Cuando hubo digerido a maese Lobo, cuya piel aplicada
caliente y humeante a la reina madre debía devolverle el perdido calor vital,
el león valeroso, vencedor del leopardo y sus aliados, resolvió seriamente
estudiar la moral para gobernar a sus vasallos con dignidad y justicia. ¡Misterios
de la psicología animal!
No más impenetrables, con todo, que los de la
psicología humana: Nerón, Clalígula, Lenine, García Atadell y otros compadres
sadistas de la Revolución
francesa, de Rusia, Méjico, Hungría (cuando Bela Kun) y la España Roja de Azaña,
Companys, Negrín y sus siniestros colaboradores, lo demuestran de sobra.
Como no era el león persona que dejase criarse canas
en su mollera a las resoluciones que tomaba, ese mismo día se hizo traer un
regente o profesor de universidad, graduado por Cachemira: un mono antropoformo
llamado Marajadi. Era un maestro que, si bien no dejaba de decir y hacer
macacadas, por aquéllo de "genio y figura, hasta la sepultura", tenía
la facultad de observación desarrollada, y como había frecuentado la sociedad,
la plebe, el teatro animalescos, sacó en conclusión que la fuente de todos los
errores está en el orgullo, el amor propio, la vanidad. Estos se anteponen
siempre a la justicia, a la verdad y aun a las conveniencias, convirtiendo a
la persona en un fatuo odioso y grotesco.
-"Un príncipe debe preferir siempre el bien del
Estado a su personal satisfacción", decía gravemente Marajadi. "La
dificultad grande está en poder librarse del amor propio; ya que es imposible
extirparlo totalmente, es menester sofrenarlo lo suficiente para no admitir ni
lo falso, ni lo injusto, ni lo ridículo. ¿Hay cosa más necia que oír a un
hipopótamo sosteniendo que su filosofía de la vida es la única positiva; a un
cangrejo, que la marcha del gamo es antiestética; a una marmota, que la
ardilla no sabe vivir! Yo oí una vez en Cachemira a varios chicos que cantaban:
"La
vista recogida
Mucho
penetra;
Esto dijo
una chiva
Porque era
tuerta".
¿Dónde diablos va a alojarse la filosofía subjetiva?
"Sólo lo nuestro lo estimamos justo, razonable,
bello; bien elaro se vió en la asamblea de Noé, cuando el sonado asunto de las
alforjas: la de los defectos ajenos llevábanla delante de los ojos, la de los
propios, a las espaldas.
"He sabido que entre los hombres sucede lo mismo
exactamente: el filósofo compadece al matemático, el músico se mofa del
artesano, el sabio de laboratorio escarnece al metafísico, el artillero se
burla del infante, el aviador mira con lástima a la caballería (este mono leía
en el porvenir); la mitad del linaje humano se burla de la otra mitad. Pura
soberbia, amor propio, vanidad. Se levanta a las nubes a los de la propia cofradía
para ensalzarse a sí mismo, y así nos pasa como a las semillas de pepino,
melón, sandía y calabaza, de todos las cuales se puede decir aquello de la
copla:
"¡Qué
hinchado y qué fanfarrón
Entre las
ramas habita!
Pues sepan
que fué pepita,
Aunque ya
lo ven melón".
-"¡Cuerpo del Sol!", rugió el león a estas
alturas del discurso ciceroniano, "¿te atreverías a hacer insinuaciones
personales a tu rey!".
-"¡Ni por pensamiento, majestad, ni tal Dios
permita!
castañeteó el mono. Aludía a esos advenedizos,
magnates de pega, que no dejan pasar día sin arrimarles una felpa a sus familiares;
a esos ministros que, en punto a obras públicas, realizaron la de adoquinar la Vía Láctea , y la de
secar el Océano con una esponja; a esos funcionarios que cada semana renuevan
el festin de Daroca en que el pueblo pone las viandas y el alcalde la boca.
Tipos, la mayor parte, de un talento más tupido que caldo de habas, aunque cada
uno de ellos es un trompo que bien baila, y sabe muy bien hacerse el orejón
cuando se trataa de arrimar el hombro para una patriada. Individuos tiesos y
cogotudos con la pobre gente, y que tienen la misma utilidad que los perros en
misa, por más que nunca sueltan sus credenciales y demás perejiles y perendengues
autoritarios..."
