Translate

lunes, 5 de agosto de 2013

El cazador y el puma

Este cazador, tragaldabas incorregible, era de los insacia­bles en asuntos de cacería; de buen grado hubiera tendido una red del Atlántico a los Andes para barrer can cuanta pieza de casco y pezuña ramonea y pasta del Ecuador al estrecho de Magallanes. Por él o por alguien que se le parecía como un hue­vo a otro, se escribió sin duda aquel epigrama:

"Ayer convidé a Torcuato;
Comió sopas y puchero,
Media pierna de carnero,
Dos gazapillos y un pato.
Doyle vino y respondió:
"Tomadle por vuestra vida,
Que hasta mitad de comida
No acostumbro a beber yo".

Tenía que perecer por do más había pecado.
Cierta vez (y esto era en tiempos de la Conquista) armado de su buena ballesta, salió de caza Torcuato por las afueras de la futura plaza de Montevideo, hasta donde se lo permitían los Charrúas merodeadores. Topó luego con un venado, y de un tiro certero lo derribó; iba a cargar con él, cuando ve pasar a poca distancia un cervantillo; otro tiro lo hace dueño de una nueva pieza.
Tenía de sobra para la quincena, pero la avaricia, el afán de acumular lo tentaban; y ya sabemos por el Avaro robado y su primo hermano el Enterrador hasta donde puede llevar esa pasión a un hombre.
Puestos, pues, uno cabe otro los dos animales sacrificados, decidíase ya Torcuato a dar por concluída su jornada. En ese preciso instante divisa, acosado por perros cimarrones, un des­mesurado jabalí que viene a poca distancia crujiendo dientes y colmillos y arrojando espuma por la boca. De haberse quedado quieto, dejando al enfurecido cerdo seguir su camino, nada hu­biera sucedido. Pero no: la gula, la avaricia, arman nuevamente su brazo. Sale la flecha de la ballesta y hiere mortalmente al jabalí que se tumba de un lado dando feroces gruñidos... Vuelve a cargar la ballesta el cazador y corre tras una perdiz que apa­rece corriendo más allá de la bestia agonizante. Sin parar mien­tes en el peligro, cegado por el apetito, pasa al lado del jabalí que recogiendo todas sus fuerzas, se incorpora, lo desgarra de un feroz topetazo, y muere sobre el cuerpo del cazador mori­bundo.

Persiguiendo uno de los perros rezagados, llega un Puma al lugar de la catástrofe y queda absorto ante el jamás visto es­pectáculo:
-"Estoy en Jauja o sueño?", ruge; "Hay aquí bucólica para un mes largo ¡Y qué variedad de abastecimientos ¡cuerpo de mi padre! Una, dos, tres, cuatro reses, a cual más sucu­lenta. Sinceramente ignoro cuál es la buena acción que me ha merecido este premio imperial: si es por perseguir a los perros cimarrones, deben de ser los Charrúas quienes me hacen el ob­sequio, porque los conquistadores se valen de ellos y de los ala­nos para hacer la guerra al indio bárbaro, como ellos denomi­nan al habitante del país. Pero basta de filosofía, y un poco de economía doméstica. Para que nada se pierda, comencemos por este embutido que huele a tripa de tapir..."
Se refería el Puma a la ballesta, cuya cuerda fuertemente tendida por los resortes, ofrecía a la vista una como apariencia de salchicha añeja. Arrójase sobre ella el felino con tan buena suerte que el arma, golpeada por una zarpa, suelta la saeta mor­tífera, transpasando la última víctima que cae semiviva entre el cazador y el jabalí.

"La codicia rompe el saco", dice el refrán, y "quien mucho abarca, poco aprieta", enseña la experiencia. Por una perdiz pierde aquí el hombre la vida, y una bestia por comer una pil­trafa, dejando para mañana el

1.087. Deimiles (Ham) - 021

No hay comentarios:

Publicar un comentario