Vivía un
herrero tan tranquilo, pero pensó un día: «La verdad, es que yo no sé lo que
son las penas. Sin embargo, dicen que la adversidad existe en el mundo. Iré a
buscarla.»
Dicho y
hecho: bebió unas copas y marchó en busca de la adversidad. Se encontró con un
sastre.
-Hola.
-Hola.
-¿Hacia
dónde te encaminas?
-Pues,
mira: como todo el mundo dice que existe la adversidad y yo no la he visto, voy
a buscarla.
-Entonces,
te acompaño. Yo también vivo sin apuros y no he conocido la adversidad. Vamos a
buscarla.
Echaron a
andar, entraron en un bosque muy frondoso y oscuro, dieron con un estrecho
camino y lo siguieron. De este modo llegaron frente a una isba grande. La noche
se echaba encima. y no tenían dónde meterse.
-Bueno,
pues vamos a entrar en esta isba.
Entraron.
Allí no había nadie. Todo estaba vacío, abandonado. Se sen-taron, sin saber qué
hacer, cuando vieron venir a una mujerona alta, torcida y con un solo ojo.
-¡Pero si
tengo visita! -exclamó-. Buenas tardes.
-Buenas
tardes, abuela. Habíamos entrado a pasar la noche aquí.
-¡Pues
claro que sí! Y, de paso, ya tengo yo cena.
Salió,
dejándolos muy preocupados, y en seguida volvió con una brazada de leña que
tiró al suelo para encender la estufa. Luego se acercó a los dos compañeros,
agarró a uno -al sastre, lo degolló y lo metió en la estufa para asarlo.
Mientras
ella cenaba, el herrero estuvo pensando en lo que podría hacer para salvarse. Y
dijo al contemplar el fuego:
-Oye,
abuela: yo soy herrero.
-zY eres
capaz de forjar algo?
-Todo lo
que quiera.
-Entonces
fórjame un ojo.
-Bueno.
¿Tienes una cuerda? Tendré que atarte para que no te muevas mientras lo forjo.
La
mujerona trajo dos cuerdas: una fina y otra más gruesa. El herrero la ató con
la más fina.
-A ver,
abuela, revuélvete.
Ella se
revolvió y rompió la cuerda.
-¿Ves tú,
abuela? Esta no sirve -afirmó el herrero.
Cogió la
cuerda gruesa, y con ella la ató bien atada.
-A ver,
revuélvete, abuela.
La
mujerona se revolvió, pero no pudo romper la cuerda. Entonces el herrero tomó
una lezna, la calentó al rojo blanco, apoyó la punta en el ojo sano que tenía y
pegó en el otro extremo con el revés del hacha. Del salto que pegó la vieja
rompió la cuerda y quedó sentada en el umbral de la puerta.
-¡No
saldrás de aquí, canalla!
El
herrero se achantó, viendo que se ponían otra vez mal las cosas. Después
volvieron las ovejas del campo, y la vieja las hizo entrar en la isba para la
noche. También el herrero tuvo que quedarse allí.
Por la
mañana, la vieja fue dejando salir a las ovejas. El herrero se puso la pelliza
con el pelo hacia fuera y, a gatas, se acercó a ella como si fuera otra oveja.
Porque iba soltándolas una a una: las agarraba por la pelleja y las echaba a la
calle. El herrero se acercó, y también a él le agarró por la pelliza y le echó
fuera. Entonces se incorporó él y dijo:
-¡Adiós!
Ahora ya sé lo que es la adversidad; y tú no podrás hacerme nada.
-Eso lo
veremos todavía.
Iba el
herrero andando otra vez por un sendero del bosque, cuando vio, clavada en un
árbol, un hacha pequeña con el mango de oro. Quiso cogerla; pero, apenas empuñó
el mango, se le quedó la mano pegada a él. ¿Qué hacer? No había manera de
despegarla. Volvió la cabeza. La vieja acudía gritando:
-¿Ves
como no has escapado, maldito?
El
herrero sacó entonces una návajita que llevaba en el bolsillo, se cortó la mano
que había quedado pegada al mango, y así pudo escapar.
De
regreso a su aldea, mostraba el muñón como prueba de que ya sabía lo que era la
adversidad.
-Esto es,
ya lo veis: yo me he quedado sin mano, y a mi compañero lo devoró.
Y el
cuento se acabó.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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