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viernes, 16 de agosto de 2013

La pluna de finist, el halcon resplandeciente

Eranse un viejo y una vieja que tenían tres hijas. La menor era tan linda, que nadie podría imaginárselo ni describirlo. Un día que iba a la feria de la ciudad, dijo el padre:
-Queridas hijas, ¿qué queréis que os traiga de la ciudad?
-A mí, bátiushka, cómprame un vestido nuevo -pidió la mayor.
-Y a mí un chal, bátiushka -habló la mediana.
-Pues a mí cómprame una florecita encarnada -dijo la menor.
-Pero, criatura, ¿para qué quieres una florecita encarnada? ¡Eso no vale nada! Mejor será que te compre algo para ataviarte.
Pero, por mucho que insistió el padre, no pudo hacerla cambiar de opinión: quería una florecita encarnada, y nada más.
Fue el padre a la feria, compró un vestido para la mayor, un chal para la pequeña, pero no pudo encontrar en toda la ciudad ninguna florecita encarnada. Había emprendido ya el regreso cuando se cruzó con un viejecillo que llevaba una florecita encarnada en la mano.
-Véndeme esa florecita, buen hombre.
-No la vendo porque es una florecita mágica. Pero te la regalaré si la menor de tus hijas se casa con mi hijo Finist, el halcón resplandeciente.
El padre se quedó pensativo: si rechazaba la florecita, se llevaría un disgusto su hija menor; si la aceptaba, tendría que casarla no sabía con quién. Después de reflexionar, acabó aceptándola. «La cosa no es tan grave -se dijo-. Si luego no resulta bueno, se puede deshacer el compromiso.»
Llegó a su casa, le entregó a la hija mayor el vestido, a la mediana el chal y a la menor la florecita con estas palabras:
-No me agrada esta florecita tuya; hija querida; no me agrada nada -y al mismo tiempo le susurró al oído-: Esta florecita no se vendía porque es mágica. Me la ha dado un viejecillo desconocido, pero con la condición de que te cases con su hijo Finist, el halcón resplandeciente.
-No te preocupes, bátiushka -contestó la hija: es muy bondadoso y amable. Vuela por el firmamento como un halcón resplandeciente, pero cuando pega contra la tierra húmeda se transforma en el más apuesto de los mancebos.
-¿Acaso le conoces?
-¡Claro que sí, bátiushka! El domingo pasado estuvo en misa y no cesó de mirarme. También hablé con él... ¡Me ama, bátiushka!
El viejo sacudió la cabeza, miró con mucha atención a su hija, hizo la señal de la cruz sobre su cabeza y dijo:
-Ve a tu cuarto, querida hijita. Es hora de acostarte. La noche es buena consejera. Ya hablaremos después.
Conque la hija menor se encerró en su cuarto, metió la florecita encarnada en agua, abrió la ventana y se puso a contemplar la lejanía azul.
De repente se presentó Finist, el halcón resplandeciente, con su plumaje de colores; entró volando por la ventana, pegó contra el suelo y se convirtió en un apuesto mancebo. La muchacha se sobresaltó al principio, pero cuando él empezó a hablarle notó que una calma y una alegría muy grandes inundaban su corazón. Estuvieron platicando no sé de cuántas cosas hasta el amanecer. Asomaba ya el día cuando Finist, el halcón resplandeciente con plumaje de colores, la besó y le dijo:
-Amada mía: todas las noches acudiré volando a ti en cuanto pongas la florecita encarnada en agua. Además, toma esta pluma de mi ala. Si necesitas algún atavío, no tienes más que salir al porche, agitar la pluma hacia la derecha y al instante aparecerá todo lo que desees.           `
La besó una vez más, se transformó en halcón resplandeciente y voló más allá del bosque oscuro. La muchacha siguió con la mirada el vuelo de su prometido, cerró la ventana y se acostó. Desde entonces, apenas colocaba la florecita encarnada en el poyo de la ventana abierta, la visitaba Finist, el halcón resplandeciente, convertido en apuesto mancebo.
Llegó el domingo. Las hermanas mayores empezaron a componerse para ir a la iglesia y preguntaron a la menor:
-¿Y qué vas a ponerte tú si no tienes nada que estrenar?
-No importa: rezaré en casa -contestó.
