Vencida por la edad, cargada de reuma, casi tullida encontrábase
la madre del león que había reconquistado su imperio en los dominios del
leopardo y sus aliados.
-"Hijo, será menester que encuentres remedio a
mis achaques y a mis años, díjole la reina viuda; ya que no podemos cruzar los
mares para buscar la Fuente
de la juventud, o el Eldorado, ni siquiera alcanzar el río Jordán donde me remozaría,
redacta una circular urgente para todos nuestros súbditos ordenándoles se
presenten los médicos de las diversas especies".
-"Así se hará, madre", respondió el valiente
y cariñoso vástago. Inmediata-mente llama a su secretario maese Mico y le da las
órdenes pertinetes. Una hora después, liebres, gacelas, antílopes y gamos
corrían que se las pelaban llevando el decreto imperial, y tres horas más
tarde comenzaban a llegar por los cuatro puntos cardinales, mejor dicho, por
los 32 puntos de la rosa de los vientos, represen-tantes de todos los sistemas,
doctrinas y escuelas: charlatanes, empíricos, curanderos, partidarios de la
alopatía, homeópatas, precursores remotísimos de Paracelso, Voronoff y
Asuero... la mar de matasanos. Uno faltó, sin embargo, desobedeciendo a la
convocatoria que leyó y releyó pesando cada palabra, y prefirió quedarse quieto
y a puertas cerradas en su madriguera. Las recetas se apilan, cuidadosamente
firmadas por los profesionales. Las consultas se multiplican sin llegar a un
tratamiento práctico.
En esto, alguien se percata que Zorropastro sigue
brillando por su ausencia, y que ni siquiera ha justificado su silencio en tan
grave asunto:
-"Es extraño, majestad, dice el lobo, que el
primer ministro del leopardo, médico experimentado y leído, haya hecho twn
poco caso del decreto real; en todo el día de ayer no pareció, y hoy tampoco
da señales de vida..."
-"¡Vayan inmediatamente a ahumar su residencia, y
háganlo venir!", ruge el león. El mono y tres o cuatro simpatizantes más
se encargan del sahumerio. Sale el zorro de su cueva gruñendo y llega al
palacio real. Presentado al león que lo fulmina con la mirada, Zorrapastro,
sabedor de quien le armaba este lío, comenzó, después de una profunda
reverencia:
-"Mucho me temo, majestad, que mi tardanza en
venir haya sido interpretada como criminal indiferencia por el estado de su gloriosa
madre; ruego a la familia real me crea el más abnegado de sus súbditos. El
tiempo que estuve ausente lo he empleado en repasar mis notas, tomadas en la
escuela de Salerno, y en hacer una escapada hasta la Meca , cumpliendo un voto por
la salud de la augusta enferma. Ello me proporcionó la ocasión de consultar a
los discípulos de Avicena, y otros sabios y expertos que me repitieron el
dicho: "más mató la cena que curó Avicena". Todos están concordes enn
señalar como causa de la enfermedad y languidez de la reina madre la falta de
calor vital, efecto de la longevidad, y como remedio la aplicación de una piel
de lobo desollado vivo, bien caliente y humeante. A su contacto, todo el
organismo, como águila que renueva su juventud, o como ave fénix que renace de
sus cenizas por un fenómeno de endósmosis y capilaridad maravillosas, recobra
la fenecida fuerza. Cabalmente veo allí a maese Lobo, pletórico de sangre y
salud: si a su majestad no le desagrada, podría servirle a la reina madre de
túnica medicinal".
Complacido había estado oyendo el león la profunda
teoría de Zorrapastro, a la cual adhirió de inmediato, dando orden de que se
aplicase luego el remedio a la enferma.
Y mientras Zorropastro, obtenido el real permiso,
vuelve a su morada para descansar de las fatigas de una imaginaria romería, los
cocineros de la corte desuellan vivo al lobo mal intencionado, entregan la piel
a los médicos de cabecera, y trinchan la res para el almuerzo del rey.
"Por
la boca perece el pez"... y el cortesano también. A lo menos aquel que
pretende destruir la obra ajena, guiado por su alma malévola. Las alturas son
lugares donde se cosecha el cuádruplo del mal que se siembra, y donde no se
perdona ni una palabra hiriente".
1.087. Deimiles (Ham) - 021
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