Erase una lauchita prudente y pizpireta que no las
tenía todas consigo cada vez que la necesidad la llevaba a salir de su
escondrijo. Se comprende: el Atila de los gatos. Raspaqueso le había echado el
ojo y la acechaba continuamente al paso; razón más que suficiente para temer
que sus postrimerías fuesen idénticas a las de Ratoncito, incrédulo a los
avisos de su pobre madre, y tan confiado en la supuesta bondad de aquel gato
asesino.
Un día, acurrucada en su nido, la laucha meditó sobre
su crítica situación y sacó en conclusión que lo más acertado era consultar a
un ratón, vecino suyo, persona muy formal, ladina y experimentada. Tal era, por
lo menos la opinión corriente en el mundo ratonil, en la prensa, en el foro y
aun en las esferas militares. No era en realidad más que un fátuo, de muy poca
sal en la mollera, y un palangana fanfarrón. Vivía este gran señor de
"cobra fama y échate dormir" en un lugar estratégico de la vasta
despensa donde se trataba a cuerpo de rey, con pedícuros y manicuros para toda
su familia, amén de tintoreros y rizadores permanentes para el pelo. No pasaba
día sin que refiriese alguna de las mil hazañas que había llevado a cabo contra
gatos y gatas en los buenos tiempos idos, riéndose a mandíbula batiente de las
estratagemas usadas para aplicar feroces mordiscos en las rosadas naricitas de
los gatitos dormidos que despertaban horrorizados, y se quedaban llorando a
moco tendido, con desesperación de las madres y gruñente furor de los gatazos
viejos,
-"¡Ah! ¡Qué años aquellos, voto a todos los
quesos de Holanda! ¿Quién nos devolverá los alegres y heroicos días de antaño?...
En esto golpea suavemente a la puerta la lauchita.
-"¡Adrento!" maya el valiente, atuzándose
los bigotes. La visitante expone en cuatro palabras la situación.
-"Señorita, el caso es grave" responde el
bravucón; "a fe mía, por más que hiciera, no lograría yo solo deslomar a
ese gato maldito con quien hemos experimentado ya un Waterloo en los tiempos de
su abuelo de usted Lauchón, de heroica memoria; pero, formando un regimiento
con los ratones de todo el vecindario, me comprometo a hacerla una tan sonada
que le llegue a la pepita del alma a ese bandido".
Lauchita se despidió, agradeciendo el pronto y eficaz
auxilio y, hecha profunda inclinación al magnate, sale del salón.
Llega entonces el valiente corriendo y soplando al
lugar donde una compañía de ratones se desayunaba a qué quieres boca con lo
mejorcito de la cantina y almacén del huésped. Con la peluza erizada, los ojos
en blanco y medio sofocado por la carrera, se tiende cabe la rueda de alegres
comensales.
"¿Qué es esto, capitán Ratón, qué le pasa?..."
pregunta uno de los presentes. ¡Hable de una vez!"
-"Hablaré, y brevemente, porque el caso no sufre
dilación: el maldito Raspa-queso acecha a Lauchita, debemos marchar, en su
auxilio, porque ese demonio de gato es un devastador de nuestro reino, y ya
columbro nuestro exterminio. Cuando se acaben las lauchas, las emprenderá con
los ratones, y ¡entonces sí que podremos lanzar, con más autenticidad que el Finis Poloniae! de Kosciusko, nuestro
fatídico Finis Ratonorum!
Todos los comensales reconocen lo grave de la
situación.
-"¡Razón tiene nuestro jefe! ¡Arriba, arriba! ¡Todo
el mundo a las armas!"
Uniformados y equipados, las mochilas repletas de
queso y otras bucólicas, afilados los dientes en viejos cueros curtidos, se va
a dar la orden de avanzar... cuando irrumpen en el campo de Marte las ratonas
con sendos pañuelos de hierbas llorando a lágrimas viva, y dando chillidos
capaces de partir en cuatro un adoquín. Pero nada conmueve ni detiene al
heroico regimiento, cuyo jefe, después de musitar a los comandantes de batallón
y de escuadrón las últimas instrucciones, da desde el frente un feroz chillido,
"¡Regimiento, adelante!" ganando inmediatamente la retaguardia para
animar a los bisoños (un pretexto como otro para escurrir el bulto). Cada ratón
jura defender a Lauchita o morir en la demanda; todos avanzan en formación
cerrada, alegres y decididos, entonando himnos guerreros, seguros de la
victoria.
Entretanto la desdichada Lauchita, llena la
imaginación con las promesas de capitán Ratón, se cree segura, va y viene,
entra y sale imprudentemente. Y héte aquí que, cabalmente un minuto antes que
desembocase la ratonesca expedición en el campo de batalla. Raspaqueso, que la
viera ir y venir, se pone al acecho y la pesca al paso clavándole los
puntiagudos dientes en el lomo. En este momento irrumpe el regimiento, avisado
ya por gastadores y batidores del grave suceso, y las primeras compañías y
patrullas avanzan decididas en defensa de la amiga prisionera y mal herida.
Pero Raspaqueso ni suelta la presa ni toca a retirada: ¡al contrario!
irguiendo la cabezota hirsuta y desafiante, apretando más los dientes y
gruñendo siniestra y ferozmente, sale al encuentro de la infantería y
caballería invasoras. El capitán Ratón, arengando a la retaguardia, sufre unn
patatús (real o simulado) y es llevado por los camilleros a lugar seguro. Los
otros jefes comprenden que la tropa, no avezada a tales reencuentros, hará
oídos de mercader a toda orden de atacar, invocan la razón de estado del
prudente Villadiego, y hacen tocar a retirada, ganando cada ratón su buraco, a
la carrera.
Así fué cómo la promesa de un fanfarrón le costó la
vida a Lauchita que pudo repetir, con mayor amargura si cabe, el refrán que el
Gamo enfermo repetía en su lecho de muerte, y que cela una tan triste verdad:
"De
mis amigos líbreme Dios; que de mis enemigos me libraré yo".
1.087. Deimiles (Ham) - 021
No hay comentarios:
Publicar un comentario