Allá por los años en que Jezabel le robó la viña a
Nabot, haciéndolo antes asesinar mediante un falso testimonio gravísimo, íbase
muy pensativo a la feria de Damasco cierto lechero de una aldea vecina de la
capital. Como aun no habían inventado (que yo sepa) los tarros de latón que
todavía hoy se estilan -gemelos, o mejor dicho, hermanos siameses de los vascos
por lo inseparables- el tambero aquel llevaba el blanco y dulce sustento en una
tinaja que, si no podía competir en grandeza con las tobosanas que vió el
Triste Figura en casa del Caballero del Verde Gabán, llevaban su buen con qué
de sabrosa leche. Dice, en efecto, la historia:
"Halló Don Quijote ser la casa de don Diego de
Miranda, hecha como de aldea: las armas, empero, aunque de piedra tos-ca;
encima de la puerta de la calle; la bodega en el patio, la cueva en el portal,
y muchas tinajas a la redonda, que, por ser del Toboso, le renovaron las
memorias de su encantada y transformada Dulcinea; y sospirando y sin mirar lo
que decía ni delante de quien estaba, dijo:
"¡Oh
dulces prendas, por mi mal halladas
Dulces y
alegres cuando Dios quería!".
"¡Oh tobonescas tinajas, que me habéis traído a
la memoria la dulce prenda, causa de mi mayor amargura!".
Nuestro lechero, pues, Al Hajá, asaz pobremente
vestido can sus zaragüelles remendados, turbante o cosa parecida con bastante
mugre, los pies descalzos (no desnudos), la blusa hecha un guiñapo, ibase por
una quebrada a la capital de Siria, echando cuentas y haciendo castillos en el
aire.
-"Con lo que me paguen por estos treinta litros
de leche, me compro tres docenas de huevos de gallina, y dos de pavas, gansas y
patas, los empollo con las cluecas que tengo en casa, y en pocas semanas tengo
el corralito de mi rancho poblado de pollitos, patitos, gansitos y pavitos que
con sus pío-píos, glugluteos, graznidos y tierno parpar "te me
hacen"; un coro filarmónico que ni los de Astarté y Baal-Moloch. De eso
respondo yo, porque para cuidar pichoncitos de pájaros y de aves de corral,
como para alimentar cachorros de canes, panteras y ehgcales, me pinto solo
¡voto a Baal-Zebú !¿Que me los pillarán? ¿Que vendrá el zorro, cuando yo
duerma, con la comadreja y la zarigüeya a sacarse la tripa de mal año con mis
pichones? ¡Los quiero ver, por Istar! Un punto más que el diablo tendrán que
saber para no dejarme el doble de lo suficiente con que comprarme un buen
lechón. A este morrocotudo ciudadano, puesto bajo la protección de Baal, lo
alimento yo con el salvado y afrechillo y, en contados meses lo convierto en un
hipopótamo del Nilo..."
Aquí Al Hajá se detuvo un minuto, mientras vagaba una
ancha sonrisa de satisfacción por su curtido y bronceado rostro; depuso la
tinaja a la sombra de un cedro y se tendió al nie del árbol hermoso, apoyando
en ambas manos su cabezota. La naciente mañana era una sinfonía de cambiante
luz y matizados colores, de gorjeos y suaves silbos de los mil pintados pajarillos
que en los árboles y las zarzas del cañadón daban la enhorabuena al nuevo día
y saludaban la fresca y rosada aurora que se despedía, descubriendo por
momentos la hermosura de su rostro y vertiendo de su dorada cabellera infinitas
perlas, diamantes y rubíes para engarzarlos en las flores y las hierbas, bajo
los fuegos del sol que ya subía en Oriente. Los sauces y los frutales de
diverso género destilaban ambrosía para la diligente abebeja; los semblantes
plateados de las fuentes reían amorosamente; murmuraba el manso arroyuelo,
triscaba y cantaba el agua del torrente; la vecina selva iniciaba la matinal
armonía del céfiro en la enramada alegre; a la vera del camino las laderas de
la sierra, y más en el llano la pradera verde, miraban el firmamento con los
mil polícromos ojillos de sus flores...
El paso de un pastor que guiaba sus cabras, volvió a
AlHajá en sí, recordán-dole la feria. Púsose en marcha con su tinaja sobre el
hombro, y reanudó su monólogo:
-"Cuando lo compré, el lechón era no más que
regularcito... ¡Había que verlo tres meses más tarde! ¿Y cuándo lo vendí?
Todos se hacían lengua de mi cerdo; uno ponía por las nubes los jamones, otro
abría más ojos que un queso palpando el lomo filete, éste se pasmaba viendo el
pecho monumental, aquel sostenía que jamás había visto unas costillas y lomo
como aquellos, tal hubo que babeaba de gusto sobando la espaldilla y el
morrillo, y cual que juraba no haber contemplado en su "perra vida"
una papada y jamoncillo como el de mi puerco... Pues ¿y los chicos? Me volvían
loco con sus gritos ante tamañas orejas y hocico tan estupendo...
"Pues, señor, que vendo el gran gorrino, y con el
producto me gano una vaquilla con su ternerillo, que no hay más que pedir;
visto a mi mujer y a mis hijos con lo mejorcito de los bazares de Damasco, me
hago elegir concejal y; a ver quién me chista, voto a todos los Baalim!
"Entre tanto, el ternerito va creciendo como la
espuma en mi corral, y un buen día, viendo pasar otros becerros que triscxn y
retozan como locos, pega tal brinco que "te me salta el palenque..."
-Y aquí Al Hajá, totalmente señoreado por la vis imaginativa,
pega un salto que ni el de una pulga, escapándosele la tinaja o cánttara que se
estrella contra el pedregoso camino. Allí se absorben en pocos minutos pollos,
gansitos, pavos y patitos, lechón, hipopótamo, vaca y ternero, sin contar las
telas damasquinas y el propio concejal.
Cuando le relató a su mujer el magnífico negocio que
acababa de hacer en el camino de Damasco, la pobre no sabía si llorar o reír a
carcajadas. Un vecino que oyó desde el corra lito la relación de la aventura
sin ventura del lechero, la propaló por radio, quiero decir, por lengüeta a
todo el villorrio, y desde el día siguiente todos conocían al desventurado con
el mote de maese Tinaja el concejal.
"¿De
qué te ríes, Lince? ¿Acaso nunca te acaeció hacer castillos en el aire?
¡Cuántas veces, tú; que temes una rata, has desafiado y muerto en imaginación a
Rolando o a Reginaldo, diciendo como él:
"Pues
juro a fe, que aunque le valga Roma
Que le mate
y le guise y me lo coma".
Un cabo de
policía se cree Napoleón, un maestrito piensa eclipsar a Pestalozzi y a
Montessori, un pintamonas hará algo muy superior a La Gioconda , y un picapedrero dejará tamañito al Moisés
del Titán del Arte; un desgraciadito autor de imbéciles tangos se reirá de
Beethoven; un milonguero se mofará de Dante; y un analfabeto en dramas pondrá
en solfa a Shakespeare.
Pero damos
un tropezón y nos rompemos los morros, o nos alumbran un garrotazo en el lomo,
o nos silban... y ya volvemos a ser el pobre Fulano de Tal".
1.087. Deimiles (Ham) - 021
No hay comentarios:
Publicar un comentario