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viernes, 16 de agosto de 2013

La montaña de cristal

En cierto reino, en cierto país, vivía un zar que tenía tres hijos. Un día le dijeron:
-Amado padre y soberano: danos tu bendición. Queremos salir de caza.
El padre les dio su bendición, y los tres partieron en direccio­nes distintas.
El menor, al cabo de mucho cabalgar, se extravió. Por fin de­sembocó en una vasta pradera en medio de la cual yacía un caba­llo muerto. En torno a su carroña se había juntado un gran núme­ro de fieras, aves y reptiles. Un halcón que estaba allí remontó el vuelo, fue a posarse sobre un hombro del zarévich y le dijo:
-Zarévich Iván: repártenos este caballo. Lleva aquí treinta y tres años, y nosotros no paramos de discutir, pero no logramos po­nernos de acuerdo sobre el modo de repartírnoslo.
El zarévich se apeó del caballo y repartió la carroña de la si­guiente manera: para las fieras, los huesos; para las aves, la carne; para los reptiles el pellejo y para las hormigas la cabeza.
-Gracias, zarévich Iván -dijo el halcón. En pago de este favor, podrás convertirte en noble halcón o en hormiga todas las veces que lo desees.
El zarévich Iván pegó contra la tierra húmeda, se convirtió en noble halcón, se remontó y voló hacia el más remoto de los paí­ses, un país que estaba más de la mitad incrustado en una monta­ña de cristal. Llegó hasta el mismo palacio, se transformó en un apuesto mancebo y preguntó a la guardia:
-¿No me emplearía vuestro soberano a su servicio?
-¿Por qué no emplear a un mozo tan apuesto?
Conque así entró al servicio de aquel zar. Transcurrió una se­mana, luego otra, y otra... hasta un día que la zarevna le pidió a su padre:
-Padre y soberano: permíteme que vaya con el zarévich Iván a dar un paseo por la montaña de cristal.
Con la venia del zar montaron en unos hermosos caballos y partieron hacia la montaña de cristal. Iban llegando ya, cuando de pronto apareció una cabra de oro. El zarévich se lanzó tras ella, pero no pudo alcanzarla y, cuando después de mucho galopar volvió sobre sus pasos, no encontró a la zarevna en el lugar donde la ha­bía dejado.
Perplejo, sin saber qué hacer ni cómo presentarse ante el zar, tomó la forma de un viejecito, tan viejo que era imposible recono­cerle, y así fue a palacio.
-Majestad -le dijo al zar, ¿no podrías emplearme para lle­var a pastar al ganado?
-Bueno. Quédate de pastor. Si viene un culebrón de tres ca­bezas, le das tres vacas; si es uno de seis cabezas, le das seis vacas, y si es uno de doce cabezas, entrégale doce vacas.
El zarévich marchó a pastar el ganado por los montes y por los valles. De repente, llegó volando desde un lago un culebrón de tres cabezas.
-¿Qué ocurrencia es ésta, zarévich Iván? Lo que le cuadra a un mancebo tan apuesto como tú es andar batallando, y no cuidar de un rebaño. En fin, ya me estás dando tres vacas.
-¿No te parece excesivo? -replicó el zarévich. Conque yo no como más que un pato en todo el día, y tú quieres tres vacas de golpe... Pues no voy a darte ninguna.
Furioso, el culebrón agarró seis vacas en lugar de tres. Pero el zarévich Iván se convirtió al instante en noble halcón, le arrancó las tres cabezas al culebrón y volvió a palacio con el rebaño.
-¿Qué hay, abuelo? -inquirió el zar. ¿Ha venido el cule­brón de las tres cabezas? ¿Le has dado las tres vacas?
-No, majestad. No le he dado ni una.
Al día siguiente conducía el zarévich su rebaño por los montes y los valles cuando llegó volando de un lago un culebrón de seis cabezas y le exigió seis vacas.
-¡Habráse visto el monstruo! ¡Muy hambrón eres! ¡Pues no me pides tú nada, a mí que sólo como un pato en todo el día! No te daré ni una.
Furioso, el culebrón agarró doce vacas en lugar de seis; pero el zarévich se convirtió al instante en noble halcón, voló detrás del culebrón y le arrancó las seis cabezas. Cuando volvió a palacio con el rebaño, le preguntó el zar:
-¿Qué hay, abuelo? ¿Ha venido el culebrón de las seis cabe­zas? ¿Ha mermado mucho el rebaño?
-Como venir, sí que ha venido; pero no se ha llevado nada.
Muy entrada la noche, el zarévich se transformó en hormiga y penetró en la montaña de cristal a través de una pequeña grieta. Una vez dentro, descubrió allí a la zarevna.
-¿Cómo has llegado hasta aquí? -le preguntó después de sa­ludarla.
-Me trajo un culebrón de doce cabezas que vive en el lago de mi padre. Ese culebrón tiene dentro un arca. Dentro del arca hay una liebre, dentro de la liebre una oca, dentro de la oca un huevo y dentro del huevo una simiente. Si logras matar al cule­brón y sacar esa simiente, será posible destruir la montaña de cris­tal y salvarme a mí.
El zarévich Iván salió de la montaña de cristal igual que había entrado, se vistió de pastor y marchó con su rebaño. De repente apareció un culebrón de doce cabezas.
-¡Valiente ocurrencia has tenido, zarévich Iván! Tú, que de­bías estar batallando como le cuadra a tan apuesto mancebo. an­das cuidando de un rebaño... ¡Venga! Ya me estás dando doce vacas.
-¿No te parece excesivo? Conque yo sólo como un pato en todo el día, y mira tú lo que pides...
Se pusieron a luchar y por fin -no sé si al cabo de poco o de mucho tiempo- venció el zarévich al culebrón de las doce cabe­zas. Le abrió el cuerpo en canal, y en el lado derecho encontró un arca. Dentro del arca había una liebre, dentro de la liebre una oca, dentro de la oca un huevo y dentro del huevo una simiente. Tomó la simiente, le prendió fuego y la aproximó a la montaña de cristal, que pronto comenzó a derretirse. El zarévich Iván liberó entonces a la zarevna y la condujo a palacio, donde su padre se llevó una alegría tan grande al verla, que le propuso al zarévich ser su yerno.
En seguida se celebró la boda. También yo estuve allí, comí y bebí hasta tener la barba empapada, aunque en la boca no me entró ni una tajada.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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