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lunes, 5 de agosto de 2013

Batalla de la liebre

El desastre sufrido en la granja por Toribio Cascarrabias el día de su cumpleaños, por obra del zorro Rondador, culpa del mismo Toribio, y pesado sueño del can Cómodo que se en­gulló medio pan empapado en vino generoso, según ya vimos, fué seguido algunos meses más tarde por otra catástrofe cuya responsabilidad debe caqr totalmente en el Cascarrabias. El cual poseía en los aledaños del villorrio irna bien provista casa­jardín, quinta y huerta que cultivaba con paternal amor.
Ahora bien (y considérese aquí la fragilidad de las cosas humanas), así como en la granja un zorro maldecido fué la desesperación y la hipoteca de Toribio, así en la casa-jardín, una liebre (¿quien lo hubiese jamás sospechado?) iba a ser la ocasión de un cataclismo realmente increíble, a no constar por documentos históricos irrefragables. Y una vez más se cum­plió, como va a verse, la fatídica amenaza envuelta en el re­frán: Quien bien tiene y mal escoge, por mal que le venga no se enoje.
Don Toribio era amante de la jardinería y del arte de las legumbres y las hortalizas, sin olvidar, por el contrario recor­dando mucho, el cultivo de los árboles: las diez hectáreas que rodeaban su casa-quinta eran un verdadero oasis de verdura y de flores. La cerca, toda de ligustrino, zarzas y pitas, con un árbol paraíso de diez en diez metros, formaba un seto vivo que ceñía la propiedad de todo su perímetro. En el interior, otros cercos no menos verdes separaban la tierra poblada de fruta­les, la huerta y el jardín, que eran una bendición de belleza con sus perales, duraznos, ciruelos y damascos en flór, sus cante­ros de lechuga y escarola, cebollines y arvejas trepadoras, sus jazmines y violetas, rosas y alhelies, pensamientos y jacintos, lilas y camelias. Con decir que el Cascarrabias se refugiaba en esta miniatura de Edén para aliviarse de los berrinches que le producía la granja, queda puesta en su punto la valía de la rústica mansión.
No era que el hombre fuese una víctima de la jetta (que no existe) pero como si lo fuese; porque le sucedían cosas que a nadie le acaecieron jamás. Una liebre fantasma dió en la flor de venirse dos, cuando no tres veces por día, a la huerta y al jardín de Toribio para sacarse la tripa de mal año, como vulgarmente se dice, con lo mejorcito del ejido y parque. Al atarugado dueño se lo llevaban mil diablos cada vez que com­probaba algún nuevo desmán del lepórido socarrón que se mo­faba de perros y trampas. El hombre acabó por ponerse hipo­condríaco y un día, ante el cantero de dalias arado y talado li­teralmente por el Fantasma, echó mano a su guitarra y, a gui­sa de oración fúnebre, cantó con desgarradora voz:

"Cada vez que veo el cangrejo
Me pongo a considerar
Que se parece a mi dicha
Que camina para atrás..."

Echóse luego la guitarra al hombro y se marchó a casa del "caudillo" para exponerle el misterioso caso.
-"¡Ya no puedo más, cuartajo! Ese maldito animal me va a dejar hecho un erial mi huerta y mi jardín ¡cascajo! No hay lazo ni trampal que lo pesque; no existen para él ni cercos ni estacadas, ni galgos ni sabuesos. Yo sospecho que es brujo ¡canejo!"
-"¿Brujo? ¡Lo quiero ver!" rugió el caudillo; y por mi­lésima vez le espetó una rebanada de romance antiguo que se había aprendido de coro para los momentos en que quemaban las papas ante las grescas. escarapullas y batifondos electora­les:

"No queremos ser tenidos,
Ni queremos ser honrados,
Ni rey de nós faga cuenta,
Ni conde nos ponga al lado,
Si a los primeros encuentros.
No lo hemos derribado,
Y siquiera salgan tres
Y siquiera salgan cuatro
Y siquiera salgan cinco
Salga siquiera el diablo
..... ..... ..... ..... ..... ..... “

