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lunes, 5 de agosto de 2013

El mono maestro

Cuando hubo digerido a maese Lobo, cuya piel aplicada caliente y humeante a la reina madre debía devolverle el per­dido calor vital, el león valeroso, vencedor del leopardo y sus aliados, resolvió seriamente estudiar la moral para gobernar a sus vasallos con dignidad y justicia. ¡Misterios de la psicología animal!
No más impenetrables, con todo, que los de la psicología humana: Nerón, Clalígula, Lenine, García Atadell y otros com­padres sadistas de la Revolución francesa, de Rusia, Méjico, Hungría (cuando Bela Kun) y la España Roja de Azaña, Com­panys, Negrín y sus siniestros colaboradores, lo demuestran de sobra.
Como no era el león persona que dejase criarse canas en su mollera a las resoluciones que tomaba, ese mismo día se hizo traer un regente o profesor de universidad, graduado por Cachemira: un mono antropoformo llamado Marajadi. Era un maestro que, si bien no dejaba de decir y hacer macacadas, por aquéllo de "genio y figura, hasta la sepultura", tenía la facultad de observación desarrollada, y como había frecuenta­do la sociedad, la plebe, el teatro animalescos, sacó en conclu­sión que la fuente de todos los errores está en el orgullo, el amor propio, la vanidad. Estos se anteponen siempre a la jus­ticia, a la verdad y aun a las conveniencias, convirtiendo a la persona en un fatuo odioso y grotesco.
-"Un príncipe debe preferir siempre el bien del Estado a su personal satisfacción", decía gravemente Marajadi. "La dificultad grande está en poder librarse del amor propio; ya que es imposible extirparlo totalmente, es menester sofrenarlo lo suficiente para no admitir ni lo falso, ni lo injusto, ni lo ridículo. ¿Hay cosa más necia que oír a un hipopótamo soste­niendo que su filosofía de la vida es la única positiva; a un cangrejo, que la marcha del gamo es antiestética; a una mar­mota, que la ardilla no sabe vivir! Yo oí una vez en Cachemira a varios chicos que cantaban:

"La vista recogida
Mucho penetra;
Esto dijo una chiva
Porque era tuerta".

¿Dónde diablos va a alojarse la filosofía subjetiva?
"Sólo lo nuestro lo estimamos justo, razonable, bello; bien elaro se vió en la asamblea de Noé, cuando el sonado asunto de las alforjas: la de los defectos ajenos llevábanla delante de los ojos, la de los propios, a las espaldas.
"He sabido que entre los hombres sucede lo mismo exacta­mente: el filósofo compadece al matemático, el músico se mofa del artesano, el sabio de laboratorio escarnece al metafísico, el artillero se burla del infante, el aviador mira con lástima a la caballería (este mono leía en el porvenir); la mitad del linaje humano se burla de la otra mitad. Pura soberbia, amor propio, vanidad. Se levanta a las nubes a los de la propia co­fradía para ensalzarse a sí mismo, y así nos pasa como a las semillas de pepino, melón, sandía y calabaza, de todos las cuales se puede decir aquello de la copla:

"¡Qué hinchado y qué fanfarrón
Entre las ramas habita!
Pues sepan que fué pepita,
Aunque ya lo ven melón".

-"¡Cuerpo del Sol!", rugió el león a estas alturas del dis­curso ciceroniano, "¿te atreverías a hacer insinuaciones perso­nales a tu rey!".
-"¡Ni por pensamiento, majestad, ni tal Dios permita!
castañeteó el mono. Aludía a esos advenedizos, magnates de pega, que no dejan pasar día sin arrimarles una felpa a sus fa­miliares; a esos ministros que, en punto a obras públicas, reali­zaron la de adoquinar la Vía Láctea, y la de secar el Océano con una esponja; a esos funcionarios que cada semana renuevan el festin de Daroca en que el pueblo pone las viandas y el alcalde la boca. Tipos, la mayor parte, de un talento más tupido que caldo de habas, aunque cada uno de ellos es un trompo que bien baila, y sabe muy bien hacerse el orejón cuando se trataa de arri­mar el hombro para una patriada. Individuos tiesos y cogotudos con la pobre gente, y que tienen la misma utilidad que los perros en misa, por más que nunca sueltan sus credenciales y demás perejiles y perendengues autoritarios..."
-"¡Cuerpo de la Luna! ¿Y esa literatura se estila ahora en Cachemira, maestro Marajadi?", exclamó el rey. No diré que no sea moral, tampoco diré que lo sea, pero ¡por san Marcos! las conveniencias, tan siquiera, las conve-niencias..."
-"Majestad, las conveniencias eran verdes y se las comió el burro, con paz sea dicho de los presentes, ya que todos nos conocemos, y nadie nos va a echar dado falso ni naipe marcado. Mas, volviendo a mi discurso moral, concluyo de mis premisas que, en este mundo sublunar y forestal, bastantes talentos no son más que pura fachada, desparpajó y artificio cabalístico, mimetismo o disfraz, mejor conocido y usado de los ignorantes que de los estudiosos".

