Un hombre
viudo y con una hija se casó con una viuda que también tenía una hija. Y así se
juntaron dos hermanastras.
La
madrastra era odiosa y no dejaba vivir al marido a fuerza de repetirle:
-Lleva a tu
hija a la chabola del bosque. Allí hilará más.
¿Qué podía
hacer el hombre? Obedeció a la mujer y condujo a su hija a la chabola. Le dejó
pedernal y eslabón, hilaza y también un saquito de legumbres secas.
-Aquí
tienes para encender fuego. No dejes que se apague. Hazte comida y estáte aquí
hilando con la puerta bien cerrada.
Llegó la
noche. La muchacha encendió la estufilla, se hizo la cena y, de pronto,
apareció un ratoncito y le dijo:
-Moza,
mocita: dame una cucharadita.
-¡Ratoncito
mío! Has venido a disipar mi aburrimiento. Lo que te daré no es una cucharadita
de comida, sino toda la que quieras hasta hartarte.
El
ratoncito comió y se marchó. Por la noche irrumpió en la casita un oso.
-A ver,
muchacha -dijo-, apaga la lumbre y vamos a jugar a la gallinita ciega.
El
ratoncito se subió al hombro de la muchacha y le susurró al oído:
-No temas.
Di que sí. Apaga el fuego y escóndete debajo de la estufa mientras yo corro de
un lado para otro haciendo sonar una campanillita.
Así lo
hicieron. El oso corría detrás del ratoncito sin poderle alcanzar, hasta que
se puso a rugir y arrojar leños hacia todas partes sin poder dar con él. Ya
cansado, dijo:
-Muchacha,
eres maestra en esto de jugar a la gallinita ciega. Por eso, mañana te mandaré
una yeguada y un carro lleno de cosas.
A la mañana
siguiente le dijo la mujer al marido:
-Ve donde
tu hija a ver lo que ha hilado esta noche.
Marchóse el
viejo, y la mujer se sentó a esperarle, pensando que sólo traería los huesos de
su hija. Pero un perrito dijo:
-¡Guau,
guau, guau! La hija viene con su padre. Trae una yeguada entera y una carro
lleno de cosas buenas.
-Mientes,
chucho: lo que suena son los huesos al chocar unos con otros dentro del carro.
Rechinó el
portón, entraron los caballos al trote en el corral y la hija y el padre
detrás, montados en el carro lleno de cosas buenas. A la vieja le brillaron
los ojos de envidia.
-¡Valiente
cosa! -gritó. Lleva a mi hija a que pase la noche en el bosque, y verás cómo
trae dos yeguadas enteras y dos carros llenos de cosas buenas.
El viejo
llevó a la hija de su mujer a la chabola y también le dejó lo necesario para
encender fuego y hacerse la comida. Al anochecer, Natasha se hizo unas gachas.
Salió el ratoncito y le pidió una cucharadita.
-¡Qué bicho
tan asqueroso! -gritó Natasha, y le tiró la cuchara.
El
ratoncito escapó corriendo, Natasha se comió todas las gachas, apagó la lumbre
y se acurrucó en un rincón para echar un sueño. A media noche irrumpió el oso y
dijo:
-¡Eh,
muchacha! ¿Dónde estás? Vamos a jugar a la gallinita ciega -la muchacha no
contestaba, pero le castañeteaban los dientes de miedo. ¡Ah, estás aquí!
Toma: corre con la campanillita, y yo te daré caza.
La muchacha
tomó la campanillita, que no paraba de sonar en su mano temblorosa. Lo que hizo
exclamar al ratoncito:
-Esa moza,
mala y altiva, no quedará con vida.
A la mañana
siguiente, la mujer mandó al marido al bosque:
-Ve donde
mi hija, que traerá dos yeguadas enteras y dos carros de cosas buenas.
El hombre
se marchó, y la mujer salió a esperarle delante del portón. Pero el perrillo
dijo:
-¡Guau,
guau, guau! Ahí viene la hija del ama. Sus huesos resuenan dentro de una caja,
y el viejo conduce el carro vacío.
-Mientes,
chucho: mi hija trae dos yeguadas enteras y carros llenos de cosas buenas.
Al llegar
al portón, el viejo le entregó a su mujer una cajita. La vieja la abrió, vio
los huesos de su hija y empezó a llorar a gritos. Tan furiosa se puso, que del
dolor y la rabia se murió al día siguiente.
El viejo
vivió feliz el resto de su vida al lado de la hija y de un hombre de bien que
aceptó como yerno.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
No hay comentarios:
Publicar un comentario