En cierto
reino, en cierto país, vivía un zar con su esposa y su hijo, el zarévich
Vasili. Este tenía un preceptor.
Al cabo
del tiempo falleció la zarina y el zarévich se quedó huérfano. Entonces pensó
el zar que debía casar a su hijo o debía casarse él para que hubiera una mujer
en la casa. Y decidió casarse él. Tomó una esposa joven que se puso a mandar en
todo y se convirtió en malvada madrastra para Vasili.
Así
vivieron algún tiempo, pero luego enfermó el zar y se murió. Su viuda se puso
en relaciones con el preceptor. Un día le dijo a éste el zarévich Vasili:
-Vamos a
dar un paseo por la muralla de la ciudad.
-Está
bien, zarévich.
Pasearon,
efectivamente, un buen rato por la muralla de la ciudad; pero, cuando bajaban,
oyó el zarévich tres voces -la de un león, la de una serpiente y la de un
cuervo- que le decían desde una de las torres de piedra:
-¡Devuélvenos
la libertad, zarévich Vasili, y nosotros te salvaremos de tres muertes!
-¿No has
oído voces desde la muralla?
-No,
zarévich Vasili, no he oído nada.
-Pues, si no lo oyes, que no oigas nunca más.
-Pues, si no lo oyes, que no oigas nunca más.
Volvieron
al palacio. Aquella noche, el zarévich Vasili se acostó temprano y despidió a
su preceptor, que, encantado, corrió a entrevistarse con su madrastra.
El
zarévich aguardó un rato, se levantó con mucho cuidado, agarró una barra de
hierro de veinticinco puds, salió por una ventana y se encaminó hacia la
muralla de la ciudad. Pegó un golpe contra la torre de piedra, pegó otro, y la
desbarató. Entonces salieron un león, una serpiente y un cuervo. Rodearon al
zarévich y le dijeron:
-Escúchanos
bien, zarévich Vasili. Mientras vivieron, tu padre y tu madre estuvieron
buscándote novia y por fin la encontraron. En los confines de la tierra, en el
más lejano de los países pidieron para ti la mano de una doncella rey, con el
compromiso de que ninguno de los dos os casaríais con otra persona. Pronto hará
doce años que está esperándote. Toma mañana un gusli, monta en un barco y hazte
a la mar. En seguida ponte a tocar el gusli y la doncella rey acudirá a verte.
Y ten cuidado: notarás que te entra modorra, pero no te duermas, porque si te
duermes ella no conseguirá despertarte y se marchará. Aún te diremos otra cosa:
debes estar alerta, zarévich Vasili, porque la muerte te acecha por la mañana.
-¿Qué
clase de muerte?
-Tú
madrastra hará tres tortas con grasa de serpiente y mandará que te las sirvan a
ti. No debes comerlas. Lo que has de hacer es guardarlas en el bolsillo y al
poco tiempo te enterarás de lo que te amenazaba.
Tal como
le habían dicho, el zarévich se guardó las tortas en el bolsillo y fue a la
muralla de la ciudad. De pronto notó que algo rebullía en el bolsillo. Metió la
mano y sacó una culebra; a la segunda vez, sacó una serpiente, y a la tercera
una rana. «El león, la serpiente y el cuervo me habían dicho la verdad: si
llego a comerme las tortas que me mandó servir mi madrastra, tendría todo eso
en las entrañas», pensó. Conque volvió al palacio, tomó su gusli y le dijo al
preceptor:
-Vamos a
dar un paseo en barco por el mar.
El
preceptor corrió a informar a la madrastra:
-El
zarévich quiere dar un paseo por el mar y se lleva el gusli.
-Toma
este alfiler de cobre -le dijo la zarina- y clávaselo al zarévich en el cuello
de la casaca. Entonces se dormirá tan profundamente que, por mucho que lo
intenten, nadie podrá despertarle.
El
preceptor tomó el alfiler y acompañó al zarévich al muelle, donde montaron en
un barco y se hicieron a la mar. El zarévich Vas¡¡¡ comenzó a tocar el gusli.
La doncella rey oyó aquella música desde los confines de la tierra, hizo formar
a seis regimientos, corrió a sus rápidos barcos y puso rumbo hacia el lugar
donde se encontraba el zarévich Vasili. Este, que divisó los barcos desde tres
verstas de distancia, le preguntó a su preceptor:
-¿De
quién son esos barcos que van navegando?
