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viernes, 16 de agosto de 2013

La historia de mamai sindios

Sucedió esto en Rus, en la Rus ortodoxa, durante el principado del príncipe Dmitri Ivánovich[1]. Este príncipe despachó al embajador ruso Zajar Tiutrin[2] a llevarle su tributo[3] a Mamái Sindiós[4], perro hediondo.
Y el embajador ruso Zajar Tiutrin se puso en camino. Llegó hasta Mamái Sindiós, perro hediondo, y le dijo:
-Toma el tributo que te traigo del príncipe ruso Dmitri Ivánovich.
Contestó Mamái Sindiós:
-Yo no aceptaré el tributo del príncipe Dmitri Ivánovich antes de que tú me laves los pies y beses mis babuchas.
A lo que replicó el embajador ruso Zajar Tiutrin:
-En vez de ofrecer comida y bebida al que viene de tan lejos, prepararle luego un baño y sólo entonces preguntar las nuevas que trae, tú, Mamái Sindiós, perro hediondo, empiezas por ordenarle que lave tus pies musulmanes (¡así se te hinchen las entrañas, por tales palabras, más que un horno de carbonero!) y te bese las babuchas. Pero no le cuadra a Zajar Tiutrin, embajador ruso, lavarle los pies ni besar las babuchas a nadie. Sea el pagano tártaro Mamái Sindiós, por nuestra santa fe, quien le bese los pies al embajador ruso Zajar Tiutrin.
El perro tártaro se puso furioso: se arrancaba las greñas negras y las arrojaba al suelo, dispersándolas por todas partes. Luego desgarró la carta del príncipe y escribió sus propias cédulas a toda velocidad.
-Mientras granen las espigas de avena, mientras el carnero tenga lana y el corcel hierba y agua bajo los cascos, hasta entonces peleará Mamái Sindiós contra la santa Rus y hasta entonces no probará el agua ni el pan.
Entre los recios y forzudos bogatires tártaros eligió a treinta hombres menos uno y así los aleccionó para la vil empresa que les encomendaba:
-Marchad, fieles servidores míos, y adelantaos al embajador, ruso Zajar Tiutrin. Dadle muerte por el camino, ya en los bosques tenebrosos, ya en las subidas escarpadas, y arrojad su cuerpo a lo alto de un árbol para que sirva de pasto a las aves.
Zajar Tiutrin, el embajador ruso, se puso en camino. La noche oscura le sorprendió en pleno bosque, pero él no se detuvo a descansar, sino que continuó adelante. Por la mañana, al asomar el sol, vio Zajar Tiutrin, el embajador ruso, que salían del bosque unos recios y forzudos bogatires, y que eran treinta menos uno.
Pero Zajar Tiutrin no se arredró ante los paganos tártaros, sino que agarró con entrambas manos una estaca de nudos y se aprestó a recibir a los indeseables huéspedes.
Atacó la tartarería a Zajar Tiutrin, poniendo cerco al apuesto mancebo.
Pero Zajar, volviéndose a un lado y a otro, empezó a descargar su estaca sobre los infieles, y al que alcanzaba lo hacía papilla.
Incapaces de resistir a Zajar Tiutrin, el embajador ruso, los infieles tártaros quisieron ablandarle con buenas palabras.
-Perdónanos la vida, embajador ruso Zajar Tiutrin, y nunca más osare-mos enfrentarnos a ti.
Zajar contempló a los recios y forzudos bogatires, vio que de los treinta menos uno sólo quedaban cinco, y éstos maltrechos, con las cabezas partidas de los estacazos y vendadas con sus fajas. Compadecido de aquellos perros impíos, les permitió que volviesen donde Mamái Sindiós.
-Marchad, pues -les dijo, y haced saber lo que ocurre cuando se agravia al embajador ruso Zajar Tiutrin.
Luego espoleó los flancos de su noble corcel, que dio un primer salto de cien sazhenas, otro de una uersta y al tercero no volvió ya a tocar la tierra con los cascos.
