En el Salón
ambulante de un Mono titiritero, dueño también de una linterna mágica último
modelo para diapositivas y tarjetas postales, exponíase una pintura en la que
el artista había dibujado un leonazo del tamaño de un elefante, tendido en el
suelo como camisa al sol, por obra de un solo cazador. Los hombres que pasaban
deteníanse absortos, aplaudían, y ponían por las nubes el valor del humano
linaje: audax Japeti genus que dijo
Horacio.
Acertó a pasar un leoncito que paró la oreja al oír
nombrar su linaje; intrigado por las pasmarotadas colectivas se acercó al
cuadro:
-"Bien veo, rugió suavemente después de un
momento, que os dáis la victoria aquí; pero el pintor ha fingido doblemente:
en hacernos tan corpulentos, y en dar tan fácilmente la victoria al cazador. El
pintamonas de este adefesio hubiera procedido can mayor respeto del arte y de
la verdad dándonos menos cuerpo y más victoria".
-"¿Qué entiendes tú, majadero, de arte ni de caza
ni de un cuerno!" castañeteó el Mono ambulante. "¿Dónde diablos has
visto tú jamás que un león cace a un hombre, mentecato!"
-"Yo no le voy a discutir a maese Mono sus
teorías sobre arte y moral... pero si los presentes (dirigiéndose a los papanatas
que miraban. boquiabiertos) esperan cinco minutos les traeré otra pintura tomada
del natural..."
La trujo, efectivamente; estaba hecha por un león. (A quien
se muestre escéptico en lo que atañe al uso de la linterna y el discurso del
leoncito con el mono y con el crítico de arte, so pretexto que los tiempos de
Guisopete y Maricastaña han pasado para siempre y que los animales ya no
hablan, le invitaré sencillamente a darse una vuelta por la plaza y ciertas
reuniones públicas). Ahora bien, entre los badulaques que miraban había
algunos blanqueadores de pared que se creían muy allá en temas de arte
pictórico...
-"Jamás me ha gustado esta escuela, decía uno;
son brochazos crudos, es demasiado natural, falta prolijidad, es un trabajo
sin la última mano ¡caray!" Y dirigiéndose despectivamente al cachorro:
-"Cuando el León se pone a pintar, incurre a
menudo en este absurdo: nos pinta un león bonachón, en actitud tranquila, ora
camine, ora esté sentado, ora echado, y siempre de estatura ordinaria. No lo
veréis jamás furioso, ni can la melena encrespada, ni con los ojos inyectados
de sangre: os presenta un busto y un rostro natural... y sin embargo ¡voto a
Apeles! con sólo verlo os quedáis yerto. Ahora bien, ¿hay nada más falso que un
león buenazo!... Y ¿qué me dicen ustedes de un león de tamaño natural, pequeño,
como el que se ve aquí pintado, que nos deja transidos! ¿Es justo que un
leoncito mal brochado haga temblar la mano que se posa en el gatillo ¡carape!
y haga enturbiar la mirada que busca el punto de mira?... ¡Eso es absurdo!
¡Créame, el genuino pintor del león es el mono! Vean qué enorme es este león,
mírenme esa tupida melena, esas formidables zarpas, esa mirada terrible... Y
todos lo podemos contemplar sin que se nos vayan las aguas ¡caramba!"
Así habló el crítico de Salón, bien comido y bebido, y hasta un poco abotagado.
"El
valor verdadero es natural, sereno, sin aspavientos; su imponente tranquilidad
deja transido y yerto al fanfarrón".
1.087. Deimiles (Ham) - 021
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