Era un esplendoroso día de primavera.
Dos corderos, apartándose de sus madres, se habían
internado en el bosque siguiendo el transparente curso de un arroyuelo, sin
sospechar que les podía pasar alguna desgracia. Como el sol calentaba y la
marcha había despertado la sed, uno de estos corderitos se acercó a la orilla
para beber mientras su compañero, triscando y balando, se internaba más aún en
la espesura.
De improviso, a veinte metros aguas arriba, aparece un
lobo hambriento cuyos ojos se clavan en el que estaba bebiendo:
-"¡Ah canalla! eres tú el que enturbia el agua
que voy a tomar... ¿quién te ha enseñado a ser tan atrevido?"
-"Mire bien, señor Lobo, respondió el cordero
temblandu, que yo no puedo enturbiarle el agua, puesto que estoy más abajo y
tomo la que pasa delante de usted bien limpia".
-"¿Te atreves a contradecirme, mocoso? ¿Pretendes
saber más que yo? ¡El agua está turbia, y sólo tú la has podido revolver ¡caramba!"
-"¡No se enoje, señor Lobo, porque yo no he sido;
tal vez haya andada el dogo bañándose, aguas arriba..."
-"¿El dogo dices, insolente? ¿Me estás
amenazando, ahora? ¡Yo te enseñaré, cautiva criatura..."
Y en tres saltos llega sobre él, lo arrebata y se lo
lleva a lo más hondo de la espesura.
Entre tanto su compañero dando brincos llegó a un pradecillo
de tréboles, violetas y margaritas, donde se recostó, cansado ya de tanto
triscar. Por ahí cerca vivía otro lobo desalmado que andaba convaleciendo de
una grave enfermedad. El médico, un zorro viejo, le había prohibido la carne
(porque era muy escasa, y no alcanzaba para todos), y comía pescado y legumbres,
con queso.
El céfiro blando le había llevado basta su lecho de
hojarasca el olor del cordero: se levantó y, a paso de lobo (es el caso de
decirlo) se fué llegando al claro de bosque:
-"¡Oh mi espléndido salmón!" exclama viendo
al corderito, "¡cuán a punto llegas! ¡Realmente estaba debilitándome
mucho!"
"¿Qué dice, señor Lobo! Mire que yo no soy un salmón...
"
-"¡Serás una corvina, entonces?" replica el lobo
pasándose la lengua por los morros.
-"Su vista lo engaña, señor Lobo, insistió
temblando el cordero; no soy salmón, ni corbina, ni esturión, ni dorado: soy un
corderito..."
-"¿De veras? ¡Me alegro porque tengo una cuentita
que arreglar contigo! El año pasado hablaste mal de mi familia..."
-"¡Qué esperanza, señor Lobo! No tengo más que
seis meses; me lo ha dicho mi madre".
-"Será entonces tu hermano mayor".
-"No tengo hermanos, señor Lobo: he oído decir en
el pueblo que soy hijo único de madre viuda, y que si fuese hombre me libraría
del servicio militar..."
"¿Y crees que con ese cuento te vas a librar de
pagarme lo que me debes? Uno de los tuyos es el que habló mal de mí; lo sé, me
lo han dicho. Y además; pastores, ovejas, corderos, dogos son unos deslenguados.
Tú me las pagarás por ellos".
Y esto dicho, carga sobre él y lo arrastra al bosque
profundo.
Por fortuna, la ausencia de los corderos había sido
notada a tiempo, y los pastores con sus dogos fuéronlos rastreando. Divididos
en dos grupos, llegaron justamente a tiempo para sorprender a los malvados
lobos en el momento en que se disponían a devorar los dos corderitos que
seguían balando para reafirmar su inocencia. Se los arrebatan, dánle a los
raptores una soberana mano de leña, los enlazan, y se los llevan a la majada,
condenándolos o comer repollo y peladuras todos los días de su vida, y a hacer
la guardia de día y de noche.
"Esta
clase de lobos reina en todas las ciudades", escribe Ugobardo de Solmona: Hi regnant
qualibet urbe lupi. Creen que la mejor
razón es la del más fuerte".
1.087. Deimiles (Ham) - 021
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