Iba el embajador ruso haciendo así su camino cuando se le ocurrió una idea: atrapó a doce halcones resplandecientes y a treinta jerifaltes blancos. Lo primero de todo, rompió las cédulas del pagano Mamái, escribió mensajes suyos a toda prisa, luego los ató a las colas de las aves diciendo:
-¡Halcones resplandecientes! ¡Jerifaltes blancos! Id volando hasta el príncipe Dmitri Ivánovich, allá al Moscú de blanca piedra[5], y decidle al príncipe Zadonski, Dmitri Ivánovich, que reúna muchas tropas, que las reclute en las ciudades y los pueblos, hasta en las aldeas más apartadas, dejando en las casas tan sólo a los ciegos y a los cojos con los niños pequeños para llorarlos. Y decidle que, en tanto, iré yo a mis lugares a hacer leva de los cosacos greñudos y barbudos, de los cosacos del Don.
Despuntaba el sol aquella mañana, cuando nubes preñadas de lluvia menuda y densa velaron el cielo límpido y trajeron un fuerte vendaval borrascoso. Entre el fragor y los truenos, apenas se oía un leve rumor en palacio. El príncipe Dmitri Ivánovich, el príncipe Zadonski, ordenaba allí pregonar .por todo el Moscú de blanca piedra un bando que decía:
-Sabed todos, los príncipes y los boyardos, y los recios y forzudos bogatires, y todos los gallardos camperos, que sois llamados a mesa y consejo a los regios aposentos del príncipe Dmitri Ivánovich.
De todos los rincones del Moscú de blanca piedra acudieron todos los nobles y los boyardos, los recios y forzudos bogatires, y todos los gallardos camperos a mesa y consejo a los regios aposentos del príncipe Dmitri Ivánovich. Acudieron ansiosos de escuchar su sabia palabra y, más aún, de contemplar su mirada serenísima.
Lo mismo que entre los brezales endebles se yergue el roble añoso, cuya cima reta al firmamento, así descollaba el gran príncipe Dmitri Ivánovich sobre sus nobles y sus boyardos.
Tan pronto calló el toque del clarín dorado, tomó la palabra el príncipe Dmitri Ivánovich Zadonski:
-No os he citado yo aquí para complacernos en beber ni habéis acudido vosotros a solazaros alegremente. Si estáis aquí, es para conocer una infausta nueva: sabed que Mamái Sindiós, perro hediondo, ha lanzado todas sus hordas impías contra la santa Rus. Y el perro Mamái pretende hacernos apurar el cáliz de la amargura. Vayamos, pues, amados guerreros míos, hacia el mar océano. Allí armaremos embarcaciones ligeras para escapar del mar océano al mar de Jvalinsk[6], al amparo de los padres milagrosos del monasterio de Solovietski[7]. En aquel retiro, nada podrá contra nosotros Mamái Sindiós, perro hediondo. De lo contrario, nos apresará y nos cegará para luego hacernos morir a fuerza de tormentos.
Abatidas sus altivas cabezas, replicaron los nobles y los boyardos:
-Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski: un sol único boga por el firmamento y un único príncipe reina sobre la Rus ortodoxa. No hemos venido aquí a rebatir tu regia palabra. Danos, sin embargo, licencia para contestar cómo se puede vencer a Mamái Sindiós, perro hediondo: vayamos al mar océano, armemos allí embarcaciones ligeras y lancémoslas al mar océano en tanto reunimos tropas infinitas para combatir a Mamái Sindiós, perro hediondo, hasta verter nuestra última gota de sangre. Y venceremos a Mamái Sindiós.
-¿Qué voces son ésas? ¿Qué estruendo ha corrido por el aposento? -preguntó en esto Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski.
Y contestó un mendigo caminante de los de báculo y zurrón:
-Eso es, Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, que al invocar tú a Dios ha huido de este aposento el espíritu maligno, el espíritu enemigo, el mismo que vertió en tu oído palabras incitándote a ir al mar océano, armar embarcaciones ligeras y escapar del mar océano al mar de Jvalinsk.
El príncipe Dmitri Ivánovich dispuso con todo rigor que fueran levadas tropas innumerables por las ciudades y los arrabales, por los pueblos y sus caseríos y hasta por las aldeas más apartadas, dejando en las casas tan sólo a los ciegos, a los cojos y a los niños pequeños para llorarlos.
