Éranse un viejo y una vieja
que tenían una gallineta pinta. Puso un huevecito en un rinconcito, bajo el
ventanito. Era variopinto, huesudo, picudo, bastante rarito... Lo dejó encima
de una repisa. Al pasar un ratoncito le pegó con el rabito. La repisa se cayó
y el huevo se rompió. El pobre viejo lloraba y la vieja sollozaba; la estufa
llameaba, el tejado de la isba oscilaba
y la nietecita de dolor sofocaba.
Acertó a pasar por allí la
mujer que hacía las prosvirkas en la
parroquia y les preguntó por qué lloraban.
-¿Cómo no vamos a llorar?
Tenemos una gallineta pinta que puso un huevecito en un rinconcito, bajo el
ventanito. Era variopinto, huesudo, picudo, bastante rarito... Lo dejó encima
de una repisa. Al pasar un ratoncito le pegó con el rabito. La repisa se cayó y
el huevo se rompió. Por esto estoy llorando, mi mujer sollozando, la estufa
llameando, el tejado de la isba oscilando y la nietecita de dolor sofocando.
Del sobresalto, la mujer
que hacía las prosvirkas las rompió
todas y las tiró.
Llegó en esto un diácono y
le preguntó a la mujer por qué las había tirado.
Ella le refirió el triste
suceso. El diácono subió corriendo al campanario y rompió todas las campanas.
Acudió el pope y le preguntó al
diácono por qué las había roto. El diácono le contó al pope el triste suceso.
El pope salió a grandes zancadas,
agarró todos los libros y los hizo pedazos.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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