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lunes, 5 de agosto de 2013

Carrera de la tortuga y de la liebre

Cierta mañana primaveral que, por lo fresca y luminosa, convidaba a la gimnasia, y hasta a una Maratón, íbanse por esos campos de Dios cierta tortuga formal y una liebre algo huera de meollo, discurríendo sobre la insoportable intrusión del hombre en campos, ríos, bosques y lagunas, cosa que al de­cir de las preopinantes, volverían pronto inhabitable el orbe terráqueo para las personas decentes, pacíficas, amantes del hogar como ellas.
A estas alturas de la disquisición antropológica habían lle­gado al borde. del camino que une la Colonia con Montevideo, cuando dieron de manos a bJca con varios mazos de zanaho­rias y un par de repollos colosales, caídos probablemente de al­gún carro de verdulero, o, tal vez, abandonados en su fuga por algún ladrón de gallinas. Desistiendo de su proyecto de cruzar el camino para proseguir al sud en demanda del río de la Plata, resolvieron al punto hacer campamento en el lugar que tan opíparo aprovisonamiento les deparaba.
En esto, dama Tortuga que se extasiaba ante las zanaho­rias, tiene una inspiración genial. Volviéndose al roedor lepó­rido que ya roía reciamente el pie de un repollo, le dice, seña­lando un poste de telégrafo sito a trescientos metros más ade­lante:
-"Apostemos que yo llego primero a aquel poste..."
Un violento acceso de tos, acompañado de movimientos convulsivos, casi pone patas arriba a la liebre que, al oír el dis­paratado paratado desafío, se atragantó con un choclo que estaba royen­do alternativamente con el repollo. Después de apagar el sofo­cón con dos tragos de agua fresca, y haberse pasado las manos por los lagrimeantes ojos, volvióse medio airada a la tortuga:
-"En mala hora, comadre, se le ha ocurrido salir con se­mejante absurdo. Usted no puede ignorar ¡caramba! que hay cosas que le paran el resuello a cualquiera, y si el sujeto es pro­penso al histerismo le propinan un ataque cataléptico que le dura cuatro horas. ¿Qué ha comido, misia Tortuga, o qué ha bebido ¡caray! ¿Está en sus cabales?"
-"Lo estoy tanto, respondió el quelonio, que renuevo mi apuesta, y propongo que la ganadora de la carrera quede ipso facto (esta tortuga descendía de la que trajo de Salamanca So­lís) dueña de todas estas provisiones..."
Púsose muy seria a esta sazón la Liebre, y mirando aten­tísimamente a dama Tortuga, se le acercó:
"¿Quiere darme esa mano?" le dice con voz grave. La otra alarga trabajosamente uno de sus muñones delanteros, y ­la Liebre, aferrándolo con ambas manos, se queda tres minu­tos mirando las nubes que pasan empujadas por un sudeste asaz veloz.
-"El pulso es normal. Saque la lengua, amiga..."
-"¿Qué tengo que sacar, dice?”
"¡La lengua, hombre, digo mujer, la lengua y bien lar­ga; quiero ver si está sucia..."
-"¡Palabra de honor, misia Liebre, no sé lo que me pide..."
Aquí la liebre se dió una palmada en la frente y dijo en­tre dientes:
-"¡Ya pareció la madre del borrego: la pobre está loca de remate!" Y levantando la voz: "dígame, compañera, ¿no se acuerda de cuando vivíamos a una cuadra de la escuela rural de la sierra del Pintado, en las márgenes del Santa-Lucía­Chico?"
"¡Como si fuera ayer, amiga; y qué aguas, y qué mu­ñatos aquéllos ¡caramba!"
-"Bien; pero quizás se haya olvidado su merced de una copla que cantaban los chicos..."
-"Efectivamente ignoro esa copla que cantaban los boti­jas, aunque no me faltan vagos recuerdos de sus berridos..."
-"Pues yo se la voy a repetir, querida, para que nos re­fresquemos la memoria, y porque creo que vendrá aquí como de molde. Dice así la copla:

"Para calmar su afán,
A su reja cantaba un loco:
Unos estamos por poco
Y otros por poco no están".