Muchas tropas fueron levadas en todos los lugares de la Rus ortodoxa y concentradas al pie del Moscú de blanca piedra para luego dividirlas y echarlas a suertes entre Semión Tupik, Iván Kvashnin[8] y el embajador ruso Zajar Tiutrin con los siete hermanos de Belozersk[9].
Y al no tener espacio bastante en Moscú, las tropas marcharon al campo de Kulikovo[10].
Ya en el campo, en el de Kulikovo, hubo que pensar en el modo de recontarlas.
Zajar Tiutrin, el embajador ruso, montó en su brioso corcel y galopó tres días y tres horas en torno a las tropas sin poder recontarlas, sin poder calcular cuántas verstas ocupaban.
El príncipe Dmitri Ivánovich Zadonski dictó entonces sus órdenes para que las tropas se dispersaran por el campo abierto, que cada hombre tomara una piedrecita o un botón dorado y con ellos fueran señalando robles.
Las tropas señalaron siete robles, y los siete robles quedaron revestidos desde la raíz hasta la cumbre.
Esas tropas innumerables fueron entonces divididas en tres regimientos. El primero lo tomó el príncipe Dmitri Ivánovich Zadonski; el segundo lo tomó el embajador ruso Zajar Tiutrin y el tercero les correspondió a Semión Tupik, Iván Kvashnin y los siete hermanos de Belozersk.
Echaron a suertes cuál marcharía el primero contra los paganos tártaros. Y la suerte designó primero a Zajar Tiutrin, el embajador ruso, con sus cosacos del Don, greñudos y barbudos, luego a Semión Tupik en unión de Iván Kvashnin y los siete hermanos de Belozersk y, por último, a Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski.
Enterado el rey de Suecia de la magna liza, reclutó fuerzas en número de cuarenta mil hombres.
-Marchad, guerreros míos amados, al campo de Kulikovo, que está fuera de Moscú, y emplazaos, guerreros míos, en los altozanos. Si veis que Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, vence a Mamái Sindiós, poneos del lado de Dmitri Ivánovich. Si veis que Mamái Sindiós le vence a Dmitri Ivánovich, poneos del lado de Mamái Sindiós.
El rey sueco era astuto: mandaba ponerse del lado de la fuerza que ganaba.
También el rey turco supo de la magna liza. Mandó reclutar fuerzas en número de cuarenta mil hombres y las envió al campo de Kulikovo, ordenándoles:
-Guerreros míos amados: según veréis la fuerza que es vencida, así a su lado os pondréis.
El rey turco era simple: les mandaba ponerse del lado de la fuerza que perdiera.
De tal modo se aprestaron aquellos ingentes ejércitos para una cruenta batalla en el campo de Kulikovo. Marchaba delante Zajar Tiutrin, el embajador ruso, con los cosacos del Don, greñudos y barbudos. A su encuentro iban las fuerzas de Mamái Sindiós. Conforme se aproximaban unos a otros, la tierra húmeda, nuestra madre, cedía bajo sus pies y el agua se retiraba.
En esto surgió de bajo tierra el Tártaro Sanguinario, guerrero que medía siete sazhenas de altura. Y gritó el tártaro con voz estridente:
-iDmitri Ivánovich, príncipe Zadonski! Te reto a combate singular. Y si no aceptas este combate singular, a todas tus tropas las mataré, las haré pedazos, las convertiré en lodo...
Y habló así en respuesta Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski:
-Pues no tengo otro valimiento, yo me enfrentaré al Tártaro Sanguinario en combate singular.
Revistió entonces su sólida armadura, hebilló sus bridas de acero mientras ensillaban su brioso corcel con arnés circasiano y, empuñando su maza de combate, marchó al encuentro del Tártaro Sanguinario. En esto le salió al paso un guerrero anónimo:
-Frena tu caballo, Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski -le dijo-. Yo combatiré al Tártaro Sanguinario, yo rebanaré su cabeza musulmana aras de los hombros.
Ensilló su brioso corcel ajustando la montura con doce cinchas de seda, no por presunción, que sí por precaución.
