Sucedió
esto en Rus, en la Rus
ortodoxa, durante el principado del príncipe Dmitri Ivánovich[1]. Este
príncipe despachó al embajador ruso Zajar Tiutrin[2] a
llevarle su tributo[3] a Mamái
Sindiós[4], perro
hediondo.
Y el
embajador ruso Zajar Tiutrin se puso en camino. Llegó hasta Mamái Sindiós,
perro hediondo, y le dijo:
-Toma el
tributo que te traigo del príncipe ruso Dmitri Ivánovich.
Contestó
Mamái Sindiós:
-Yo no
aceptaré el tributo del príncipe Dmitri Ivánovich antes de que tú me laves los
pies y beses mis babuchas.
A lo que
replicó el embajador ruso Zajar Tiutrin:
-En vez
de ofrecer comida y bebida al que viene de tan lejos, prepararle luego un baño
y sólo entonces preguntar las nuevas que trae, tú, Mamái Sindiós, perro
hediondo, empiezas por ordenarle que lave tus pies musulmanes (¡así se te
hinchen las entrañas, por tales palabras, más que un horno de carbonero!) y te
bese las babuchas. Pero no le cuadra a Zajar Tiutrin, embajador ruso, lavarle
los pies ni besar las babuchas a nadie. Sea el pagano tártaro Mamái Sindiós,
por nuestra santa fe, quien le bese los pies al embajador ruso Zajar Tiutrin.
El perro
tártaro se puso furioso: se arrancaba las greñas negras y las arrojaba al suelo,
dispersándolas por todas partes. Luego desgarró la carta del príncipe y
escribió sus propias cédulas a toda velocidad.
-Mientras
granen las espigas de avena, mientras el carnero tenga lana y el corcel hierba
y agua bajo los cascos, hasta entonces peleará Mamái Sindiós contra la santa
Rus y hasta entonces no probará el agua ni el pan.
Entre los
recios y forzudos bogatires tártaros eligió a treinta hombres menos uno y así
los aleccionó para la vil empresa que les encomendaba:
-Marchad,
fieles servidores míos, y adelantaos al embajador, ruso Zajar Tiutrin. Dadle
muerte por el camino, ya en los bosques tenebrosos, ya en las subidas
escarpadas, y arrojad su cuerpo a lo alto de un árbol para que sirva de pasto a
las aves.
Zajar
Tiutrin, el embajador ruso, se puso en camino. La noche oscura le sorprendió en
pleno bosque, pero él no se detuvo a descansar, sino que continuó adelante. Por
la mañana, al asomar el sol, vio Zajar Tiutrin, el embajador ruso, que salían
del bosque unos recios y forzudos bogatires, y que eran treinta menos uno.
Pero
Zajar Tiutrin no se arredró ante los paganos tártaros, sino que agarró con
entrambas manos una estaca de nudos y se aprestó a recibir a los indeseables
huéspedes.
Atacó la
tartarería a Zajar Tiutrin, poniendo cerco al apuesto mancebo.
Pero
Zajar, volviéndose a un lado y a otro, empezó a descargar su estaca sobre los
infieles, y al que alcanzaba lo hacía papilla.
Incapaces
de resistir a Zajar Tiutrin, el embajador ruso, los infieles tártaros quisieron
ablandarle con buenas palabras.
-Perdónanos
la vida, embajador ruso Zajar Tiutrin, y nunca más osare-mos enfrentarnos a ti.
Zajar
contempló a los recios y forzudos bogatires, vio que de los treinta menos uno
sólo quedaban cinco, y éstos maltrechos, con las cabezas partidas de los
estacazos y vendadas con sus fajas. Compadecido de aquellos perros impíos, les
permitió que volviesen donde Mamái Sindiós.
-Marchad,
pues -les dijo, y haced saber lo que ocurre cuando se agravia al embajador ruso
Zajar Tiutrin.
Luego
espoleó los flancos de su noble corcel, que dio un primer salto de cien
sazhenas, otro de una uersta y al tercero no volvió ya a tocar la tierra con
los cascos.
