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viernes, 16 de agosto de 2013

La cruz fue el aval

En una ciudad vivían dos mercaderes junto al río. Uno era ruso, el otro tártaro, y ambos tenían mucho dinero. Pero sucedió que al ruso le fallaron ciertos negocios, hubo de declararse en quiebra y se quedó sin nada: todos sus bienes fueron embargados y subastados.
¿Qué podía hacer el mercader ruso, si se había quedado en la miseria? Acudió a su amigo el tártaro a pedirle dinero prestado. 
-Haría falta algún aval.
-¿Y quién va a avalarme, si todos me han vuelto la espalda?
Pero aguarda: acepta como aval la cruz milagrosa de la iglesia.
-Está bien, amigo -aceptó el tártaro-. Yo creo en vuestra cruz. Para mí, vuestra fe vale tanto como la mía.
Y le prestó cincuenta mil rublos al mercader ruso.
El ruso tomó el dinero, se despidió del tártaro y se marchó de nuevo a comerciar por distintos lugares.
Al cabo de un par de años, con aquellos cincuenta mil rublos había ganado ya ciento cincuenta mil. Conque una vez que navegaba de un lugar a otro por el río Danubio con sus mercaderías, estalló una fuerte tormenta que amenazaba con hundir el barco.
El mercader se acordó entonces de que había tomado un préstamo con el aval de la cruz milagrosa, pero no había devuelto aún el dinero y pensó que seguramente a eso se debía la tormenta. No hizo más que pensar en ello y empezó a aplacarse la tormenta. Entonces cogió un barrilillo, metió dentro cincuenta mil rublos, escribió una esquela para el tártaro, la puso con el dinero y lanzó el barrilillo al agua diciendo:
-Ya que la cruz me sirvió de aval, la cruz hará que llegue a su destinatario.
El barrilillo se fue inmediatamente al fondo, y todo el mundo pensó que el dinero se había perdido.
Pero, ¿qué sucedió?
El tártaro tenía una cocinera rusa. Un día fue la cocinera a sacar agua del río y vio flotar un barrilillo. Se metió en el agua y quiso alcanzarlo. Pero, ¡quia! ¿Que ella se acercaba? El barrilillo se alejaba. ¿Que ella volvía hacia la orilla? El barrilillo iba detrás flotando.
Siguió un rato con aquel trajín, hasta que volvió a su casa y se lo contó a su amo. El tártaro no la creía al principio, pero luego quiso cerciorarse de lo que decía por sus propios ojos.
Llegó al río y, efectivamente, flotaba un barrilillo cerca de la orilla. El tártaro se quitó la ropa, entró en el agua, y al instante comenzó el barrilillo a acercarse a él. El tártaro lo pescó, lo llevó a su casa, lo abrió y encontró dentro dinero y una esquelita. Cogió el papel y leyó:
-Querido amigo: Te devuelvo los cincuenta mil rublos que me prestaste con el aval de la cruz milagrosa.
El tártaro se quedó maravillado de la fuerza de la cruz milagrosa. Contó el dinero para ver si estaba todo: no faltaba ni una moneda.
Entre tanto, el ruso había juntado un buen capital comerciando durante unos cinco años. Volvió a su tierra y, pensando que se había perdido el barrilillo, lo primero que quiso fue quedar en paz con el tártaro. Fue a su casa y le presentó la cantidad prestada.
Entonces el tártaro le refirió todo lo ocurrido: que había sacado del río el barrilillo con el dinero y la esquela. Le enseñó el papel y preguntó:
-¿Es esto de tu puño y letra?
-De mi puño y letra es.
Todos se admiraron de aquel milagro, y dijo el tártaro:
-De manera, hermano, que no necesito más dinero tuyo. Quédatelo.
El mercader ruso mandó decir unas misas para agradecerle a Dios su amparo y el tártaro fue al día siguiente a bautizarse con toda su familia.
Hizo de padrino el mercader ruso y de madrina la cocinera. Luego vivieron ambos muchos años ricos y felices, llegaron a una edad avanzada y murieron en paz.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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