Rodeado de sus hijos a quienes había educado a la antigua,
es decir, como cristiano viejo, enseñándoles a amar a Dios, a tener el culto
del hogar y la ambición de servir á la patria, -no con discursos hueros y
costumbres fáciles que llevan a todas las bajezas y cobardías, sino con trabajo
varonil y grandeza de alma, hallábase en su lecho de muerte un vecino de
Pando. Tendió la mirada lejana y serena sobre los vástagos que le miraban
acongojados y por vez postrera, les repitió la copla que tan profunda verdad
encierra:
"De
los viejos que enterramos
Fué
sentencia singular
Que el
mundo hemos de dejar
Del modo
que lo hallamos".
Sin duda se hacía el buen anciano ilusión, como que
ignoraba la lepra que hoy corroe el mundo: la escuela sin Dios, el hogar sin
Dios, el parlamento sin Dios, el pueblo sin. Dios, atrayendo sin cesar, como
la cima el rayo, la ira de Dios. De haber conocido tan maldita peste, hubiera
sin duda suscrito la amarga estrofa de Quevedo y Villegas:
"Las
vueltas de los cielos
Todo lo
disminuyen: muy mejores
Fueron
nuestros abuelos
Que
nuestros padres: somos hoy peores:
De nosotros
se espera
Sucesión,
que en maldades nos prefiera".
Rodeado, pues, de sus hijos, sin testigos extraños,
díjoles:
-"Acordáos de Nabat que rehusó cederle y venderle
al rey Acab la heredad de sus antepasados, y guardáos de enajenar la propiedad
que nos legaron nuestros padres. Hay en ella un tesoro escondido de valor
inagotable. No me pidáis que os revele su escondite porque lo ignoro de veras.
¡Valor, hijos, que el trabajo porfiado todo lo vence! Conforme la siega haya
concluído, revolved la tierra, echad mano al pico, la pala y la azada, cavad
el campo, no dejéis un palmo de la heredad sin remover y pasarle la escardilla.
Con Dios quedad, hijos del alma...”.
Y el cristiano viejo, confortado con el Viático y la Extre ma Unción, entró en
posesión del bien merecido descanso que obtienen los que se mueren en el Señor.
Sus hijos, imitando a José, virrey del Egipto, cuando la muerte de Jacob, y sus
funerales en tierras de Canaán, le lloraron muchos días.
Entre tanto los meses de verano y de siega habían
pasado. Cumpliendo la voluntad del padre extinto, cada uno de los hijos sale al
campo a puntear la tierra, darla vuelta, rastrillarla, encauzar las aguas,
nivelar el terreno, todo con tal esmero y prolijidad que la cosecha del
siguiente año fué doblada. El cofrecillo del tesoro no asomó por ningún lado,
pero el dinero sonante y contante que les produjo la venta de los cereales,
hortalizas, legumbres, mimbres y estacas, les demostró que no hay tesoro más
seguro e inagotable que la tierra bien labrada, verdadero fundo que no puede
fallar.
"Tus
facultades son, niño o quier adolescente, y hombre maduro, el fundo que en sus
entrañas esconde un tesoro. Trabaja, tómate un poco de pena en los años de
aprendizaje, y verás cómo, en llegando la edad otoñal, tendrás cosechas indeficientes
de doradas mieses y sazonados frutos".
1.087. Deimiles (Ham) - 021
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