El desastre sufrido en la granja por Toribio
Cascarrabias el día de su cumpleaños, por obra del zorro Rondador, culpa del
mismo Toribio, y pesado sueño del can Cómodo que se engulló medio pan empapado
en vino generoso, según ya vimos, fué seguido algunos meses más tarde por otra
catástrofe cuya responsabilidad debe caqr totalmente en el Cascarrabias. El
cual poseía en los aledaños del villorrio irna bien provista casajardín,
quinta y huerta que cultivaba con paternal amor.
Ahora bien (y considérese aquí la fragilidad de las
cosas humanas), así como en la granja un zorro maldecido fué la desesperación y
la hipoteca de Toribio, así en la casa-jardín, una liebre (¿quien lo hubiese
jamás sospechado?) iba a ser la ocasión de un cataclismo realmente increíble, a
no constar por documentos históricos irrefragables. Y una vez más se cumplió,
como va a verse, la fatídica amenaza envuelta en el refrán: Quien bien tiene y
mal escoge, por mal que le venga no se enoje.
Don Toribio era amante de la jardinería y del arte de
las legumbres y las hortalizas, sin olvidar, por el contrario recordando
mucho, el cultivo de los árboles: las diez hectáreas que rodeaban su
casa-quinta eran un verdadero oasis de verdura y de flores. La cerca, toda de
ligustrino, zarzas y pitas, con un árbol paraíso de diez en diez metros,
formaba un seto vivo que ceñía la propiedad de todo su perímetro. En el
interior, otros cercos no menos verdes separaban la tierra poblada de frutales,
la huerta y el jardín, que eran una bendición de belleza con sus perales,
duraznos, ciruelos y damascos en flór, sus canteros de lechuga y escarola, cebollines
y arvejas trepadoras, sus jazmines y violetas, rosas y alhelies, pensamientos y
jacintos, lilas y camelias. Con decir que el Cascarrabias se refugiaba en esta
miniatura de Edén para aliviarse de los berrinches que le producía la granja,
queda puesta en su punto la valía de la rústica mansión.
No era que el hombre fuese una víctima de la jetta (que no existe) pero como si lo
fuese; porque le sucedían cosas que a nadie le acaecieron jamás. Una liebre
fantasma dió en la flor de venirse dos, cuando no tres veces por día, a la
huerta y al jardín de Toribio para sacarse la tripa de mal año, como
vulgarmente se dice, con lo mejorcito del ejido y parque. Al atarugado dueño se
lo llevaban mil diablos cada vez que comprobaba algún nuevo desmán del
lepórido socarrón que se mofaba de perros y trampas. El hombre acabó por
ponerse hipocondríaco y un día, ante el cantero de dalias arado y talado literalmente
por el Fantasma, echó mano a su guitarra y, a guisa de oración fúnebre, cantó
con desgarradora voz:
"Cada
vez que veo el cangrejo
Me pongo a
considerar
Que se
parece a mi dicha
Que camina
para atrás..."
Echóse luego la guitarra al hombro y se marchó a casa del
"caudillo" para exponerle el misterioso caso.
-"¡Ya no puedo más, cuartajo! Ese maldito animal
me va a dejar hecho un erial mi huerta y mi jardín ¡cascajo! No hay lazo ni
trampal que lo pesque; no existen para él ni cercos ni estacadas, ni galgos ni
sabuesos. Yo sospecho que es brujo ¡canejo!"
-"¿Brujo? ¡Lo quiero ver!" rugió el
caudillo; y por milésima vez le espetó una rebanada de romance antiguo que se
había aprendido de coro para los momentos en que quemaban las papas ante las
grescas. escarapullas y batifondos electorales:
"No
queremos ser tenidos,
Ni queremos
ser honrados,
Ni rey de
nós faga cuenta,
Ni conde
nos ponga al lado,
Si a los
primeros encuentros.
No lo hemos
derribado,
Y siquiera
salgan tres
Y siquiera
salgan cuatro
Y siquiera
salgan cinco
Salga
siquiera el diablo
..... .....
