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lunes, 5 de agosto de 2013

El jaguar enfermo y el zorro rondador

En las cercanías de la laguna Iberá había sentado sus reales un yaguareté homicida que los habitantes de la región estigmatizaron con el rótulo de "enemigo público Nº 1". Re­nunciando entonces a la carne humana, dióse a devorar ani­males ponteses, imponiéndose por su fuerza y osadía a toda la fauna comarcana que reconoció su derecho a reinar, y le pagó tributo. Envalentonado con la fortuna que le soplaba en popa, el carnicero felino imaginó un buen día ahorrarse el tra­bajo de la caza a distancia, pues las continuas correrías, los sus­tos pasados, y los años presentes cargaban pesadamente sobre sus costillas y sus zarpas.
Llama a su secretario. el mono Tití, y le dicta un decreto del tenor siguiente: "Por el presente edicto se hace saber a todos los vasallos que el rey, enfermo de cuidado, ordena a todas y a cada una de las tribus del país enviar representantes a la corte. Cada embajada será munida de su respectiva cédula de identi­dad, y le estará asegurada la protección real por documento es­crito contra los peligros de diente y uña, en poblado y en campo raso".
Parten los correos -liebres, comadrejas, gamos ciervos- ­llevando hasta los confines de la provincia de las Siete Corrien­tes la real orden. Para evitar aglomeraciones, el introductor de embajadores Macaquin, de acuerdo con Yaguareté el augusto en­fermo, dispuso el escalonamiento de las delegaciones y sus acom­pañantes, de suerte que pasara una en las horas manitales, y otra el atardecer, entrando tan sólo los visitantes más repre­sentativos. El facultativo real, que a la sazón lo era el Puma, estaba encargado de seleccionar, los visitantes que llegarían has­ta la cámara del Jaguar enfermo.
El cual estaba rodeado por su consorte, el príncipe herede­ro y el hijo segundón, amén del Puma y su hermana que era enfermera: todos ellos con un diente que echaba lumbres.
En las cercanías del palacio real vivía con su familia el Rondador, zorro pesadilla de don Toribio; como no se apresura­sen ni ellos ni los demás zorros a visitar al augusto enfermo, justificó Rondador su morosidad diciendo:

"Lo que nos inclina a la dilación de este asunto es el haber observado (como ya se lo hizo notar Horacio a un abuelo mío) que todas las huellas impresas en la arena del jardín real por los que visitan al enfermo miran hacia la morada; no se percibe una sola que señale la puerta de salida. Es un misterio que de­searíamos aclarar con alguno de los que han entrado. No es qap dudemos de la validez de pasaporte: está bien redactado y lleva la firma real. Agradecemos profundamente a su majestad el valioso documento y le hemos dado lugar preferente en la biblio­teca. Cuando hayamos descubierto el modo de salir como se entra, quiero decir, por nuestros propios medios y sin menoscabo de la integridad física, volaremos a la cabecera del augusto en­fermo. Hasta ese momento, dispensemos su majestad, y reciba los cordiales votos que hacemos todos por su pronto restableci­mientos en bien del estado y de la democracia".

1.087. Deimiles (Ham) - 021

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