Iba el
embajador ruso haciendo así su camino cuando se le ocurrió una idea: atrapó a
doce halcones resplandecientes y a treinta jerifaltes blancos. Lo primero de
todo, rompió las cédulas del pagano Mamái, escribió mensajes suyos a toda
prisa, luego los ató a las colas de las aves diciendo:
-¡Halcones
resplandecientes! ¡Jerifaltes blancos! Id volando hasta el príncipe Dmitri
Ivánovich, allá al Moscú de blanca piedra[5], y
decidle al príncipe Zadonski, Dmitri Ivánovich, que reúna muchas tropas, que
las reclute en las ciudades y los pueblos, hasta en las aldeas más apartadas,
dejando en las casas tan sólo a los ciegos y a los cojos con los niños pequeños
para llorarlos. Y decidle que, en tanto, iré yo a mis lugares a hacer leva de
los cosacos greñudos y barbudos, de los cosacos del Don.
Despuntaba
el sol aquella mañana, cuando nubes preñadas de lluvia menuda y densa velaron el
cielo límpido y trajeron un fuerte vendaval borrascoso. Entre el fragor y los
truenos, apenas se oía un leve rumor en palacio. El príncipe Dmitri Ivánovich,
el príncipe Zadonski, ordenaba allí pregonar .por todo el Moscú de blanca
piedra un bando que decía:
-Sabed
todos, los príncipes y los boyardos, y los recios y forzudos bogatires, y todos
los gallardos camperos, que sois llamados a mesa y consejo a los regios
aposentos del príncipe Dmitri Ivánovich.
De todos
los rincones del Moscú de blanca piedra acudieron todos los nobles y los
boyardos, los recios y forzudos bogatires, y todos los gallardos camperos a
mesa y consejo a los regios aposentos del príncipe Dmitri Ivánovich. Acudieron
ansiosos de escuchar su sabia palabra y, más aún, de contemplar su mirada
serenísima.
Lo mismo
que entre los brezales endebles se yergue el roble añoso, cuya cima reta al
firmamento, así descollaba el gran príncipe Dmitri Ivánovich sobre sus nobles y
sus boyardos.
Tan
pronto calló el toque del clarín dorado, tomó la palabra el príncipe Dmitri
Ivánovich Zadonski:
-No os he
citado yo aquí para complacernos en beber ni habéis acudido vosotros a
solazaros alegremente. Si estáis aquí, es para conocer una infausta nueva:
sabed que Mamái Sindiós, perro hediondo, ha lanzado todas sus hordas impías
contra la santa Rus. Y el perro Mamái pretende hacernos apurar el cáliz de la
amargura. Vayamos, pues, amados guerreros míos, hacia el mar océano. Allí
armaremos embarcaciones ligeras para escapar del mar océano al mar de Jvalinsk[6], al
amparo de los padres milagrosos del monasterio de Solovietski[7]. En
aquel retiro, nada podrá contra nosotros Mamái Sindiós, perro hediondo. De lo
contrario, nos apresará y nos cegará para luego hacernos morir a fuerza de
tormentos.
Abatidas
sus altivas cabezas, replicaron los nobles y los boyardos:
-Dmitri
Ivánovich, príncipe Zadonski: un sol único boga por el firmamento y un único
príncipe reina sobre la Rus
ortodoxa. No hemos venido aquí a rebatir tu regia palabra. Danos, sin embargo,
licencia para contestar cómo se puede vencer a Mamái Sindiós, perro hediondo:
vayamos al mar océano, armemos allí embarcaciones ligeras y lancémoslas al mar
océano en tanto reunimos tropas infinitas para combatir a Mamái Sindiós, perro
hediondo, hasta verter nuestra última gota de sangre. Y venceremos a Mamái
Sindiós.
-¿Qué
voces son ésas? ¿Qué estruendo ha corrido por el aposento? -preguntó en esto
Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski.
Y
contestó un mendigo caminante de los de báculo y zurrón:
-Eso es,
Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, que al invocar tú a Dios ha huido de este
aposento el espíritu maligno, el espíritu enemigo, el mismo que vertió en tu
oído palabras incitándote a ir al mar océano, armar embarcaciones ligeras y
escapar del mar océano al mar de Jvalinsk.
El
príncipe Dmitri Ivánovich dispuso con todo rigor que fueran levadas tropas
innumerables por las ciudades y los arrabales, por los pueblos y sus caseríos y
hasta por las aldeas más apartadas, dejando en las casas tan sólo a los ciegos,
a los cojos y a los niños pequeños para llorarlos.