-Yo qué
sé -contestó el preceptor al tiempo que empuñaba el alfiler de cobre y lo
clavaba en el cuello de la casaca del zarévich.
-¡Qué
sueño me ha entrado! -exclamó el zarévich, y se quedó profunda-mente dormido.
Llegó la
doncella rey, hizo tender una escala desde su barco hasta el del zarévich
Vasili, se acercó a él, intentó despertarle besándole, frotándole con blancos
lienzos, murmurando palabras dulces... Pero no consiguió des-pertarle. Entonces
le dijo al preceptor:
-Saluda
al zarévich Vasili de mi parte y dile que se acueste temprano y no se preocupe
por mí, porque mañana vendré de nuevo.
La
doncella rey volvió a su barco. En cuanto se hubo alejado una versta o dos y
era imposible ya avisarla gritando o haciendo señales, el preceptor retiró el
alfiler que había clavado en el cuello de la casaca. El zarévich Vasili se
despertó.
-He visto
en sueños -le contó al preceptor- a una avecilla que revoloteaba a mi alrededor
y piaba con tanta tristeza, que aún se me encoge el corazón.
-No ha
sido una avecilla -contestó el preceptor, sino la hermosa doncella rey quien
ha estado aquí: te besó, te acarició, te frotó con blancos lienzos, pero no
pudo despertarte. Al marcharse ha dicho que te acuestes temprano y mañana te
levantes a primera hora para venir aquí.
El
zarévich Vasili volvió a su casa y se acostó temprano, aunque de la pena no
pudo conciliar el sueño. Por la mañana se levantó a primera hora.
-Vamos a
dar un paseo en barco -le dijo al preceptor.
El
preceptor corrió a contarle a la madrastra que el zarévich Vasili iba a salir
otra vez en barco y se llevaba su gusli armonioso.
-Toma
otro alfiler -replicó la zarina- y haz lo mismo que hiciste ayer.
El
preceptor tomó el alfiler y siguió al zarévich hasta el muelle, donde subieron
a un barco para hacerse a la mar. El zarévich Vasili se puso a tocar el gusli
con una dulzura y una delicadeza extraordinarias. Al escuchar la melodía, la
doncella rey se levantó de un salto y gritó muy agitada:
-¡Eh,
marineros! Hay que levar las anclas de hierro, izar las finas velas y navegar
aprisa hacia donde está el zarévich Vasili antes de que le venza el sueño
profundo.
Comenzaron
sus barcos a surcar las aguas, tan raudos como si tuvieran alas. Desde tres
verstas de distancia divisó el zarévich Vas¡li las blancas velas y le preguntó
al preceptor:
-¿De
quién son esos barcos que van navegando?
-¡Yo qué
sé! -contestó el preceptor, al tiempo que empuñaba el alfiler de cobre y lo
clavaba en el cuello de la casaca.
El zarévich
Vasili comenzó a notar modorra. Se lavó con agua fresca pensando que se
despabilaría, pero finalmente no pudo sobreponerse y se desplomó sobre
cubierta, profundamente dormido.
Llegó la
doncella rey, hizo tender una escala desde su barco hasta el del zarévich
Vasili, se acercó a él, intentó despertarle besándole, frotándole con blancos
lienzos... Pero el zarévich continuaba dormido. Probó a humedecerle el rostro,
a echarle agua fría... Nada, no se despertaba.
La
doncella escribió una cartita, la dejó sobre el blanco pecho del zarévich,
volvió a su barco y puso rumbo a su país. En la carta había escrito:
-Adiós,
zarévich Vasili. No esperes que venga otra vez. Quien me ame ha de encontrarme
a mí.
En cuanto
se alejó el barco de la doncella rey y vio el preceptor que ya era imposible
avisarla gritando o haciendo señales, arrancó el alfiler clavado en el cuello
de la casaca. El zarévich Vasili se despertó.
-¿Qué
significará esto? -le dijo al preceptor. Por segunda vez sueño que una
avecilla ha estado revoloteando a mi alrededor mucho tiempo.
-No ha
sido una avecilla -contestó el preceptor-, sino la hermosa doncella rey quien
ha estado aquí: te besó, te acarició, te frotó con lienzos blancos, te salpicó
con agua fría, pero no pudo despertarte.
-¿Y qué
papel es éste que tengo sobre el pecho?
-Una
carta que te dejó escrita.
Vasili
abrió el pliego, lo leyó y rompió a llorar.
-¡Bien me
advirtieron el león, la serpiente y el cuervo que no me dejara vencer por el
sueño! Pero se conoce que nadie escapa a su destino.