Las hermanas mayores se marcharon a misa y la pequeña se quedó junto a la ventana, toda desaseada, mirando cómo se dirigían los fieles a la casa del Señor. Aguardó un poco, luego salió al porche, agitó hacia la derecha la pluma de color y de repente aparecieron ante ella una carroza de cristal tirada por caballos de pura raza, criados con uniforme dorado y, -para ella, vestidos y aderezos de piedras preciosas.
La linda muchacha se atavió en un abrir y cerrar de ojos, montó en la carroza y partió hacia la iglesia. La gente la contemplaba, admirada de su belleza.
-Debe de ser alguna princesa -se decían unos a otros.
En cuanto. terminó el oficio, salió de la iglesia, montó en la carroza y se marchó. Los fieles hubieran querido ver hacia dónde se alejaba. Pero ¡quia! Había desaparecido sin dejar huella.
Nada más llegar delante de su casa, nuestra hermosa joven agitó hacia la izquierda la pluma de color y al instante desaparecieron la carroza y los servidores con sus atavíos. Ella, como si tal cosa, volvió a sentarse junto a la ventana a mirar cómo volvían los fieles a sus casas. También regresaron sus hermanas.
-¡Ay! -le dijeron. No te imaginas qué joven tan preciosa ha estado hoy en misa. ¡Algo maravilloso! Nadie podría pintarla ni describirla. Será alguna princesa de otras tierras, tan bien vestida, con tanto fasto...
Igual ocurrió al otro domingo, y al tercero... La linda muchacha traía a mal traer a los fieles, a sus hermanas, a su padre y a su madre. Pero, al desnudarse la última vez, se le olvidó quitarse de la trenza una horquilla de brillantes.
Las hermanas mayores volvieron de misa, empezaron a hablar otra vez de la bella princesa y, al mirar a la hermana menor, vieron relucir los brillantes entre sus cabellos.
-¡Hermanita! ¿Qué es esto? -gritaron. Una horquilla exactamente igual llevaba hoy la princesa en la cabeza. ¿De dónde la has sacado?
La muchacha ahogó un grito y escapó a su cuarto. Las mayores no hacían más que cuchichear entre ellas, pero la menor daba la callada por respuesta y reía para sus adentros.
Entonces empezaron las mayores a observarla, a escuchar por las noches a la puerta de su cuarto..., hasta que una vez sorprendieron una de sus conversaciones con Finist, el halcón resplandeciente, y al amanecer le vieron salir por la ventana y volar más allá del bosque oscuro.
Debían de tener muy mal corazón, porque convinieron en colocar al atardecer cuchillos de punta en el alféizar de la ventana de la menor, para que Finist, el halcón resplandeciente, se cortara sus alas de colores. Llegó volando Finist, el halcón resplandeciente, y, al entrar por la ventana, se hirió en la pata izquierda. La muchacha, que dormía dulce y apaciblemente, no se enteró de nada. Muy enfadado, el halcón resplandeciente se remontó al firmamento y voló más allá del bosque oscuro.
Cuando la muchacha se despertó, vio que había amanecido ya pero el apuesto mancebo no aparecía por ninguna parte. Se asomó a la ventana y entonces descubrió unos afilados cuchillos clavados en cruz, de los que goteaba sangre encarnada sobre la florecita. Lloró muchas lágrimas amargas, se pasó infinidad de noches junto a la ventana de su cuarto, probó a agitar la pluma de colores... ¡Como si nada! No acudía Finist, el halcón resplan-deciente, ni aparecían los criados. Hasta que, muy compungida, se presentó a su padre y le pidió su bendición.
-Iré hacia donde Dios me guíe -dijo.
Encargó que le forjaran tres pares de zapatos, tres cayados, tres bonetes y tres prosvirkas, todo de hierro. Se calzó unos zapatos, se tocó con un bonete, empuñó un cayado y echó a andar en la dirección por donde solía venir volando Finist, el halcón resplandeciente.
Así caminó por el bosque frondoso, pisando duras raíces, tropezando en los baches... Los zapatos estaban ya destrozados, el bonete lleno de agujeros, el cayado desgastado y se había comido casi toda una prosvirka, pero nuestra linda muchacha continuaba andando mientras el bosque iba haciéndose más y más oscuro, más y más tupido. De pronto se encontró frente a una pequeña isba de hierro montada sobre patas de gallina y que giraba constantemente.
-Casita, casita -dijo la muchacha: ponte de espaldas al bosque y de frente a mí.
