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lunes, 5 de agosto de 2013

San pedro y el colono

En la localidad de Silvio Péllico, no lejos de Villa Maria, provincia de Córdoba, vivía no ha más de treinta años un labra­dor, oriundo de Cúneo, que llamaremos Hildebrando para des­pistar a la policía. Tenía gran devoción al Pescador de Galilea porque le había rebanado una oreja al bellacón de Malco; y co­mo "obras son amores, que no buenas palabras", cuando ba­rruntó que estaba por llegar la Intrusa que, al decir de Hora­cio, lo mismo golpea la puerta de las chozas que la de los alcá­zares reales, redactó un testamento ológrafo, nombrando a san Pedro apóstol heredero de las trescientas hectáreas de la­bránto; llamó al sacerdote, puso en regla el pasaporte y, sin aspavientos ni retóricas, se marchó para el otro mundo.
Recibiólo el Portero del Cielo sonriente y, sin dejar de agradecerle el rústico legado, le insinuó que barruntaba algún lío en la testamentaría (como el que armaría más tarde un bár­baro a propósito de las tierras de Ntra. Sra, de la Consolación en Sumampa) y que, en todo caso, sospechaba que las trescien­tas hectáreas le iban a ocasionar más de un dolor de cabeza y poco pan que rebanar...
"¡Pero, señor san Pietro, respondió Hildegardo, basterá arquilar el campito, y buona notte!"
-"No me entiendo, hijo, en alquileres: barca y red, algún mandoble, y para de contar. Pero haré como me dices. ¿Cono­ces a Fidel de Sigmaringen?"
-"¡Primera vez en mi vida, después de mi muerte, que le oigo nombrar, palabra de honor!"
-"Sin embargo es más conocido que la ruda, Hildebran­do, porque, con haber sido abogado, realizó la increíble hazaña de hacerse santo: hasta los chicos de la doctrina lo cantan:

"Santo es el que fué abogado:
¡Grande es el poder divino!
Le costó ser capuchino
Y morir martirizado"

"Pienso mandarlo a tus pagos para que me arriende esa tierruca".
Así lo hizo, efectivamente, y después del antrncio por los letreros y los avisos en "Los Principios" y "Vita Coloniale", se presentaron los chacareros. Oferta va, regateo viene, discusión cunde, y cada cual le encuentra mil peros al arriendo y al la­brantío. Por fin, un vecino de Las Perdices, llegado en "reo­plano" aceptó sin regatear las condiciones del arrendamiento, y se compro-metió a cumplir fielmente sus cláusulas, siempre que san Pedro le alcanzara de Dios la facultad de disponer del viento y de la lluvia, del sol y del frío, en una palabra, ser due­ño absoluto de los elementos: aire, agua, tierra y fuego.
-"Ese bendito no sabe lo que pide", comenzó por decirle a san Fidel el heredero Pescador, "pero a fin de que no quede el campo en barbecho, le haremos el gtlsto. Hazle firmar el contrato".
El santo abogado que no había olvidado ni un ápice de los tiquimiquis, perfiles y escorzos de la gente leguleya, para que el del "reoplano" no se llamase después a engaño, le leyó y releyó el documento.
Puestas las firmas, comenzó el colono como un nuevo Nep­tuno a llover cada y cuando se le ocurría; a tener al trote de su cuadriga a Apolo para hacer en pleno invierno un día de canícula, o de capricórnica mejor dicho; a dar trabajo a Plu­tón y Vulcano en las entrañas de la tierra, y a Flora, Ceres,  Pomona y Baco en jardines frutales, viñedos y campos labra­dos: un clima para él solo, en una palabra.
Cosa curiosa, mientras los campos y parras, quintas y montes contiguos florecían y fructificaban que era una mava­rilla, su chacra seguía poco menos que mustia.
-"¡Tendré que cambiar de clima, cuerpo de un ombú!" -musitaba mientras recorria a caballo sus campos yermos: "el año próximo les voy a meter heladas y soles a granel a estos terrones, y veremos ¡pispajo! si no me hago una cosecha que valga por tres!"
Se encerró en su choza los dos meses más rudos de la es­tación invernal y allí con una traducción de las Geórgicas de Virgilio, cuyos cuatro libros leyó y releyó de punta a cabo, qui­so doctorarse en agricultura.

"Al apuntar la primavera, cuando
Helados chorros de las canas cumbres
Ruedan, y de los céfiros al soplo
Sazonado el terrón se desmenuza,
Entonces bajo el peso del arado
En los surcos sumido, ya mis yuntas
Comiencen a quejárseme, y en ellos
Gastada empiece a relucir la reja.
Aquel terrazgo que sentido hubiere
Dos veces el calor, y dos los fríos,
Cumplirá, en fin, los votos del avaro
Agricultor: a contener sus frutos
No bastarán las atestadas trojes.