Llegó a
palacio muy enfadado, empuñó una escopeta con sus blancas manos y salió al
jardín a desahogarse. Allí vio, posado en su manzano preferido, a un cuervo
negro que croaba:
-iCra,
cra, zarévich Vasili! No has hecho caso de los consejos, te has dejado vencer
por el sueño..., ¡así que aguántate ahora!
-¿Pero
qué es esto? ¿Van a reírse de mí incluso los pájaros? Se echó la escopeta a la
cara, apretó el gatillo y le partió al cuervo el ala derecha.
Más
desesperado todavía, salió al campo y fue caminando, hasta que se encontró con
un pastor que cuidaba una yeguada.
-Que Dios
te ayude a cuidar la yeguada -le dijo.
-Bienvenido,
zarévich Vasili.
-¿De qué
me conoces tú?
-¿Cómo no
voy a conocerte si estuve treinta años al servicio de tu padre? A mí me llaman
Ivashka, camisa blanca, gorro de urraca. En tiempos fui el. mejor comandante de
tropas, pero tu padre se enfadó conmigo por una falta que cometí y me puso de
yegüerizo.
-¿Y no
sabrías tú, Ivashka, camisa blanca, de algún caballo que me conviniera? Si me encuentras
una buena cabalgadura a mi tenor, no lo olvidaré nunca y volveré a ponerte al
frente de las tropas en caso de que llegue a reinar algún día.
-No es
posible elegir un caballo sin tener una prueba de tu fuerza -contestó Ivashka-.
¿Ves ese cítiso? Intenta arrancarlo de raíz.
El
zarévich Vasili agarró el arbusto y lo arrancó de raíz. Debajo encontró una
espada mágica, una maza de combate y el arnés para un caballo de bogatir: la
brida pesaba tres puds y la silla veinticinco. En cuanto a la maza de combate,
pesaba ciento cincuenta puds.
-Bueno,
zarévich, pues espérame aquí -dijo Ivashka, camisa blanca, gorro de urraca.
Mañana traeré una manada de caballos. Delante de todos irá una yegua seguida de
un corcel. Se meterán en el agua y nadarán hasta muy lejos; pero, así que el
sol empiece a declinar y ceda el calor, el corcel irá empujando a la yegua
hacia los prados verdes. Debes estar alerta y, en cuanto el corcel pise la
orilla, le pegas con la maza entre las orejas.
Así lo
hizo el zarévich Vasili. Al día siguiente esperó el momento oportuno y pegó al
corcel entre las dos orejas con su maza de combate. El corcel dobló las patas.
El apuesto mancebo le puso la brida de tres puds, luego la silla circasiana, y
se montó en él.
Apenas se
recobró el corcel de aquel tremendo golpe, partió como una flecha llevando al
zarévich Vas¡¡¡ por valles, por praderas y por montes. Tres días y tres noches
galopó sin descanso, hasta que, cubierto de roja sangre y no ya de sudor, dijo
el buen caballo con palabra humana:
-¡Eh, eh,
zarévich Vasili! Déjame en libertad durante tres crepúsculos matutinos: me
bañaré en el mar azul, me revolcaré en el rocío y seré fiel servidor tuyo.
El
zarévich lo dejó en libertad durante tres días, y el corcel volvió a su lado
tan fuerte y animoso, que nadie vio ni oyó hablar nunca de nada semejante.
Montó el
zarévich Vas¡¡¡ en el corcel y se encaminó hacia los confines de la tierra,
hacia el más lejano de los países. Así cabalgó, no sé si poco o mucho, hasta
llegar al reino de los leones.
-iA ver,
mis siete hijos! -dijo el rey de los leones-. Agarrad horquillas de hierro y
levantadme los párpados con ellas para que mis viejas pupilas puedan contemplar
a este apuesto mancebo.
De esta
manera le vio, le reconoció y se llevó una gran alegría.
-¡Bienvenido,
zarévich Vasili! Por tus grandes méritos, puedes pasar aquí todo el tiempo que
desees.
En el
reino de los leones estuvo atendido a manteles puestos, durmió en mullido lecho
y a la mañana siguiente fue despedido con afabilidad cuando reanudó su camino.
Galopa
que te galopa, llegó el zarévich al reino de las serpientes. El rey de las
serpientes se alegró mucho de verle y, si con afecto le acogió, también le
despidió con afecto.