Muchas
tropas fueron levadas en todos los lugares de la Rus ortodoxa y concentradas al pie del Moscú de
blanca piedra para luego dividirlas y echarlas a suertes entre Semión Tupik,
Iván Kvashnin[8] y el
embajador ruso Zajar Tiutrin con los siete hermanos de Belozersk[9].
Y al no
tener espacio bastante en Moscú, las tropas marcharon al campo de Kulikovo[10].
Ya en el
campo, en el de Kulikovo, hubo que pensar en el modo de recontarlas.
Zajar
Tiutrin, el embajador ruso, montó en su brioso corcel y galopó tres días y tres
horas en torno a las tropas sin poder recontarlas, sin poder calcular cuántas
verstas ocupaban.
El
príncipe Dmitri Ivánovich Zadonski dictó entonces sus órdenes para que las
tropas se dispersaran por el campo abierto, que cada hombre tomara una
piedrecita o un botón dorado y con ellos fueran señalando robles.
Las
tropas señalaron siete robles, y los siete robles quedaron revestidos desde la
raíz hasta la cumbre.
Esas
tropas innumerables fueron entonces divididas en tres regimientos. El primero
lo tomó el príncipe Dmitri Ivánovich Zadonski; el segundo lo tomó el embajador
ruso Zajar Tiutrin y el tercero les correspondió a Semión Tupik, Iván Kvashnin
y los siete hermanos de Belozersk.
Echaron a
suertes cuál marcharía el primero contra los paganos tártaros. Y la suerte
designó primero a Zajar Tiutrin, el embajador ruso, con sus cosacos del Don,
greñudos y barbudos, luego a Semión Tupik en unión de Iván Kvashnin y los siete
hermanos de Belozersk y, por último, a Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski.
Enterado
el rey de Suecia de la magna liza, reclutó fuerzas en número de cuarenta mil
hombres.
-Marchad,
guerreros míos amados, al campo de Kulikovo, que está fuera de Moscú, y
emplazaos, guerreros míos, en los altozanos. Si veis que Dmitri Ivánovich,
príncipe Zadonski, vence a Mamái Sindiós, poneos del lado de Dmitri Ivánovich.
Si veis que Mamái Sindiós le vence a Dmitri Ivánovich, poneos del lado de Mamái
Sindiós.
El rey
sueco era astuto: mandaba ponerse del lado de la fuerza que ganaba.
También
el rey turco supo de la magna liza. Mandó reclutar fuerzas en número de
cuarenta mil hombres y las envió al campo de Kulikovo, ordenándoles:
-Guerreros
míos amados: según veréis la fuerza que es vencida, así a su lado os pondréis.
El rey
turco era simple: les mandaba ponerse del lado de la fuerza que perdiera.
De tal
modo se aprestaron aquellos ingentes ejércitos para una cruenta batalla en el
campo de Kulikovo. Marchaba delante Zajar Tiutrin, el embajador ruso, con los
cosacos del Don, greñudos y barbudos. A su encuentro iban las fuerzas de Mamái
Sindiós. Conforme se aproximaban unos a otros, la tierra húmeda, nuestra madre,
cedía bajo sus pies y el agua se retiraba.
En esto
surgió de bajo tierra el Tártaro Sanguinario, guerrero que medía siete sazhenas
de altura. Y gritó el tártaro con voz estridente:
-iDmitri
Ivánovich, príncipe Zadonski! Te reto a combate singular. Y si no aceptas este
combate singular, a todas tus tropas las mataré, las haré pedazos, las
convertiré en lodo...
Y habló
así en respuesta Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski:
-Pues no
tengo otro valimiento, yo me enfrentaré al Tártaro Sanguinario en combate
singular.
Revistió
entonces su sólida armadura, hebilló sus bridas de acero mientras ensillaban su
brioso corcel con arnés circasiano y, empuñando su maza de combate, marchó al
encuentro del Tártaro Sanguinario. En esto le salió al paso un guerrero
anónimo:
-Frena tu
caballo, Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski -le dijo-. Yo combatiré al Tártaro
Sanguinario, yo rebanaré su cabeza musulmana aras de los hombros.
Ensilló
su brioso corcel ajustando la montura con doce cinchas de seda, no por
presunción, que sí por precaución.