-"Pues, ¿esta es la copla, dama Liebre, que por venir aquí como de molde, no podía dejar de recitarla! ¡Ah, señora tigre, señora tigre! y ¡cuán ciego es aquel que no ve por tela de ce­dazo o por criba de granero! Yo estoy por poco, y usted por poco no está; de acuerdo, pero ¿qué tiene que ver eso con la apuesta?"
-"¿Cómo qué tiene que ver! ¡Mucho, voto a las raíces dulces! ¿Me saca o no me saca la lengua?"
-"Y ¿dónde la tengo yo, esa cosa?" preguntó con ira la tortuga.
"¿Que dónde la tiene?" replicó en un chillido la otra, abriendo desmesurada-mente los ojos, "¡en la boca, caramba! ¡No la va a tener en el lomo del cascarón, supongo!..."
-"¡Bueno, búsquela su merced!" respondió la Tortuga abriendo el pico, la boca, o como se llama el orificio de tajan­tes bordes del quelonio. Acercóse misia Liebre y especuló la concavidad, pero los autores graves no han logrado resolver la duda de si vió o no vió la lengua en el gaznate de la sujeto. De cualquier modo, aquélla quedóse perpleja y muda; por lo cual, dama Tortuga, un si es no es irónica, le pregunta:
-"¿De modo que no recoge el guante, hermana? ¿Re­huye la apuesta?"
-"¡Y dale con la apuesta ! Bueno ¡ya está! Acepto, aun­que lo mejor que podría hacer yo ahora sería ir a buscar un manojo de eléboro para curarla ¡por vida del chápiro verde!"
Aceptada la apuesta y sus condiciones por ambas partes, llamaron un conejito que rondaba al olor de las zanahorias y los repollos, diéronle media docena de aquéllas con un kilo de hojas de coles y lo enviaron al poste como juez. Pero antes, él con un penetrante chillido dió la señal de partida a los corre­dores. La liebre se tumbó panza al sol riéndose a mandíbula ba­tiente de ver cómo salía la tartaruga con sus cuatro muñones a razón de dos metros por minuto, porque un minuto le sobraba a ella para cubrir la distancia, en cuatro zancadas de las que es­tila cuando los lebreles están para alcanzarla, mandándolos al diablo o a las calendas griegas, y haciéndolos zanquear como atolondrados la campiña.
Entre tanto el conejito se había instalado con todo su ni a­talotaje al pie del poste desde donde atalayaba el horizonte. Proseguía dama Tortuga majestuo-samente su carrera intermi­nable, forzando la marcha y apresurándose lentamente con per­severancia. Misia Liebre y el conejito se servían de sus orejas como de banderolas hablándose a distancia, como los del cuer­po de señaleros, y hacían chistes a costa del "tren relámpago", como apodaban a la corredora; despachándose panzadas de risa cuando la tartaruga, salvando algún montículo, rodaba por la la­déra opuesta como un adoquín, y quedaba después panza arriba remando en el aire cinco minutos antes de poder recobrar la posición normal y proseguir su afanosa carrera. Cansados de reír y observar al quelonio, ganó el gazapo un agujero a la sombra de una mata y se echó a dormir; la Liebre atacó un campo de remolacha, recorrió un alfalfar, y por fin se deslizó en el buraco de una parva, dispuesta a visitar las regiones ig­notas de Morfeo, sin dar a la apuesta maldita la importancia. Después de un buen sueño, recuerda, y tendiendo una mirada sobre la pista comprueba que su rival no ha hecho más que la mitad del trayecto.
-"¡Faltaría más que me viesen corriendo can una tortuga sin darle una ventaja que no tiene precedentes! ¡Bonita victo­ria para mí, voto a Atalanta! Casi estoy avergonzada de haber aceptado semejante apuesta... ¡Un liebre contra una tortuga! Lo menos que merezco es pasar ante un consejo de guerra ¡ca­rape! Conste, sin embargo, que me he visto forzado a aceptar por no darle un disgusto a esa pobre mema..."
Esto dicho, vuelve a pacer alfalfa, a roer choclos, a hacer piruetas. Y pasa el tiempo... De súbito, al disiparse una nu­becilla de polvo, columbra al conejito que desde su atalaya hace desesperadas señales con las manos y las orejas; levántase y empínase cuanto puede el lepórido comprobando que dama tortuga está por llegar al poste. Suelta un bufido y sale como un rayo, vientre a tierra, devorando el espacio... ¡Vanos es­fuerzos! Desde el punto terminal, ya alcanzado, haciendo me­gáfono con una hoja de repollo, le grita la Tortuga:
"¿No se lo decía, comadre, que le iba a ganar la carrera? ¡Ya ve que tenía razón para apostarle!"
En esto llega como un bólido la afarolada corredora. Pero sólo fué para oírse decir cara a cara por su vencedora:
"¿De qué le sirve tanta velocidad? ¡Está por echar los bofes, caramba 
! Y eso que se ha venido sin mochila siquiera. ¿Qué sería si tuviese que llevar a cuestas su casa, misia Liebre!"
Con las orejas gachas oyen, liebre y conejo, el sermoncito de cuaresma, reconocen que dama Tortuga tiene razón que le sobra, y levantan acta de todo lo fecho y actuado.

"De muy poco o de nada sirve correr y precipitarse: hay que salir a la hora. El factor tiempo se mofa de las obras que se emprenden sin tomarlo en cuenta".

1.087. Deimiles (Ham) - 021

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