Eranse un
rey y una reina que tenían una hija muy linda. Tenía doce pretendientes, pero
resulta que esos pretendientes eran todos bandoleros.
Estos
bandoleros le pidieron que fuera a verlos una vez ricamente ataviada. Conque un
día, sin que su padre lo supiera, ella se atavió y fue por el camino que le
habían dicho.
Anda que
te anda por el bosque, se encontró con un palacio. Entró en el palacio y en la
primera estancia vio barriles de sangre humana; la segunda estaba llena de
cabezas, piernas y brazos humanos; la tercera, llena de cuerpos humanos; la
cuarta, llena de botas y chapines; la quinta, llena de prendas de vestir y
piezas de tela; la sexta y la séptima, llenas de plata y de brillantes. En
cuanto a la octava, era donde vivían los bandoleros.
Anduvo
recorriendo todas las estancias hasta que oyó ruido y se escondió debajo de una
cama. Estaba allí escondida, cuando llegaron aquellos doce bandoleros trayendo
a una doncella muy hermosa y ricamente ataviada. La despojaron de toda su ropa,
la acostaron sobre un potro y la degollaron. Luego empezaron a quitarle los
anillos de los dedos. Pero había uno que no conseguían quitarle. Uno de los
bandoleros pidió que le dejaran a él aquel anillo.
-Que sea
para ti -dijeron los otros.
El agarró
su cuchillo y pegó un tajo con tanta fuerza, que el dedo y el anillo fueron a
rodar bajo la cama, allí donde se había escondido la princesa.
El
bandolero se agachó y tanteó debajo de la cama, buscando el anillo; pero como
había poca luz, no pudo encontrarlo y dejó la búsqueda para la mañana
siguiente.
La
princesa estuvo a punto de desmayarse al oírles hablar luego.
Porque
dijeron que pensaban atraer también hasta allí a la princesa ricamente ataviada
para matarla.
Los
bandoleros estuvieron mucho tiempo comiendo, bebiendo y divirtién-dose. Pero al
llegar la medianoche, todos se marcharon, unos al bosque, otros a un camino,
otros a otro y los demás por distintos lugares.
Así que
se fueron todos, la princesa salió de debajo de la cama y volvió a su casa,
donde se acostó tranquilamente sin decirle a nadie lo que había visto.
A la
mañana siguiente la princesa se lo refirió todo a su padre, que, naturalmente,
hizo el propósito de apresar a los bandoleros.
Aquel
mismo día vinieron los bandoleros a almorzar con el rey. Después de charlar un
rato, se sentaron a la mesa. En cuanto sirvieron la comida empezó a contar la
princesa:
-Esta
noche he soñado que había ido a visitaros. Fui por el camino que vosotros me indicasteis
hasta que me encontré delante de un palacio. Entré en el palacio y en la
primera estancia vi barriles de sangre humana; en la segunda, barriles con
cabezas, piernas y brazos humanos; en la tercera, cuerpos humanos; en la
cuarta, botas y chapines; en la quinta, prendas de vestir y piezas de tela; en
la sexta, plata y brillantes... Luego oí ruido y me escondí debajo de una cama.
Allí estuve hasta que entraron doce hombres con una doncella muy hermosa y
ricamente ataviada. La acostaron sobre un potro y la degollaron. Luego le
quitaron los anillos de los dedos, pero había uno que no conseguían quitarle.
Conque uno de los bandoleros dijo que le cedieran aquel anillo y él lo quitaría
del dedo. Los demás se lo cedieron y él cortó el dedo con el anillo. El dedo
fue a rodar bajo la cama, allí donde yo estaba escondida.
Mientras
hablaba la princesa, los bandoleros se habían puesto como la grana,
comprendiendo que ella había estado en su guarida y lo había visto todo. La
princesa sacó luego de su escarcela el anillo con el dedo y dijo:
-Lo que
acabo de contar no ha sido un sueño. Es la verdad.
Viendo
que las cosas se ponían feas, los bandoleros se levantaron de la mesa y echaron
a correr, tirándose por las ventanas. Pero había ya gente apostada que los
apresó, los maniató y los condujo a la cárcel.
El rey
mandó en seguida montar unos postes de hierro para ahorcar a los doce
bandoleros.
En cuanto
a la princesa, se casó con un gran príncipe. La boda fue fastuosa. Después de
la boda fueron al palacio donde habían vivido los bandoleros, se hicieron con
todas sus riquezas y, al volver, dieron un baile donde estuve yo también, bebí
cerveza, bebí hidromiel y todo me corrió por el bigote, pero no me entró nada
en el gañote.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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