-Yo te
libraré, Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, de una primera muerte. Una vez
que yo venza al Tártaro Sanguinario, pelea y combate tú contra el maldito
enemigo, contra Mamái Sindiós, perro hediondo, hasta verter tu última gota de
sangre, y Mamái Sindiós será vencido.
Dmitri
Ivánovich, príncipe Zadonski, y el guerrero anónimo cambiaron sus caballos el
uno por el otro y se despidieron, habiendo bendecido Dmitri Ivánovich al
guerrero para su magna lid, para su combate a vida o muerte.
Los dos
recios y forzudos bogatires se enfrentaron a campo abierto en el de Kulikovo,
listos para el combate singular. Descargaron sus mazas, y las mazas se
partieron; chocaron sus lanzas, y las lanzas se doblaron; enarbolaron sus
sables, y los sables se mellaron.
Saltaron
ellos entonces abajo de sus briosos corceles para luchar cuerpo a cuerpo. Y
lucharon tres días, tres noches y tres horas sin probar bocado, lucharon sin
beber ni una gota de agua. Al cuarto día se desplomaron allí mismo los dos.
El
príncipe Dmitri Ivánovich se acercó a ellos: el guerrero anónimo tenía la
diestra posada sobre el cuerpo del Tártaro Sanguinario. El príncipe amortajó a
su guerrero, lo enterró y sobre su tumba plantó una cruz que luego revistió de
oro.
Entre las
filas de Mamái Sindiós, perro hediondo, surgió de bajo tierra otro guerrero que
gritó con voz estridente:
-iDmitri
Ivánovich, príncipe Zadonski! Ven a enfrentarte conmigo si no quieres que
destruya yo todas tus tropas y a ti, príncipe, te prive de la luz sacándote los
ojos.
Abatió
Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, la altiva cabeza.
-Pues no
tengo otro valimiento, me enfrentaré yo al Tártaro Sanguinario en combate
singular.
Montó en
su brioso corcel y fue al encuentro del Tártaro Sanguinario. En esto le salió
al paso otro guerrero con estas palabras:
-Frena tu
caballo, Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski. Yo te libraré de una pronta
muerte. Mientras yo combato al perro tártaro, lucha y pelea tú contra Mamái
Sindiós, perro hediondo, hasta verter tu última gota de sangre. Y Mamái Sindiós
será vencido. En caso de que ese bogatir de mala muerte me venza a mí, espolea
a mi brioso corcel, que te llevará lejos de una pronta muerte.
El
príncipe Dmitri Ivánovich y el guerrero anónimo cambiaron sus caballos el uno
por el otro, se despidieron, y el príncipe Dmitri Ivánovich bendijo al guerrero
para su magna lid, para su combate a vida o muerte. Se enfrentaron los dos
recios y forzudos bogatires en campo abierto, se enfrentaron en el campo de
Kulikovo.
A la
primera carga con sus mazas, las mazas se partieron; a la primera acometida
lanza en ristre, las lanzas se doblaron; al primer tajo con sus afilados
sables, los sables se mellaron. Se apearon de sus briosos corceles y
emprendieron la lucha cuerpo a cuerpo. Tres días, tres noches y tres horas se
pasaron luchando sin probar bocado, sin beber ni una gota, sin cerrar ni un
instante sus serenos ojos... Y al cuarto día se desplomaron allí mismo los dos.
Se acercó
el príncipe Dmitri Ivánovich a ellos: por la diestra, la armadura de su
guerrero dominaba al tártaro pagano. El príncipe amortajó a su guerrero, lo
enterró y sobre su tumba plantó una cruz que luego revistió de oro.
El
embajador ruso Zajar Tiutrin se lanzó en esto con los cosacos del Don, greñudos
y barbudos, contra las tropas de Mamái Sindiós.
La tarde
iba apagando la luz del día, y no había terminado aún la pelea. Cuando al fin
concluyó, cada bando se puso a contar las fuerzas que había perdido. Resultó
que por cada cosaco del Don, greñudo y barbudo, de los que mandaba Zajar
Tiutrin, el embajador ruso, la tartarería había perdido dos mil y doscientos de
sus infieles.
Avanzó
entonces otro regimiento: el que mandaban Semión Tupik, Iván Kvashnin y los
siete hermanos de Belozersk.
Asomaba
ya el sol esplendente por encima de los bosques, y la pelea no cejaba. Inició
el sol esplendente su ocaso, y las fuerzas rusas comenzaron a ser diezmadas.