-Yo te libraré, Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, de una primera muerte. Una vez que yo venza al Tártaro Sanguinario, pelea y combate tú contra el maldito enemigo, contra Mamái Sindiós, perro hediondo, hasta verter tu última gota de sangre, y Mamái Sindiós será vencido.
Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, y el guerrero anónimo cambiaron sus caballos el uno por el otro y se despidieron, habiendo bendecido Dmitri Ivánovich al guerrero para su magna lid, para su combate a vida o muerte.
Los dos recios y forzudos bogatires se enfrentaron a campo abierto en el de Kulikovo, listos para el combate singular. Descargaron sus mazas, y las mazas se partieron; chocaron sus lanzas, y las lanzas se doblaron; enarbolaron sus sables, y los sables se mellaron.
Saltaron ellos entonces abajo de sus briosos corceles para luchar cuerpo a cuerpo. Y lucharon tres días, tres noches y tres horas sin probar bocado, lucharon sin beber ni una gota de agua. Al cuarto día se desplomaron allí mismo los dos.
El príncipe Dmitri Ivánovich se acercó a ellos: el guerrero anónimo tenía la diestra posada sobre el cuerpo del Tártaro Sanguinario. El príncipe amortajó a su guerrero, lo enterró y sobre su tumba plantó una cruz que luego revistió de oro.
Entre las filas de Mamái Sindiós, perro hediondo, surgió de bajo tierra otro guerrero que gritó con voz estridente:
-iDmitri Ivánovich, príncipe Zadonski! Ven a enfrentarte conmigo si no quieres que destruya yo todas tus tropas y a ti, príncipe, te prive de la luz sacándote los ojos.
Abatió Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, la altiva cabeza.
-Pues no tengo otro valimiento, me enfrentaré yo al Tártaro Sanguinario en combate singular.
Montó en su brioso corcel y fue al encuentro del Tártaro Sanguinario. En esto le salió al paso otro guerrero con estas palabras:
-Frena tu caballo, Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski. Yo te libraré de una pronta muerte. Mientras yo combato al perro tártaro, lucha y pelea tú contra Mamái Sindiós, perro hediondo, hasta verter tu última gota de sangre. Y Mamái Sindiós será vencido. En caso de que ese bogatir de mala muerte me venza a mí, espolea a mi brioso corcel, que te llevará lejos de una pronta muerte.
El príncipe Dmitri Ivánovich y el guerrero anónimo cambiaron sus caballos el uno por el otro, se despidieron, y el príncipe Dmitri Ivánovich bendijo al guerrero para su magna lid, para su combate a vida o muerte. Se enfrentaron los dos recios y forzudos bogatires en campo abierto, se enfrentaron en el campo de Kulikovo.
A la primera carga con sus mazas, las mazas se partieron; a la primera acometida lanza en ristre, las lanzas se doblaron; al primer tajo con sus afilados sables, los sables se mellaron. Se apearon de sus briosos corceles y emprendieron la lucha cuerpo a cuerpo. Tres días, tres noches y tres horas se pasaron luchando sin probar bocado, sin beber ni una gota, sin cerrar ni un instante sus serenos ojos... Y al cuarto día se desplomaron allí mismo los dos.
Se acercó el príncipe Dmitri Ivánovich a ellos: por la diestra, la armadura de su guerrero dominaba al tártaro pagano. El príncipe amortajó a su guerrero, lo enterró y sobre su tumba plantó una cruz que luego revistió de oro.
El embajador ruso Zajar Tiutrin se lanzó en esto con los cosacos del Don, greñudos y barbudos, contra las tropas de Mamái Sindiós.
La tarde iba apagando la luz del día, y no había terminado aún la pelea. Cuando al fin concluyó, cada bando se puso a contar las fuerzas que había perdido. Resultó que por cada cosaco del Don, greñudo y barbudo, de los que mandaba Zajar Tiutrin, el embajador ruso, la tartarería había perdido dos mil y doscientos de sus infieles.
Avanzó entonces otro regimiento: el que mandaban Semión Tupik, Iván Kvashnin y los siete hermanos de Belozersk.
Asomaba ya el sol esplendente por encima de los bosques, y la pelea no cejaba. Inició el sol esplendente su ocaso, y las fuerzas rusas comenzaron a ser diezmadas.
