Un ratoncito atolondrado, pariente lejano del que fué
engullido sin compasión por Micifuz, emigró a los oasis de la Tripolitania. Dejando
un día el villorrio de Tetakschin internóse entre los bosques de palmeras
datilíferas. Quería explorar el mundo como aquella Lauchita que se las tuvo
que ver, al salir del sótano, con el Gallo y Michomorrongo, y se llevó el susto
del siglo. Ahora bien, sucedió que en el oasis, escogido no lejos del río
Esghir por Ratoncito, se hallaba una espesura con antiguas ruinas romanas,
lugar frecuentado por un león imponente como un emperador.
Un día se tendió el rey de los animales a descansar en
aquella espesura... De súbito siente un cosquilleo y algo que le camina
velozmente sobre la zarpa delantera. Era Ratoncito que salía de su subterráneo
y, sin caer en la cuenta, se paseaba así sobre la carne del león. En un triz
estuvo que el rey de un soplido no lo aventase hasta la copa de una palmera o
de un estornudo lo enterrase dos metros bajo la arena; pero como hay una
providencia especial para los chicos, los ebrios, los sonámbulos y los
dementes, sucedió que el león, en vez de molestarse, irritarse, como hace el
hombre con las pulgas (por ejemplo, don Trifón que, por una que le picó, pedía
los rayos de Júpiter, la cachiporra de Hércules y la cuadriga de Artemisa),
miró a Ratoncito con burlona sonrisita, diciéndole:
-"Te parece, microbio, que no hay bastunte
espacio en el Fezzan para pasearte que has de venir precisamente a trepar por
mis dedos y correr por mi brazo!"
Oyendo aquel rugidito que, si bien venía con sordina,
resultaba un truleno para Ratoncito, éste se quedó como una estantigua, can
el rabito tieso verticalmente, el hocico fruncido, los bigotes caídos y el pelo
erizado, y sin acertar a decir una palabra de explicación o de excusa, todo
transido, todo mohino y todo atarugado.
Dióse cuenta el león -por cierta incongruencia que notó
en el ratón, incapaz de controlar sus facultades psicológicas, cuantimás sus
vísceras- que el pobre roedor iba a ser víctima de una hemiplejia; así que se
apremió a tranquilizarlo con estas palabras:
-"¡Vaya, vaya, no te asustes, chico, que para
todo hay remedio si no es para la muerte! Puedes seguir tu camino, pero fíjate
un poco mejor por donde vas y vienes".
Esto dicho, le echó suavemente una bocanada de aliento
cálido que le devolvió los espíritus vitales ya a punto de emigrar por las
puntas de la erizada pelambre. Con un trotecito intermitente y zigzagueante, se
fué el ratón a su matalotaje donde, con dátiles y coco reanimó las quebrantadas
energías, jurando proveerse cuanto antes de un largavista o de prismáticos
para no volver a verse en otra.
¿Quién le hubiera dicho al león que su clemencia iba,
nada menos, que a salvarle la vida? Pues así fué, al pie de la letra.
Sucedió que, la noche de ese día histórico para
Ratoncito, salió el león de caza por las afueras del palmar y, sin saber cómo
ni cómo no, vióse de súbito preso, envuelto y revuelto en redes tales que no
hubo zarpazos ni rugidos que las desgarrase. Llegó el batifondo a oídos del
ratón, el cual, enfocando ambas orejas por donde venían las ondas sonoras, sacó
en conclusión después de filosofar un minuto que el magnánimo rey estaba
pasando las de Caín, y que era deber primordial de todo súbdito acudir en su
ayuda.
Parte, y no corre, sino vuela Ratoncito por el arenal;
llega al teatro de las operaciones, y con un chillido, a falta de clarín, anuncia
al león la llegada de refuerzos. Sin perder un instante, se corre por el brazo
del rey, llega a la zarpa, envuelta totalmente en la red por los manotones
repartidos a diestro y siniestro, comienza a roer mallas, y en un santiamén el
león puede desenredarse y hacer pedazos todo el andamiaje, dando tales saltos y
rugidos que los beduinos cazadores tuvieron mucho que hacer para no dejarse
cazar.
"En
cuanto puedas, haz favor a todos. Alguno, vez necesitarás de otro más pequeño
que tú, que con su paciencia y maña hará lo que no lograrían ni la fuerza ni
la ira".
1.087. Deimiles (Ham) - 021
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