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lunes, 5 de agosto de 2013

El hombre y el animal

Rey de la creación, el hombre lo es de los animales: los caracteres del irracional son reflejados por modo picante en el ser razonable, y ello explica la simpatía que todos sentimos por el anólogo y la fábula en que los actores son animales, con sus instintos y mañas, cualidades y defectos; esbozos y rasgu­ños, diríase, de humanas existencias.
La literatura vulgar refleja esa opinión difusa: Fulano es un león, Fulano es un oso, Mengano es un zorro, Perengano es un simio, los de tal gremio son unos carneros, y así sucesi­vamente. Añadamos rara ser justos, aunque nos duela, que los ciiadrúpedos y los bípedos son incapaces de soñar siquiera to­das las bellaquerías que imagina y lleva a la práctica el rey de los mismos. ¡Por algo será rey!
No ha muchos años un diputado me mostró un ejemplar de la obra que escribiera basado en apuntes del natural. Aun­que no leí el libro, porque pasó a otras manos (en realidad el obsequio no era para mí), recuerdo que casi toda la fauna ame­ricana estaba encarnada en los colegas del autor, desde la ba­llena y el tiburón hasta la babirusa, el carpincho y el peludo. ¡Lástima que el hombre no escribiera en castellxno sino en lengua parlamentaria ! Pero la obra trae tela en qué cortar para quien conociese, medianamente siquiera a Cervantes, Queve­do, Pereda y R. Palma. No nombro a los plumíferos de ambas márgenes del Plata, por no dejarme alguno en el tPntero, y te­ner que habérmelas luego con sus feroces padrinos.
Es un hecho que en cien ocasiones el animal razonable obra como el irracional. De ello se percatan muy bien los que viven con nosotros: perros, gatos, gansos, gallinas, gorriones, caballos, etc., y aun se lo comunican entre ellos, como se puede ver por el siguiente

DIÁLOGO ENTRE BABIECA Y ROCINANTE

SONETO

B. ¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?
R. Porque nunca se come, y se trabaja.
B. Pues ¿qué es de la cebada y de la paja?
R. No me deja mi amo ni un bocado.
B. Andá, señor, que estáis muy mal criado,
    Pues vuestra lengua... de asno al amo ultraja.
R. Asno se es de la cuna a la mortaja.
    ¿Queréisto ver? Miraldo enamorado.
B. ¿Es necedad amar?
R. No es gran prudencia.
B. Metafísico estáis.
R. Es que no como
B. Quejáos del escudero.
R. No es bastante.
    ¿Cómo me he de quejar en mi dolencia,
    Si el amo y escudero o mayordomo
    Son tan rocines como Rocinante!

Se calla, por saberlo hasta las hormigas, que las bellezas de un Congreso de diputados se elevan a la quinta potencia en los Concejos Delirantes.
Pues volviendo a los padrinos, ignoro si antaño se estila­ba ese modo de demostrar el valor de la propia literatura, pe­ro creo que hogaño se acepta, alguna vez por lo menos, de mo­do que la morada de las Musas se ha trocado casi en un cam­pamento. Ahora bien, yo apruebo plenamente al bonhomme La Fontaine cuando escribía, no recuerdo más a quien: "Tu mo­rada huele demasiado a polvo, no a polvo de rizar, sino a pól­vora de romper cabezas, cosa que temo como el rayo:

"Votre séjour sent un peu trop la poudre;
Non la poudre á tétes friser
Mais la poudre á tétes briser;
Ce que je crains comme la foudre".

De ahí que yo me aparte cuidadosamente de toda alusión en estas Narraciones, y me conforme con hablar a los habitan­tes de la Luna donde hay ciertamente escritores, concejales, diputados, comisarios, escribanos, abogados, jueces y otros en­tes, absolutamente desconocidos en la Tierra.

* * *
Al canto llano, que ya basta de preludios. Allá por el año 1921 encontrábama en San Francisco del Chañar (donde Fili­bertito se durmió como un lirón al borde de un pozo), y una mañana oí gran algarada y furioso latir de canes. Tiendo la mirada por entre el arbolado hacia la era que parecía playa, y veo un desdichado dogo forastero, sin más cuerpo que la piel y los huesos, cruzando penosamente el lugar flanqueado por al­gunos perrazos que ladraban airadamente, mientras lo acom­pañaban hasta el límite de su territorio, sin hincar en él los dientes (por temor de la peste, supongo) pero con ninguna lás­tima del estado de extenuación del colega, demostrada elocuen­temente en las incongruencias que le acaecían por efecto del miedo.
Hay un refrán que dice: "¿quién es tu enemigo? El de tu oficio". ¿Qué hacían esos canes más que defender su pitanza? Un perro más en el pueblo, era un bocado menos para el clan canino: ¡fuera el intruso!
Démonos ahora una vuelta a la redonda, de las casas más empingorotadas al último despacho de comestibles de la cam­paña : el interés de lucro, de ambición, de gloria, de autoridad, de grandeza, es el tendón de Aquiles que nos hace invencibles contra las "ambiciones bastardas" de los que tan sólo aspiran a una migaja de nuestra abundancia. Se dirá que es la lucha por la vida; pero el irracional guarda ciertos límites en ella. El rey de los animales y de la creación parece tener por lema el refrán que dice: "de cuero ajeno, correas largas", y el pro­verbio: "del árbol caído, todos hacen leña". Pillar al foraste­ro, anonadar al extraño, rebajar el mérito ajeno, es moneda corriente en todos los ámbitos de la actividad humana.
No sé si todos suscribiríamos hoy el dodecasílabo de Mo­liére :"Se puede ser hombre honrado, y hacer mal los versos", aunque todos aplaudirían, quizás, sus otros alejandrinos: "Na­die tendrá ingenio y agudeza, fuera de nosotros y de nuestros amigos. Doquiera buscaremos a hallar qué decir, y no veremos más que nosotros que sepan escribir bien". No sería la primera vez que se aplicaría a trochemoche y con toda injusticia, tratándose de autor novel, el epigrama que Moratin, sin duda justicieramente, aplicó a los malos escritores de su tiempo:

"Pedancio, a los botarates
Que te ayudan en tus obras
Ni los nombres ni los trates;
Tú te bastas y te sobras
Para escribir disparates".

