Cierto podenco, que más tenía de galgo y de lagarto
que de fiel y sincero, se quedó viudo como aquel labrador que sostenía que, de
no habérsele muerto la mujer, o mejor dicho, de no habérsela asesinado un mal
médico, de ninguna manera habría él quedado viudo, y acabó por sacar de
quicios al Gobernador Sancho Panza haciendo la pintura de la familia y pidiéndole
a quemarropa seiscientos ducador... "y apenas dijo esto, cuando
levantándose en pie el Gobernador, asió de la silla en que estaba sentado, y
dijo: "¡Voto a tal, don patán, rústico y mal mirado, que si no os apartáis
y escondéis luego de mi presencia, que con esta silla os rompa y abra la
cabeza! ¡Hideperra bellaco, pintor del mesmo demonio! y ¿a estas horas te
vienes a pedirme seiscientos ducados? Y ¿dónde los tengo yo, hediondo? Y ¿por
qué te los había de dar, aunque los tuviera, socarrón y mentecato? Y ¿qué se
me da a mi de Miguel Turra ni de todo el linaje de los Perlerines? Va de mí,
digo; si no, por vida del Duque, mi señor, que haga lo que tengo dicho. Tú no
debes de ser de Miguel Turra, sino algún socarrón, que para tentarme te ha
enviado aquí el infierno. Dime, desalmado: aún no ha medio día que tengo el
gobierno, y¡ya quieres que tenga seiscientos ducados!"
Habiéndose quedado, pues, viudo el podenco, quedaron
huérfanos de madre cuatro cachorritos que seguían al atarugado progenitor rabo
entre piernas un día de lluvia en busca de domicilio. Toparon en el basurero
con otro perro cazador, de esos de nariz partida que, al parecer, poseen un
fMísimo "sulfato", como decía un diputado de tierra adentro. Esta
vez, sin embargo, le falló por completo el olfato al can porque ... (ya veremos
por qué).
-"¡Hola! ¿Tú por aquí, Cómodo?...
-"Yo mismo, Lagarto, huyendo de una mano de coces
y otra de leña que me iba a dar Toribio Cascarrabias ¡guau!"
-"Siempre, compañero, me ha parecido tu amo un
Robespierre para nuestra raza ¡voto a Cancerbero! Y con todo me voy a animar a
pedirte prestado por ocho días tu casilla: ¿no ves cómo tiritan de frío estos
cuatro pobrecillos?".
-"¡Hombre! no había parado mientes en tu progenitura;
¿y tu costilla?".
-"Pero, Cómodo, ¿no ves que llevamos luto los
cinco? Mi buena compañera fué asesinada por el patrón la semana pasada en una
cacería de perdices: ¡figúrate que ese cuadrúpedo la confundió con una liebre y
le atracó la carga de los dos caños ¡que cañoneado lo vea yo por toda la
artillería de Europa!".
-"¡Mis pésames, che Lagarto. Puedes disponer de
mi casilla, que yo me largo..."
No se lo dijo ni a sordo ni a perezoso, porque el
podenco, con un trote muy parecido a carrera, seguido de los cuatro cachorrillos
que corrían que se las pelaban dando débiles ladridos para que el padre !os
esperase, llegó en cinco minutos al cubil holgado, bien provisto de paja y
comida. Cómodo, que los observaba desde el mantón de desperdicios, no pudo
menos de repetir perrunamente la copla popular:
¡Cómo
corre, cómo trota
Un pobre
tras una torta!
¡Cómo
trota, cómo corre
Detrás de
una torta un pobre!
Entran jadeando los pequeños y se tienden, sacando Ia
lengua, en la tibia cama; Lagarto se va al tarro de la bucólica y les trae su
buen can qué, y todos dando gruñiditos de satisfacción se entregan al gandeamus que Cómodo les proporciona con
su bienhadada huída.
Al cabo de algunas semanas, volvió a la querencia el
dueño de la casilla:
-"¿Qué tal, Lagarto, se te va pasando la pena de tu
desgracia? ¿Y los chicos?"
-"Ya lo ves, Cómodo, tirando adelante. Los
muchachos buenos. ¿Y tú?"
-"Yo vengo muerto de hambre, molido a palos, y
comido de pulgas... Mucho te agradecería me dejases hoy la casa"
-"¡Pero, Cómodo, siquiera una quincena más,
caramba! No te la vamos a comer ¡guau!..."
Cómodo se llenó la panza con lo que halló a mano, y se
fué a buscar aventuras por quince días más. Aquella noche el muy lagarto del
intruso recordaba, sonriendo, a sus cachorros una copla que repetía don
Toribio:
"¡Qué
dulce es dormir en calma
Cuando a lo
lejos susurran
Los álamos
que se mecen,
Las aguas
que se derrumban!
Cascarrabias se había ido a la Granja , y el quintero, hombre
compasivo con los animales, traía abundante comida para los cinco canes.
Comenzaban los grandes fríos, y el cubil era holgado y muy abrigado, en verdad.
Un atardecer de invierno volvió el dueño del mismo con las orejas gachas y,
tiritando de fría y de hambre, le pide a Lagarto la casa, la pieza, la cama que
necesita inmediatamente. El otro, gruñendo y mostrando los dientes, le
responde: "Estoy listo para salir con toda mi jauría, si tienes agallas
para sacarnos ¡cascajo!".
Los cachorros ya eran casi tan grandes y tan fuertes
como el padre.
Y se realizó lo de siempre:
No hay
amigo para amigo,
Las cañas
se vuelven lanzas.
Mientras Cómodo se iba para el galpón haciendo amargas
reflexiones sobre los falsos amigos, recordó que Lagarto había, tenido antaño
oficio de guardián en cierta cárcel sobre cuya eficacia corría la siguiente
copla:
"En el
patio de la cárcel
Hay escrito
con carbón:
"Aquí
el bueno se hace malo
Y el malo
se hace peor".
“¡Tuve yo el presentimiento el día aquel que lo ví partir
como flecha seguido de sus cuatro aprovechados retoños ¡canejo! ¡Como para
fiarse de amigos o esperar agradecimiente de nadie ¡cuerpo de un gato!"
"Hacer
bien a los pillos es favorecer el mal y darles alas para que engañen a otros:
la experiencia lo demuestra. "Haz bien, y no mires a quien", dice el
refrán. Sí, con tal que se haga un bien, y no un mal. ¡Cuánto pobre vergonzante
sufre hambre y frío mientras los embaucadores y osados desvalijan a sus
bienhechores mismos!"
1.087. Deimiles (Ham) - 021
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