En la localidad de Silvio Péllico, no lejos de Villa
Maria, provincia de Córdoba, vivía no ha más de treinta años un labrador,
oriundo de Cúneo, que llamaremos Hildebrando para despistar a la policía.
Tenía gran devoción al Pescador de Galilea porque le había rebanado una oreja
al bellacón de Malco; y como "obras son amores, que no buenas
palabras", cuando barruntó que estaba por llegar la Intrusa que, al decir de
Horacio, lo mismo golpea la puerta de las chozas que la de los alcázares
reales, redactó un testamento ológrafo, nombrando a san Pedro apóstol heredero
de las trescientas hectáreas de labránto; llamó al sacerdote, puso en regla
el pasaporte y, sin aspavientos ni retóricas, se marchó para el otro mundo.
Recibiólo el Portero del Cielo sonriente y, sin dejar
de agradecerle el rústico legado, le insinuó que barruntaba algún lío en la
testamentaría (como el que armaría más tarde un bárbaro a propósito de las
tierras de Ntra. Sra, de la
Consolación en Sumampa) y que, en todo caso, sospechaba que
las trescientas hectáreas le iban a ocasionar más de un dolor de cabeza y poco
pan que rebanar...
"¡Pero, señor san Pietro, respondió Hildegardo,
basterá arquilar el campito, y buona
notte!"
-"No me entiendo, hijo, en alquileres: barca y
red, algún mandoble, y para de contar. Pero haré como me dices. ¿Conoces a
Fidel de Sigmaringen?"
-"¡Primera vez en mi vida, después de mi muerte,
que le oigo nombrar, palabra de honor!"
-"Sin embargo es más conocido que la ruda,
Hildebrando, porque, con haber sido abogado, realizó la increíble hazaña de
hacerse santo: hasta los chicos de la doctrina lo cantan:
"Santo
es el que fué abogado:
¡Grande es
el poder divino!
Le costó
ser capuchino
Y morir
martirizado"
"Pienso mandarlo a tus pagos para que me arriende
esa tierruca".
Así lo hizo, efectivamente, y después del antrncio por
los letreros y los avisos en "Los Principios" y "Vita
Coloniale", se presentaron los chacareros. Oferta va, regateo viene,
discusión cunde, y cada cual le encuentra mil peros al arriendo y al labrantío.
Por fin, un vecino de Las Perdices, llegado en "reoplano" aceptó sin
regatear las condiciones del arrendamiento, y se compro-metió a cumplir
fielmente sus cláusulas, siempre que san Pedro le alcanzara de Dios la facultad
de disponer del viento y de la lluvia, del sol y del frío, en una palabra, ser
dueño absoluto de los elementos: aire, agua, tierra y fuego.
-"Ese bendito no sabe lo que pide", comenzó
por decirle a san Fidel el heredero Pescador, "pero a fin de que no quede
el campo en barbecho, le haremos el gtlsto. Hazle firmar el contrato".
El santo abogado que no había olvidado ni un ápice de
los tiquimiquis, perfiles y escorzos de la gente leguleya, para que el del
"reoplano" no se llamase después a engaño, le leyó y releyó el
documento.
Puestas las firmas, comenzó el colono como un nuevo
Neptuno a llover cada y cuando se le ocurría; a tener al trote de su cuadriga
a Apolo para hacer en pleno invierno un día de canícula, o de capricórnica
mejor dicho; a dar trabajo a Plutón y Vulcano en las entrañas de la tierra, y
a Flora, Ceres, Pomona y Baco en
jardines frutales, viñedos y campos labrados: un clima para él solo, en una
palabra.
Cosa curiosa, mientras los campos y parras, quintas y
montes contiguos florecían y fructificaban que era una mavarilla, su chacra
seguía poco menos que mustia.
-"¡Tendré que cambiar de clima, cuerpo de un ombú!"
-musitaba mientras recorria a caballo sus campos yermos: "el año próximo
les voy a meter heladas y soles a granel a estos terrones, y veremos ¡pispajo!
si no me hago una cosecha que valga por tres!"
Se encerró en su choza los dos meses más rudos de la
estación invernal y allí con una traducción de las Geórgicas de Virgilio, cuyos cuatro libros leyó y releyó de punta a
cabo, quiso doctorarse en agricultura.
"Al
apuntar la primavera, cuando
Helados
chorros de las canas cumbres
Ruedan, y
de los céfiros al soplo
Sazonado el
terrón se desmenuza,
Entonces
bajo el peso del arado
En los
surcos sumido, ya mis yuntas
Comiencen a
quejárseme, y en ellos
Gastada
empiece a relucir la reja.
Aquel
terrazgo que sentido hubiere
Dos veces
el calor, y dos los fríos,
Cumplirá,
en fin, los votos del avaro
Agricultor:
a contener sus frutos
No bastarán
las atestadas trojes.
Mas antes
de asulcar campos ignotos
Los vientos
dominantes y del cielo
El vago
influjo investigar importa;
Las usadas
maneras de cultivo,
Las
condiciones del lugar geniales;
Saber qué
frutos brinda y cuáles niega.
En unos
sitios prueba el pan, en otros
La vid
prospera; aquí nace arbolado.
El pasto
natural allá enverdece.
... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Ea, pues;
si la tierra fuere rica,
Al
principiar el año, con la reja
Bueyes
robustos a volverla empiecen,
Tal, que
llegando el polvoroso estío,
Los
terrones expuestos a su influjo
Con el
lleno recueza de sus soles;
Mas si el
campo no es fértil, por encima
Dale una
reja al asomar de Arcturo;
Aquello, a
fin de que viciosas hierbas
No la
risueña miés brotando ahoguen:
Esto,
porque del breve humor que cría
Desamparada
la heredad, no avenga
Que a arena
estéril reducida quede.
