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lunes, 5 de agosto de 2013

El lechero al-hajá

Allá por los años en que Jezabel le robó la viña a Nabot, haciéndolo antes asesinar mediante un falso testimonio graví­simo, íbase muy pensativo a la feria de Damasco cierto lechero de una aldea vecina de la capital. Como aun no habían inven­tado (que yo sepa) los tarros de latón que todavía hoy se estilan -gemelos, o mejor dicho, hermanos siameses de los vas­cos por lo inseparables- el tambero aquel llevaba el blanco y dulce sustento en una tinaja que, si no podía competir en grandeza con las tobosanas que vió el Triste Figura en casa del Caballero del Verde Gabán, llevaban su buen con qué de sabrosa leche. Dice, en efecto, la historia:
"Halló Don Quijote ser la casa de don Diego de Miranda, hecha como de aldea: las armas, empero, aunque de piedra tos-ca; encima de la puerta de la calle; la bodega en el patio, la cueva en el portal, y muchas tinajas a la redonda, que, por ser del Toboso, le renovaron las memorias de su encantada y transformada Dulcinea; y sospirando y sin mirar lo que decía ni delante de quien estaba, dijo:

"¡Oh dulces prendas, por mi mal halladas
Dulces y alegres cuando Dios quería!".

"¡Oh tobonescas tinajas, que me habéis traído a la memo­ria la dulce prenda, causa de mi mayor amargura!".
Nuestro lechero, pues, Al Hajá, asaz pobremente vestido can sus zaragüelles remendados, turbante o cosa parecida con bastante mugre, los pies descalzos (no desnudos), la blusa he­cha un guiñapo, ibase por una quebrada a la capital de Siria, echando cuentas y haciendo castillos en el aire.
-"Con lo que me paguen por estos treinta litros de leche, me compro tres docenas de huevos de gallina, y dos de pavas, gansas y patas, los empollo con las cluecas que tengo en casa, y en pocas semanas tengo el corralito de mi rancho poblado de pollitos, patitos, gansitos y pavitos que con sus pío-píos, glu­gluteos, graznidos y tierno parpar "te me hacen"; un coro filarmónico que ni los de Astarté y Baal-Moloch. De eso res­pondo yo, porque para cuidar pichoncitos de pájaros y de aves de corral, como para alimentar cachorros de canes, panteras y ehgcales, me pinto solo ¡voto a Baal-Zebú !¿Que me los pilla­rán? ¿Que vendrá el zorro, cuando yo duerma, con la coma­dreja y la zarigüeya a sacarse la tripa de mal año con mis pi­chones? ¡Los quiero ver, por Istar! Un punto más que el dia­blo tendrán que saber para no dejarme el doble de lo suficiente con que comprarme un buen lechón. A este morrocotudo ciuda­dano, puesto bajo la protección de Baal, lo alimento yo con el salvado y afrechillo y, en contados meses lo convierto en un hipopótamo del Nilo..."
Aquí Al Hajá se detuvo un minuto, mientras vagaba una ancha sonrisa de satisfacción por su curtido y bronceado ros­tro; depuso la tinaja a la sombra de un cedro y se tendió al nie del árbol hermoso, apoyando en ambas manos su cabezota. La naciente mañana era una sinfonía de cambiante luz y mati­zados colores, de gorjeos y suaves silbos de los mil pintados pajarillos que en los árboles y las zarzas del cañadón daban la en­horabuena al nuevo día y saludaban la fresca y rosada aurora que se despedía, descubriendo por momentos la hermosura de su rostro y vertiendo de su dorada cabellera infinitas perlas, dia­mantes y rubíes para engarzarlos en las flores y las hierbas, bajo los fuegos del sol que ya subía en Oriente. Los sauces y los fruta­les de diverso género destilaban ambrosía para la diligente abe­beja; los semblantes plateados de las fuentes reían amorosa­mente; murmuraba el manso arroyuelo, triscaba y cantaba el agua del torrente; la vecina selva iniciaba la matinal armonía del céfiro en la enramada alegre; a la vera del camino las laderas de la sierra, y más en el llano la pradera verde, miraban el firmamento con los mil polícromos ojillos de sus flores...
El paso de un pastor que guiaba sus cabras, volvió a Al­Hajá en sí, recordán-dole la feria. Púsose en marcha con su tina­ja sobre el hombro, y reanudó su monólogo:
-"Cuando lo compré, el lechón era no más que regular­cito... ¡Había que verlo tres meses más tarde! ¿Y cuándo lo vendí? Todos se hacían lengua de mi cerdo; uno ponía por las nubes los jamones, otro abría más ojos que un queso palpando el lomo filete, éste se pasmaba viendo el pecho monumental, aquel sostenía que jamás había visto unas costillas y lomo como aquellos, tal hubo que babeaba de gusto sobando la espaldilla y el morrillo, y cual que juraba no haber contemplado en su "perra vida" una papada y jamoncillo como el de mi puerco... Pues ¿y los chicos? Me volvían loco con sus gritos ante tama­ñas orejas y hocico tan estupendo...
"Pues, señor, que vendo el gran gorrino, y con el producto me gano una vaquilla con su ternerillo, que no hay más que pedir; visto a mi mujer y a mis hijos con lo mejorcito de los bazares de Damasco, me hago elegir concejal y; a ver quién me chista, voto a todos los Baalim!
"Entre tanto, el ternerito va creciendo como la espuma en mi corral, y un buen día, viendo pasar otros becerros que tris­cxn y retozan como locos, pega tal brinco que "te me salta el palenque..."
-Y aquí Al Hajá, totalmente señoreado por la vis imagi­nativa, pega un salto que ni el de una pulga, escapándosele la tinaja o cánttara que se estrella contra el pedregoso camino. Allí se absorben en pocos minutos pollos, gansitos, pavos y pa­titos, lechón, hipopótamo, vaca y ternero, sin contar las telas damasquinas y el propio concejal.
Cuando le relató a su mujer el magnífico negocio que acababa de hacer en el camino de Damasco, la pobre no sabía si llorar o reír a carcajadas. Un vecino que oyó desde el corra lito la relación de la aventura sin ventura del lechero, la pro­paló por radio, quiero decir, por lengüeta a todo el villorrio, y desde el día siguiente todos conocían al desventurado con el mote de maese Tinaja el concejal.

"¿De qué te ríes, Lince? ¿Acaso nunca te acaeció hacer castillos en el aire? ¡Cuántas veces, tú; que temes una rata, has desafiado y muerto en imaginación a Rolando o a Reginaldo, diciendo como él:

"Pues juro a fe, que aunque le valga Roma
Que le mate y le guise y me lo coma".

Un cabo de policía se cree Napoleón, un maestrito piensa eclipsar a Pestalozzi y a Montessori, un pintamonas hará algo muy superior a La Gioconda, y un picapedrero dejará tama­ñito al Moisés del Titán del Arte; un desgraciadito autor de imbéciles tangos se reirá de Beethoven; un milonguero se mo­fará de Dante; y un analfabeto en dramas pondrá en solfa a Shakespeare.
Pero damos un tropezón y nos rompemos los morros, o nos alumbran un garrotazo en el lomo, o nos silban... y ya volve­mos a ser el pobre Fulano de Tal".

1.087. Deimiles (Ham) - 021

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