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martes, 18 de junio de 2013

Un absurdo cualquiera

Desde que los trabajadores de la ciudad de Chicago se echaban a la calle para reivindicar sus derechos como personas, el primero de Mayo se considera un día de fiesta y de protesta para la mitad de los trabajadores de la tierra. Pero el primero de Mayo de 1.997, los trabajadores no fueron el centro de atención. En cambio si fue un país ubicado en el sureste asiático de más de diez millones de almas. Solo algunos geógrafos y negociantes conocían la existencia del remoto país. Para la población de a pie, era la primera vez que el nombre de Deseo llegaba a sus oídos. Los ciudadanos no podían, creer que existiera un país con tanta gente y tan desconocido.
El caso es que, de la noche a la mañana se convirtió en el país más nombrado de todos cuantos existen en el mundo. El periódico ABC de Madrid publicó como sigue la noticia.
"Deseo, una nación soberana situada casi en los antípodas, obliga a sus habitantes a mantener una única relación sexual cada mes lunar". Esto aparecía en grandes letras a doble tinta negra en la portada del diario.
El New York Time decía en primera página.
"Deseo, país amenazado desde hace años por el comunismo y por su alto índice de población, manda a sus súbditos mantener una sola y única relación sexual cada veinte y ocho días."
La agencia oficial de  noticias de la Unión Soviética Tasa la comunica así:
"Promulgan en Deseo una ley que marcará una nueva era."
La emisora de la Santa Sede en Roma, Radio Vaticano, aireó de la siguiente manera la noticia:
"Los gobernantes de la pequeña pero poblada nación oriental de Deseo promulgan una ley que podría calificarse de aberrante."
Diez años después.
Corría el año 2.007 y me encontraba en Torrelodones, un pequeño pueblo de la provincia de Madrid. Hacia una buena temporada que había alquilado una casita de campo a una encantadora viejecita que poseía más de media docena de casas en el municipio. A las nueve Y treinta minutos de la noche, sonó el timbre del teléfono que compré por diecisiete mil pesetas a un comerciante griego en el barrio de la once de Bueno Aires. Descolgué el antiguo pero impecable aparato y mi novia me dijo desde el otro lado del hilo.
-¿Te has enterado?
-¿De que tengo que enterarme?
-De la noticia que acaba de dar la televisión dijo rápidamente
-No. Estaba leyendo "El Rayo Verde" de Julio Verne, te lo recomiendo. Es fantástico.
-No creo que sea tan fantástico como la noticia que dio la estúpida del telediario.
-¿Que noticia es esa?

-No se como decírtelo. Bueno, el caso es que han dicho... No te lo vas a creer, el congreso esta tarde aprobó la ley de Deseo.
-¡No!
-Yo tampoco podía creerlo cuando lo escuche.
-¿Que vamos hacer?
-Que quieres decir con eso de ¿Qué vamos hacer?
Pues eso ¿Qué vamos hacer?
Exclame por la trompetilla del teléfono
-Tendremos que hacer el amor- Dijo mi novia como si en un día de intenso frió dijera tenemos que tomar un taxi.
-Claro, claro- Contesté todavía pensando en lo que acababa de decir.
-Es espantoso. Es una ley anti- y paró unos segundos en busca de un calificativo- Es una ley anti humana.
-Claro, claro.
-¿Que pasa? Solo sabes decir claro claro.
-Mira. Es mejor hablarlo mañana. Por teléfono ya sabes que no me gusta hablar. Quedamos mañana ¿Te parece?
-¡No! Es mejor hablarlo ahora mismo. Ven a casa. Estoy sola. Mis padres están fuera.
-¿Ahora? ¿Con este tiempo?
-¿Por que no?
-Por mi Rayo Verde.
-Tu Rayo Verde puede esperar y yo no. Si ese dichoso libro es más importante para ti que yo. ¡Quédate donde estas!
-Bueno como quieras. Salgo para allá.
-Hasta ahora -susurro mi novia y colgó
Diez minutos después conducía mi pequeño automóvil. A pesar de tener que dedicar mucha atención a la conducción, ya que la carretera  se encontraba muy resbaladiza por la lluvia intermitente que caía y por la espesa niebla, no podía quitarme de la cabeza nuestra nueva situación. No tuve necesidad de llamar a la puerta. Ella me esperaba bajo el marco de la puerta con sus dos manos sujetando el dorado picaporte. Aquella manera de recibirme era distinta a todas las anteriores. Durante los seis meses que llevaba yendo a su casa, nunca me había dado un beso en los labios nada más vernos. Siempre me lo plantaba en el moflete derecho. ¡Que cambio!.
-Bueno, ya me tienes aquí- dije un poco alterado después de tan efusivo recibimiento
-Pensé que ya no llegabas. Estoy terriblemente nerviosa. Esta noticia me ha roto los esquemas completamente
No te preocupes. Tómala como cosa natural -dije sin yo creerlo.
-Como cosa natural el hacer el amor cada veinte y ocho días.
-Eso es lo que dicen -exclamé
-De eso no cabe duda
-No cabe dura -murmuré
-Así es que tenemos que acostarnos. ¿No, mi amor? -y me cogió la mano.

Nunca me había llamado así. Siempre me llamaba por mi nombre. Seis meses de relaciones. Seis meses haciendo el amor con ella, eso sí, sólo con mi imaginación. Cuando se lo insinuaba, siempre se escudaba en sus ancestrales principios religiosos, morales, sociales y una retahíla de excusas. Como nos influyen las leyes caramba.  Exclame dando a mis pensamientos voz. Ella al oír mi exclamación abrió sus ojos como si un fantasma se hubiera plantado delante de sus narices. Unos segundos después sonrió. Sus hermosos dientes blancos me dijeron acércate y bésame, o eso es lo que yo creí que me decían. La besé apasionadamente en los labios. Cuando nuestras bocas se separaron noté que mi novia había cambiado. No sé sí por el increíble beso, o por la macro ley de Deseo. El caso es que descubrí la pasión dibujada en su precioso rostro bronceado por el Sol de Otoño. Dos horas después de aquel descubrimiento, hacíamos por primera vez el amor.
-Teníamos que haberlo hecho antes -dijo
-Ya lo creo -exclame
-Ahora a esperar hasta la próxima luna -suspiro
-Hasta la próxima luna mi amor-
Pensé

FINAL

1.010. Mingo (Eusebius)





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