A estas postrimerías de la lección, el Lebn pasándose con toda dignidad las manos por la frente y los morros, confesó no­blemente que la tarea de gobernar le parecía abrumadora, pues requería una suma de conocilmientos que él estaba muy lejos de poseer. El mono Marajadi comprendió que había ahondado demasiado la Etica del Estagirita, y obrando como buen albañil que da una de cal y otra de arena, se apresuró a pedir permiso para echar otra coplita, cantada en Murcia cuando su visita a Ibn Arabi, el gran contemplativo:

"Por cosas de este mundo
Nunca te apures;

Que no hay mal que no acabe
Ni bien que dure".

Sacudió la melena el soberano y preguntó al maestro Ma­rajadi si en sus viajes y peregrinacianes había topado con un monarca -emperador, rey, presidente o cacique- que presen­tase, por lo menos, ese carácter de estar libre de soberbia, amor propio, vanidad: cimiento granítico del verdadero gobernante.
Respondió con enigmática sonrisa, mueca mejor dicho, el Mono sabio, y se ciñó a recordar que, a este respecto un tal Metastasio, siglos más tarde, refiriéndose al ave Fenix, escribi­ría dos versillos que venían como anillo al dedo a la cuestión del rey:

"Che vi sia, ciascún lo dice
Dove sia, nesaun, lo sa".

En cambio, se sabe bien donde están los que gobiernan im­perios y ganan batallas, como lo cantará la musa de un Tal de Saavedra:

"Hay algunos tan simplones,
Que desde su muladar
Se ponen a gobernar
Mil reinos y mil naciones;

Dan trazas, forman Estados
Y repúblicas sin tasa,
Y no saben en su casa
Gobernar a dos criados".

-"¡Cuánto desearía viajar, conocer mundo, oir nuevas gen­tes, para tratar de adquirir lo necesario al arte de gobernar!", rugió el valiente león.
-"No es sino muy bueno y discreto el deseo de su majes­tad, respondió maese Marajadi, pero en la época en que vivi­mos ¿sería prudente ponerlo por obra? Su majestad decidirá en la próxima lección, después que le haya leído el apólogo Los dos Amigos y la Fortuna.
Entre tanto permita su majestad a este viejo servidor que, inspirado por la vista de los dos magníficos retoños que juegan al pie del trono, le haga oir una sentida estrofa:

"La vejez desencantada
Tal vez no goza con nada,
Pero la más cruel historia
Se borra de su memoria
Si de hijos se ve cercada".

"Es la voz misma de la experiencia, como lo podrá certifi­car felizmente la augusta madre de su majestad, salvada por la genial receta de Zorropastro".
Frase final que vino a corroborar plenamente toda la doc­trina sustentada por el eminente profesor, puesto que si él, Mas­rajad¡, era el ayo del león, Zorrapastro era el gran Visir del leopardo.

"De la soberbia, del amor propio,,de la vanidad, sólo se libran, en la medida posible al hombre mortal, los héroes de la virtud: los Santos. Por desgracia, estos héroes, cuando no son objeto de escarnio, pasan desaperecidos. Tenemos para rato con los que estando arriba combaten "las ambiciones bastardas" de quienes piden un poco más de equidad".

1.087. Deimiles (Ham) - 021

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