Translate

martes, 18 de junio de 2013

Lagrimas de amor

-¿Lloras viejo mendigo?
-Sí caminante. Lloro de alegría y de pena.
-Cuéntame tu alegría y tu pena, así podremos compartirlas.
-Si ese es tu deseo te lo diré. Lloro de alegría porque los rayos del Sol evaporan alguna de mis penas. También lloro de pena, cuando pienso que pronto las nubes cubrirán el cielo, las gotas de lluvia empaparán mis gastadas ropas y la niebla me envolverá entre sus húmedos y fríos brazos asesinándome.
-¡Consuélate! Me quedaré contigo y cuando esas nubes asesinas de que me hablas se presenten, cortaré con mi espada de plata sus húmedos y fríos brazos. Así, el Sol con sus rayos de calor secará tus saladas lágrimas y tostará nuestros rostros de alegría.
-Ninguna espada, aunque esta sea de plata, es capaz de tal hazaña.
-La mía si lo es. Espera y lo verás -le dijo el caminante, ya sentado a su lado.
-Si así fuese -le contestó el viejo mendigo sollozando- me será imposible verlo ya que mis ojos estarán erosionados por el continuo torrente de lágrimas que de ellos manan.
-Si me creyeras, las lágrimas que brotan por tu pena se secarían.
-Es verdad. Pero no lo veré. Las lágrimas de alegría son tanto o más saladas que las de la pena y erosionan con más fuerza la retina de los ojos. Gracias a ti, amigo caminante, las lágrimas que ahora brotan de mis ojos son gotas de alegrías, mi corazón bombea con fuerza sangre llena de esperanza y mi espíritu vuela libre como la gaviota en el azulado cielo. Cuando las pesadas puertas de la catedral dejen paso a los pecadores y cobijo a mí y a mis amigos, cantaré a viva voz mi alegría.
-¡Mirad! -exclamaban asombrados los peregrinos junto a las pesadas puertas de la catedral.
-¡Llora de alegría! -decía uno que caminaba al interior del templo.
-¡No puedo creer que un mendigo llore de alegría! -decía otro al salir de la iglesia.
-Si sigue llorando de esa manera, se acostara con el estómago vació. - decía una mendiga a otra.
-Entre estos y otros comentarios, el día llegó a su fin. Las puertas de la catedral cerraron la entrada, las torpes palomas volaron alocadas por el repique de campanas y los amantes de la noche empezaron a deambular por los oscuros rincones en busca del pecado. De camino hacia el refugio, el viejo mendigo le confesó al caminante.
-A pesar de no tener nada para llevarme a la boca, todavía las lágrimas de alegría bañan mis ojos. Pero así no puedo continuar. 
-Los peregrinos, al verme feliz, no me dan limosna. De seguir como hoy, no tardaré en morir de hambre.

-El tiempo que vivas, vivirás feliz -le contestó el caminante.
-No amigo. Al pensar en mi pronta muerte por inanición, noto como corren ligeras amargas gotas de saladas lágrimas por mi rostro.
-Alégrate viejo mendigo. Esas amargas gotas de saladas lágrimas emblandecerán los corazones de los que te vean, apiadándose de ti, te darán limosna y así podrás comer.
-Los que como yo vivimos de los bienes que otros desprecian, las penas se nos presentan en cadena. Cuando olvidamos una, inmediatamente nace otra más penosa y después otra. Así hasta que dejamos esta tierra de dolor. Caminante: ni tus sueños más profundos y espectaculares te enseñarán mi triste realidad. Sólo la muerte secará el manantial de mis ojos. Y doy gracias de que así sea. Si no fuese por las divinas gotas de saladas lágrimas que nublan las penas y desgracias que veo a la entrada de la catedral, mi corazón hace años que se había fosilizado.
-Sigue llorando por tu alegría y por tu pena. Pero procura, cuando a la catedral te dirijas en busca de limosna, llorar saladas lágrimas de amargura. Así comerás bien todos los días y tu alegría será más duradera.
-El día que controle las saladas lágrimas de alegría y de pena, dejará de correr sangre por mis venas, pues mi corazón se habrá endurecido como el hielo. Prefiero pasar hambre a que me ocurra semejante desgracia.
-Si para ti llorar es vida, llora por mí. Tanto he controlado las lágrimas que se me olvidó llorar. No sé llorar ni de alegría ni de pena. Viejo mendigo, mi corazón bombea arena, mi alma esta teñida de gris y mi espíritu vaga perdido por oscuros universos.
El viejo mendigo al escuchar la desgracia de su amigo, sintió la más profunda de las penas. Las lágrimas se le multiplicaron. Tan fértil fue su llanto que, en el suelo se formó un charco de saladas lágrimas de pena. El caminante, viendo aquella laguna salada, se sumergió en ella empujado por una fuerza extraña.
-¡Estas llorando -le gritó el viejo mendigo desde la orilla del inmenso lago salado.
-¡No amigo! Son tus lágrimas las que me bañan.
-Te equivocas caminante. Mis lágrimas son de pena y las que por tu rostro corren son saladas lágrimas de alegría.
Aquella noche, el viejo mendigo y el caminante lloraron juntos saladas lágrimas de pena y de alegría. A pesar del nublado de sus ojos, vieron como las estrellas de infinitas intensidades de luz, brillaban en el firmamento blancas, rojas y amarillas

FINAL

1.010. Mingo (Eusebius)

No hay comentarios:

Publicar un comentario