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viernes, 16 de agosto de 2013

La camisa milagrosa

Un bravo soldado[1] que servía en un regimiento recibió cien rublos de su casa. Al enterarse, su cabo se los pidió prestados. Pero cuando llegó el momento de hacer cuentas le pegó cien estacazos en las costillas en lugar de devolverle los cien rublos.
-Yo no he visto siquiera tu dinero, y lo que dices es un infundio.
Muy enfadado, el soldado escapó a un bosque oscuro, y se disponía a descansar debajo de un árbol cuando apareció un culebrón de seis cabezas. Se detuvo junto al soldado, estuvo haciéndole preguntas acerca de su vida y acabó diciéndole:
-En vez de andar pegando tumbos por el bosque, ¿por qué no vienes a trabajar tres años para mí?
-De acuerdo.
-Bueno, pues móntate encima de mí.
El soldado empezó a cargar sobre el culebrón toda su impedi-menta.
-¿Para qué quieres llevar toda esa basura contigo, soldado?
-Tú no entiendes de esto. ¿Cómo va a abandonar un soldado nada de su impedimenta si le apalean por un botón que pierda?
El culebrón llevó al soldado hasta sus aposentos y le explicó cuál era su cometido:
-Te pasarás tres años al lado de este perol, cuidando de la lumbre para que las gachas estén a punto.
Luego se marchó a viajar por el mundo todo ese tiempo, mientras el soldado cumplía con su obligación sin ningún quebradero de cabeza: sólo tenía que mantener el fuego debajo del caldero y tomar algún bocado entre copa y copa de vodka[2]. Por cierto, que el vodka que tenía el culebrón en su casa no estaba bautizado como ocurre por aquí.
Al cabo de tres años se presentó el culebrón. 
-¿Están listas las gachas, soldado?
-Pienso que sí. En estos tres años, nunca se me ha apagado la lumbre.
El culebrón se comió el caldero entero de una vez, felicitó al soldado por su buen trabajo y le apalabró para tres años más.
También transcurrió el plazo, el culebrón se comió el caldero de gachas y apalabró al soldado por otros tres años. Dos de ellos se pasó el soldado cuidando de las gachas, y al tercero se le ocurrió pensar: «Va para nueve años que estoy guisando gachas para el culebrón, y ni siquiera las he probado. Probaré ahora.» Levantó la tapadera, y se encontró con que estaba el cabo dentro del caldero.
-¡Vaya, hombre, vaya! Pues ahora verás cómo te cobro los estacazos.
Y metió tanta leña debajo del caldero, que no ya la carne, sino hasta los huesos se deshicieron. Al cumplirse el plazo previsto llegó el culebrón, se comió las gachas y felicitó al soldado:
-¡Bien, hombre! Si a punto estuvieron antes las gachas, esta vez han quedado aún mejor. Como recompensa, puedes elegir lo que más te guste.
El soldado anduvo husmeando hasta que eligió un recio caballo y una camisa de retor. Pero no se trataba de una simple camisa, pues tenía la virtud de transformar, en bogatir a quien se la ponía.
Fue el soldado a un país, ayudó al rey en una guerra muy dura que sostenía y se casó con su hermosa hija. Pero la princesa no estaba conforme con que la hubieran dado como esposa a un simple soldado y empezó a entenderse con un príncipe vecino. Deseosa de conocer cuál era la fuente de la fuerza extraordinaria que poseía el soldado, estuvo haciéndole carantoñas hasta que se enteró, y entonces se aprovechó de un momento en que estaba dormido para quitarle la camisa y dársela al príncipe. Este se puso la camisa milagrosa, empuñó la espada, despedazó al soldado en trozos muy pequeños, los metió en un saco y ordenó a los mozos de cuadra:
-Tomad este saco. Debéis atarlo a lomos de un rocín que soltaréis luego en el campo.
Los mozos fueron a cumplir sus órdenes, pero el recio caballo del soldado se transformó en rocín y se plantó delante de ellos. Sin buscar más, los mozos ataron a sus lomos el saco y lo soltaron en el campo. El buen caballo partió como una flecha, llegó hasta delante del palacio del culebrón y allí se pasó tres días y tres noches relinchando sin cesar.
El culebrón estaba entonces profundamente dormido, pero cuando al fin le despertaron los relinchos y las coces del caballo, salió de sus aposentos, abrió el saco y se quedó sobrecogido. En seguida juntó los pedazos, los humedeció con el agua de la muerte, y los pedazos se unieron entre sí; roció el cuerpo con el agua de la vida, y el soldado resucitó.
-¡Sí que he dormido mucho tiempo! -murmuró incorporándose.
-Y más habrías dormido de no ser por tu buen caballo.
El culebrón enseñó entonces al soldado el arte de tomar formas distintas. El soldado se transformó en palomo, fue volando hasta el palacio del príncipe, con quien vivía entonces su esposa infiel, y se posó en el ventanuco de la cocina.
-¡Qué palomo tan bonito! -exclamó una joven cocinera al verlo.
La muchacha abrió el ventanuco y le dejó entrar en la cocina. El palomo pegó contra el suelo, se transformó en un apuesto joven y habló así:
-Si me prestas tu ayuda, linda muchacha, me casaré contigo.
-¿Y qué debo hacer?
-Conseguirme la camisa de retor que lleva el príncipe.
-¡Pero si nunca se la quita! Si acaso, cuando va al mar a bañarse...
El soldado se enteró de cuándo solía ir el príncipe a bañarse, llegó hasta el borde de un camino y se transformó en florecilla. Al rato pasaron por allí el príncipe y la princesa camino del mar, seguidos por la joven cocinera que llevaba la ropa limpia. El príncipe vio la florecilla y se quedó mirándola con agrado, pero la princesa adivinó en seguida que era el soldado, arrancó la florecilla y se puso a estrujarla y desgarrarle los pétalos. La florecilla se transformó en una pequeña mosca y, sin ser vista, se escondió en el pecho de la joven cocinera.
Apenas se desnudó el príncipe y se metió en el agua, volvió a salir la mosca, se convirtió en halcón, arrebató la camisa y se la puso, quedando transformado en apuesto mancebo.
El soldado empuñó entonces una espada, dio muerte a la esposa infiel y a su amante y luego se casó con la joven cocinera, que era una linda muchacha.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)


[1] Soldado: En la época zarista, el campesino siervo podía ser enviado al servicio militar por muchos años (diez, veinticinco, treinta o incluso a perpetuidad). Por eso, en los cuentos populares el soldado no es un mozo imberbe, sino un hombre ingenioso y experimentado.
[2] Vodka: Aguardiente de cereales, incoloro y de fuerte graduación alcohólica.

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