Un tábano, mosquito, matabuey, moscarda, o como se le
quiera llamar (porque en esto los historiadores graves no har llegado aún a los
últimos ápices de la crítica textual) molestó, tal vez sin quererlo, a un león
de mal genio que roncaba como tubo de órgano -en su antro, cierta tarde de un
calor infernal. Esto acaecía en las proximidades del lago Tanganika.
-"¡Vete con mil demonios, estiércol del
Congo!", rugió el rey de los animales; "¿no tienes bastante espacio
en el Africa ecuatorial, insecto asqueroso, que has de venir precisamente aquí
a molestarme con tus zumbidos y picaduras?".
-Al bicho, que se había posado en el techo de la
caverna mirando con ojos de basilisco al enfurecido león, le ardió como
cantárida la literatura estercoraria del soberano.
-"Hablara yo más comedido y más bien criado,
respondió el tábano, si fuera que su majestad. ¿Usase en la corte hablar de
esta suerte a los seres volantes, déspota! Comprendo que, al cabo, nadie es
onza de oro para que a todos guste; no creo, sin embargo, que mi música y mi
modo de alimentarme sean tan candenables: ¿olvidó acaso el monarca los zarpazos
y salteamientos sin número que deben tolerar, junto con los feroces rugidos,
gamos, antílopes y gacelas inocentes? ¡Me ha llamado estiércol de la tierra;
pero sabe satanás qué cosas se hallarían en el alma de muchos que creen tenerla
como los ampos de nieve del Ruwenzori! ¡Voto a zambomba!"
-"¡Lárgate, excremento del mundo! Lleva tu música
y tu bomba aspirante a los cerdos de Kibungu", rugió con más furor el
soberano.
El otro le declaró la guerra. Y ¡entonces se armó allí
la tremenda! Maldición va, improperio viene, el rey de los animales vióse
forzado a oir el tábano que le decía tuteándolo despectivamente:
-"¿Piensas tú que los monarcas, los presidentes,
los caciques, los comisarios del pueblo, me causan temor? Te juro que me
tienen absolutamente sin cuidado todos ellos. Tú te crees imponente a mi lado,
pero un toro lo es más que tú, y yo le, vuelvo loco cuando se me
antoja...". Y de súbito toca a la carga: héroe y clarín al mismo tiempo.
Comienza por ganar altura, pues el león había
abandonado su guarida, y da principio a sus evoluciones, esperando el momento
favorable para arremeter; le cae sobre la cara, pica y huye, ataca los flancos,
hinca el aguijón en el lomo, le pincha la cola, sube y baja vertiginoso, le
punza los morros... siempre clarineando con vigor.
El león ruge, echa espuma por la boca, despide rayos
por los ojos, defiéndese como gato uñas arriba...
Vuelve a la carga el tábano y se le mete por las
ventanas de la nariz. Entonces se hunde la tierra con los estornudos y rugidos
del cuadrúpedo. Todo animal se acurruca temblando en su escondrijo; reina el
terror doquiera. Y las cargas suceden a las cargas, sin que el clarín maldito
enmudezca ni amaine.
Ya no es furor, es rabia demente, lo que domina a la
bestia formidable: los zarpazos, las dentelladas que se propina en su intento
de destruir el odioso insecto dejan medio desollado el león que castiga
enfurecido sus costados, y azota el aire indiferente can su rabo.
Y el tábano vuelve a las cargas repetidas, riéndose de
ver el furor impotente de quien le había apodado tan groseramente. Salta el
león, gira sobre sí mismo, ruge desesperadamente y, por fin, temblándole las
piernas de fatiga, y viendo chiribitas delante de los ojos, cae al suelo como
un tronco.
El clarín toca entonces la victoria, como había tocado
la carga, y el tábano se retira del combate cubierto de gloria. Ufano emprende
el vuelo para anunciar urbi et orbi la nunca oída victoria que eclipsaba las de
Sesostris, Ciro y Alejandro. Cien metros más allá topa con una arañita
emboscada que lo atrapa en su tela, lo vuelve y envuelve en cien hilos con presteza
y, por último, teniéndolo fajado como una momia, lo succiona.
"No
hay enemigo chico", dice el refrán; y quien venció los mares puede
ahogarse en un charco. Se han dado casos".
1.087. Deimiles (Ham) - 021
No hay comentarios:
Publicar un comentario