En las regiones pintorescas que cruza y fertiliza el
Indo, entre Cachemira y Kelab, vivía en la época de Alejandro Magno, o tal vez
en la de Saladino de Alepo (que en este punto están muy en desacuerdo los datos
históricos, como que existe una laguna, o mejor dicho un mar de diecisiete
siglos) un Leopardo que vió aumentar extraordinariamente su ganado caballar,
vacuno, lanar, y aun forestal, merced a una ley morrocotuda que disponía cómo
el extranjero muerto en tierras del sultán, dejaba sus bienes al monarca, como
ahora se los deja, extranjero o no extranjero, al Consejo, el que se descuida
en redactar su testamento antes de liar los petates.
Ahora bien, sucedió que estando el Leopardo en el
apogeo de su gloria y poder, nació un león en el vecino bosque. Por fortuna,
vino al mundo del tamaño de un gato: que si llega a venir del tamaño de un buey
¡pobres de nosotros! digo, del Leopardo y su ganado. Naturalmente el sultán
envió regalos al recién nacido, y la
Leona los retribuyó, como se estila entre las gentes.
Pocos días después su majestad leopárdica llama a su
gran Visir, Zorrogeta, ascendiente por línea recta de Morisqueta, trágicamente
muerto en una simulada peregrinación a Santiago de,Compostela con el gato
Aruñon; de Candileja, que fué por lana y volvió trasquilado por Cocoroquito; de
Zorra-pastro, que le sopló el queso al Chimango; y de Rondador, que asoló el
coral y gallinero de don Toribio Cascarrabias.
Este gran Visir, pues, Zorrogeta, persona muy astuta,
muy calada en política y antiguo aventurero en tierras persianas, manifestó a
su señor el Leopardo que abrigaba ciertos temores con el nacimiento del
leoncito.
"¿De qué temes ¡voto a mil gacelas!" himpló
el Leopardo. "Ese desdichado leoncillo está aún en pañales; su padre ha
muerto, realizando la mejor obra de su vida; ¿qué diablos quieres que haga?
Más merece lástima que otra cosa, y la sucesión harto hará con poner en cobro
lo que posee, sin soñar en nuevas conquistas, créeme".
Pero Zorrogeta, con permiso de su majestad, bamboleaba
la cabeza, sin darse por persuadido, y permanecía tan preociupado como antes.
-"¿Qué dice el gran Visir? ¿Ha perdido el habla,
o reconoce que el leoncillo no merece un minuto de atención?"
-"En verdad, sire, no me mueven a lástima
huerfanitos semejantes", respondió el primer ministro. "No veo otra
alternativa a su respecto: o conservar y aumentar la amistad con el león
cachorro, o acabar con él antes que las zarpas y los colmillos le hayan
crecido..."
-"Tú no debes de estar bien de salud, Zorrogeta;
algo tienes en los hipocondrios; te encuentro melancólico, pesimista, ¡por mi
madre Pantera!"
-"Digo a su majestad, replicó el zorro, que no
hay tiempo que perder: o hacerse gran amigo del cachorro, o poner fin a sus
días. Un astrólogo pariente me ha dicho que, por la posición de las estrellas y
de los planetas, este leoncito será un indoriable guerrero, pero, al mismo
tiempo, el león de la tierra más fiel a sus amigos. Decida su majestad".
Pero el Leopardo no hizo más caso de la arenga que de
las nubes de antaño, y recomendó al primer ministro que consultase al médico
de la corte, Simiogaleno; no fuera que algún morbo latente le jugase una mala
partida. Zorrogeta se sonrió con amargura, pero no dejó de inclinarse
profundamente ante el monarca, y barrer con el escobilludo rabo el suelo, como
de costumbre, trayendo irremediablemente a la memoria de los testigos el
epígrama que reza:
"Aquí
yace un cortesano
Que se
quebró la cintura
Un día de
besamanos".
Las cosas prosiguieron así un buen espacio de tiempo;
en los estados del Leopardo, como en los del Lobo, del Chacal y de la Hiena , nadie se acordaba del
leoncito, y los hombres ignoraban aún su existencia en aquel bosque. Sin
embargo, ya estaba talludito, y la madre lo sacaba a hacer ejercicios físicos
cada mañana cuando los animales domésticos salen a ramonear las plantas o pacer
las hierbas, y al crepúsculo cuando empiezan a asomar por la boca de sus
guaridas las bestias silvestres disponiéndose a salir de caza nocturna.
Era de ver entonces cómo el león recluta de un sopapo
que alumbraba a un cabro lo tendía tieso en la tierra, de un mordisco le
confiscaba una anca a un lobo, y de un rugido hacía desmayar un gamo. La madre
le daba buenos consejos y masajes científicos, preparándolo para la caza
mayor, caballares, ciervos, búfalos o yacks:
-"Hasta aquí, hijito, has cazado como por juego.