En esto fue acercándose Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski. Penetró en las tropas de Mamái Sindiós igual que la guadaña afilada penetra en el manto de blanda hierba: por donde pasaba su brioso corcel, allí quedaba una calle abierta; si lo guiaba hacia un lado, era una travesía y si lo giraba en redondo, despejaba una plaza por la fuerza.
Ya estaba extenuado el príncipe Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, de tanto pelear, ya se oscurecían sus ojos serenísimos, salpicados de pagana sangre tártara... Y le ordenó entonces a su brioso corcel:
-Líbrame, caballo mío, de una pronta muerte.
Espoleó los redondos flancos del caballo, y el caballo partió tan raudo, que apenas rozaba la tierra con sus cascos. Así le condujo el brioso corcel hasta un abedul frondoso que crecía en medio del campo abierto. En torno a aquel frondoso abedul no había ni un solo arbolillo en el campo.
Se apeó Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, de su brioso corcel, diciéndole:
-Corre, brioso corcel mío, a los campos abiertos, a los vastos prados, come hierba sedosa, bebe agua fresca y no caigas, brioso corcel mío, en manos del pagano Mamái impío, perro hediondo.
Trepó Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, al frondoso abedul. En esto cruzó por el cielo, a través del campo abierto, una nítida bandada de cisnes blancos. Viéndolos pasar, se dijo Dmitri Ivánovich:
-En castigo de mis viles pecados ha mandado el Todopoderoso a Mamái Sindiós contra la tierra de Rus. Estas aves nos traen el mal agüero de que será vencida la Rus ortodoxa.
Allí permaneció Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, y al poco tiempo vio correr a una manada de lobos grises por el campo abierto.
-¡Jesucristo bendito! Apiádate de la Rus ortodoxa. No nos dejes a merced del impío tártaro pagano. Esos animales nos traen el mal agüero de que Mamái Sindiós, perro hediondo, nos hará apurar el cáliz de la amargura.
Y se quedó dormido Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, en el frondoso abedul.
En tanto, las tropas de Mamái Sindiós, perro hediondo, empezaron a vencer.
Entonces el embajador ruso Zajar Tiutrin, con los cosacos del Don, greñudos y barbudos, Semión Tupik, Iván Kvashnin y los siete hermanos de Belozersk, y también toda la fuerza guerrera de Dmitri Ivánovich, elevaron sus preces a Dios.
-¡Señor nuestro Jesucristo, santo y verdadero, Virgen del Don, Santísima madre de Dios! No consintáis que el tártaro infiel profane vuestros sagrados templos, haced que San Jorge interceda por nosotros.
De los bosques oscuros y los verdes sotos surgió entonces un ingente ejército que acometió a las tropas de Mamái Sindiós.
Escaparon los paganos tártaros por el campo abierto, llegaron los paganos tártaros hasta las tierras movedizas, y allí encontraron la muerte.
El poderoso ejército de Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, recobró ánimos. El embajador ruso Zajar Tiutrin, Semión Tupik, Iván Kvashnin y los siete hermanos de Belozersk se pusieron a inquirir, por si alguien lo había observado, el camino seguido por Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski. Y callaba el poderoso ejército, sin que nadie contestara.
El embajador ruso Zajar Tiutrin, Semión Tupik, Iván Kvashnin y los siete hermanos de Belozersk desmayaron sus altivas cabezas y en el consejo informaron de que Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, había perecido luchando contra los paganos tártaros.
Volvía el poderoso ejército por el campo abierto cuando el embajador ruso Zajar Tiutrin divisó un frondoso abedul en el campo abierto y divisó algo que negreaba entre la fronda del abedul. Y al acercarse reconoció Zajar al príncipe Dmitri Ivánovich en aquella mancha que negreaba. Cayó entonces de hinojos a sus pies con estas palabras:
-¡Albricias, Dimitri Ivánovich, príncipe Zadonski! Hemos salvado a la Rus ortodoxa, nuestra madre, y hemos vencido a Mamái Sindiós, perro hediondo.
