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martes, 18 de junio de 2013

Soroche

Oh Luna, oh Tierra, oh Tierra.
En el mundo todavía quedaban tierras vírgenes. Pero casi toda su extensión aparecía saturada de asfalto y plástico.
De oprimidos e infelices. Contados paseaban por los caminos de tierra, a no ser que se adentraran en los pueblos más lejanos.
En aquella época las gentes vivían tristes. Muy pocos conocían el amor.
Esta historia es cierta.
Nuestro achatado globo colgaba atrapado del hilo de araña.
El mundo se precipitaba al vació. La fina y pegajosa telilla rozaba ya el límite de elasticidad. Pero la naturaleza es sabia.
La araña volvió a tejer y con ella otras tantas buenas amigas que la ayudaron en tan arduo y meticuloso trabajo.
También existieron mujeres de renovados y sanos instintos que resurgieron, como despierta el dormido geranio cuando le llega el calor y el agua después de meses soñando. Naturales madres, hermanas y amantes. Mujeres de día, mujeres de noche. Nunca jamás se las honrará lo suficiente.
Esta historia es cierta.
Verdad como el día es luz.
De Oriente a Occidente se plagaba de almas insatisfechas. Nuevas religiones, hijas de los poderosos, arrastraban por su caudaloso río a millones de infelices nacidos allá lejos, en limpios, cristalinos y transpa-rentes manantiales.
Esta historia es cierta. Verdad como el día es luz y la noche tiniebla.
Todo estaba cuidadosamente estudiado por los privilegiados. Siempre aciertan la cuerda a mover, las marionetas bailaban al ritmo más conveniente. Unas laboraban de Sol a Sol, de Luna a Luna por un pedazo de pan. Otra en cambio, casi se ahogaban en sus pertenencias sin apenas sufrir. Y los artistas que desde la oscuridad marcaban el paso de todas se inyectaban cada noche la anhelada vacuna de la envidia.
Esta historia es cierta.
La rueda de la sociedad giraba y giraba pero sus radios se habían partido. Demasiada velocidad. Inseguro pavimento
Esta historia es cierta. Verdad como el día es luz.
Llegó el tiempo, en que los hombres miraban la estrella Polar y no la veían, seguían las cuatro que forman la Cruz del Sur sin convicción y recibían el Sol estéril de sombras.
Esta historia es cierta. Verdad como el día es luz y la noche tiniebla.
Solo las gentes sencillas conocían el paraíso de las mariposas. Los orgullosos contraían terribles males al recorrerlo. Ni las verdes, blancas, heladoras montañas les curaba. Tampoco los profundos, oscuros e incandescentes volcanes podían salvar a los enfermos por esa única y seductora travesía.

Desgraciadas gentes que llegan a la cumbre de días sin hablar con Platón, Campanela y Moro.
Cuerpos envenenados, mentes metálicas. Vidas muertas.
Oh Luna, oh Tierra, oh Tierra. ¿Harás otra vez brotar de tus entrañas hombres ricos, hombres pobres?

1.010. Mingo (Eusebius)

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