Erase un loustic
parisiense, Pantin, bufón de taberna y cuartel, lector de Voltaire asiduo, y
amigo de extravagancias y disparates, con sus puntas y ribetes de libre
pensador, es decir, de cretino. Durante un viaje que se vió forzado a hacer de
Marsella a Túnez en un buque de carga, topó con tal borrasca que el hombrecito
creyó de veras que había llegado para él la hora de liar los petates para el
barrio de las calaveras, pasando por las sierras de algún tiburón.
Dicen que quien se está por ahogar, ve aparecer y
desfilar ante su mirada interior todas las fases y acontecimientos de su
existencia como una cinta de cinematógrafo. Algo por el estilo le pasó a Pantin
y sus camaradas en quienes se realizó literalmente lo del Salmo CVII:
"Los
que habían bajado al mar en navíos
Y
trabajaban sobre las aguas profundas,
Aquellos
columbraron la obra del Eterno
Y sus
maravillas en medio del abismo.
Habló Javé
y restallar hizo la borrasca
Que levantó
y encrespó las olas del mar.
Al cielo
subían y al abismo bajaban;
Desvanecíase
su alma ante el peligro;
Con el
vértigo tambaleaban cual ebrios
Y toda su
habilidad queda anonadada.
En sus
angustias clamaron al Eterno,
Y Dios los
libró de, su apuro y desamparo;
Detuvo la
tempestad y trajo la calma
Y las olas
enmudecieron.
Alegráronse
de que se hubieran calmado.
Y el Eterno
los guió al ansiado puerto".
En lo más imponente de la sinfonía de vientos y aguas,
viendo la muerte al ojo, el Pantin había prometido a swn Roque cien kilos de
cera virgen para su altar de Montpellier. Tanto le hubiera costado prometerle
un quintal de oro, ya que no poseía más bienes muebles que la ropa puesta, ni
más bienes raíces que las cerdas de su occipucio.
Llegado el desmantelado buque de carga a costas africanas,
el promesante reúne cuanto cabito de estearina hay a bordo, coloca todos esos
residuos en la playa, enciende un pabilo y, con regocijo de los idiotas e
indignación de los prudentes, comienza a alumbrarlos uno tras otro, diciendo:
-"Recibe, Roquito mío, la promesa que te hice en
altar mayor: el humo de los cirios te deleita, y es tu parte; nada más te debo,
mon cher".
Al parecer se sonrió el santo de la imbecilidad del
Pantin, pero no faltó quien se encargase de darle al individuo su merecido,
para que no siempre se pueda decir: "peligro pasado, santo mofado". .
Pocos días había pasado en Túnez el loustic cuando, una noche que empinó el
codo más de costumbre, tumbóse a dormir debajo de una palmera, no tardando en
ser arrebatado por Morfeo a los más hondos abismos del letargo. En aquella
misteriosa región oye una voz:
"¡Pantin!"
"¿Presente!".
-"Oye bien lo que te diré: en Zaghum, trescientos
metros antes de llegar a la puerta del Emir, en medio de un tunal o quier
campo de higos chumbos, hay un tesoro enterrado desde los tiempos de Saladino;
con la mitad de lo que contiene el cofrecillo tienes para vivir como un nabab
cien años...".
-"¿Será posible? Es demasiado lindo ¡nom d'un chien! (algunos traducirían: ¡nombre de un perro! pero mi ¡carape! es
mejor).
-"No tienes más que ir a ver", le replica la
misteriosa voz.
Y despertó Pantin, refregándose y pasando nerviosamente
las manos por la nuca impía.
-"¡No tengo más que ir! Esto será un paseito. Iré
iy al galope!".
Efectivamente, el mismo día se dirigió a Zaghum regalando
la marcha en forma de caer en la chumbera puesto ya el sol; que no conviene
desenterrar cofres cuando a uno lo pueden ver, y más en tierra de moros.
Llegar a las proximidades del lugar indicado por la voz nocturna, verse rodeado
de beduinos, desmontado, amordazado y arrastrado a un aduar fué obra de media
hora. Allí le revisan, y no encontrando más que un escudo, le preguntan si no
tiene vergüenza de viajar en tierra de beduinos con los bolsillos vacíos...
-"La vergüenza era verde, y se la comió el
burro", respondió el loustic
con una sonrisita de conejo, "pero si de dinero se trata nos vamos a
entender, porque yo les puedo dar por mi rescate cien kilos de oro acuñado y en
barras, por no decir en pepitas, que tengo enterrados en un lugar ribereño..."
-"¿Cómo se llama ese lugar?".
-"Hammamet. Entrando por la puerta oriental, se
llega a un campo, aledaño de la mezquita: allí está el tesoro...".
Como los beduinos lo observaron atentamente mientras
hablaba, lo calaron en su chiste forzado, en la mentira evidente del tesoro, y
en lo sospechoso de la localidad, bien guarnecida de policía colonial...
-"Todos los chistes de París y todos los tesoros
de Tunisia, compadre, no te van a salvar", díjole con voz siniestra el
que parecía jefe de la banda. "Has de saber, mentecato, que nadie se burla
impunemente del hijo del desierto: ¡muere! y llévale al diablo tu quintal de
oro...".
Y de una feroz puñalada al impío corazón lo tendió
tieso a sus pies.
"No
necesitan los Santos, y mucho menos necesita Dios, de nuestros votos y
promesas; pero ello no significa que se deba tomar a chacota la palabra que se
les da, so pretexto que no mandarán el ujier a casa. El pagano epicúreo Horacio
ya lo dijo: COELO TONAN-TEM CREDIDIMUS JOVEN; el rayo y el trueno son la voz
material de Dios. Confesemos su formidable poder, e inclinemos la orgullosa
cerviz ante el Omnipotente".
1.087. Deimiles (Ham) - 021
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