En las cercanías de la laguna Iberá había sentado sus
reales un yaguareté homicida que los habitantes de la región estigmatizaron con
el rótulo de "enemigo público Nº 1". Renunciando entonces a la carne
humana, dióse a devorar animales ponteses, imponiéndose por su fuerza y osadía
a toda la fauna comarcana que reconoció su derecho a reinar, y le pagó tributo.
Envalentonado con la fortuna que le soplaba en popa, el carnicero felino
imaginó un buen día ahorrarse el trabajo de la caza a distancia, pues las
continuas correrías, los sustos pasados, y los años presentes cargaban
pesadamente sobre sus costillas y sus zarpas.
Llama a su secretario. el mono Tití, y le dicta un
decreto del tenor siguiente: "Por el presente edicto se hace saber a todos
los vasallos que el rey, enfermo de cuidado, ordena a todas y a cada una de las
tribus del país enviar representantes a la corte. Cada embajada será munida de
su respectiva cédula de identidad, y le estará asegurada la protección real
por documento escrito contra los peligros de diente y uña, en poblado y en
campo raso".
Parten los correos -liebres, comadrejas, gamos ciervos-
llevando hasta los confines de la provincia de las Siete Corrientes la real
orden. Para evitar aglomeraciones, el introductor de embajadores Macaquin, de
acuerdo con Yaguareté el augusto enfermo, dispuso el escalonamiento de las
delegaciones y sus acompañantes, de suerte que pasara una en las horas
manitales, y otra el atardecer, entrando tan sólo los visitantes más representativos. El facultativo real,
que a la sazón lo era el Puma, estaba encargado de seleccionar, los visitantes
que llegarían hasta la cámara del Jaguar enfermo.
El cual estaba rodeado por su consorte, el príncipe
heredero y el hijo segundón, amén del Puma y su hermana que era enfermera:
todos ellos con un diente que echaba lumbres.
En las cercanías del palacio real vivía con su familia
el Rondador, zorro pesadilla de don Toribio; como no se apresurasen ni ellos
ni los demás zorros a visitar al augusto enfermo, justificó Rondador su
morosidad diciendo:
"Lo que nos inclina a la dilación de este asunto
es el haber observado (como ya se lo hizo notar Horacio a un abuelo mío) que
todas las huellas impresas en la arena del jardín real por los que visitan al
enfermo miran hacia la morada; no se percibe una sola que señale la puerta de
salida. Es un misterio que desearíamos aclarar con alguno de los que han
entrado. No es qap dudemos de la validez de pasaporte: está bien redactado y
lleva la firma real. Agradecemos profundamente a su majestad el valioso
documento y le hemos dado lugar preferente en la biblioteca. Cuando hayamos
descubierto el modo de salir como se entra, quiero decir, por nuestros propios
medios y sin menoscabo de la integridad física, volaremos a la cabecera del
augusto enfermo. Hasta ese momento, dispensemos su majestad, y reciba los
cordiales votos que hacemos todos por su pronto restablecimientos en bien del
estado y de la democracia".
1.087. Deimiles (Ham) - 021
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