Mas antes de asulcar campos ignotos
Los vientos dominantes y del cielo
El vago influjo investigar importa;
Las usadas maneras de cultivo,
Las condiciones del lugar geniales;
Saber qué frutos brinda y cuáles niega.
En unos sitios prueba el pan, en otros
La vid prospera; aquí nace arbolado.
El pasto natural allá enverdece.
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Ea, pues; si la tierra fuere rica,
Al principiar el año, con la reja
Bueyes robustos a volverla empiecen,
Tal, que llegando el polvoroso estío,
Los terrones expuestos a su influjo

Con el lleno recueza de sus soles;
Mas si el campo no es fértil, por encima
Dale una reja al asomar de Arcturo;
Aquello, a fin de que viciosas hierbas
No la risueña miés brotando ahoguen:
Esto, porque del breve humor que cría
Desamparada la heredad, no avenga
Que a arena estéril reducida quede.
Cuida, tras eso, que si rinde un año
Tu campo, al otro descansar le otorgues,
Y en la huelga vigor la tierra críe.
O allí, mudada la sazón y el tiempo,
El rubio grano sembrarás de donde
Primero hubieses el lugumbre, ufano
Con sus locas vainillas, recogido,
O las ténues semillas de la arveja,
A las frágiles cañas y ruidosa
Pompa de los amargos altramuces.
Ten sabido que el lino y el avena,
Y las adormideras, que destilan
El agua soporosa, del Leteo,
Mieses son tales que la tierra agotan.
Ellas, empero, en interpuestos años,
Fáciles te serán, si pingüe abono
Al campo exhausto dieres, y de ínmunda
Ceniza cubres las desnudas hazas.
Mandando de simientes, el terreno
Así descansa sin que en tanto duerma
Exento a la labor, al dueño ingrato.

También a veces incendiar conviene,
Los estériles campos, y rastrojos
Secos arder con bulliciosas llamas;
Ya porque así la tierra ocultas fuerzas
Recibe, y alimento vigoroso,
O ya porque a poder del fuego, el vicio
Se le cuece, y humor inútil suda;
O ya porque el calor secretas vías

Le abre, y respiraderos por do vaya
A animar nuevas hierbas fácil jugo;
O más bien la endurece, y tal le aprieta
Las grietas bostezantes, que ni tenues
Lluvias, ni recio sol basta y dañarla,
Ni Bóréaz mugidor envuelto en hielos.
Mucho también el que, con rastros rompe
Las estériles glebas, y de mimbres
Zarzas arastra, beneficia el campo;
A este no sin favor la blonda Céres
Torna los ojos desde el alto Olimpo:
Lo mismo el que al través, vuelto el arado
Parte, los surcos con que el campo eriza
Que aró primero y en labor constante
Vuelve el seno a la tierra, y la avasalla".

-"De lo que es avasallar me encargo yo, bramó el aviador, cerrando el Virgilio cuyas repetidas y mal digeridas lecturas le habían puesto la cabeza como olla de grillos".
Efectivamente, dio vuelta a la tortilla, y el nuevo año fué, en todo, lo contrario exactamente del anterior. Consultan­do su libreta de notas meteoro-lógicas, redactadas por él en su primer experimento, donde veía: "hoy, lluvia", hacia al revés, y se mandaba un día de sol esplendoroso; cuando leía: "hoy, neblina", ordenaba un pampero que arrancaba de cuajo los árboles. Más adelante, oponía al "hoy caluroso" una nevada estupenda; así sucesivamente. Y se produjo, por segunda vez, el milagro... para los demás, quienes tuvieron un año de los gordos; porque el colono quedóse de nuevo a diente.
-"¡Cuerpo de mil bombas!" rugía el desdichado, contem­plando su menos aun que rala cosecha, sus hortalizas mustias, sus frutales ateridos,, "si el año anterior san Pedro me con­donó el arrendamiento, este año me cercena las dos orejas y me rebana la nariz, y con razón ¡carape!".
Entonces se dirigió a Villa María, o a Río Cuarto (que en esto no están de acuerdo los autores graves) donde se en­trevistó con el dueño de un monoplano Fiat, rogándole que lo llevase a la Portería del cielo...".
-"¿A dónde dice usted, Homobono?".
"¿A la portería del cielo, hombre! ¿Es tuerto que no oye!".
-"Bien, bien, y... ¿qué va usted a buscar allá?".
-"¡Toma! Voy a buscar a san Pedro para rescindir un contrato de arrendamiento que le firmé a san Pedro por unos campos de Silvio Pellico, y rogarle que no me ahorque por el alquiler porque realmente he tenido una jetta increíble...".
Mientras él hablaba, mirábale el otro atentamente y, al fin, le respondió:
"Antes de emprender vuelo, amigo Homobono, acom­páñeme a casa del mecánico". Y lo llevó al consultorio de un especialista en enfermedades mentales, donde le dejó.
El galeno le hizo algunas preguntas, redactó un récipe, y le dijo: “Véase con el señor obispo antes de levantar vue­lo". Por las dudas, abstúvose de cobrar la consulta: "¡Vaya que se le ocurra, en vez de los diez pesos, alumbrarme diez, puñetazos y puntapiés que me dejen baldado de por vida!", de­cía para su chaleco de alpaca o de gamuza el hipócrates, mien­tras Homobono corría que se las pelaba al palacio episcopal.
San Pedro le salió al encuentro en la persona de san Fidel que, por casualidad, se encontraba en la Curia donde se ventilaba el más enmarañado de los pleitos entre la Cofra­día de san Roque y un escribano feroz. Las cosas se arregla­ron amigablemente, después que el chacarero añadió al céle­bre contrato el siguiente codicilo: Item más, recanozco que he sido un porro al pretender corregir la plana a san Pedro en lo que atañe a lluvias, sequías, soles y heladas, confesando que es grotesco cambiar las leyes de la naturaleza".

"¡Cuánto labrador, navegante, político y minero andan por ahí, hechos unos bausanes, imaginando arbitrios para re­formar el curso de las estaciones, el altibajo de la temperatura, la ley de las mareas y dee los terremotos, con absoluto olvido de que todo lo ha dispuesto Dios con peso, número y medida!.

1.087. Deimiles (Ham) - 021

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