..... ..... ..... ..... “
"Sí, amigo Toribio, aunque esa liebre sea el
mismo Mandínga, y tenga más vueltas que cuerno de marrueco, mi galgo Relámpago
lo atrapará en un santiamén, en un periquete, en menos tiempo que canta un
gallo icarape! Yo lo libraré de ese fantasma, don Toribio, pierda
cuidado".
-¡"Bueno, pardiez! pero ¿cuándo?"
"¿Cuándo? Mañana mismo".
Perfectamente de acuerdo sobre el caso, jardinero y
caudillo se despiden hasta el siguiente día. Este se presentó fresco y
despejado. El valiente Nemrod vino acompañado de un escuadrón. Sáleles al
encuentro don Toribio, y los hombres de acción del partido con armas, trompa,
cuernos, y perros atraillados, irrumpen en las tierras del Cascarrabias.
Mientras llega el momento de dar caza al fantasma herbivoro y roedor, unos van
por leña a los frutales, otros atrapan algún borrego, algún gorrino; el fuego
crepita, los asadores salen a relucir, las botas de vino corren a la redonda y
los cazadores toman sucesivamente la puntería al cielo empinando el codo, se
despachan varias bolsas de pan y una arroba de queso. Otros han invadido la
cocina; allí están colgados los orondos jamones, los salamines, las longanizas
en sarta.
-"¡Caráfita, qué jamones!" esclama el
caudillo, "¿de cuándo son? ¿Sabe, don Toribio, que presentan muy
bien?"
-"¡Son suyos, quiero decir, son para usted, mi
bueno y grande amigo!" responde halagado el Cascarrabias.
"¿De veras?" replica el Nemrod pasando la
mano sobre el más imponente, "¡los acepto, y con hondo agradecimiento, don
Toribio".
Los demás de la guardia se despachan y sirven con el
cucharón, naturalmente, haciendo cata y cala de cuanto embutido aparece.
Acabado el pantagruélico desayuno en todos los
frentes, el corno llama a formación; en el jardín, en la huerta, en la quinta,
todo es movimiento, relinchos de caballos, voces de mando, clangor de trompas,
bocinas y cuernos, ladridos desaforados; óyense lechones que guañan, gansos
que graznan y conejos que chillan, hieren el oído cacareos, pío-píos y quiquiriqueos
y, dominándolo todo, los estentóreos rebuznos del asno.
No las tienen todas consigo don Toribio, porque el
batifondo, aquelarre y catacumba es como para cortarle el resuello a un
rinoceronte, no que a una liebre, y porque yu columbra cual será el desarrollo
y desenlace de la feroz batalla contemplandn como los preludios le han puesto
la huerta como arada por obuses. ¡Adiós hortalizas y legumbres, canteros y
bancales de achicoria y perejil, de espárragos y alguaciles! ¡Adiós batatas y
cebollines, arvejas, porros y zanahorias!
-"¿Y la liebre?"
-La liebre estaba agazapada so un monumental repollo:
los sa,buesos la rastrean y levantan, los dogos y galgos emprenden la
persecución, y todo el escuadrón detrás. El aterrado bicho pasa por un agujero
al jardín, por una gatera salta a la quinta, de la quinta sale volando por otro
orificio de la cerca ligústrina. El caudillo brama dando órdenes que retrasmite
el sub-jefe y repiten los demás Nemrodes; el seto del jardín quedaba, abierto
con una brecha de veinte metros por donde irrumpe la caballería tras el
fantasma, dejando aquella hermosa alfombra de flores convertida en un muladar;
la cerca exterior, a su vez, es derribada por trechos, dando salida a los
distintos grunos de forajidos, digo de cazadores, en persecución del brujo
lenórido a través campos y cañadas.
En vano intentó el Cascarrabias dirigir la batalla
para salvar sus lotes verdeantes: se le dejaba decir y vociferar, y la
maniobra envolvente de hombres, perros y caballos prosiguió con tan matemática
exactitud que, en menos de una hora, el malón de monteros había hecho más
destrozos en el predio de don Toribio que el que pudiera realizar en diez años
todas las liebres, vizcachas y comadrejas de la provincia.
"Hubiérase
atenido al refrán que dice: de mis amigos líbreme Dios, que de mis
enemigos me libraré yo, y otro gallo le
cantara a Toribio".
1.087. Deimiles (Ham) - 021
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