La casita se puso al instante de cara a ella. Entró la muchacha y se encontró con la bruja Yagá, que estaba tendida de una esquina a otra, con los labios colgando y la nariz clavada en el techo.
-F-f-f... F-f-f... Antes no se veía ni se olía nada ruso por aquí, pero ahora hay algo ruso que flota en el aire, que se palpa, que se mete por la nariz... ¿Hacia dónde te encaminas, linda muchacha? ¿Huyes de algo o vas a algún menester?
-Verás, abuela: a mí me visitaba Finist, el halcón resplandeciente con el plumaje de colores, pero mis hermanas le hicieron daño. Y ahora ando buscando a Finist, el halcón resplandeciente.
-Tendrás que ir muy lejos, pequeña. Debes cruzar todavía treinta países. Finist, el halcón resplandeciente con el plumaje de colores, vive más allá de cincuenta reinos y ochenta países y está comprometido ya con una zarevna.
La bruja Yagá atendió a la muchacha, le ofreció de comer y de beber lo que buenamente tenía, le preparó un lecho, y por la mañana, apenas despuntaba el día, la despertó, le hizo un valioso regalo -un martillito de oro y diez clavitos de brillante- y la despidió con estas palabras:
-Cuando llegues junto al mar azul, saldrá a pasear por la orilla la novia de Finist, el halcón resplandeciente. Tú empuña entonces el martillito de oro y ponte a pegar con él en los clavitos de brillante. Ella te dirá que se lo vendas. Como pago, tú no pidas más que ver a Finist, el halcón resplandeciente. Y, ahora, que Dios te acompañe hasta donde vive mi hermana mediana.
La linda muchacha reanudó su camino por el bosque oscuro. Cuanto más avanzaba, más negro y más tupido era el bosque; las copas de los árboles llegaban ya hasta el cielo. Ya estaba destrozado el segundo par de zapatos, el segundo bonete lleno de agujeros, el segundo cayado desgastado y casi se había comido la segunda prosvirka, cuando de pronto se encontró frente a una pequeña isba de hierro montada sobre patas de gallina y que giraba constantemente.
-Casita, casita -dijo la muchacha-: ponte de espaldas al bosque y de frente a mí. Necesito entrar y comer un poco de pan.
La casita se puso al instante de cara a ella. Entró la muchacha y se encontró con la bruja Yagá, que estaba tendida de una esquina a otra, con los labios colgando y la nariz clavada en el techo.
-F-f-f... F-f-f... Antes no se veía ni se olía nada ruso, pero ahora ha empezado a flotar algo ruso en el aire. ¿Hacia dónde te encaminas, linda muchacha?
-Ando buscando a Finist, el halcón resplandeciente, abuela. 
-Está a punto de casarse. Hoy se despide la novia de sus amigas.
La bruja Yagá dio de comer y de beber a la muchacha, y le preparó un lecho. A la mañana siguiente la despertó apenas despuntó el día, le regaló un platito de oro con una bolita de brillante, recomendándole:
-Cuando llegues a la orilla del mar azul y empieces a hacer rodar la bolita de brillante en el platito de oro, saldrá a verte la novia de Finist, el halcón resplandeciente, y querrá comprarte el platito y la bolita. Como pago, tú no pidas más que ver a Finist, el halcón resplandeciente con el plumaje de colores. Y ahora, que Dios te ácompañe hasta donde vive mi hermana mayor.
De nuevo echó a andar la linda muchacha por el bosque oscuro. Cuanto más avanzaba, más negro y tupido se hacía el bosque. Ya estaba destrozado el tercer par de zapatos, el tercer bonete lleno de agujeros, desgastado el último cayado y se había comido la última prosuirka. En esto vio una pequeña isba de hierro, montada sobre patas de gallina, que giraba constantemente.
-Casita, casita -dijo la muchacha: ponte de espaldas al bosque y de frente a mí. Necesito entrar y comer un poco de pan.
La casita dio la vuelta. Otra vez encontró allí a la bruja Yagá, tendida de una esquina a otra, con los labios colgando y la nariz clavada en el techo.
-F-f-f... F-f-f... Antes no se veía ni se olía nada ruso, pero ahora ha empezado a flotar algo ruso en el aire. ¿Hacia dónde te encaminas, linda muchacha?
-Ando buscando a Finist, el halcón resplandeciente, abuela.
