Translate

lunes, 5 de agosto de 2013

Los lobos y los corderos

Era un esplendoroso día de primavera.
Dos corderos, apartándose de sus madres, se habían inter­nado en el bosque siguiendo el transparente curso de un arro­yuelo, sin sospechar que les podía pasar alguna desgracia. Como el sol calentaba y la marcha había despertado la sed, uno de estos corderitos se acercó a la orilla para beber mientras su compañero, triscando y balando, se internaba más aún en la espesura.
De improviso, a veinte metros aguas arriba, aparece un lobo hambriento cuyos ojos se clavan en el que estaba bebiendo:
-"¡Ah canalla! eres tú el que enturbia el agua que voy a tomar... ¿quién te ha enseñado a ser tan atrevido?"
-"Mire bien, señor Lobo, respondió el cordero temblandu, que yo no puedo enturbiarle el agua, puesto que estoy más abajo y tomo la que pasa delante de usted bien limpia".
-"¿Te atreves a contradecirme, mocoso? ¿Pretendes saber más que yo? ¡El agua está turbia, y sólo tú la has podido re­volver ¡caramba!"
-"¡No se enoje, señor Lobo, porque yo no he sido; tal vez haya andada el dogo bañándose, aguas arriba..."
-"¿El dogo dices, insolente? ¿Me estás amenazando, aho­ra? ¡Yo te enseñaré, cautiva criatura..."
Y en tres saltos llega sobre él, lo arrebata y se lo lleva a lo más hondo de la espesura.
Entre tanto su compañero dando brincos llegó a un pra­decillo de tréboles, violetas y margaritas, donde se recostó, can­sado ya de tanto triscar. Por ahí cerca vivía otro lobo desalmado que andaba convaleciendo de una grave enfermedad. El médico, un zorro viejo, le había prohibido la carne (porque era muy escasa, y no alcanzaba para todos), y comía pescado y legum­bres, con queso.
El céfiro blando le había llevado basta su lecho de hoja­rasca el olor del cordero: se levantó y, a paso de lobo (es el caso de decirlo) se fué llegando al claro de bosque:
-"¡Oh mi espléndido salmón!" exclama viendo al corde­rito, "¡cuán a punto llegas! ¡Realmente estaba debilitándome mucho!"
"¿Qué dice, señor Lobo! Mire que yo no soy un sal­món... "
-"¡Serás una corvina, entonces?" replica el lobo pasán­dose la lengua por los morros.
-"Su vista lo engaña, señor Lobo, insistió temblando el cordero; no soy salmón, ni corbina, ni esturión, ni dorado: soy un corderito..."
-"¿De veras? ¡Me alegro porque tengo una cuentita que arreglar contigo! El año pasado hablaste mal de mi familia..."
-"¡Qué esperanza, señor Lobo! No tengo más que seis meses; me lo ha dicho mi madre".
-"Será entonces tu hermano mayor".
-"No tengo hermanos, señor Lobo: he oído decir en el pueblo que soy hijo único de madre viuda, y que si fuese hom­bre me libraría del servicio militar..."
"¿Y crees que con ese cuento te vas a librar de pagarme lo que me debes? Uno de los tuyos es el que habló mal de mí; lo sé, me lo han dicho. Y además; pastores, ovejas, corderos, dogos son unos deslenguados. Tú me las pagarás por ellos".
Y esto dicho, carga sobre él y lo arrastra al bosque pro­fundo.
Por fortuna, la ausencia de los corderos había sido notada a tiempo, y los pastores con sus dogos fuéronlos rastreando. Divididos en dos grupos, llegaron justamente a tiempo para sorprender a los malvados lobos en el momento en que se dis­ponían a devorar los dos corderitos que seguían balando para reafirmar su inocencia. Se los arrebatan, dánle a los raptores una soberana mano de leña, los enlazan, y se los llevan a la ma­jada, condenándolos o comer repollo y peladuras todos los días de su vida, y a hacer la guardia de día y de noche.

"Esta clase de lobos reina en todas las ciudades", escribe Ugobardo de Solmona: Hi regnant qualibet urbe lupi. Creen que la mejor razón es la del más fuerte".

1.087. Deimiles (Ham) - 021

No hay comentarios:

Publicar un comentario