Cuida, tras
eso, que si rinde un año
Tu campo,
al otro descansar le otorgues,
Y en la
huelga vigor la tierra críe.
O allí,
mudada la sazón y el tiempo,
El rubio
grano sembrarás de donde
Primero
hubieses el lugumbre, ufano
Con sus
locas vainillas, recogido,
O las
ténues semillas de la arveja,
A las
frágiles cañas y ruidosa
Pompa de
los amargos altramuces.
Ten sabido
que el lino y el avena,
Y las
adormideras, que destilan
El agua
soporosa, del Leteo,
Mieses son
tales que la tierra agotan.
Ellas,
empero, en interpuestos años,
Fáciles te
serán, si pingüe abono
Al campo
exhausto dieres, y de ínmunda
Ceniza
cubres las desnudas hazas.
Mandando de
simientes, el terreno
Así
descansa sin que en tanto duerma
Exento a la
labor, al dueño ingrato.
También a
veces incendiar conviene,
Los
estériles campos, y rastrojos
Secos arder
con bulliciosas llamas;
Ya porque
así la tierra ocultas fuerzas
Recibe, y
alimento vigoroso,
O ya porque
a poder del fuego, el vicio
Se le
cuece, y humor inútil suda;
O ya porque
el calor secretas vías
Le abre, y
respiraderos por do vaya
A animar
nuevas hierbas fácil jugo;
O más bien
la endurece, y tal le aprieta
Las grietas
bostezantes, que ni tenues
Lluvias, ni
recio sol basta y dañarla,
Ni Bóréaz
mugidor envuelto en hielos.
Mucho
también el que, con rastros rompe
Las
estériles glebas, y de mimbres
Zarzas
arastra, beneficia el campo;
A este no
sin favor la blonda Céres
Torna los ojos
desde el alto Olimpo:
Lo mismo el
que al través, vuelto el arado
Parte, los
surcos con que el campo eriza
Que aró
primero y en labor constante
Vuelve el
seno a la tierra, y la avasalla".
-"De lo que es avasallar me encargo yo, bramó el aviador, cerrando el Virgilio
cuyas repetidas y mal digeridas lecturas le habían puesto la cabeza como olla
de grillos".
Efectivamente, dio vuelta a la tortilla, y el nuevo
año fué, en todo, lo contrario exactamente del anterior. Consultando su
libreta de notas meteoro-lógicas, redactadas por él en su primer experimento,
donde veía: "hoy, lluvia", hacia al revés, y se mandaba un día de sol
esplendoroso; cuando leía: "hoy, neblina", ordenaba un pampero que
arrancaba de cuajo los árboles. Más adelante, oponía al "hoy caluroso"
una nevada estupenda; así sucesivamente. Y se produjo, por segunda vez, el
milagro... para los demás, quienes tuvieron un año de los gordos; porque el
colono quedóse de nuevo a diente.
-"¡Cuerpo de mil bombas!" rugía el
desdichado, contemplando su menos aun que rala cosecha, sus hortalizas
mustias, sus frutales ateridos,, "si el año anterior san Pedro me condonó
el arrendamiento, este año me cercena las dos orejas y me rebana la nariz, y
con razón ¡carape!".
Entonces se dirigió a Villa María, o a Río Cuarto (que
en esto no están de acuerdo los autores graves) donde se entrevistó con el
dueño de un monoplano Fiat, rogándole que lo llevase a la Portería del cielo...".
-"¿A dónde dice usted, Homobono?".
"¿A la portería del cielo, hombre! ¿Es tuerto que
no oye!".
-"Bien, bien, y... ¿qué va usted a buscar
allá?".
-"¡Toma! Voy a buscar a san Pedro para rescindir
un contrato de arrendamiento que le firmé a san Pedro por unos campos de Silvio
Pellico, y rogarle que no me ahorque por el alquiler porque realmente he tenido
una jetta increíble...".
Mientras él hablaba, mirábale el otro atentamente y,
al fin, le respondió:
"Antes de emprender vuelo, amigo Homobono, acompáñeme
a casa del mecánico". Y lo llevó al consultorio de un especialista en
enfermedades mentales, donde le dejó.
El galeno le hizo algunas preguntas, redactó un
récipe, y le dijo: “Véase con el señor obispo antes de levantar vuelo".
Por las dudas, abstúvose de cobrar la consulta: "¡Vaya que se le ocurra,
en vez de los diez pesos, alumbrarme diez, puñetazos y puntapiés que me dejen
baldado de por vida!", decía para su chaleco de alpaca o de gamuza el
hipócrates, mientras Homobono corría que se las pelaba al palacio episcopal.
San Pedro le salió al encuentro en la persona de san
Fidel que, por casualidad, se encontraba en la Curia donde se ventilaba el más enmarañado de los
pleitos entre la Cofra día
de san Roque y un escribano feroz. Las cosas se arreglaron amigablemente,
después que el chacarero añadió al célebre contrato el siguiente codicilo: Item más, recanozco que he sido un porro
al pretender corregir la plana a san Pedro en lo que atañe a lluvias, sequías,
soles y heladas, confesando que es grotesco cambiar las leyes de la
naturaleza".
"¡Cuánto
labrador, navegante, político y minero andan por ahí, hechos unos bausanes,
imaginando arbitrios para reformar el curso de las estaciones, el altibajo de
la temperatura, la ley de las mareas y dee los terremotos, con absoluto olvido
de que todo lo ha dispuesto Dios con peso, número y medida!.
1.087. Deimiles (Ham) - 021
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