Ahora tendrás que hacer ejercicios más serios: saltar obstáculos, dar saltos en
altura con caída horizuntal sobre la presa, afianzamiento paulatino de las quijadas
hasta darles una fuerza capaz de quebrar cogotes de toro". Y uniendo el
ejemplo a la palabra, la Leona ,
que aun era temible por su fuerza y agilidad, realizaba diversos ejercicios en
el bosque, insistiendo, sobre todo, en el sumo cuidado con que se debía
calcular la distancia del enemigo, el grado de tensión de los músculos para el
salto, y el ojo clínico para caer exactamente sobre los lomos del bisonte:
-"Porque te advierto, hijito, que con estos
bichos no se juega: si el salto, las zarpas y las quijadas te fallan... ¡buenas
noches! Se da vuelta el vacuno bramando y te atraca tales dos cornadas que te
pone patas arriba "pa in sécula sinfinito". (Por este final de frase,
sospechan los filósofos, no sin fundamento, que la susodicha leona debió pertenecer
algún tiempo al Circo Romano de Palmira).
El león talludito se bebía, como quien dice, las
maternales lecciones, y daba a menudo unos rugiditos de aprobación que hacían
parar las orejas de los hombres y los animales mil metros a la redonda. No despertaban,
sin embargo, ni unos ni otros, acostumbrados a una paz octaviana por la larga
enfermedad y la muerte del león padre.
De ese modo pasaron dos años. El leoncito se convirtió
en un soberbio león de avasalladora majestad y formidable poder, cuyo sólo
retrato le hubiera hecho mojar los lienzos a Tartarín de Tarascón, y aun a Don
Quijote.
Una mañana la leona, que ya no abandonaba su guarida
por los achaques de la edad, llamó a su hijo:
-"Hoy cumple el segundo aniversario de la muerte
de tu padre, díjole, y un mal hombre a quien nunca había atacado es responsable
de esa muerte por el flechazo envenenado que le asestó. Tú no te metas con él,
a menos que te veas en la necesidad forzosa de defenderte, pero aplícale
inexorablemente el artículo 16 de la Sociedad Leonina
referente a las sanciones: oveja, cabra, ciervo, caballo, ternero de ese mal
hombre que se te ponga al alcance ¡duro con él! También tengo mis quejas de
nuestros solapados vecinos Leopardo, Lobo, Chacal, Hiena y otros que se hacen
los "merlos" y nos roban casi todo el matalotaje y la bucólica. Así
que, hijo: intelligenti pauca, como decían mis antiguos amos: "a buen
entendedor, pocas palabras..."
-"¡Demasiado has hablado, madre querida!"
rugió el retoño soberbio, "y yo hago ahora juramento por la Historia de los Animales de Aristóteles, donde
más largamente se contiene, que vengaré la muerte de mi padre, retribuyendo
con las setenas todo el bien que a él y a ti y a mí nos han infligido".
Esa misma noche anduvo el León haciendo tales proezas
que el somaten, el rebato o campaneo puso en alarma bosques y aldeas.
Con gran urgencia llamó el Leopardo a su primer
ministro. Llega el gran Visir a palacio y, respondiendo a la consulta del Consejo,
responde como en un reproche:
-"¿Qué significa todo este ruido? ¿Por qué
irritáis y enfurecéis así al León? ¡Ya pasó sin remedio el tiempo en que se le
podía dominar a poca costa! Por otra parte ¿a qué responde esa concentración de
carnívoros tragones que vienen, diz, en nuestra ayuda? Tales tropas auxiliares
nos asolarán al país y el León, por su valor invencible, fuerza y vigilancia,
se reirá de todas ellas. Dejaos de tocar a rebato, no alistéis neciamente lobos
y chacales, cuando las mismas panteras y los tigres de Bengala rehusarían el
combate. ¡Dad al León su tributo! Si no le basta una res por día, dadle dos; si
no le agrada la carne de oveja, dádsela de buey. ¡Pero pagad el tributo al rey
de la selva, porque sólo así podréis salvar la hacienda!..."
Esta arenga por poco le cuesta a Zorrogeta un proceso,
pues no faltó quien insinuase que tales razonamientos olían a alta traición.
-Por su parte, el León consciente de su poderío y
rancia nobleza, proseguía la campaña de tal manera que todos los estados
vecinos salieron perjudicados y tuvieron, finalmente, que acatar, mal de su
grado, la hegemonía del León cuya amistad habían desdeñado.
"No
hay enemigo chico. ¡Qué será si es un León! No es que debamos doblegar el alma
ante la tiranía: los mártires vencieron muriendo. Pero CUIQUE SUUM, "a
cada cual lo suyo": la autoridad, el poder, la jerarquía tienen sus
derechos inalienables, por antipáticos que nos sean, y los nuestros concluyen
donde comienzan los suyos. Así que, o comerse el leoncito, o respetar el león y
hacerse su amigo".
1.087. Deimiles (Ham) - 021
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