Eranse un
viejo y una vieja que tenían tres hijas. La menor era tan linda, que nadie
podría imaginárselo ni describirlo. Un día que iba a la feria de la ciudad,
dijo el padre:
-Queridas
hijas, ¿qué queréis que os traiga de la ciudad?
-A mí,
bátiushka, cómprame un vestido nuevo -pidió la mayor.
-Y a mí
un chal, bátiushka -habló la mediana.
-Pues a
mí cómprame una florecita encarnada -dijo la menor.
-Pero,
criatura, ¿para qué quieres una florecita encarnada? ¡Eso no vale nada! Mejor
será que te compre algo para ataviarte.
Pero, por
mucho que insistió el padre, no pudo hacerla cambiar de opinión: quería una
florecita encarnada, y nada más.
Fue el
padre a la feria, compró un vestido para la mayor, un chal para la pequeña,
pero no pudo encontrar en toda la ciudad ninguna florecita encarnada. Había
emprendido ya el regreso cuando se cruzó con un viejecillo que llevaba una
florecita encarnada en la mano.
-Véndeme
esa florecita, buen hombre.
-No la
vendo porque es una florecita mágica. Pero te la regalaré si la menor de tus
hijas se casa con mi hijo Finist, el halcón resplandeciente.
El padre
se quedó pensativo: si rechazaba la florecita, se llevaría un disgusto su hija
menor; si la aceptaba, tendría que casarla no sabía con quién. Después de
reflexionar, acabó aceptándola. «La cosa no es tan grave -se dijo-. Si luego no
resulta bueno, se puede deshacer el compromiso.»
Llegó a
su casa, le entregó a la hija mayor el vestido, a la mediana el chal y a la
menor la florecita con estas palabras:
-No me
agrada esta florecita tuya; hija querida; no me agrada nada -y al mismo tiempo
le susurró al oído-: Esta florecita no se vendía porque es mágica. Me la ha
dado un viejecillo desconocido, pero con la condición de que te cases con su
hijo Finist, el halcón resplandeciente.
-No te
preocupes, bátiushka -contestó la hija: es muy bondadoso y amable. Vuela por
el firmamento como un halcón resplandeciente, pero cuando pega contra la tierra
húmeda se transforma en el más apuesto de los mancebos.
-¿Acaso
le conoces?
-¡Claro
que sí, bátiushka! El domingo pasado estuvo en misa y no cesó de mirarme.
También hablé con él... ¡Me ama, bátiushka!
El viejo
sacudió la cabeza, miró con mucha atención a su hija, hizo la señal de la cruz
sobre su cabeza y dijo:
-Ve a tu
cuarto, querida hijita. Es hora de acostarte. La noche es buena consejera. Ya
hablaremos después.
Conque la
hija menor se encerró en su cuarto, metió la florecita encarnada en agua, abrió
la ventana y se puso a contemplar la lejanía azul.
De
repente se presentó Finist, el halcón resplandeciente, con su plumaje de
colores; entró volando por la ventana, pegó contra el suelo y se convirtió en
un apuesto mancebo. La muchacha se sobresaltó al principio, pero cuando él
empezó a hablarle notó que una calma y una alegría muy grandes inundaban su
corazón. Estuvieron platicando no sé de cuántas cosas hasta el amanecer.
Asomaba ya el día cuando Finist, el halcón resplandeciente con plumaje de colores,
la besó y le dijo:
-Amada
mía: todas las noches acudiré volando a ti en cuanto pongas la florecita
encarnada en agua. Además, toma esta pluma de mi ala. Si necesitas algún
atavío, no tienes más que salir al porche, agitar la pluma hacia la derecha y
al instante aparecerá todo lo que desees. `
La besó
una vez más, se transformó en halcón resplandeciente y voló más allá del bosque
oscuro. La muchacha siguió con la mirada el vuelo de su prometido, cerró la
ventana y se acostó. Desde entonces, apenas colocaba la florecita encarnada en
el poyo de la ventana abierta, la visitaba Finist, el halcón resplandeciente,
convertido en apuesto mancebo.
Llegó el
domingo. Las hermanas mayores empezaron a componerse para ir a la iglesia y
preguntaron a la menor:
-¿Y qué
vas a ponerte tú si no tienes nada que estrenar?
-No
importa: rezaré en casa -contestó.
