Cierta mañana primaveral que, por lo fresca y
luminosa, convidaba a la gimnasia, y hasta a una Maratón, íbanse por esos
campos de Dios cierta tortuga formal y una liebre algo huera de meollo,
discurríendo sobre la insoportable intrusión del hombre en campos, ríos,
bosques y lagunas, cosa que al decir de las preopinantes, volverían pronto
inhabitable el orbe terráqueo para las personas decentes, pacíficas, amantes
del hogar como ellas.
A estas alturas de la disquisición antropológica
habían llegado al borde. del camino que une la Colonia con Montevideo,
cuando dieron de manos a bJca con varios mazos de zanahorias y un par de
repollos colosales, caídos probablemente de algún carro de verdulero, o, tal
vez, abandonados en su fuga por algún ladrón de gallinas. Desistiendo de su
proyecto de cruzar el camino para proseguir al sud en demanda del río de la Plata , resolvieron al punto
hacer campamento en el lugar que tan opíparo aprovisonamiento les deparaba.
En esto, dama Tortuga que se extasiaba ante las zanahorias,
tiene una inspiración genial. Volviéndose al roedor lepórido que ya roía
reciamente el pie de un repollo, le dice, señalando un poste de telégrafo sito
a trescientos metros más adelante:
-"Apostemos que yo llego primero a aquel
poste..."
Un violento acceso de tos, acompañado de movimientos
convulsivos, casi pone patas arriba a la liebre que, al oír el disparatado
paratado desafío, se atragantó con un choclo que estaba royendo
alternativamente con el repollo. Después de apagar el sofocón con dos tragos
de agua fresca, y haberse pasado las manos por los lagrimeantes ojos, volvióse
medio airada a la tortuga:
-"En mala hora, comadre, se le ha ocurrido salir
con semejante absurdo. Usted no puede ignorar ¡caramba! que hay cosas que le
paran el resuello a cualquiera, y si el sujeto es propenso al histerismo le
propinan un ataque cataléptico que le dura cuatro horas. ¿Qué ha comido, misia
Tortuga, o qué ha bebido ¡caray! ¿Está en sus cabales?"
-"Lo estoy tanto, respondió el quelonio, que
renuevo mi apuesta, y propongo que la ganadora de la carrera quede ipso facto (esta tortuga descendía de la
que trajo de Salamanca Solís) dueña de todas estas provisiones..."
Púsose muy seria a esta sazón la Liebre , y mirando atentísimamente
a dama Tortuga, se le acercó:
"¿Quiere darme esa mano?" le dice con voz
grave. La otra alarga trabajosamente uno de sus muñones delanteros, y la Liebre , aferrándolo con
ambas manos, se queda tres minutos mirando las nubes que pasan empujadas por
un sudeste asaz veloz.
-"El pulso es normal. Saque la lengua,
amiga..."
-"¿Qué tengo que sacar, dice?”
"¡La lengua, hombre, digo mujer, la lengua y bien
larga; quiero ver si está sucia..."
-"¡Palabra de honor, misia Liebre, no sé lo que
me pide..."
Aquí la liebre se dió una palmada en la frente y dijo
entre dientes:
-"¡Ya pareció la madre del borrego: la pobre está
loca de remate!" Y levantando la voz: "dígame, compañera, ¿no se
acuerda de cuando vivíamos a una cuadra de la escuela rural de la sierra del
Pintado, en las márgenes del Santa-LucíaChico?"
"¡Como si fuera ayer, amiga; y qué aguas, y qué
muñatos aquéllos ¡caramba!"
-"Bien; pero quizás se haya olvidado su merced de
una copla que cantaban los chicos..."
-"Efectivamente ignoro esa copla que cantaban los
botijas, aunque no me faltan vagos recuerdos de sus berridos..."
-"Pues yo se la voy a repetir, querida, para que
nos refresquemos la memoria, y porque creo que vendrá aquí como de molde. Dice
así la copla:
"Para
calmar su afán,
A su reja cantaba
un loco:
Unos
estamos por poco
Y otros por
poco no están".
-"Pues, ¿esta es la copla, dama Liebre, que por
venir aquí como de molde, no podía dejar de recitarla! ¡Ah, señora tigre,
señora tigre! y ¡cuán ciego es aquel que no ve por tela de cedazo o por criba
de granero! Yo estoy por poco, y usted por poco no está; de acuerdo, pero ¿qué
tiene que ver eso con la apuesta?"
-"¿Cómo qué tiene que ver! ¡Mucho, voto a las
raíces dulces! ¿Me saca o no me saca la lengua?"
-"Y ¿dónde la tengo yo, esa cosa?" preguntó
con ira la tortuga.
"¿Que dónde la tiene?" replicó en un
chillido la otra, abriendo desmesurada-mente los ojos, "¡en la boca,
caramba! ¡No la va a tener en el lomo del cascarón, supongo!..."