En fin, que en Letras, como en Artes, Filosofía y Cien­cias, diríase que vuelven los tiempos que la Musa Indignación que amó Juvenal pletórica de lava ardiente, y brillaba venga­dora en la fija mirada del Dante, estigmatizará de nuevo con la palabra acerada del satírico romano:

"Si quieres ser del mundo respetado,
Haz lo que digno de la sárrel sea".

Doblemos la hoja porque ya se ve que, en achaques de "lucha por la vida", le podemos dar quince y raya a los irra­cionales.

Si nos damos una vuelta por el corral y el gallinero, se nos entrarán por los ojos otras preeminencias del hombre so­bre los animales sus vasallos. ¿Quién no ha sido testigo del pi­torreo y batifondo que se arma entre los pavos, las gallinas, los ánades y los perros, cuando el amo o él cocinero aparecen en el recinto con evidentes intenc4ones de matanza? Aquello dura exactamente el tiempo que transcurre entre la aparición del asesino y su desaparición con las víctimas destinadas a la sartén, o a la olla. Inmediatamente todo vuelve al ritmo de in­consciencia anterior al cataclismo; las excepciones son tan ra­ras como los mirlos blancos, según lo hemos comprobado en El Cocinero, el Pollo y el Halcón.
En lugar de un corral y gallinero, pongamos una ciudad, una provincia, un estado: los hombres que en ellos habitan ¿de­jan su necedad, malas costumbres, locuras e impiedad estúpi­da, después de haber recibido un diluvio de hierro y fuego? ¿Procuran precaverse de la catástrofe con leyes que salvaguar­dan los derechos de Dios, de la familia, del individuo, en toda su extensión, sin neutralidad hipócrita y criminal, sin ingeren­cias draconianas, sin arbitrarias imposiciones? ¡De ningún mo­do! Se vuelve a los cacareos, a los graznidos, a los reburnos de antaño, del parlamento al despacho de bebidas, de las aca­demias a los teatros de lupanar... hasta el próximo diluvio y degolladero que acabe con la mitad o las tres cuartas partes de "honorables", de "filósofos", "sabios", "literatos" y "artis­tas".

Démonos ahora una vuelta por los linderos del bosque. Es la hora, entre dos luces, de la alborada; los últimos crespones de la maga Noche se recogen, y adelanta, blanqueando la pers­pectiva, el nuevo día; momento propicio para el acecho...
Súbome a un árbol con mi escopeta cargada (sin chum­bos o perdigones) y me dispongo a fulminar teóricamente des­de mi Olimpo a la tribu conejil. Son los parientes del malo­grado Conejito, caído con misia Comadreja, en las garras de Uñañarte. Allí están todos retozando entre las matas de tomillo, escurrién-dose por entre el brezo para sorber el perfumado ro­cío, ahogando los arbustos, paciendo el verde césped... ¡Pum! El estampido inesperado y formidable pone en precipitada fuga la nación roedora, y en pocos instantes todos los conejuelos desaparecen como tragados por la tierra. Ocultos en la ciudad subterránea, los gazapos olvidan pronto el reciente susto y de nuevo asoman el rosado hocico, los ojuelos despiertos, las en­hiestas y movibles orejas por el orificio de las madrigueras. Hételos, después de pánico tan grande, acercándose a saltitos, más retozones y traviesos que nunca para ponerse nuevamente a tiro con toda inconsciencia.
¿Hacen otra cosa los humanos? Dispersados por un terre­moto, por la erupción de algún volcán, por una guerra que se encarniza cada vez en el mismo terreno... aun no acabó la, tierra sus remesones, ni el volcán de arrojar lava, ni las armas de tronar, cuando ya están de vuelta los descuidados morado­res de la región, empujando ante sí o arreando las bestias que instintivamente querrían alejarse de la comarca peligrosa.
-¿A qué continuar? Cien ejemplos más encontrará el se­sudo lector. Debemos evitar el decirlo todo so pena de hartar. Y el arte de escribir exige la ciencia de saber ceñirse.

"Y yo sospecho que el indiscreto lector estará pensando eran la frase de Sancho a Don Quijote cuando éste -después de la desventurada aventura de los galeotes, donde, hubo asáz de pe­dradas, o del Roto del Bosque, donde hubo torniscones a gra­nel, o de las Yangüeses, donde llovieron garrotazos como gra­nizo, o de alguna otra que ahora no recuerdo- le dijo que pen­saba escarmentar con lo que le había pasado, respondió su es­cudero: "así escar-mentará vuesa merced como yo soy turco".
"Yo creo que para moraleja, la afirmación del Panza viene aquí como anillo al dedo".

1.087. Deimiles (Ham) - 021

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