  fuera  de  su cabeza, y el excéntrico color de su rostro es indescriptible a causa de la gran cantidad de vino  que  ha  ingerido.  Sigámosle  al  hipódromo,  adónde  se  está  encaminando,  y  escuchemos  el cántico triunfal que acaba de  comenzar:
¿Quién es el Rey sino Epífanes?
Dilo si lo sabes
¿Quién es el Rey sino Epífanes?
¡Bravo! ¡bravo!
No hay nadie como Epífanes,
No, no hay nadie como él.
¡Así que destruye el templo,
Y póstrate al sol!
¡Una buena y vigorosa canción! El populacho  lo  vitorea  como  el  'Príncipe  de  los  Poetas', también como 'Gloria del Oriente', 'Placer del Universo' y  como 'Más Admirable de los  Cameleopardos'.  Ellos  han  entonado  su efusión,  ¿los  escuchas?  Ahora  lo  cantan  de nuevo. Cuando arriba al hipódromo, será coronado con la corona de los poetas, anticipa-damente  por  su  victoria  en  las  próximas Olimpíadas.
"¡Pero,  buen  Jupiter!  ¿Qué  sucede  con  la multitud a nuestras espaldas?"
¿Qué dices? ¡Oh, ah! Ya veo, mi amigo. Es bueno  que  hables  a  tiempo.  Vayamos  a  un lugar  seguro  lo  más  rápido  posible.  ¡Aquí!
Ocultémonos bajo el arco de este acueducto, y te diré en un momento acerca del origen de esta conmoción. Se volvió como lo había anticipado. La singular apariencia del cameleopardo  y  la  cabeza  de  un  hombre,  hubieron, en  apariencia,  realizado  alguna  ofensa  a  las nociones  de  diversión  decente,  en  general, por los animales salvajes domesticados en la ciudad.  Como  resultado  se  ha  desatado  un motín, y, como es usual en estos casos, todos los esfuerzos humanos son inútiles para mitigar a la turba. Varios de los sirios han sido devorados; pero la voz general de los patriotas  cuadrúmanos  parece  ser  la  de  comer  al cameleopardo. 'El Príncipe de los Poetas', por consiguiente,  debe  correr  por  su  vida.  Sus cortesanos le han dejado solo, y sus concubinas  han  seguido  tal  excelente  ejemplo.  'El Placer del Universo' ¡qué arte para tal triste prédica!  'Gloria  del  Oriente'  ¡qué  arte  para qué peligro de masticación! En consecuencia
nunca miró tan lastimosamente su cola; iba a ser  arrastrado  indudablemente  hacia  el  fango, y no había nadie que le ayude. No mires detrás  tuyo  a  esta  inevitable  degradación; pero  ten  coraje,  emplea  tus  piernas  con  vigor, ¡y vete del hipódromo! Recuerda a este Antíoco Epífanes. Antíoco el Ilustre, también 'Príncipe  de  los  Poetas',  'Gloria  del  Oriente', 'Placer del Universo', y el 'Más Admirable de los Cameleopardos'. ¡Cielos! Qué rapidez estás  desplegando!  ¡Qué  capacidad  de  huida que  demuestras!  ¡Corre,  Príncipe!  ¡Bravo, Epífanes! Bien hecho, Cameleo-pardo. ¡Glorioso  Antíoco!  ¡Corre!  ¡Brinca!  ¡Vuela!  ¡Cómo una flecha lanzada de una catapulta, él escapa del hipódromo! ¡Cabriola! ¡Grita! ¡Está ahí!
Esto  es  bueno;  por  que  has  sido  'Gloria  del Oriente',  y  has  sido  el  segundo  en  alcanzar las puertas del Anfiteatro, ya que no hay cachorro de oso en Epidaphne que no hubiese roído  tu  osamenta.  Salgamos,  ¡marchémonos!, ya que no podremos con nuestros oídos modernos siquiera soportar el vasto estruendo  que  está  por  comenzar  para  celebrar  el escape del rey. ¡Escucha! Ya ha comenzado. ¡Mira! Toda la ciudad está revuelta.
"¡Seguro, esta es la ciudad más populosa del este! ¡Qué cantidad de gente! ¡Qué conglomeración  de  personas  de  todas  las  edades! ¡Qué multiplicidad de sectas y naciones!
¡Qué variedad de vestimentas! ¡Qué Babel de lenguajes! ¡Qué rugidos de bestias! ¡Qué tintineo de instrumentos! ¡Qué parcela de filósofos!"
Vamos, debemos irnos.
"¡Espera un momento! Veo una vasta barahúnda en el hipódromo; ¿cuál es el significado de esto?, te suplico me digas."
¿Eso?  ¡Oh,  no  es  nada!  Los  nobles  y  los ciudadanos libres de Epidafne estando, como ellos declararon, satisfechos con la fe, valor, sabiduría  y  divinidad  de  su  rey,  y  teniendo ocasión  de  presenciar,  además,  su  reciente agilidad  sobrehumana,  piensan  que  deben ceñirle  la  frente  (en  añadidura  a  su  corona poética) con el lauro de la victoria en la carrera pedestre, un lauro que es evidente que él deberá obtener durante las próximos Juegos Olímpicos, y que, por consiguiente, está consiguiendo anticipadamente. 

1.011. Poe (Edgar Allan)

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