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lunes, 5 de agosto de 2013

El león de caza con el asno

En la región montuosa que se extiende de Hodeida a Moka en la Arabia bañada por el Mar Rojo, iba a cumplir cinco años un león valiente y ladino con sus puntas y ribetes de bromista y socarrón. Sus vasallos acudieron presurosos a presentarle sus plácemes y sus regalos, deseándole mil años de vida (¡cuesta tan poco! Es como dar un millón de gracias). Entre los últimos llegó el borrico, de asáz mal talante y meditabundo por no haber haber sabido dar con algún regalo conveniente: "Tampoco se­ría prudente llevarle un fardo de graminea ¡jinojo!" rebuznó entre sí. "Si aquel desconfiado borrego, mi vecino, me hubiese acompañado hasta aquí, otro gallo me cantaría... ¡Paciencia! Y ¡adelante! que buen corazón quebranta mala fortuna".
Con esto entró en la corte, anunciándose con tal trompetazo (exactamente becuadro - Fa) que casi se produce un des­bande de la tupida concurrencia. Estuvo en un triz que el rey no lo mandase al diablo de un zarpaso en los morros; y el lobo y el chacal estaban atisbando por si les hiciese la menor señal de saltarle encima. Pero las cosas no pasaron de allí, porque el león, sin duda inspirado por el estentóreo rebuzno, resolvió dar por concluido el besamano, invitando a los presentes a un colo­sal banquete que se celebraría el día siguiente.
Salieron todos del aula regia (que no tenía que envidiar a la que describimos en otra ocasión) donde hubiera hecho buena falta un perro como Leal; y en las afueras dieron un concierto que ¡me río yo de Burrinsky y de todos los talleres metalúr­gicos! La voz del asno haciendo el pizzicato de contrabajo fué algo formidable.
Concluída la sinfonía animal, llamó el león al burro y le dijo:
"Hoy te vienes conrhigo al bosque ; me ayudarás a ca­zar..."
-"¡Por vida de mi padre!" rebuznó el pollino talludo. "¿Lo ha pensado bien su majestad? ¡Porque fuera de ser cazada yo por los lobos, jamás he servido para cazar ni un gorrión!..."
-"¡Allá lo veremos ! Vamos andando".
El asno no las tenía todas consigo, y sospechaba si no lo llevaría el rey a la selva para comérselo crudo y con cuero, sin testigos. En todo caso, el asunto era grave, porque así como el aguila no caza moscas, tampoco iba a contentarse el león con cazar pajaritos:
-"Y si se le antoja cazar piezas mayores" roznaba entre sí el burro, "si apetece carne de jabalí pongo por caso (y los hay en este bosque como rinocerontes) ¿dónde habrá costillas que puedan aguantar sus topetazos, y cuero que resista a tales colmillos!"
En esto habían llegado a un lugar espeso; el león hizo señas al borrico, que se acercó temblando y moviendo a compás las diminutas orejas:
-"Tú te quedas aquí" le ruge en voz baja el Nemrod cua­drúpedo, "te voy a camuflar, como dicen los galos, o si prefie­res, te mimetizaré, según los griegos, o hablando en godo te disfrazaré, para que podamos dar el golpe del siglo ¡voto a san Marcos!".
Y dicho esto, comienza a echarle encima ramas secas, ho­jarasca, matas enteras que arranca sin más esfuerzo que si se tratase de una brizna de perejil. Entre tanto el burro sudaba y trasudaba, mascullando entre dientes:
-"Este animal me va a asar vivo ¡voto a Sancho Panza! para poder vana-gloriarse después de haber saboreado un asado can cuero!"
Pero el león no tenía tan sibaríticas intenciones; concluido el disfraz del ayudante, le dice, sonriendo un si es no es soca­rrona-mente:
-.Ahora yo me vuelvo a donde están las redes y las tram­pas; en cuanto oigas la señal te metes a rebuznar en tritono perfecto con intervalos de tritono disminuido o de cuarta (no se dice así, pero poco importa) tú me entiendes: el sonido alto, lo sostenido de la voz a su tiempo y compás, los dejos mu­chos y apresurados..."
Volviósele el alma al cuerpo al asno, y respondió al rey que descuidase; que él era el Stentor de los rebuznadores y que desafiaba, no sólo a los dos alcaldes y regidores que topó Don Quijote en la loma del rebuzno, sino a cincuenta más, con la seguridad de que su voz los cubriría a todos.
En cuatro prodigiosos saltos ganó el león su puesto estra­tégico y dió la convenida señal: un rugido seco, y breve como semifusa. Y entonces comenzó en el bosque un concierto, una sinfonía, un terremoto tal de rebuznos que se caín los pajari­llos del susto, y las águilas y buitres ascendieron a las más altas capas de la atmósfera, poniendo la proa al desierto Roha­-el-Chali. No hubo gamo, ciervo, camuza, jabalí, búfalo que pu­diese resistir al pánico que infundía aquel bosque retumbando con tan desaforados rebuznos, de modo que su majestad el león no se daba manos a repartir zarpazos, bofetones, dentelladas y otras caricias que dejaron el tendal de piezas salvajinas en los puestos, paranzas y veredas; entre ellas un desmesurado jabalí que se había venido contra el león crujiendo dientes y colmillos, y arrojando espuma por la boca, como el que los Duques y Don Quijote despacharon en la cacería que tales protestas arrancó a Sancho Panza por el invencible pánico que le señoreó cuande el bicho vino en su dirección; un búfalo que ignoraba segura­mente lo que es un salto de león estaba tendido allí con la lengua afuera.
En esto, el burro que en dos corcovos y otros tantos ba­tivoleos se había descargado del ramaje, llega adjudicándose todo el honor de la caza:
"¿No he cumplido bien la orden de su magestad? ¡Yo mismo he visto quedar patas arriba a más de uno, al solo trom­petazo de mi broncínea laringe!".
-"Ciertamente puedes darle quince y raya a una tropilla de rebuznadores, porque para rebuznos han sido los más ate­rradores que he oído en mi vida. De no saber que eras tú el que hacía de corno inglés yo mismo hubiera puesto pies en pol­vorosa, y no hubiese parado hasta el jardín zoológico de Adén ¡voto a san Marcos! Si aquel tu pariente, en vez de dis­frazarse con una piel de jaguar, que le dejó asomar la oreja causando su perdición, se hubiera servido de su voz natural, otro gallo le cantára, y se librara de la granizada de estacazos que hizo llover sobre él un descomedido peón..."
Aunque borrico, no se lo ocultó al corno inglés el sarcasmo del león, pero comprendió que mi con los más potentes rebuznos lo iba a poner patas arriba, y menos aún incrustarlo contra los árboles, como de buena gana lo hubiese hecho. Así que, cum­pliendo la orden del rey, fué a buscar refuerzos para cargar con todo aquel matadero y trasladarlo a la corte, donde se ar­mó una comilona que ya la quisieran para sí Gargantúa y Pan­tagruel.

"Las fanfarrias ni en el valiente se toleran, ni en el sabio ni en el artista, ni en el filósofo de positivos méritos. ¿Quién podrá, pues, aguantar un asno fanfarrón? Tanto más que sería diametralmente opuesto a carácter de la raza asinina".

1.087. Deimiles (Ham) - 021

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