El grupo de las veinticuatro
hermanas se ha detenido delante de la puerta por la cual va a salir el Nuevo
Año. Charlan y se miran con curiosidad, pues como nunca están reunidas,
dijérase que apenas se conocen.
Las doce
de la noche. (Morena
ya algo madura, fresca todavía, vestida de morado oscuro, y que empuña una
escoba).- Yo, hermanas mías, más he perdido que ganado con los adelantos de la
civilización. Antes era la hora de las orgías, de la magia, de la citas
apasionadas y de los crímenes aromáticos. Antes, mis doce campanadas hacían
alzarse a los espectros de sus tumbas, y a las hechiceras, barnizadas de untos
fríos, salir como cohetes, cabalgando en esta escoba, por la chimenea. Ahora no
soy la hora romántica, sino la burguesa, en la cual nada de particular
sucede... Ya las orgías son juergas;
ya no hay magia, sino telepatía; los crímenes se cometen a la luz del sol; las
citas... se dan a cualquier hora. Y en cuanto a las brujas... ¡Pobres mujeres!
Las llaman histéricas y las someten a tratamiento en las clínicas...
La una
de la madrugada.- Pues
¿y yo? A mí sí que se me ha anulado. Mi hermana las doce habrá perdido en
categoría; yo en vida. Antes me alumbraban las candilejas de la escena. Ahora,
a las doce y media no queda sobre las tablas un farsante. La espada de la multa
les corta los parlamentos. Y yo llego cuando los últimos coches ruedan llevando
a sus casas a los últimos trasnochadores.
Las dos.- Vedme a mí. Me han envenenado
con beleño. Sólo los gatos me eligen para sus rondas nocturnas. De ser hora de
desvelo febril y gozoso, en que los nervios vibran y la fantasía enciende sus
farolillos de colores; de ser la hora en que las estrofas acuden aladas al
llamamiento de los poetas, y el champagne bulle en las copas cristalinas,
alegrando por un momento el plomizo sueño de la vida, he venido a ser la hora
en que se ronca; ¡una hora con gorro de algodón y camisón amplio!
Las tres.- Peor es mi caso. Soy una hora
inoportuna. Ni pez ni rana. Ni pertenezco al placer ni al reposo. Pocos me oyen
sonar estando despiertos. Muchos comienzan a soñar que deben despertarse
pronto, porque han de madrugar.
Las
cuatro. (Llevando en
una mano un farol del alumbrado público y en la frente un reflejo de sol
naciente, apenas visible).- ¡A mí se me echan infinitas maldiciones! Los pobres
trabajadores que tienen que alzarse en lo mejor del sueño y pensar en matar el
gusanillo y salir cargados con la herramienta reniegan de mí.
Las
cinco. (Envuelta en
los claros velos de la aurora, sacudiendo perlas de rocío, con unos dedos que
parecen hechos de rosas y rodeada de un enjambre de pajarillos de arpada
lengua, que revolotean trinando).- ¡A mí sí que me mandan a todos los demonios!
Tú aún consientes que se dé una vuelta en la cama y se diga: «Es temprano». Yo
abro con insolencia las ventanas del Oriente; yo, traigo al rubicundo Febo
asido de las mil hebras de oro de su cabellera luminosa.
Las seis.- Yo espanto las postreras perezas
con la esquila argentina de mis burras de leche.
Las
siete.- Tus burras son
remedio de viejas, desacreditado.
Las ocho.- Mejor sienta mi café, con leche
también..., probablemente de cabra. La de vaca, pura y cremosa, es uno de esos
bellos mitos que la antigüedad creó para adornar el otro mito de las Filidas y
las Galateas.
Las
nueve.- Hermanas
diurnas y nocturnas, saludadme. Vosotras habéis bajado y yo he subido. Como la
gente se acuesta más temprano, a las nueve nadie permanece entre las ociosas
plumas. Las nueve verdaderamente inician al día.
Las diez.- Yo desempeño un papel triste.
Soy la hora en que pretendientes, acreedores y sablistas se ponen en campaña, a
fin de «coger en casa» a sus víctimas.
Las once.- Mejor es eso que ser hora de
entrada en las oficinas, como yo.
Las doce.- O de la gazuza, como yo... El
que a las doce no almuerza, por lo menos abre la boca y se para embobado ante
los escaparates de Tournié y Lhardy.
La una.- Hermanas mías, vosotras no
habéis sabido salir de la clase media. Yo soy la hora del almuerzo elegante,
con trufas y buisson d’ecrevisses.
Las dos.- Conmigo empieza la verdadera
vida, la vida aristocrática. Las bellas perezosas se deciden a las dos a
existir.
Las tres.- Y conmigo la vida intensa, la
vida parlamentaria, las sesiones del Senado, del Congreso...
Las
cuatro.- Yo toco el
clarín y doy salida al astado bruto. En mí suenan cascabeles, relucen bordados
de oro, se agitan abanicos.
Las
cinco.- ¡Pobres
cursis! Yo soy miss five o’clock.
Las seis.- Sí, ponte moños... En España el five o’clock lo hemos convertido en six o’clock, y como en eso el
Gobierno no puede intervenir, la verdadera hora del té y de la murmuración soy
yo misma.
Las
siete.- Yo soy una
hora humanitaria. Ya nadie trabaja. ¡Al vermouth!
La escarola y las patatas guisadas esperan en su hogar a la gente laboriosa.
Las ocho.- Yo destapo la sopera de plata de
los ricos.
Las
nueve.- Si el género
humano tuviese cordura, yo reinaría sobre los durmientes.
Las diez.- ¡Pues y yo!
Las once.- Callad, charlatanas... El Año
Nuevo está a la puerta. Él traerá en sus manitas la reforma de costumbres, usos
y abusos.
Las doce (otra vez).- ¡Chist! ¡Ahí le
tenemos! ¡Ya viene!
(Por la inmensa puerta sale,
titubeando graciosamente, un chiquitín rubio, fresco. En el mismo umbral
tropieza y cae de bruces, llorando).
Las
horas (a una voz).-
¡Ay! ¡Igual que todos los años! ¡Ha tropezado en la misma piedra!
«La Ilustración Española
y Americana», Almanaque, 1910
1.005. Pardo Bazan (Emilia)
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