Rey de la creación, el hombre lo es de los animales:
los caracteres del irracional son reflejados por modo picante en el ser
razonable, y ello explica la simpatía que todos sentimos por el anólogo y la
fábula en que los actores son animales, con sus instintos y mañas, cualidades y
defectos; esbozos y rasguños, diríase, de humanas existencias.
La literatura vulgar refleja esa opinión difusa:
Fulano es un león, Fulano es un oso, Mengano es un zorro, Perengano es un
simio, los de tal gremio son unos carneros, y así sucesivamente. Añadamos rara
ser justos, aunque nos duela, que los ciiadrúpedos y los bípedos son incapaces
de soñar siquiera todas las bellaquerías que imagina y lleva a la práctica el
rey de los mismos. ¡Por algo será rey!
No ha muchos años un diputado me mostró un ejemplar de
la obra que escribiera basado en apuntes del natural. Aunque no leí el libro,
porque pasó a otras manos (en realidad el obsequio no era para mí), recuerdo
que casi toda la fauna americana estaba encarnada en los colegas del autor,
desde la ballena y el tiburón hasta la babirusa, el carpincho y el peludo.
¡Lástima que el hombre no escribiera en castellxno sino en lengua parlamentaria
! Pero la obra trae tela en qué cortar para quien conociese, medianamente
siquiera a Cervantes, Quevedo, Pereda y R. Palma. No nombro a los plumíferos
de ambas márgenes del Plata, por no dejarme alguno en el tPntero, y tener que
habérmelas luego con sus feroces padrinos.
Es un hecho que en cien ocasiones el animal razonable
obra como el irracional. De ello se percatan muy bien los que viven con
nosotros: perros, gatos, gansos, gallinas, gorriones, caballos, etc., y aun se
lo comunican entre ellos, como se puede ver por el siguiente
DIÁLOGO ENTRE BABIECA Y ROCINANTE
SONETO
B. ¿Cómo estáis,
Rocinante, tan delgado?
R. Porque nunca
se come, y se trabaja.
B. Pues ¿qué es
de la cebada y de la paja?
R. No me deja mi
amo ni un bocado.
B. Andá, señor,
que estáis muy mal criado,
Pues vuestra lengua... de asno al amo
ultraja.
R. Asno se es de
la cuna a la mortaja.
¿Queréisto ver? Miraldo enamorado.
B. ¿Es necedad
amar?
R. No es gran
prudencia.
B. Metafísico
estáis.
R. Es que no
como
B. Quejáos del
escudero.
R. No es
bastante.
¿Cómo me he de quejar en mi dolencia,
Si el amo y escudero o mayordomo
Son tan rocines como Rocinante!
Se calla, por saberlo hasta las hormigas, que las
bellezas de un Congreso de diputados se elevan a la quinta potencia en los
Concejos Delirantes.
Pues volviendo a los padrinos, ignoro si antaño se
estilaba ese modo de demostrar el valor de la propia literatura, pero creo
que hogaño se acepta, alguna vez por lo menos, de modo que la morada de las
Musas se ha trocado casi en un campamento. Ahora bien, yo apruebo plenamente
al bonhomme La Fontaine cuando escribía,
no recuerdo más a quien: "Tu morada huele demasiado a polvo, no a polvo
de rizar, sino a pólvora de romper cabezas, cosa que temo como el rayo:
"Votre
séjour sent un peu trop la poudre;
Non la
poudre á tétes friser
Mais la
poudre á tétes briser;
Ce que je
crains comme la foudre".
De ahí que yo me aparte cuidadosamente de toda alusión
en estas Narraciones, y me conforme con hablar a los habitantes de la Luna donde hay ciertamente
escritores, concejales, diputados, comisarios, escribanos, abogados, jueces y
otros entes, absolutamente desconocidos en la Tierra.
* * *
Al canto llano, que ya basta de preludios. Allá por el
año 1921 encontrábama en San Francisco del Chañar (donde Filibertito se durmió
como un lirón al borde de un pozo), y una mañana oí gran algarada y furioso
latir de canes. Tiendo la mirada por entre el arbolado hacia la era que parecía
playa, y veo un desdichado dogo forastero, sin más cuerpo que la piel y los
huesos, cruzando penosamente el lugar flanqueado por algunos perrazos que
ladraban airadamente, mientras lo acompañaban hasta el límite de su
territorio, sin hincar en él los dientes (por temor de la peste, supongo) pero
con ninguna lástima del estado de extenuación del colega, demostrada elocuentemente
en las incongruencias que le acaecían por efecto del miedo.
Hay un refrán que dice: "¿quién es tu enemigo? El
de tu oficio". ¿Qué hacían esos canes más que defender su pitanza? Un
perro más en el pueblo, era un bocado menos para el clan canino: ¡fuera el
intruso!
Démonos ahora una vuelta a la redonda, de las casas
más empingorotadas al último despacho de comestibles de la campaña : el
interés de lucro, de ambición, de gloria, de autoridad, de grandeza, es el
tendón de Aquiles que nos hace invencibles contra las "ambiciones
bastardas" de los que tan sólo aspiran a una migaja de nuestra abundancia.
Se dirá que es la lucha por la vida; pero el irracional guarda ciertos límites
en ella. El rey de los animales y de la creación parece tener por lema el
refrán que dice: "de cuero ajeno, correas largas", y el proverbio:
"del árbol caído, todos hacen leña". Pillar al forastero, anonadar
al extraño, rebajar el mérito ajeno, es moneda corriente en todos los ámbitos
de la actividad humana.
