En una
familia había tres hermanos. Al mayor le apodaban Carnero, al segundo Chivo y
al menor Buho-Bú. Una vez fueron al bosque donde un abuelo suyo estaba de
guarda. Carnero y Chivo dejaron a cargo del abuelo a su hermano Buho-Bú, y
ellos se marcharon de caza. Buho-Bú estaba encantado porque el abuelo era
viejo y poco ocurrente, mientras que Buho-Bú era listísimo. Al poco rato se le
antojó una manzana. Conque se escabulló del abuelo, fue al huerto y se subió a
un manzano.
De pronto
apareció la bruja Yagá-Burá montada en un almirez. Se acercó al árbol y dijo:
-Hola,
Buho-Bú. ¿Por qué te has subido allá arriba?
-Porque quiero arrancar una manzana.
-Toma una de las mías, hijito.
-Porque quiero arrancar una manzana.
-Toma una de las mías, hijito.
-Está
podrida.
-Toma esta
otra.
-Tiene
gusanos.
-No seas
caprichoso, Buho-Bú. Toma: coge la manzana de mi mano.
Buho-Bú
adelantó la mano. La bruja Yagá-Burá tiró de él, le metió en su almirez y
partió al galope por entre los arbustos, por los bosques y los barrancos,
utilizando la mano del almirez como si fuera una fusta. En cuanto Buho-Bú se
recobró, empezó a gritar:
-¡Carnero!
¡Chivo! ¡Venid corriendo! La bruja me lleva más allá de las altas montañas, más
allá de los bosques oscuros, más allá de las estepas donde pacen los gansos.
Carnero y
Chivo se habían detenido a descansar. Uno de ellos estaba tendido en el suelo,
y le pareció oír que alguien gritaba.
-Acerca el
oído a la tierra -le dijo al otro.
-Ese que
grita es nuestro Buho-Bú.
Echaron a
correr, y venga a correr, hasta que alcanzaron a la bruja, le arrebataron a
Buho-Bú y volvieron a llevárselo al abuelo, que estaba como loco buscándole.
Conque le dijeron que tuviera mucho cuidado de Buho-Bú y volvieron a marcharse.
Pero Buho-Bú se escabulló otra vez, y otra vez se subió al manzano. En seguida
apareció la bruja ofreciéndole una de sus manzanas.
-Ahora no
me engañarás, bruja -dijo Buho-Bú.
-¡Pero,
Buho-Bú! Si no quieres alargar la mano, yo te tiro la manzana y tú la coges en
el aire.
-Bueno,
pues tírala.
La bruja
tiró la manzana; pero, a propósito, más abajo de donde estaba Buho-Bú. El se
adelantó para recogerla, y entonces la bruja, ¡zas!, le echó mano y volvió a
galopar a toda velocidad por los montes, por los valles y los bosques oscuros.
Lo metió en su casa, lo lavó, lo arregló bien y lo guardó en la despensa.
A la mañana
siguiente, antes de marcharse de caza al bosque, la bruja le mandó a su hija:
-Hijita
mía: calienta bien la estufa y ásame a Buho-Bú para la cena.
La hija
calentó bien la estufa, ató a Buho-Bú y lo tendió sobre la pala de hornear;
pero, cuando quiso meterlo en el horno, él se resistió haciendo fuerza con los
pies en la bóveda.
-Así no es,
Buho-Bú -dijo la hija de la bruja.
-¿Pues cómo
debo hacer? Yo no lo sé.
-¿De veras?
Deja que te lo explique.
La hija de
la bruja se tendió sobre la pala para explicarle cómo debía hacer él; pero,
como Buho-Bú no tenía un pelo de tonto, la metió a ella de pronto en el horno y
lo cerró bien cerrado.
No habrían
pasado más de dos o tres horas, cuando Buho-Bú notó que olía a carne asada.
Abrió el horno, sacó a la hija de la bruja Yagá-Burá ya a punto, la untó de
mantequilla, la tapó con un paño y la metió en la despensa. Y él se subió a lo
más alto de la estufa, llevándose otro almirez que tenía la bruja en casa.
Al
atardecer regresó la bruja Yagá-Burá, fue en seguida a la despensa y sacó el
asado. Cuando se lo comió todo, recogió los huesos, los extendió en el suelo y
empezó a revolcarse encima. No le extrañó la ausencia de su hija, pensando que
estaría hilando en otra casa que tenían. Pero, mientras se revolcaba, la llamó:
-¡Hijita
mía! Ven a revolcarte conmigo sobre los huesos de Buho-Bú.
Entonces
Buho-Bú gritó desde arriba:
-Revuélcate,
revuélcate bien, que son los huesos de tu hija.
-¿Pero eres
tú, bandolero? ¡Pues ahora verás!
Rechinó los
dientes, pataleó y quiso agarrar a Buho-Bú. Pero él no se asustó, sino que le
descargó la mano del almirez en la frente con tanta fuerza,que la bruja se
desplomó en el suelo. Subió entonces al tejado y, al ver que llegaban volando
unos gansos, les gritó:
-¡Dadme una
pluma cada uno para hacerme unas alitas!
Los gansos
le dieron una pluma cada uno. Buho-Bú echó a volar hacia su casa. Cuando llegó,
ya estaban todos llorando su muerte. Luego se llevaron una gran alegría al
verle y, en lugar del velatorio, organizaron una fiesta. Y allí siguieron
viviendo, sin que les faltara de nada.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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