-"¡Bueno, búsquela su merced!" respondió la Tortuga abriendo el pico,
la boca, o como se llama el orificio de tajantes bordes del quelonio. Acercóse
misia Liebre y especuló la concavidad, pero los autores graves no han logrado
resolver la duda de si vió o no vió la lengua en el gaznate de la sujeto. De
cualquier modo, aquélla quedóse perpleja y muda; por lo cual, dama Tortuga, un
si es no es irónica, le pregunta:
-"¿De modo que no recoge el guante, hermana? ¿Rehuye
la apuesta?"
-"¡Y dale con la apuesta ! Bueno ¡ya está!
Acepto, aunque lo mejor que podría hacer yo ahora sería ir a buscar un manojo
de eléboro para curarla ¡por vida del chápiro verde!"
Aceptada la apuesta y sus condiciones por ambas
partes, llamaron un conejito que rondaba al olor de las zanahorias y los
repollos, diéronle media docena de aquéllas con un kilo de hojas de coles y lo
enviaron al poste como juez. Pero antes, él con un penetrante chillido dió la
señal de partida a los corredores. La liebre se tumbó panza al sol riéndose a
mandíbula batiente de ver cómo salía la tartaruga con sus cuatro muñones a
razón de dos metros por minuto, porque un minuto le sobraba a ella para cubrir
la distancia, en cuatro zancadas de las que estila cuando los lebreles están
para alcanzarla, mandándolos al diablo o a las calendas griegas, y haciéndolos
zanquear como atolondrados la campiña.
Entre tanto el conejito se había instalado con todo su
ni atalotaje al pie del poste desde donde atalayaba el horizonte. Proseguía
dama Tortuga majestuo-samente su carrera interminable, forzando la marcha y
apresurándose lentamente con perseverancia. Misia Liebre y el conejito se
servían de sus orejas como de banderolas hablándose a distancia, como los del
cuerpo de señaleros, y hacían chistes a costa del "tren relámpago",
como apodaban a la corredora; despachándose panzadas de risa cuando la
tartaruga, salvando algún montículo, rodaba por la ladéra opuesta como un
adoquín, y quedaba después panza arriba remando en el aire cinco minutos antes
de poder recobrar la posición normal y proseguir su afanosa carrera. Cansados
de reír y observar al quelonio, ganó el gazapo un agujero a la sombra de una
mata y se echó a dormir; la
Liebre atacó un campo de remolacha, recorrió un alfalfar, y
por fin se deslizó en el buraco de una parva, dispuesta a visitar las regiones
ignotas de Morfeo, sin dar a la apuesta maldita la importancia. Después de un
buen sueño, recuerda, y tendiendo una mirada sobre la pista comprueba que su
rival no ha hecho más que la mitad del trayecto.
-"¡Faltaría más que me viesen corriendo can una
tortuga sin darle una ventaja que no tiene precedentes! ¡Bonita victoria para
mí, voto a Atalanta! Casi estoy avergonzada de haber aceptado semejante apuesta...
¡Un liebre contra una tortuga! Lo menos que merezco es pasar ante un consejo de
guerra ¡carape! Conste, sin embargo, que me he visto forzado a aceptar por no
darle un disgusto a esa pobre mema..."
Esto dicho, vuelve a pacer alfalfa, a roer choclos, a
hacer piruetas. Y pasa el tiempo... De súbito, al disiparse una nubecilla de
polvo, columbra al conejito que desde su atalaya hace desesperadas señales con
las manos y las orejas; levántase y empínase cuanto puede el lepórido
comprobando que dama tortuga está por llegar al poste. Suelta un bufido y sale
como un rayo, vientre a tierra, devorando el espacio... ¡Vanos esfuerzos!
Desde el punto terminal, ya alcanzado, haciendo megáfono con una hoja de
repollo, le grita la Tortuga :
"¿No se lo decía, comadre, que le iba a ganar la
carrera? ¡Ya ve que tenía razón para apostarle!"
En esto llega como un bólido la afarolada corredora.
Pero sólo fué para oírse decir cara a cara por su vencedora:
"¿De qué le sirve tanta velocidad? ¡Está por
echar los bofes, caramba
! Y eso que se ha venido sin mochila siquiera. ¿Qué
sería si tuviese que llevar a cuestas su casa, misia Liebre!"
Con las orejas gachas oyen, liebre y conejo, el
sermoncito de cuaresma, reconocen que dama Tortuga tiene razón que le sobra, y
levantan acta de todo lo fecho y actuado.
"De
muy poco o de nada sirve correr y precipitarse: hay que salir a la hora. El
factor tiempo se mofa de las obras que se emprenden sin tomarlo en
cuenta".
1.087. Deimiles (Ham) - 021
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