Al destaparse la
botella de dorado casco, se oscurecieron los ojos de la compañera momentánea de
Raimundo Valdés, y aquella sombra de dolor o de recuerdo despertó la curiosidad
del joven, que se propuso inquirir por qué una hembra que hacía profesión de
jovialidad se permitía mostrar sentimientos tristes, lujo reservado solamente a
las mujeres honradas, dueñas y señoras de su espíritu y su corazón.
Solicitó una
confidencia y, sin duda, «la prójima» se encontraba en uno de esos instantes en
que se necesita expansión, y se le dice al primero que llega lo que más
hondamente puede afectarnos, pues sin dificultades ni remilgos contestó,
pasándose las manos por los ojos:
-Me conmueve
siempre ver abrir una botella de champagne, porque ese vino me costó muy
caro... el día de mi boda.
-Ojalá no
-repuso ella con el acento de la verdad, con franqueza impetuosa. Por haberme
casado, ando como me ves.
-Nada de eso.
Administra muy bien lo que tiene y posee miles de duros... Miles, sí, o cientos
de miles.
-Ni me dio mala
vida, ni me pegó, ni tuvo líos, que yo sepa... ¡Después sí que me han pegado!
Lo que hay es que le faltó tiempo para darme vida mala ni buena, porque
estuvimos juntos, ya casados, un par de horas nada más.
-Verás lo que
pasó, prenda. Mis padres fueron personas muy regulares pero sin un céntimo.
Papá tenía un empleíllo, y con el angustiado sueldo se las arreglaban. Murió mi
madre; a mi padre le quitaron el destino...; y como no podía mantenernos el
pico a mi hermano y a mí, y era bastante guapo, se dejó camelar por una jamona
muy rica y se casó con ella en segundas. Al principio, mi madrastra se
portó..., vamos, bien; no nos miraba a los hijastros con malos ojos. Pero así
que yo fui creciendo y haciéndome mujer, y que los hombres dieron en decirme
cosas en la calle, comprendí que en casa me cobraban ojeriza. Todo cuanto yo
hacía era mal hecho, y tenía siempre detrás al juez y al espía...: la
madrastra. Mi padre se puso muy pensativo, y comprendí que le llegaba al alma
que se me tratase mal. Y lo que resultó de estas trifulcas fue que se echaron a
buscarme marido para zafarse de mí. Por casualidad lo encontraron pronto.
Sujeto acomodado, cuarentón, formal, recomendable, seriote... En fin; mi mismo
padre se dio por contento y convino en que era una excelente proporción la que
se me presentaba. Así es que ellos en confianza trataron y arreglaron la boda,
y un día, encontrándome yo bien descuidada..., ¡a casarse!, y no vale replicar.
-Detestable....
porque yo tenía la tontuna de estar enamorada hasta los tuétanos, como se
enamora una chiquilla, pero chiquilla forrada de mujer..., de «uno» de
Infantería, un teniente pobre como las ratas.... y se me había metido en la
cabeza que aquel había de ser mi marido apenas saliese a capitán. Las súplicas
de mi padre; los consejos de las amigas; las órdenes y hasta los pescozones de
mi madrastra, que no me dejaba respirar, me aturdieron de tal manera, que no me
atreví a resistir. Y vengan regalos, y desclávense cajones de vestidos enviados
de Madrid, y cuélguese usted los faralaes blancos, y préndase el embelequito de
la corona de azahar, y a la iglesia, y ahí te suelto la bendición, y en seguida
gran comilona, los amigos de la familia y la parentela del novio que brindan y
me ponen la cabeza como un bombo, a mí, que más ganas tenía de lloriquear que
de probar bocado...
-Hija, por ahora
no encuentro mucho de particular en tu historia. Casarse así, rabiando y por
máquina, es bastante frecuente.
-Aguarda,
aguarda -advirtió amenzándome con la mano-. Ahora entra lo ridículo, la
peripecia... Pues, señor, yo en mi vida había probado el tal champagne... Me
sirvieron la primera copa para que contestase a los brindis, y después de
vaciarla, me pareció que me sentía con más ánimo, que se me aliviaba el
malestar y la negra tristeza. Bebí la segunda, y el buen efecto aumentó. La
alegría se me derramaba por el cuerpo... Entonces me deslicé a tomar tres, cuatro,
cinco, quizá media docena...
Los convidados
bromeaban celebrando la gracia de que bebiese así, y yo bebía buscando en la
especie de vértigo que causa el champagne un olvido completo de lo que había de
suceder y de lo que me estaba sucediendo ya. Sin embargo, me contuve antes de
llegar a transtornarme por completo, y sólo podían notar en la mesa que reía
muy alto, que me relucían los ojos y que estaba sofocadísima.
Nos esperaba un
coche, a mi marido y a mí, coche que nos había de llevar a una casa de campo de
él, a pasar la primera semana después de la boda. Chiquillo, no sé si fue el
movimiento del coche o si fue el aire libre, o buenamente que estaba yo como
una uva, pero lo cierto es que apenas me vi sola con el tal señor y él
pretendió hacerme garatusas cariñosas, se me desató la lengua, se me arrebató
la sangre, y le solté de pe a pa lo del teniente, y que sólo al teniente
quería, y teniente va y teniente viene, y dale con que si me han casado contra
mi gusto, y toma con que ya me desquitaría y le mataría a palos...
Barbaridades, cosas que inspira el vino a los que no acostumbran... Y mi
esposo, más pálido que un muerto, mandó que volviese atrás el coche, y en el
acto me devolvió a mi casa. Es decir, esto me lo dijeron luego, porque yo, de
puro borrachita, ¿sabes?..., de nada me enteré.
-Nunca más.
Parece que le espeté atrocidades tremendas. Ya ves: quien hablaba por mi boca
era el maldito espumoso...
-¿Y... en tu
casa? ¿Te admitieron contentos? -¡Quiá! Mi madrastra me insultaba
horriblemente, y mi padre lloraba por los rincones... Preferí tomar la puerta,
¡qué caramba!
-Mala por
cierto... Pero creo que si todas las mujeres hablasen lo que piensan, como hice
yo por culpa del champagne, más de cuatro y más de ocho se verían peor que esta
individua.
¡Bah! Eso ya me
lo avisó un abogadito «que tuve»... ¡El diablo que se meta a pleitear! ¿Voy a
pedirle que me mantenga a ese, después del desengaño que le costé? Anda, ponme
más champaña... Ahora ya puedo beber lo que quiera. No se me escapará ningún
secreto.
Cuento de amor
1.005. Pardo Bazan (Emilia)
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