Translate

viernes, 16 de agosto de 2013

La dicha y la desdicha

Erase un pobre hombre que no poseía aperos ni ganado. Llegó la primavera, y él no tenía con qué labrar la tierra. Los demás iban con arados y bueyes y él solamente con un trozo de hierro. Conque se encontró con dos señoras, que una era la Dicha y otra la Desdicha.
-¿Adónde vas? -le preguntaron.
-Señoras mías y princesas -contestó el hombre. Ya veis qué desdicha: la gente va con sus arados y sus bueyes y yo sólo llevo este trozo de hierro. Ni siquiera tengo con qué alimentarme.
Ellas hablaron entre sí y dijeron:
-Le daremos algo.
-Puesto que tan desdichado es -dijo la Dicha, a ti te corresponde hacerle un regalo.
Conque le dieron diez rublos con estas palabras:
-Vuelve a tu casa y cómprate un buey.
El hombre volvió a su casa y escondió el dinero en un puchero donde solían echar la ceniza. A la mañana siguiente vino una vecina, que era una comadre rica, y preguntó:
-¿No me daríais un poco de ceniza para blanquear mis lienzos.
-Ahí tienes en ese puchero -contestó la mujer del hombre pobre. Llévatelo.
El hombre, que entonces no estaba en su casa, volvió al rato y, al no encontrar el puchero de la ceniza, se puso a gritarle a su mujer:
-¿Dónde has metido el dinero y el puchero?
La mujer juró que no sabía nada del dinero y dijo que el puchero se lo había llevado su comadre. Luego fue el hombre a casa de la comadre a pedirle que le devolviera el dinero. Ella le contestó que no había visto dinero de ninguna clase.
Fue el hombre a ver al señor de aquellas tierras, pero tampoco allí encontró justicia. El señor dijo que seguramente no había tenido nunca ese dinero y lo que pretendía era quitárselo a su comadre. De esta manera se quedó el hombre sin dinero.
Lloró y lloró, pero no le quedó más remedio que marchar de nuevo a labrar con su trozo de hierro. Por el camino se encontró con las dos mismas señoras. El no las reconoció, pero ellas sí le reconocieron a él.
Ellas le hicieron las mismas preguntas que la otra vez, él contestó también lo mismo y, finalmente, ellas le dieron veinte rublos.
El hombre volvió también esa vez a su casa y escondió el dinero en el granero, entre el salvado.
Por la mañana se presentó la misma comadre a pedir un poco de salvado para sus pollos, y la mujer del hombre pobre le dio salvado, sin saber que allí estaba escondido el dinero.
Cuando el hombre fue al granero a buscar el dinero, tampoco lo encontró. Corrió a su casa y se puso a regañar a su mujer, preguntándole dónde había metido el dinero que estaba entre el salvado. La mujer contestó que el salvado se lo había llevado su comadre.
El hombre fue nuevamente a casa de la comadre y a casa del señor, pero en ninguna parte encontró justicia. Todos le dijeron que él no había tenido nunca ese dinero.
El hombre lloró amargamente y cuando volvía a su casa se encontró con las mismas señoras, que esta vez sólo le dieron dos monedas de cobre diciéndole:
-Ve al río Niemen y verás a unos pescadores que están echando las redes, pero no sacan nada en ellas. Diles que las echen otra vez por si tú les traes la dicha.
Así lo hizo el hombre: fue al río Niemen y les pidió a los pescadores que echaran otra vez la red por si él les traía la dicha. Conque, nada más echar la red, la sacaron con tanto pescado que no sabían qué hacer con él.
-¿Qué te debemos? -preguntaron los pescadores.
El hombre contestó que le vendieran un pescado por dos monedas de cobre. Ellos le vendieron un pescado por dos monedas de cobre y le regalaron otro.
El hombre agarró los peces, volvió a casa y se los dio a su mujer para que los guisara. La mujer se alegró mucho al ver los peces y los dejó encima de la mesa para guisarlos más tarde.
En esto llamó a la puerta un señor que pasaba por el pueblo. El hombre pobre fue a abrirle el portón y empezó a reírse.
-¿De qué te ríes? -preguntó el señor.
El hombre contestó que tenía un pescado que, nada más mirarlo, cualquiera se echaba a reír. El señor sintió tantos deseos de poseer él aquel pescado, que a cambio le dio un par de bueyes, un par de caballos y todo el grano que quiso el hombre.
Así encontró el hombre su dicha en las dos monedas de cobre.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

No hay comentarios:

Publicar un comentario