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viernes, 16 de agosto de 2013

La discreta doncella

Iban de camino dos hermanos -el uno pobre y el otro bien acomodado, en sendas carretas: la del pobre tirada por una yegua y la del rico por un caballo castrado.
Habiéndose detenido a pernoctar no lejos el uno del otro, resultó que la yegua del pobre parió un potrillo durante la noche y el potrillo se deslizó bajo la carreta del rico. Al amanecer, éste despertó al pobre:
-Despierta, hermano: mi carreta ha parido esta noche un potrillo.
El hermano se levantó exclamando:
-¿Cómo es posible que una carreta para un potrillo? La que lo ha parido ha sido mi yegua.
-Si lo hubiera parido la yegua, el potrillo estaría a su lado -objetó el rico.
Después de mucho discutir, fueron a consultar con gentes entendidas. Y mientras el rico untaba al juez con dinero, el pobre se justificaba de palabra.
El asunto llegó hasta el propio zar, que hizo comparecer a los dos hermanos y les puso cuatro adivinanzas:
-¿Qué es lo más fuerte y veloz en el mundo, qué es lo que más alimenta, qué es lo más blando y qué es lo más agradable? Y les dio tres días de plazo.
-Al cuarto día, venid a darme las respuestas.
El rico, después de mucho cavilar, se acordó de una comadre suya y fue a pedirle consejo. La comadre le hizo sentar a la mesa y, mientras le agasajaba, preguntó:
-¿Qué te ocurre, compadre? Pareces preocu-pado.
-Pues me ocurre que nuestro soberano me ha puesto cuatro adivinanzas y sólo me ha dado tres días para acertarlas.
-Dime: ¿qué adivinanzas son?
-Ahora verás, comadre. La primera es: ¿qué es lo más fuerte y veloz en el mundo?
-¡Valiente cosa! Mi marido tiene una yegua alazana que es lo más veloz del mundo. Al primer fustazo, corre más que una liebre.
-La segunda es: ¿qué es lo que más alimenta?
-Tenemos nosotros un cerdo que cebamos desde hace más de un año y se ha puesto tan gordo que ni siquiera le sostienen las patas. No hay nada que alimente más.
-La tercera adivinanza es: ¿qué es lo más blando?
-¡Pues claro que un edredón de plumas! ¿Hay nada más blando?
-Y la última: ¿qué es lo más agradable?
-Lo más agradable es Ivánushka, mi nietecito.
-Gracias, comadre. Nunca olvidaré el favor que me has hecho.
El hermano pobre, entre tanto, volvió a su casa llorando amargamente. Su hijita de siete años -la única familia que tenía- le preguntó al verle:
-¿Qué te hace suspirar, bátiushka, y verter esas lágrimas?
-¿Cómo no voy a suspirar y verter lágrimas? El zar me ha puesto cuatro adivinanzas que no podré acertar en mi vida.
-Dime a ver qué adivinanzas son ésas.
-Verás, hijita: debo acertar qué es lo más fuerte y veloz en el mundo, qué es lo que más alimenta, qué es lo más blando y qué es lo más agradable.
-Vuelve donde el zar, padre mío, y dile que lo más fuerte y veloz es el viento; lo que más alimenta es la tierra, pues ella da sustento a todo lo que crece y a todo lo que vive; lo más blando es la mano, pues, cualquiera que sea su lecho, el hombre siempre apoya en ella la cabeza; en cuanto a lo más agradable, no hay en el mundo nada como el sueño.
Volvieron donde el zar los dos hermanos, el rico y el pobre, y, en habiendo escuchado sus respuestas, preguntó el zar al pobre:
-¿Has acertado tú solo las respuestas o te ha ayudado alguien?
-Majestad, me ha ayudado una hijita de siete años que tengo.
-Ya que tanto sabe tu hija, toma este hilo de seda y dile que me teja, para mañana, una toalla calada.
El hombre tomó la seda y volvió a casa, muy triste y apenado.
-¡Qué desgracia! -le dijo a su hija-. El zar te manda tejer una toalla con este hilo de seda.
-No te aflijas, bátiushka -contestó la pequeña y, partiendo una varita de la escoba, le dijo a su padre: Ve donde el zar y dile que encuentre a un artesano capaz de hacer un telar con esta varita para que yo pueda tejer la toalla.
El hombre volvió con la embajada al zar y éste le dio entonces centenar y medio de huevos con esta orden:
-Entrégaselos a tu hija, y que para mañana me traiga ciento cincuenta polluelos.
Regresó el hombre a su casa, más triste y apenado que la primera vez.
-¡Ay, hijita! Escapamos de un apuro para caer en otro mayor.
-No te aflijas, bátiushka -replicó la pequeña.
Luego agarró los huevos, los coció y los guardó en la despensa y mandó a su padre con este recado para el zar:
-Dile que para alimentar a estos polluelos necesito mijo que haya sido sembrado, segado y trillado el mismo día que se haya arado el campo, porque estos polluelos no probarían siquiera el mijo de otra clase.
Después de escuchar al pobre hombre habló así el zar:
-Ya que tan discreta es tu hija, dile que comparezca mañana aquí, ni a pie ni a caballo, ni desnuda ni vestida, ni con presentes ni con las manos vacías.
«Esta vez -iba pensando el hombre- sí que estamos perdidos. Eso no es capaz de hacerlo ni siquiera mi hija.»
-No te aflijas, bátiushka -replicó la pequeña después de oírle. Ve donde los cazadores y cómprame una liebre y una perdiz vivas.
El padre fue a comprar lo que le había pedido.
Al día siguiente por la mañana, la niña se despojó de toda su ropa y se echó por encima una red, luego tomó la perdiz entre las manos, se montó en la liebre y partió hacia palacio. El zar salió a recibirla, y ella le saludó con una reverencia.
-Aquí tienes un presente, señor mío -dijo presentándole la perdiz.
El zar adelantó la mano para cogerla, pero la perdiz agitó las alas y echó a volar.
-Está bien -dijo el zar-. Lo has hecho todo como yo había mandado. Y ahora, dime: siendo tan pobre tu padre, ¿de qué os alimentáis?
-Mi padre pesca en tierra, sin echar redes al agua, y yo me llevo los peces en la falda para hacer sopa con ellos.
-¿Eres tonta? ¿Dónde se ha visto que haya peces en tierra? Los peces viven en el agua.
-¿Y tú eres muy listo? ¿Dónde se ha visto que una carreta para un potrillo? ¡La que pare es la yegua, y no la carreta!
El zar dispuso que el potrillo le fuera entregado al hermano pobre, hizo que la hija de siete años se quedara en palacio y, cuando creció, se casó con ella, que así se convirtió en zarina.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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