En esto
fue acercándose Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski. Penetró en las tropas de
Mamái Sindiós igual que la guadaña afilada penetra en el manto de blanda
hierba: por donde pasaba su brioso corcel, allí quedaba una calle abierta; si
lo guiaba hacia un lado, era una travesía y si lo giraba en redondo, despejaba
una plaza por la fuerza.
Ya estaba
extenuado el príncipe Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, de tanto pelear, ya
se oscurecían sus ojos serenísimos, salpicados de pagana sangre tártara... Y le
ordenó entonces a su brioso corcel:
-Líbrame,
caballo mío, de una pronta muerte.
Espoleó
los redondos flancos del caballo, y el caballo partió tan raudo, que apenas
rozaba la tierra con sus cascos. Así le condujo el brioso corcel hasta un
abedul frondoso que crecía en medio del campo abierto. En torno a aquel
frondoso abedul no había ni un solo arbolillo en el campo.
Se apeó
Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, de su brioso corcel, diciéndole:
-Corre,
brioso corcel mío, a los campos abiertos, a los vastos prados, come hierba
sedosa, bebe agua fresca y no caigas, brioso corcel mío, en manos del pagano
Mamái impío, perro hediondo.
Trepó
Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, al frondoso abedul. En esto cruzó por el
cielo, a través del campo abierto, una nítida bandada de cisnes blancos. Viéndolos
pasar, se dijo Dmitri Ivánovich:
-En
castigo de mis viles pecados ha mandado el Todopoderoso a Mamái Sindiós contra
la tierra de Rus. Estas aves nos traen el mal agüero de que será vencida la Rus ortodoxa.
Allí
permaneció Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, y al poco tiempo vio correr a
una manada de lobos grises por el campo abierto.
-¡Jesucristo
bendito! Apiádate de la Rus
ortodoxa. No nos dejes a merced del impío tártaro pagano. Esos animales nos
traen el mal agüero de que Mamái Sindiós, perro hediondo, nos hará apurar el
cáliz de la amargura.
Y se
quedó dormido Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, en el frondoso abedul.
En tanto,
las tropas de Mamái Sindiós, perro hediondo, empezaron a vencer.
Entonces
el embajador ruso Zajar Tiutrin, con los cosacos del Don, greñudos y barbudos,
Semión Tupik, Iván Kvashnin y los siete hermanos de Belozersk, y también toda
la fuerza guerrera de Dmitri Ivánovich, elevaron sus preces a Dios.
-¡Señor
nuestro Jesucristo, santo y verdadero, Virgen del Don, Santísima madre de Dios!
No consintáis que el tártaro infiel profane vuestros sagrados templos, haced
que San Jorge interceda por nosotros.
De los
bosques oscuros y los verdes sotos surgió entonces un ingente ejército que
acometió a las tropas de Mamái Sindiós.
Escaparon
los paganos tártaros por el campo abierto, llegaron los paganos tártaros hasta
las tierras movedizas, y allí encontraron la muerte.
El
poderoso ejército de Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, recobró ánimos. El
embajador ruso Zajar Tiutrin, Semión Tupik, Iván Kvashnin y los siete hermanos
de Belozersk se pusieron a inquirir, por si alguien lo había observado, el
camino seguido por Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski. Y callaba el poderoso
ejército, sin que nadie contestara.
El
embajador ruso Zajar Tiutrin, Semión Tupik, Iván Kvashnin y los siete hermanos
de Belozersk desmayaron sus altivas cabezas y en el consejo informaron de que
Dmitri Ivánovich, príncipe Zadonski, había perecido luchando contra los paganos
tártaros.
Volvía el
poderoso ejército por el campo abierto cuando el embajador ruso Zajar Tiutrin
divisó un frondoso abedul en el campo abierto y divisó algo que negreaba entre
la fronda del abedul. Y al acercarse reconoció Zajar al príncipe Dmitri
Ivánovich en aquella mancha que negreaba. Cayó entonces de hinojos a sus pies
con estas palabras:
-¡Albricias,
Dimitri Ivánovich, príncipe Zadonski! Hemos salvado a la Rus ortodoxa, nuestra madre, y
hemos vencido a Mamái Sindiós, perro hediondo.
