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viernes, 16 de agosto de 2013

La bruja yaga y buho-bu

En una familia había tres hermanos. Al mayor le apodaban Car­nero, al segundo Chivo y al menor Buho-Bú. Una vez fueron al bosque donde un abuelo suyo estaba de guarda. Carnero y Chivo dejaron a cargo del abuelo a su hermano Buho-Bú, y ellos se mar­charon de caza. Buho-Bú estaba encantado porque el abuelo era viejo y poco ocurrente, mientras que Buho-Bú era listísimo. Al po­co rato se le antojó una manzana. Conque se escabulló del abue­lo, fue al huerto y se subió a un manzano.
De pronto apareció la bruja Yagá-Burá montada en un almi­rez. Se acercó al árbol y dijo:
-Hola, Buho-Bú. ¿Por qué te has subido allá arriba? 
-Porque quiero arrancar una manzana. 
-Toma una de las mías, hijito.
-Está podrida.
-Toma esta otra.
-Tiene gusanos.
-No seas caprichoso, Buho-Bú. Toma: coge la manzana de mi mano.
Buho-Bú adelantó la mano. La bruja Yagá-Burá tiró de él, le metió en su almirez y partió al galope por entre los arbustos, por los bosques y los barrancos, utilizando la mano del almirez como si fuera una fusta. En cuanto Buho-Bú se recobró, empezó a gritar:
-¡Carnero! ¡Chivo! ¡Venid corriendo! La bruja me lleva más allá de las altas montañas, más allá de los bosques oscuros, más allá de las estepas donde pacen los gansos.
Carnero y Chivo se habían detenido a descansar. Uno de ellos estaba tendido en el suelo, y le pareció oír que alguien gritaba.
-Acerca el oído a la tierra -le dijo al otro.
-Ese que grita es nuestro Buho-Bú.
Echaron a correr, y venga a correr, hasta que alcanzaron a la bruja, le arrebataron a Buho-Bú y volvieron a llevárselo al abuelo, que estaba como loco buscándole. Conque le dijeron que tuviera mucho cuidado de Buho-Bú y volvieron a marcharse. Pero Buho-­Bú se escabulló otra vez, y otra vez se subió al manzano. En segui­da apareció la bruja ofreciéndole una de sus manzanas.
-Ahora no me engañarás, bruja -dijo Buho-Bú.
-¡Pero, Buho-Bú! Si no quieres alargar la mano, yo te tiro la manzana y tú la coges en el aire.
-Bueno, pues tírala.
La bruja tiró la manzana; pero, a propósito, más abajo de donde estaba Buho-Bú. El se adelantó para recogerla, y entonces la bruja, ¡zas!, le echó mano y volvió a galopar a toda velocidad por los montes, por los valles y los bosques oscuros. Lo metió en su casa, lo lavó, lo arregló bien y lo guardó en la despensa.
A la mañana siguiente, antes de marcharse de caza al bosque, la bruja le mandó a su hija:
-Hijita mía: calienta bien la estufa y ásame a Buho-Bú para la cena.
La hija calentó bien la estufa, ató a Buho-Bú y lo tendió sobre la pala de hornear; pero, cuando quiso meterlo en el horno, él se resistió haciendo fuerza con los pies en la bóveda.
-Así no es, Buho-Bú -dijo la hija de la bruja.
-¿Pues cómo debo hacer? Yo no lo sé.
-¿De veras? Deja que te lo explique.
La hija de la bruja se tendió sobre la pala para explicarle cómo debía hacer él; pero, como Buho-Bú no tenía un pelo de tonto, la metió a ella de pronto en el horno y lo cerró bien cerrado.
No habrían pasado más de dos o tres horas, cuando Buho-Bú notó que olía a carne asada. Abrió el horno, sacó a la hija de la bruja Yagá-Burá ya a punto, la untó de mantequilla, la tapó con un paño y la metió en la despensa. Y él se subió a lo más alto de la estufa, llevándose otro almirez que tenía la bruja en casa.
Al atardecer regresó la bruja Yagá-Burá, fue en seguida a la despensa y sacó el asado. Cuando se lo comió todo, recogió los huesos, los extendió en el suelo y empezó a revolcarse encima. No le extrañó la ausencia de su hija, pensando que estaría hilando en otra casa que tenían. Pero, mientras se revolcaba, la llamó:
-¡Hijita mía! Ven a revolcarte conmigo sobre los huesos de Buho-Bú.
Entonces Buho-Bú gritó desde arriba:
-Revuélcate, revuélcate bien, que son los huesos de tu hija.
-¿Pero eres tú, bandolero? ¡Pues ahora verás!
Rechinó los dientes, pataleó y quiso agarrar a Buho-Bú. Pero él no se asustó, sino que le descargó la mano del almirez en la frente con tanta fuerza,que la bruja se desplomó en el suelo. Subió en­tonces al tejado y, al ver que llegaban volando unos gansos, les gritó:
-¡Dadme una pluma cada uno para hacerme unas alitas!
Los gansos le dieron una pluma cada uno. Buho-Bú echó a volar hacia su casa. Cuando llegó, ya estaban todos llorando su muerte. Luego se llevaron una gran alegría al verle y, en lugar del velatorio, organizaron una fiesta. Y allí siguieron viviendo, sin que les faltara de nada.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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