-"¡Cuerpo de la Luna ! ¿Y esa literatura se estila ahora en
Cachemira, maestro Marajadi?", exclamó el rey. No diré que no sea moral, tampoco
diré que lo sea, pero ¡por san Marcos! las conveniencias, tan siquiera, las
conve-niencias..."
-"Majestad, las conveniencias eran verdes y se
las comió el burro, con paz sea dicho de los presentes, ya que todos nos
conocemos, y nadie nos va a echar dado falso ni naipe marcado. Mas, volviendo a
mi discurso moral, concluyo de mis premisas que, en este mundo sublunar y
forestal, bastantes talentos no son más que pura fachada, desparpajó y
artificio cabalístico, mimetismo o disfraz, mejor conocido y usado de los
ignorantes que de los estudiosos".
A estas postrimerías de la lección, el Lebn pasándose
con toda dignidad las manos por la frente y los morros, confesó noblemente que
la tarea de gobernar le parecía abrumadora, pues requería una suma de
conocilmientos que él estaba muy lejos de poseer. El mono Marajadi comprendió
que había ahondado demasiado la
Etica del Estagirita, y obrando como buen albañil que da una
de cal y otra de arena, se apresuró a pedir permiso para echar otra coplita,
cantada en Murcia cuando su visita a Ibn Arabi, el gran contemplativo:
"Por
cosas de este mundo
Nunca te
apures;
Que no hay
mal que no acabe
Ni bien que
dure".
Sacudió la melena el soberano y preguntó al maestro Marajadi
si en sus viajes y peregrinacianes había topado con un monarca -emperador, rey,
presidente o cacique- que presentase, por lo menos, ese carácter de estar
libre de soberbia, amor propio, vanidad: cimiento granítico del verdadero
gobernante.
Respondió con enigmática sonrisa, mueca mejor dicho,
el Mono sabio, y se ciñó a recordar que, a este respecto un tal Metastasio,
siglos más tarde, refiriéndose al ave Fenix, escribiría dos versillos que
venían como anillo al dedo a la cuestión del rey:
"Che
vi sia, ciascún lo dice
Dove sia,
nesaun, lo sa".
En cambio, se sabe bien donde están los que gobiernan
imperios y ganan batallas, como lo cantará la musa de un Tal de Saavedra:
"Hay
algunos tan simplones,
Que desde
su muladar
Se ponen a
gobernar
Mil reinos
y mil naciones;
Dan trazas,
forman Estados
Y
repúblicas sin tasa,
Y no saben
en su casa
Gobernar a
dos criados".
-"¡Cuánto desearía viajar, conocer mundo, oir
nuevas gentes, para tratar de adquirir lo necesario al arte de
gobernar!", rugió el valiente león.
-"No es sino muy bueno y discreto el deseo de su
majestad, respondió maese Marajadi, pero en la época en que vivimos ¿sería
prudente ponerlo por obra? Su majestad decidirá en la próxima lección, después
que le haya leído el apólogo Los dos
Amigos y la Fortuna.
Entre tanto permita su majestad a este viejo servidor
que, inspirado por la vista de los dos magníficos retoños que juegan al pie del
trono, le haga oir una sentida estrofa:
"La
vejez desencantada
Tal vez no
goza con nada,
Pero la más
cruel historia
Se borra de
su memoria
Si de hijos
se ve cercada".
"Es la voz misma de la experiencia, como lo podrá
certificar felizmente la augusta madre de su majestad, salvada por la genial
receta de Zorropastro".
Frase final que vino a corroborar plenamente toda la
doctrina sustentada por el eminente profesor, puesto que si él, Masrajad¡,
era el ayo del león, Zorrapastro era el gran Visir del leopardo.
"De la
soberbia, del amor propio,,de la vanidad, sólo se libran, en la medida posible
al hombre mortal, los héroes de la virtud: los Santos. Por desgracia, estos
héroes, cuando no son objeto de escarnio, pasan desaperecidos. Tenemos para
rato con los que estando arriba combaten "las ambiciones bastardas"
de quienes piden un poco más de equidad".
1.087. Deimiles (Ham) - 021
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