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lunes, 5 de agosto de 2013

Tábano versus león

Un tábano, mosquito, matabuey, moscarda, o como se le quiera llamar (porque en esto los historiadores graves no har llegado aún a los últimos ápices de la crítica textual) molestó, tal vez sin quererlo, a un león de mal genio que roncaba como tubo de órgano -en su antro, cierta tarde de un calor infernal. Esto acaecía en las proximidades del lago Tanganika.
-"¡Vete con mil demonios, estiércol del Congo!", rugió el rey de los animales; "¿no tienes bastante espacio en el Africa ecuatorial, insecto asqueroso, que has de venir precisamente aquí a molestarme con tus zumbidos y picaduras?".
-Al bicho, que se había posado en el techo de la caverna mirando con ojos de basilisco al enfurecido león, le ardió como cantárida la literatura estercoraria del soberano.
-"Hablara yo más comedido y más bien criado, respondió el tábano, si fuera que su majestad. ¿Usase en la corte ha­blar de esta suerte a los seres volantes, déspota! Comprendo que, al cabo, nadie es onza de oro para que a todos guste; no creo, sin embargo, que mi música y mi modo de alimentarme sean tan candenables: ¿olvidó acaso el monarca los zarpazos y salteamientos sin número que deben tolerar, junto con los feroces rugidos, gamos, antílopes y gacelas inocentes? ¡Me ha llamado estiércol de la tierra; pero sabe satanás qué cosas se hallarían en el alma de muchos que creen tenerla como los am­pos de nieve del Ruwenzori! ¡Voto a zambomba!"
-"¡Lárgate, excremento del mundo! Lleva tu música y tu bomba aspirante a los cerdos de Kibungu", rugió con más furor el soberano.
El otro le declaró la guerra. Y ¡entonces se armó allí la tremenda! Maldición va, improperio viene, el rey de los anima­les vióse forzado a oir el tábano que le decía tuteándolo des­pectivamente:
-"¿Piensas tú que los monarcas, los presidentes, los caci­ques, los comisarios del pueblo, me causan temor? Te juro que me tienen absolutamente sin cuidado todos ellos. Tú te crees imponente a mi lado, pero un toro lo es más que tú, y yo le, vuelvo loco cuando se me antoja...". Y de súbito toca a la carga: héroe y clarín al mismo tiempo.
Comienza por ganar altura, pues el león había abandonado su guarida, y da principio a sus evoluciones, esperando el mo­mento favorable para arremeter; le cae sobre la cara, pica y huye, ataca los flancos, hinca el aguijón en el lomo, le pincha la cola, sube y baja vertiginoso, le punza los morros... siem­pre clarineando con vigor.
El león ruge, echa espuma por la boca, despide rayos por los ojos, defiéndese como gato uñas arriba...
Vuelve a la carga el tábano y se le mete por las ventanas de la nariz. Entonces se hunde la tierra con los estornudos y rugidos del cuadrúpedo. Todo animal se acurruca temblando en su escondrijo; reina el terror doquiera. Y las cargas suceden a las cargas, sin que el clarín maldito enmudezca ni amaine.
Ya no es furor, es rabia demente, lo que domina a la bestia formidable: los zarpazos, las dentelladas que se propina en su intento de destruir el odioso insecto dejan medio desollado el león que castiga enfurecido sus costados, y azota el aire indife­rente can su rabo.
Y el tábano vuelve a las cargas repetidas, riéndose de ver el furor impotente de quien le había apodado tan groseramente. Salta el león, gira sobre sí mismo, ruge desesperadamente y, por fin, temblándole las piernas de fatiga, y viendo chiribitas delante de los ojos, cae al suelo como un tronco.
El clarín toca entonces la victoria, como había tocado la carga, y el tábano se retira del combate cubierto de gloria. Ufano emprende el vuelo para anunciar urbi et orbi la nunca oída victoria que eclipsaba las de Sesostris, Ciro y Alejandro. Cien metros más allá topa con una arañita emboscada que lo atrapa en su tela, lo vuelve y envuelve en cien hilos con pres­teza y, por último, teniéndolo fajado como una momia, lo suc­ciona.

"No hay enemigo chico", dice el refrán; y quien venció los mares puede ahogarse en un charco. Se han dado casos".

1.087. Deimiles (Ham) - 021


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