-Pero, muchacha, ¡si se ha casado ya con una zarevna! Mira: toma este veloz corcel, y que Dios te guíe.
La muchacha se montó en el corcel y partió al galope. Cuanto más avanzaba, más se esclarecía el bosque.
Llegó a la orilla del mar azul, tan anchuroso, tan inmenso, y vio brillar a lo lejos, como llamaradas, las cúpulas de oro de un palacio de mármol blanco.
«Aquello debe de ser el reino de Finist, el halcón resplandeciente», pensó la muchacha y, sentándose sobre la arena movediza, se puso a pegar con el martillito de oro sobre los clavitos de brillante. De pronto se acercó por la orilla la zarevna con sus ayas, sus nodrizas y sus fieles servidoras, y le pidió que le vendiera los clavitos de brillante y el martillito de oro.
-Si me dejas ver a Finist, el halcón resplandeciente, te los regalo, zarevna.
-Finist, el halcón resplandeciente, está ahora dormido y ha ordenado que no le moleste nadie. Pero, bueno, te lo dejaré ver si me regalas este martillito y estos clavitos preciosos.
Cuando la muchacha le dio el martillo y los clavos, corrió al palacio, prendió en las ropas de Finist, el halcón resplandeciente, un alfiler mágico para que su sueño fuera más largo y más profundo. Luego ordenó a las ayas que dejaran entrar en el palacio a la linda muchacha para que contemplara a su esposo, Finist el halcón resplandeciente, y ella salió a dar un paseo.
La muchacha estuvo mucho rato lamentándose y llorando junto a su amado, sin poderle despertar...
Cansada ya de pasear, la zarevna volvió al palacio, echó a la linda muchacha y retiró el alfiler de las ropas de Finist, el halcón resplandeciente.
-¡Cuánto tiempo he dormido! -dijo éste al despertarse. Alguien ha estado aquí llorando y lamentándose junto a mí... Pero yo no pude abrir los ojos por mucho que lo intenté.
-Habrá sido una pesadilla -contestó la zarevna, porque aquí no ha entrado nadie.
Al día siguiente estaba otra vez la linda muchacha junto al mar haciendo dar vueltas a la bolita de diamante sobre el platito de oro, cuando la zarevna salió a dar un paseo, la vio y dijo:
-¡Véndemelos!
-Si me dejas ver a Finist, el halcón resplandeciente, te los regalo.
La zarevna aceptó, y de nuevo clavó el alfiler en las ropas de Finist, el halcón resplandeciente. De nuevo estuvo la linda muchacha llorando y lamen-tándose junto a su amado sin lograr despertarle.
Al tercer día estaba a la orilla del mar, muy triste y abatida, dándole de comer a su caballo brasas ardientes. Al ver que el caballo comía brasas, la zarevna se lo quiso comprar.
-Te lo regalaré si me dejas ver a Finist, el halcón resplandeciente.
La zarevna aceptó, corrió al palacio y dijo:
-Finist, halcón resplandeciente: deja que te rebusque en la cabeza.
Se sentó a su lado a rebuscarle en la cabeza y le clavó el alfiler en el pelo, dejándole profunda-mente dormido al momento. Luego envió a sus ayas en busca de la linda muchacha.
La muchacha llegó y trató de despertar a su amado abrazándole y besándole anegada en lágrimas... Pero él no se despertaba. Entonces se puso a alisarle el pelo, dejó caer por casualidad el alfiler y Finist, el halcón resplandeciente con el plumaje de colores, se despertó de repente. Cuando vio a la linda muchacha, se llevó una gran alegría.
Ella le contó todo lo ocurrido: la mala acción que les inspiró la envidia a sus hermanas, lo mucho que había caminado para encontrarle y los regalos que había tenido que hacer a la zarevna sólo por verle.
Más enamorado que nunca, él besó sus dulces labios y convocó a los boyardos, los nobles y todos los hombres de alto rango. Cuando estuvieron reunidos, les preguntó:
-Quiero que me digáis con quién debo compartir mi vida entera: con ésta, que me ha traicionado, o con ésta, que me ha rescatado.
Todos los boyardos, los nobles y los hombres de alto rango opinaron que su esposa debía ser la que le había rescatado. En cuanto a la que le había traicionado, la condenaron a ser colgada y fusilada a la entrada de la ciudad.
Y así lo hizo Finist, el halcón resplandeciente con el plumaje de colores.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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