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lunes, 5 de agosto de 2013

El cazador bravucón

Erase un terrible perseguidor de animales que sembraba el terror en toda la comarca boscosa de Auvernia y sus serra­nías. A su lado, Tartarin de Tarascón era un pigmeo. Pero hubo alguien que lo desafió, robándole uno de los mejores perros de caza. ¡Válgame Dios! y ¿quién será aquel que buenamente pue­da contar ahora la rabia que entró en el corazón del nuestro Nemrod, viéndose sin el valiente dogo! No se diga más sino que fué de suerte que, armándose de punta en blanco, y llevando balas bastantes a acabar con todo un regimiento, se puso luego, luego en campaña, mascullando maldiciones y amenazando con­tra el que sospechaba que había trasegado a su panza el can.
-"Al osito ese lo hago yo papilla a balazos ¡voto al Monte Blanco! ¡Matarme y comerme el Hurán! ¡El mejor perro de mi jauría! Papilla lo hago ya a ese osito después de coserlo a puñaladas ¡cuerpo de un mamut!".
Y realmente daba miedo verlo cargado de hierro como un guerrero de la Edad Media, y lanzando llamas por los ojos in­yectadas de sangre.
El asunto se iba a liquidar en las pintorescas estribaciones de los volcanes apagados. Llega allí el bravucón y, tendiendo la mirada a la redonda, columbra un pastor de ovejas en las proximidades de un cañadón; a grandes zancadas, y haciendo resonar con reciedumbre toda la ferretería que carga, allégase al zagal:
-"Indícame, rústico pastor, dónde se guarece el oso que me ha robado el mejor perro de caza que crió Auvernia. ¡Lo voy hacer hervir a balazos, y su piel hecha, criba servirá de alfombra a la perrera!".
Miróle asombrado el pastorcico, pues nunca había visto tanta arma y, tendiendo el brazo, respondió:
-"Hacia esa montaña es adonde se retira el oso. Para mí es persona muy tratable; por sólo entregarle mensual­mente una res, déjame ir y venir a mi arbitrio con el ganado en el monte y en el llano, y hasta me defiende de los lobos; así que mi vida es muy descansada".
-"¡Más descansada va a ser la de ese plantigrado ladrón de perros y de colmenas,, porque tan cierto como me llamo Jac­ques Le Tas le ha llegado su R. I. P. o, como dicen en América su Q. E. P. D.".
-"¡No. le entiendo, señor cazador!".
-"¡Pues, pronto entenderás!", replicó enarbolando el ar­ma de fuego y blandiendo el enorme cuchillo de caza, "porque ahora mismo lo busco, lo encuentro y lo mando al otro mundo, como me llamo Le Tás!"
Mientras se pronunciaban las anteriores frases, el oso, que oteaba sus dominios desde la cueva, y había visto al extraño pastor tan cargado de hierro, bajó al cañadón, y se venía con un trotecito acelerado al grupo.
Verlo venir el bravucón, arrojar sus armas y toda la im­pedimenta, echar a correr como un galgo, encomendándose a Mandinga, fué cosa de un instante.

"El verdadero valor se muestra en el peligro presente, que es su piedra de toque: hablando, todos somos héroes, en la práctica y viendo la muerte al ojo, preferimos la retirada es­tratégica".

1.087. Deimiles (Ham) - 021

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