En una
ciudad vivían dos mercaderes junto al río. Uno era ruso, el otro tártaro, y
ambos tenían mucho dinero. Pero sucedió que al ruso le fallaron ciertos
negocios, hubo de declararse en quiebra y se quedó sin nada: todos sus bienes
fueron embargados y subastados.
¿Qué
podía hacer el mercader ruso, si se había quedado en la miseria? Acudió a su
amigo el tártaro a pedirle dinero prestado.
-Haría falta algún aval.
-Haría falta algún aval.
-¿Y quién
va a avalarme, si todos me han vuelto la espalda?
Pero
aguarda: acepta como aval la cruz milagrosa de la iglesia.
-Está
bien, amigo -aceptó el tártaro-. Yo creo en vuestra cruz. Para mí, vuestra fe
vale tanto como la mía.
Y le
prestó cincuenta mil rublos al mercader ruso.
El ruso
tomó el dinero, se despidió del tártaro y se marchó de nuevo a comerciar por
distintos lugares.
Al cabo
de un par de años, con aquellos cincuenta mil rublos había ganado ya ciento
cincuenta mil. Conque una vez que navegaba de un lugar a otro por el río
Danubio con sus mercaderías, estalló una fuerte tormenta que amenazaba con
hundir el barco.
El
mercader se acordó entonces de que había tomado un préstamo con el aval de la
cruz milagrosa, pero no había devuelto aún el dinero y pensó que seguramente a
eso se debía la tormenta. No hizo más que pensar en ello y empezó a aplacarse
la tormenta. Entonces cogió un barrilillo, metió dentro cincuenta mil rublos,
escribió una esquela para el tártaro, la puso con el dinero y lanzó el
barrilillo al agua diciendo:
-Ya que
la cruz me sirvió de aval, la cruz hará que llegue a su destinatario.
El
barrilillo se fue inmediatamente al fondo, y todo el mundo pensó que el dinero
se había perdido.
Pero,
¿qué sucedió?
El
tártaro tenía una cocinera rusa. Un día fue la cocinera a sacar agua del río y
vio flotar un barrilillo. Se metió en el agua y quiso alcanzarlo. Pero, ¡quia!
¿Que ella se acercaba? El barrilillo se alejaba. ¿Que ella volvía hacia la
orilla? El barrilillo iba detrás flotando.
Siguió un
rato con aquel trajín, hasta que volvió a su casa y se lo contó a su amo. El
tártaro no la creía al principio, pero luego quiso cerciorarse de lo que decía
por sus propios ojos.
Llegó al
río y, efectivamente, flotaba un barrilillo cerca de la orilla. El tártaro se
quitó la ropa, entró en el agua, y al instante comenzó el barrilillo a
acercarse a él. El tártaro lo pescó, lo llevó a su casa, lo abrió y encontró
dentro dinero y una esquelita. Cogió el papel y leyó:
-Querido
amigo: Te devuelvo los cincuenta mil rublos que me prestaste con el aval de la
cruz milagrosa.
El
tártaro se quedó maravillado de la fuerza de la cruz milagrosa. Contó el dinero
para ver si estaba todo: no faltaba ni una moneda.
Entre
tanto, el ruso había juntado un buen capital comerciando durante unos cinco
años. Volvió a su tierra y, pensando que se había perdido el barrilillo, lo
primero que quiso fue quedar en paz con el tártaro. Fue a su casa y le presentó
la cantidad prestada.
Entonces
el tártaro le refirió todo lo ocurrido: que había sacado del río el barrilillo
con el dinero y la esquela. Le enseñó el papel y preguntó:
-¿Es esto
de tu puño y letra?
-De mi
puño y letra es.
Todos se
admiraron de aquel milagro, y dijo el tártaro:
-De
manera, hermano, que no necesito más dinero tuyo. Quédatelo.
El
mercader ruso mandó decir unas misas para agradecerle a Dios su amparo y el
tártaro fue al día siguiente a bautizarse con toda su familia.
Hizo de
padrino el mercader ruso y de madrina la cocinera. Luego vivieron ambos muchos
años ricos y felices, llegaron a una edad avanzada y murieron en paz.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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