Bajó el
príncipe Dmitri Ivánovich del frondoso abedul y por tres veces se prosternó con
reverencia hacia oriente. Después reagruparon el poderoso ejército, recobrando
la dicha y la alegría con él.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
[1] Se trata
del boyardo Zajar Tiútchev, a quien
el príncipe Dmitri I Ivánovich envió al jan Mamái a comienzos de agosto de
1379, cuando se enteró de que éste se disponía a atacar Moscú. Con el pretexto
de hablar de los tributos atrasados que exigía Mamái, Tiútchev debía enterarse
de los preparativos de Mamái.
[2] Como se
ha dicho, durante la dominación tártara (siglos XIII-XV) los príncipes rusos
estaban sometidos a los janes, a quienes pagaban tributo y de quienes recibían
el yarlik (jarleq en turco) para ser reconocidos como príncipes.
[3] Apelación
dada a Moscú cuando su príncipe Dmitri I Ivánovich (el futuro Dmitri del Don)
hizo construir en 1367-68, alrededor del Kremlin, una muralla de piedra en sustitución
de la de troncos de roble levantada en tiempos por Iván Kalitá (1339-1340) y
que reemplazaba, a su vez, las primeras defensas de madera que Yuri Dolgoruki,
príncipe de Súzdal, mandó levantar en 1156 alrededor de la mansión y las
propiedades que poseía allí. La diferencia entre la madera renegrida por las
inclemencias y el paso del tiempo y la piedra blanca (más bien marfileña) debió
ser tan impresionante, que inspiró esta apelación (en ruso «bielokámennaia»,
que podría traducirse por «albopétrea» ), la cual todavía se emplea hoy.
[4] Principado
ruso surgido el año 1238 en la cuenca del lago Blanco (Biéloe Ozero), que hasta
entonces había formado parte de la tierra de Rostov-Súzdal. En el proceso
general de unificación de las tierras rusas, su independencia no duró mucho
tiempo. Las tropas de Belozersk que participaron en la batalla del campo de
Kulikovo estaban mandadas por el príncipe Fiódor de Belozersk y su hijo Iván.
[5] Antigua
denominación del mar Caspio. Quizá provenga de «jvalisi», nombre que los rusos
antiguos daban a los pobladores de Joresma. Está claro que se trata de una
fantasía narrativa, ya que el Caspio, situado en el sudeste de Rusia, no puede
relacionarse con el mar Blanco, que es el que se alude al decir «mar-océano».
[6] Uno de
los mayores monasterios ortodoxos que existieron en Rusia. Fue fundado en el
siglo XV en la isla del mismo nombre, enclavada en el mar Blanco.
[7] Se trata
de Iván Kvashnia, uno de los capitanes del regimiento Bolshói, que estuvo
mandado por el príncipe Iván de Smolensk en la batalla del campo de Kulikovo.
[8] Principado
ruso surgido el año 1238 en la cuenca del lago Blanco (Biéloe Ozero), que hasta
entonces había formado parte de la tierra de Rostov-Súzdal. En el proceso
general de unificación de las tierras rusas, su independencia no duró mucho
tiempo. Las tropas de Belozersk que participaron en la batalla del campo de
Kulikovo estaban mandadas por el príncipe Fiódor de Belozersk y su hijo Iván.
[9] Lugar
próximo a Tula, entre los ríos Don y Nepriadva, donde los rusos mandados por
Dmitri del Don vencieron a los tártaros del jan Mamá¡. Esta victoria contribuyó
a agrupar en torno a Moscú a los principados feudales rusos.
[10] Dmitri Yurévich Shemiaka, príncipe de Gálich (1420-1453). Inspirador
de la llamada «revuelta de Shemiaka» o«revuelta de los príncipes». Es famoso
por su lucha contra Vasili II el Oscuro para arrebatarle el gran principado de
Moscú; lo consiguió al fin (1446) con ayuda de los boyardos y del clero y
ordenó dejar ciego a Vasili II Repudiado por la población de Moscú, tuvo que
abandonarlo y murió en Veliki Nóvgorod, se presume que envenenado. Sus
arbitrariedades inspiraron a un autor anónimo de la segunda mitad del siglo
XVII un relato, vinculado con el cuento satírico popular, denunciando el
despotismo de los ricos, el cohecho y la injusticia de los tribunales en un
Estado feudal.
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