Las
hermanas mayores se marcharon a misa y la pequeña se quedó junto a la ventana,
toda desaseada, mirando cómo se dirigían los fieles a la casa del Señor.
Aguardó un poco, luego salió al porche, agitó hacia la derecha la pluma de
color y de repente aparecieron ante ella una carroza de cristal tirada por
caballos de pura raza, criados con uniforme dorado y, -para ella, vestidos y
aderezos de piedras preciosas.
La linda
muchacha se atavió en un abrir y cerrar de ojos, montó en la carroza y partió
hacia la iglesia. La gente la contemplaba, admirada de su belleza.
-Debe de
ser alguna princesa -se decían unos a otros.
En
cuanto. terminó el oficio, salió de la iglesia, montó en la carroza y se
marchó. Los fieles hubieran querido ver hacia dónde se alejaba. Pero ¡quia!
Había desaparecido sin dejar huella.
Nada más
llegar delante de su casa, nuestra hermosa joven agitó hacia la izquierda la
pluma de color y al instante desaparecieron la carroza y los servidores con sus
atavíos. Ella, como si tal cosa, volvió a sentarse junto a la ventana a mirar
cómo volvían los fieles a sus casas. También regresaron sus hermanas.
-¡Ay! -le
dijeron. No te imaginas qué joven tan preciosa ha estado hoy en misa. ¡Algo
maravilloso! Nadie podría pintarla ni describirla. Será alguna princesa de
otras tierras, tan bien vestida, con tanto fasto...
Igual
ocurrió al otro domingo, y al tercero... La linda muchacha traía a mal traer a
los fieles, a sus hermanas, a su padre y a su madre. Pero, al desnudarse la
última vez, se le olvidó quitarse de la trenza una horquilla de brillantes.
Las
hermanas mayores volvieron de misa, empezaron a hablar otra vez de la bella
princesa y, al mirar a la hermana menor, vieron relucir los brillantes entre
sus cabellos.
-¡Hermanita!
¿Qué es esto? -gritaron. Una horquilla exactamente igual llevaba hoy la
princesa en la cabeza. ¿De dónde la has sacado?
La
muchacha ahogó un grito y escapó a su cuarto. Las mayores no hacían más que cuchichear
entre ellas, pero la menor daba la callada por respuesta y reía para sus
adentros.
Entonces
empezaron las mayores a observarla, a escuchar por las noches a la puerta de su
cuarto..., hasta que una vez sorprendieron una de sus conversaciones con Finist,
el halcón resplandeciente, y al amanecer le vieron salir por la ventana y volar
más allá del bosque oscuro.
Debían de
tener muy mal corazón, porque convinieron en colocar al atardecer cuchillos de
punta en el alféizar de la ventana de la menor, para que Finist, el halcón
resplandeciente, se cortara sus alas de colores. Llegó volando Finist, el
halcón resplandeciente, y, al entrar por la ventana, se hirió en la pata
izquierda. La muchacha, que dormía dulce y apaciblemente, no se enteró de nada.
Muy enfadado, el halcón resplandeciente se remontó al firmamento y voló más
allá del bosque oscuro.
Cuando la
muchacha se despertó, vio que había amanecido ya pero el apuesto mancebo no
aparecía por ninguna parte. Se asomó a la ventana y entonces descubrió unos afilados
cuchillos clavados en cruz, de los que goteaba sangre encarnada sobre la
florecita. Lloró muchas lágrimas amargas, se pasó infinidad de noches junto a
la ventana de su cuarto, probó a agitar la pluma de colores... ¡Como si nada!
No acudía Finist, el halcón resplan-deciente, ni aparecían los criados. Hasta
que, muy compungida, se presentó a su padre y le pidió su bendición.
-Iré
hacia donde Dios me guíe -dijo.
Encargó
que le forjaran tres pares de zapatos, tres cayados, tres bonetes y tres
prosvirkas, todo de hierro. Se calzó unos zapatos, se tocó con un bonete,
empuñó un cayado y echó a andar en la dirección por donde solía venir volando
Finist, el halcón resplandeciente.
Así
caminó por el bosque frondoso, pisando duras raíces, tropezando en los baches...
Los zapatos estaban ya destrozados, el bonete lleno de agujeros, el cayado
desgastado y se había comido casi toda una prosvirka, pero nuestra linda
muchacha continuaba andando mientras el bosque iba haciéndose más y más oscuro,
más y más tupido. De pronto se encontró frente a una pequeña isba de hierro
montada sobre patas de gallina y que giraba constantemente.