No sé si todos suscribiríamos hoy el dodecasílabo de
Moliére :"Se puede ser hombre honrado, y hacer mal los versos",
aunque todos aplaudirían, quizás, sus otros alejandrinos: "Nadie tendrá
ingenio y agudeza, fuera de nosotros y de nuestros amigos. Doquiera buscaremos
a hallar qué decir, y no veremos más que nosotros que sepan escribir
bien". No sería la primera vez que se aplicaría a trochemoche y con toda
injusticia, tratándose de autor novel, el epigrama que Moratin, sin duda
justicieramente, aplicó a los malos escritores de su tiempo:
"Pedancio,
a los botarates
Que te
ayudan en tus obras
Ni los
nombres ni los trates;
Tú te
bastas y te sobras
Para
escribir disparates".
En fin, que en Letras, como en Artes, Filosofía y Ciencias,
diríase que vuelven los tiempos que la Musa Indignación
que amó Juvenal pletórica de lava ardiente, y brillaba vengadora en la fija
mirada del Dante, estigmatizará de nuevo con la palabra acerada del satírico
romano:
"Si quieres ser del mundo respetado,
Haz lo que digno de la sárrel sea".
Doblemos la hoja porque ya se ve que, en achaques de
"lucha por la vida", le podemos dar quince y raya a los irracionales.
Si nos damos una vuelta por el corral y el gallinero,
se nos entrarán por los ojos otras preeminencias del hombre sobre los animales
sus vasallos. ¿Quién no ha sido testigo del pitorreo y batifondo que se arma
entre los pavos, las gallinas, los ánades y los perros, cuando el amo o él
cocinero aparecen en el recinto con evidentes intenc4ones de matanza? Aquello
dura exactamente el tiempo que transcurre entre la aparición del asesino y su
desaparición con las víctimas destinadas a la sartén, o a la olla.
Inmediatamente todo vuelve al ritmo de inconsciencia anterior al cataclismo;
las excepciones son tan raras como los mirlos blancos, según lo hemos
comprobado en El Cocinero, el Pollo y el
Halcón.
En lugar de un corral y gallinero, pongamos una
ciudad, una provincia, un estado: los hombres que en ellos habitan ¿dejan su
necedad, malas costumbres, locuras e impiedad estúpida, después de haber
recibido un diluvio de hierro y fuego? ¿Procuran precaverse de la catástrofe
con leyes que salvaguardan los derechos de Dios, de la familia, del individuo,
en toda su extensión, sin neutralidad hipócrita y criminal, sin ingerencias
draconianas, sin arbitrarias imposiciones? ¡De ningún modo! Se vuelve a los
cacareos, a los graznidos, a los reburnos de antaño, del parlamento al despacho
de bebidas, de las academias a los teatros de lupanar... hasta el próximo
diluvio y degolladero que acabe con la mitad o las tres cuartas partes de
"honorables", de "filósofos", "sabios",
"literatos" y "artistas".
Démonos ahora una vuelta por los linderos del bosque.
Es la hora, entre dos luces, de la alborada; los últimos crespones de la maga
Noche se recogen, y adelanta, blanqueando la perspectiva, el nuevo día;
momento propicio para el acecho...
Súbome a un árbol con mi escopeta cargada (sin chumbos
o perdigones) y me dispongo a fulminar teóricamente desde mi Olimpo a la tribu
conejil. Son los parientes del malogrado Conejito, caído con misia Comadreja,
en las garras de Uñañarte. Allí están todos retozando entre las matas de
tomillo, escurrién-dose por entre el brezo para sorber el perfumado rocío,
ahogando los arbustos, paciendo el verde césped... ¡Pum! El estampido
inesperado y formidable pone en precipitada fuga la nación roedora, y en pocos
instantes todos los conejuelos desaparecen como tragados por la tierra. Ocultos
en la ciudad subterránea, los gazapos olvidan pronto el reciente susto y de nuevo
asoman el rosado hocico, los ojuelos despiertos, las enhiestas y movibles
orejas por el orificio de las madrigueras. Hételos, después de pánico tan
grande, acercándose a saltitos, más retozones y traviesos que nunca para
ponerse nuevamente a tiro con toda inconsciencia.
¿Hacen otra cosa los humanos? Dispersados por un terremoto,
por la erupción de algún volcán, por una guerra que se encarniza cada vez en el
mismo terreno... aun no acabó la, tierra sus remesones, ni el volcán de arrojar
lava, ni las armas de tronar, cuando ya están de vuelta los descuidados moradores
de la región, empujando ante sí o arreando las bestias que instintivamente
querrían alejarse de la comarca peligrosa.
-¿A qué continuar? Cien ejemplos más encontrará el sesudo
lector. Debemos evitar el decirlo todo so pena de hartar. Y el arte de escribir
exige la ciencia de saber ceñirse.
"Y yo
sospecho que el indiscreto lector estará pensando eran la frase de Sancho a Don
Quijote cuando éste -después de la desventurada aventura de los galeotes,
donde, hubo asáz de pedradas, o del Roto del Bosque, donde hubo torniscones a
granel, o de las Yangüeses, donde llovieron garrotazos como granizo, o de
alguna otra que ahora no recuerdo- le dijo que pensaba escarmentar con lo que
le había pasado, respondió su escudero: "así escar-mentará vuesa merced
como yo soy turco".
"Yo
creo que para moraleja, la afirmación del Panza viene aquí como anillo al
dedo".
1.087. Deimiles (Ham) - 021
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