Bajó el príncipe Dmitri Ivánovich del frondoso abedul y por tres veces se prosternó con reverencia hacia oriente. Después reagruparon el poderoso ejército, recobrando la dicha y la alegría con él.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)





[1] Se trata del boyardo Zajar Tiútchev, a quien el príncipe Dmitri I Ivánovich envió al jan Mamái a comienzos de agosto de 1379, cuando se enteró de que éste se disponía a atacar Moscú. Con el pretexto de hablar de los tributos atrasados que exigía Mamái, Tiútchev debía enterarse de los preparativos de Mamái.
[2] Como se ha dicho, durante la dominación tártara (siglos XIII-XV) los príncipes rusos estaban sometidos a los janes, a quienes pagaban tributo y de quienes recibían el yarlik (jarleq en turco) para ser reconocidos como príncipes.
[3] Apelación dada a Moscú cuando su príncipe Dmitri I Ivánovich (el futuro Dmitri del Don) hizo construir en 1367-68, alrededor del Kremlin, una muralla de piedra en sustitución de la de troncos de roble levantada en tiempos por Iván Kalitá (1339-1340) y que reemplazaba, a su vez, las primeras defensas de madera que Yuri Dolgoruki, príncipe de Súzdal, mandó levantar en 1156 alrededor de la mansión y las propiedades que poseía allí. La diferencia entre la madera renegrida por las inclemencias y el paso del tiempo y la piedra blanca (más bien marfileña) debió ser tan impresionante, que inspiró esta apelación (en ruso «bielokámennaia», que podría traducirse por «albopétrea» ), la cual todavía se emplea hoy.
[4] Principado ruso surgido el año 1238 en la cuenca del lago Blanco (Biéloe Ozero), que hasta entonces había formado parte de la tierra de Rostov-Súzdal. En el proceso general de unificación de las tierras rusas, su independencia no duró mucho tiempo. Las tropas de Belozersk que participaron en la batalla del campo de Kulikovo estaban mandadas por el príncipe Fiódor de Belozersk y su hijo Iván.
[5] Antigua denominación del mar Caspio. Quizá provenga de «jvalisi», nombre que los rusos antiguos daban a los pobladores de Joresma. Está claro que se trata de una fantasía narrativa, ya que el Caspio, situado en el sudeste de Rusia, no puede relacionarse con el mar Blanco, que es el que se alude al decir «mar-océano».
[6] Uno de los mayores monasterios ortodoxos que existieron en Rusia. Fue fundado en el siglo XV en la isla del mismo nombre, enclavada en el mar Blanco.
[7] Se trata de Iván Kvashnia, uno de los capitanes del regimiento Bolshói, que estuvo mandado por el príncipe Iván de Smolensk en la batalla del campo de Kulikovo.
[8] Principado ruso surgido el año 1238 en la cuenca del lago Blanco (Biéloe Ozero), que hasta entonces había formado parte de la tierra de Rostov-Súzdal. En el proceso general de unificación de las tierras rusas, su independencia no duró mucho tiempo. Las tropas de Belozersk que participaron en la batalla del campo de Kulikovo estaban mandadas por el príncipe Fiódor de Belozersk y su hijo Iván.
[9] Lugar próximo a Tula, entre los ríos Don y Nepriadva, donde los rusos mandados por Dmitri del Don vencieron a los tártaros del jan Mamá¡. Esta victoria contribuyó a agrupar en torno a Moscú a los principados feudales rusos.
[10] Dmitri Yurévich Shemiaka, príncipe de Gálich (1420-1453). Inspirador de la llamada «revuelta de Shemiaka» o«revuelta de los príncipes». Es famoso por su lucha contra Vasili II el Oscuro para arrebatarle el gran principado de Moscú; lo consiguió al fin (1446) con ayuda de los boyardos y del clero y ordenó dejar ciego a Vasili II Repudiado por la población de Moscú, tuvo que abandonarlo y murió en Veliki Nóvgorod, se presume que envenenado. Sus arbitrariedades inspiraron a un autor anónimo de la segunda mitad del siglo XVII un relato, vinculado con el cuento satírico popular, denunciando el despotismo de los ricos, el cohecho y la injusticia de los tribunales en un Estado feudal.


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