"Sí, amigo Toribio, aunque esa liebre sea el mismo Man­dínga, y tenga más vueltas que cuerno de marrueco, mi galgo Relámpago lo atrapará en un santiamén, en un periquete, en menos tiempo que canta un gallo icarape! Yo lo libraré de ese fantasma, don Toribio, pierda cuidado".
-¡"Bueno, pardiez! pero ¿cuándo?"
"¿Cuándo? Mañana mismo".
Perfectamente de acuerdo sobre el caso, jardinero y cau­dillo se despiden hasta el siguiente día. Este se presentó fresco y despejado. El valiente Nemrod vino acompañado de un es­cuadrón. Sáleles al encuentro don Toribio, y los hombres de acción del partido con armas, trompa, cuernos, y perros atrai­llados, irrumpen en las tierras del Cascarrabias. Mientras lle­ga el momento de dar caza al fantasma herbivoro y roedor, unos van por leña a los frutales, otros atrapan algún borrego, algún gorrino; el fuego crepita, los asadores salen a relucir, las botas de vino corren a la redonda y los cazadores toman sucesivamente la puntería al cielo empinando el codo, se despa­chan varias bolsas de pan y una arroba de queso. Otros han invadido la cocina; allí están colgados los orondos jamones, los salamines, las longanizas en sarta.
-"¡Caráfita, qué jamones!" esclama el caudillo, "¿de cuándo son? ¿Sabe, don Toribio, que presentan muy bien?"
-"¡Son suyos, quiero decir, son para usted, mi bueno y grande amigo!" responde halagado el Cascarrabias.
"¿De veras?" replica el Nemrod pasando la mano sobre el más imponente, "¡los acepto, y con hondo agradecimiento, don Toribio".
Los demás de la guardia se despachan y sirven con el cu­charón, naturalmente, haciendo cata y cala de cuanto embuti­do aparece.
Acabado el pantagruélico desayuno en todos los frentes, el corno llama a formación; en el jardín, en la huerta, en la quinta, todo es movimiento, relinchos de caballos, voces de mando, clangor de trompas, bocinas y cuernos, ladridos desa­forados; óyense lechones que guañan, gansos que graznan y co­nejos que chillan, hieren el oído cacareos, pío-píos y quiqui­riqueos y, dominándolo todo, los estentóreos rebuznos del asno.
No las tienen todas consigo don Toribio, porque el bati­fondo, aquelarre y catacumba es como para cortarle el resuello a un rinoceronte, no que a una liebre, y porque yu columbra cual será el desarrollo y desenlace de la feroz batalla contem­plandn como los preludios le han puesto la huerta como arada por obuses. ¡Adiós hortalizas y legumbres, canteros y bancales de achicoria y perejil, de espárragos y alguaciles! ¡Adiós bata­tas y cebollines, arvejas, porros y zanahorias!
-"¿Y la liebre?"
-La liebre estaba agazapada so un monumental repollo: los sa,buesos la rastrean y levantan, los dogos y galgos empren­den la persecución, y todo el escuadrón detrás. El aterrado bi­cho pasa por un agujero al jardín, por una gatera salta a la quinta, de la quinta sale volando por otro orificio de la cerca ligústrina. El caudillo brama dando órdenes que retrasmite el sub-jefe y repiten los demás Nemrodes; el seto del jardín que­daba, abierto con una brecha de veinte metros por donde irrum­pe la caballería tras el fantasma, dejando aquella hermosa al­fombra de flores convertida en un muladar; la cerca exterior, a su vez, es derribada por trechos, dando salida a los distintos grunos de forajidos, digo de cazadores, en persecución del bru­jo lenórido a través campos y cañadas.
En vano intentó el Cascarrabias dirigir la batalla para sal­var sus lotes verdeantes: se le dejaba decir y vociferar, y la maniobra envolvente de hombres, perros y caballos prosiguió con tan matemática exactitud que, en menos de una hora, el malón de monteros había hecho más destrozos en el predio de don Toribio que el que pudiera realizar en diez años todas las liebres, vizcachas y comadrejas de la provincia.
"Hubiérase atenido al refrán que dice: de mis amigos lí­breme Dios, que de mis enemigos me libraré yo, y otro gallo le cantara a Toribio".

1.087. Deimiles (Ham) - 021

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