Continuó
el zarévich su camino hacia el reino de los cuervos. Allí le recibió el rey de
los cuervos con estas palabras:
-¿Quieres
decirme, muchacho, por qué le partiste un ala a mi hermano ? Aunque deberías
pagar esa falta con la cabeza, me conformo con darte un susto de muerte.
Hizo
montar al zarévich sobre sus alas, voló hacia el mar azul y lo dejó caer allí
donde había la sima más profunda. El zarévich Vas¡¡¡ se zambulló en el agua,
pero, en cuanto volvió a emerger, el rey de los cuervos lo agarró y lo sacó a
tierra firme.
Volvió a
cabalgar el zarévich Vasili para proseguir su camino, y le dijo su corcel:
-¡Agárrate
bien, zarévich Vasili! En tres horas y tres minutos tenemos que llegar al más
lejano de los países. También va hacia allá el bogatir ruso Iván, el de la jeta
cosida, la nariz trenzada, la lengua pespunteada, patas de ternero y orejas de
can. Si nosotros no llegamos en tres horas y tres minutos, él se llevará a la
doncella rey.
Llegó el
zarévich Vasili al más lejano de los países, pasó como un rayo junto al bogatir
ruso Iván. Cuando estuvieron a veinte verstas el uno del otro, espolearon a los
caballos. El choque de sus mazas de combate resonó lo mismo que un trueno.
Pelearon mucho tiempo sin que venciera ninguno. Fatigados, los recios paladines
convinieron un armisticio de tres días. El zarévich Vasili montó su tienda, se acostó
a descansar y quedó profunda-mente dormido.
Expiraba
el tercer día y, viendo que seguía dormido, le despertó su buen corcel:
-¡Eh, eh,
zarévich Vasili! Ya no es tiempo de dormir. Te tienes que levantar y con Iván
el bogatir tu combate comenzar.
Los paladines
se separaron treinta verstas, espolearon a los caballos galopando el uno hacia
el otro y pelearon mucho tiempo sin que ninguno venciera. Convinieron otro
armisticio de tres días. El zarévich se acostó en su tienda y de nuevo se
durmió.
Al
expirar el tercer día, el buen corcel despertó a su amo:
-¡Eh, eh,
zarévich Vasili! Basta de dormir. Te tienes que levantar y a Iván el bogatir la
cabeza cortar.
El
zarévich Vasili se levantó de un salto, pronto ensilló a su corcel ajustándole
el arnés con mano firme y buen arte. Bajo su apuesto jinete iba el corcel
haciendo corvetas, mientras que al caballo de Iván el bogatir se le oía gemir.
Se
apartaron cincuenta verstas, espolearon sus monturas y cuando chocaron se
estremeció la tierra. El bogatir ruso Iván tuvo un fallo: dejó escapar su maza
de combate, que se hundió de punta en la tierra hasta tres sazhenas[1] de
profundidad.
En
cuanto. al zarévich Vasili, arremetió contra el caballo de su enemigo, le hizo
plegar los cuartos traseros sobre la tierra húmeda, y al bogatir Iván le cortó
la altiva cabeza de un tajo.
-Nada se
interpone ya en mi camino -se dijo entonces el apuesto mancebo-. Iré con mi
gusli sonoro al jardín de la doncella rey.
Tomó el
gusli, en efecto, penetró en el jardín y se puso a tocar una melodía de lo más
dulce y delicada.
Al
escuchar la música, la doncella rey llamó a sus nodrizas y sus ayas y,
mostrándoles un retrato del zarévich Vasili, las envió al jardín:
-Corred y
fijaos bien si ha llegado el zarévich Vasili. ¿No será él quien toca el gusli
en el jardín?
Ayas y
nodrizas corrieron al jardín y, después de comparar con el retrato al joven que
encontraron allí, volvieron a informar a la doncella rey:
-No; no
es el zarévich Vasili quien toca el gusli, aunque algo se le parece. Pero el
zarévich Vasili es mucho más bello.
-¡Tontas,
retontas! -contestó la doncella rey. El zarévich está ahora fatigado de toda
su campaña y por eso se parece menos al retrato.
Corrió
ella en persona al jardín, reconoció en seguida a su prometido y, tomándole de
las blancas manos, le condujo a los aposentos de altos techos.
Se
casaron, celebraron la boda y marcharon al país del zarévich Vasili. Una vez
allí, ordenó que la madrastra y el preceptor fueran ejecutados a la entrada de
la ciudad. En cuanto a él y su joven esposa, vivieron largos años felices y en
la opulencia.
Cuento popular ruso
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