En cierto reino, en cierto país,
vivía un zar que tenía tres hijos. Un día le dijeron:
-Amado padre y soberano: danos tu
bendición. Queremos salir de caza.
El padre les dio su bendición, y
los tres partieron en direcciones distintas.
El menor, al cabo de mucho
cabalgar, se extravió. Por fin desembocó en una vasta pradera en medio de la
cual yacía un caballo muerto. En torno a su carroña se había juntado un gran
número de fieras, aves y reptiles. Un halcón que estaba allí remontó el vuelo,
fue a posarse sobre un hombro del zarévich y le dijo:
-Zarévich Iván: repártenos este
caballo. Lleva aquí treinta y tres años, y nosotros no paramos de discutir,
pero no logramos ponernos de acuerdo sobre el modo de repartírnoslo.
El zarévich se apeó del caballo y
repartió la carroña de la siguiente manera: para las fieras, los huesos; para
las aves, la carne; para los reptiles el pellejo y para las hormigas la cabeza.
-Gracias, zarévich Iván -dijo el
halcón. En pago de este favor, podrás convertirte en noble halcón o en hormiga
todas las veces que lo desees.
El zarévich Iván pegó contra la
tierra húmeda, se convirtió en noble halcón, se remontó y voló hacia el más
remoto de los países, un país que estaba más de la mitad incrustado en una
montaña de cristal. Llegó hasta el mismo palacio, se transformó en un apuesto
mancebo y preguntó a la guardia:
-¿No me emplearía vuestro soberano
a su servicio?
-¿Por qué no emplear a un mozo tan
apuesto?
Conque así entró al servicio de
aquel zar. Transcurrió una semana, luego otra, y otra... hasta un día que la
zarevna le pidió a su padre:
-Padre y soberano: permíteme que
vaya con el zarévich Iván a dar un paseo por la montaña de cristal.
Con la venia del zar montaron en
unos hermosos caballos y partieron hacia la montaña de cristal. Iban llegando
ya, cuando de pronto apareció una cabra de oro. El zarévich se lanzó tras ella,
pero no pudo alcanzarla y, cuando después de mucho galopar volvió sobre sus
pasos, no encontró a la zarevna en el lugar donde la había dejado.
Perplejo, sin saber qué hacer ni
cómo presentarse ante el zar, tomó la forma de un viejecito, tan viejo que era
imposible reconocerle, y así fue a palacio.
-Majestad -le dijo al zar, ¿no
podrías emplearme para llevar a pastar al ganado?
-Bueno. Quédate de pastor. Si viene
un culebrón de tres cabezas, le das tres vacas; si es uno de seis cabezas, le
das seis vacas, y si es uno de doce cabezas, entrégale doce vacas.
El zarévich marchó a pastar el
ganado por los montes y por los valles. De repente, llegó volando desde un lago
un culebrón de tres cabezas.
-¿Qué ocurrencia es ésta, zarévich
Iván? Lo que le cuadra a un mancebo tan apuesto como tú es andar batallando, y
no cuidar de un rebaño. En fin, ya me estás dando tres vacas.
-¿No te parece excesivo? -replicó
el zarévich. Conque yo no como más que un pato en todo el día, y tú quieres
tres vacas de golpe... Pues no voy a darte ninguna.
Furioso, el culebrón agarró seis
vacas en lugar de tres. Pero el zarévich Iván se convirtió al instante en noble
halcón, le arrancó las tres cabezas al culebrón y volvió a palacio con el
rebaño.
-¿Qué hay, abuelo? -inquirió el
zar. ¿Ha venido el culebrón de las tres cabezas? ¿Le has dado las tres vacas?
-No, majestad. No le he dado ni
una.
Al día siguiente conducía el
zarévich su rebaño por los montes y los valles cuando llegó volando de un lago
un culebrón de seis cabezas y le exigió seis vacas.
-¡Habráse visto el monstruo! ¡Muy
hambrón eres! ¡Pues no me pides tú nada, a mí que sólo como un pato en todo el
día! No te daré ni una.
Furioso, el culebrón agarró doce
vacas en lugar de seis; pero el zarévich se convirtió al instante en noble
halcón, voló detrás del culebrón y le arrancó las seis cabezas. Cuando volvió a
palacio con el rebaño, le preguntó el zar:
-¿Qué hay, abuelo? ¿Ha venido el
culebrón de las seis cabezas? ¿Ha mermado mucho el rebaño?
-Como venir, sí que ha venido; pero
no se ha llevado nada.
Muy entrada la noche, el zarévich
se transformó en hormiga y penetró en la montaña de cristal a través de una
pequeña grieta. Una vez dentro, descubrió allí a la zarevna.
-¿Cómo has llegado hasta aquí? -le
preguntó después de saludarla.
-Me trajo un culebrón de doce
cabezas que vive en el lago de mi padre. Ese culebrón tiene dentro un arca.
Dentro del arca hay una liebre, dentro de la liebre una oca, dentro de la oca
un huevo y dentro del huevo una simiente. Si logras matar al culebrón y sacar
esa simiente, será posible destruir la montaña de cristal y salvarme a mí.
El zarévich Iván salió de la
montaña de cristal igual que había entrado, se vistió de pastor y marchó con su
rebaño. De repente apareció un culebrón de doce cabezas.
-¡Valiente ocurrencia has tenido, zarévich Iván! Tú, que debías estar
batallando como le cuadra a tan apuesto mancebo. andas cuidando de un
rebaño... ¡Venga! Ya me estás dando doce vacas.
-¿No te parece excesivo? Conque yo
sólo como un pato en todo el día, y mira tú lo que pides...
Se pusieron a luchar y por fin -no
sé si al cabo de poco o de mucho tiempo- venció el zarévich al culebrón de las
doce cabezas. Le abrió el cuerpo en canal, y en el lado derecho encontró un
arca. Dentro del arca había una liebre, dentro de la liebre una oca, dentro de
la oca un huevo y dentro del huevo una simiente. Tomó la simiente, le prendió
fuego y la aproximó a la montaña de cristal, que pronto comenzó a derretirse.
El zarévich Iván liberó entonces a la zarevna y la condujo a palacio, donde su
padre se llevó una alegría tan grande al verla, que le propuso al zarévich ser
su yerno.
En seguida se celebró la boda.
También yo estuve allí, comí y bebí hasta tener la barba empapada, aunque en la
boca no me entró ni una tajada.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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