En un humilde corralito de las cercanías de Hebrón,
vivían una cabra hermosa y su cabrito, más listo que una pulga. No era por él
por quien cantaban los chicos de la serranía:
"Mi
abuela tiene un cabrito,
Dice que lo
matará,
Del cuero
hará un tamborito
Lo que
suene... sonará".
Una mañanita fresca misia Manchada (que así se llamaba
por tener la piel negra, blanca y parda) estando por salir, llama a su retoño y
con voz grave:
-"Guárdate muy bien, le dice, de abrir a nadie,
mientras yo esté paciendo y ramoneando para prepararte el desayuno. Voy a
cerrar con el picaporte?".
"¿Y si viene algún pariente, mama?".
"¡A nadie abrirás, hijito, si no te da el santo,
la seña y la contra-seña!".
-"¿Cuáles son?".
-"El santo es Jacob,
la seña es mata, y la contraseña es
el chacal. Todos nuestros parientes
conocen y usan estas palabras. ¡Mucho cuidado, tesoro, y hasta luego!...
Hay cosas ciertas que tienen toda la apariencia de inverosímiles.
¿Quién le hubiera dicho a la
Manchada que sus palabras podían acarrearle la muerte a su
hijo? Así fué, sin embargo. En el preciso instante de pronunciar ella la frase
sacramental, un chacal de muchos meses mayor que el cabrito asomó el
puntiagudo hocico y paraba las orejas alcanzando a oír las misteriosas
palabras...
Rápido se agazapa tras del tunal o chumbera desde donde
observa cómo se aleja misia Cabra casi arrastrando las ubres. Cinco minutos
después se acerca a la puerta, golpea, y remedando el acento cabruno, dícele al
mamón con voz temblorosa: mata el
chacal.
Pero el cabrito había parado la oreja, al mismo tiempo
que bichaba por una rendija; ni la voz ni el pelaje del visitante le
convencían. Recordó entonces el dicho "zanca blanca" que corre entre
la gente cabrera, aludiendo a la rareza de tales patas entre lobos y chacales:
-"¡Muéstrame patita blanca, primo, le respondió,
si quieres que levante el picaporte!".
-"¡Caray!", pensó el ladrón, "me olvidé
del santo” Por eso desconfiaba el mocoso..." Y con voz más cabruna aún insistió:
-"Jacob mata el chacal" -¡Ni por esas! El
otro seguía bichando y pidiendo pata blanca. Temeroso, por fin, de ser
sorprendido por los pastores, se aleja el merodeador, comido de despecho y
saña.
"Una
seguridad puede fallar: dos protegen mejor. Cuando la vida está en juego, nada
se pierde multiplicando los seguros".
1.087. Deimiles (Ham) - 021
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