-Casita,
casita -dijo la muchacha: ponte de espaldas al bosque y de frente a mí.
La casita
se puso al instante de cara a ella. Entró la muchacha y se encontró con la
bruja Yagá, que estaba tendida de una esquina a otra, con los labios colgando y
la nariz clavada en el techo.
-F-f-f...
F-f-f... Antes no se veía ni se olía nada ruso por aquí, pero ahora hay algo
ruso que flota en el aire, que se palpa, que se mete por la nariz... ¿Hacia
dónde te encaminas, linda muchacha? ¿Huyes de algo o vas a algún menester?
-Verás,
abuela: a mí me visitaba Finist, el halcón resplandeciente con el plumaje de
colores, pero mis hermanas le hicieron daño. Y ahora ando buscando a Finist, el
halcón resplandeciente.
-Tendrás
que ir muy lejos, pequeña. Debes cruzar todavía treinta países. Finist, el
halcón resplandeciente con el plumaje de colores, vive más allá de cincuenta
reinos y ochenta países y está comprometido ya con una zarevna.
La bruja
Yagá atendió a la muchacha, le ofreció de comer y de beber lo que buenamente
tenía, le preparó un lecho, y por la mañana, apenas despuntaba el día, la
despertó, le hizo un valioso regalo -un martillito de oro y diez clavitos de brillante-
y la despidió con estas palabras:
-Cuando
llegues junto al mar azul, saldrá a pasear por la orilla la novia de Finist, el
halcón resplandeciente. Tú empuña entonces el martillito de oro y ponte a pegar
con él en los clavitos de brillante. Ella te dirá que se lo vendas. Como pago,
tú no pidas más que ver a Finist, el halcón resplandeciente. Y, ahora, que Dios
te acompañe hasta donde vive mi hermana mediana.
La linda
muchacha reanudó su camino por el bosque oscuro. Cuanto más avanzaba, más negro
y más tupido era el bosque; las copas de los árboles llegaban ya hasta el
cielo. Ya estaba destrozado el segundo par de zapatos, el segundo bonete lleno
de agujeros, el segundo cayado desgastado y casi se había comido la segunda
prosvirka, cuando de pronto se encontró frente a una pequeña isba de hierro
montada sobre patas de gallina y que giraba constantemente.
-Casita,
casita -dijo la muchacha-: ponte de espaldas al bosque y de frente a mí.
Necesito entrar y comer un poco de pan.
La casita
se puso al instante de cara a ella. Entró la muchacha y se encontró con la
bruja Yagá, que estaba tendida de una esquina a otra, con los labios colgando y
la nariz clavada en el techo.
-F-f-f...
F-f-f... Antes no se veía ni se olía nada ruso, pero ahora ha empezado a flotar
algo ruso en el aire. ¿Hacia dónde te encaminas, linda muchacha?
-Ando
buscando a Finist, el halcón resplandeciente, abuela.
-Está a punto de casarse. Hoy se despide la novia de sus amigas.
-Está a punto de casarse. Hoy se despide la novia de sus amigas.
La bruja
Yagá dio de comer y de beber a la muchacha, y le preparó un lecho. A la mañana
siguiente la despertó apenas despuntó el día, le regaló un platito de oro con
una bolita de brillante, recomendándole:
-Cuando
llegues a la orilla del mar azul y empieces a hacer rodar la bolita de
brillante en el platito de oro, saldrá a verte la novia de Finist, el halcón
resplandeciente, y querrá comprarte el platito y la bolita. Como pago, tú no
pidas más que ver a Finist, el halcón resplandeciente con el plumaje de
colores. Y ahora, que Dios te ácompañe hasta donde vive mi hermana mayor.
De nuevo
echó a andar la linda muchacha por el bosque oscuro. Cuanto más avanzaba, más
negro y tupido se hacía el bosque. Ya estaba destrozado el tercer par de
zapatos, el tercer bonete lleno de agujeros, desgastado el último cayado y se
había comido la última prosuirka. En esto vio una pequeña isba de hierro,
montada sobre patas de gallina, que giraba constantemente.
-Casita,
casita -dijo la muchacha: ponte de espaldas al bosque y de frente a mí.
Necesito entrar y comer un poco de pan.
La casita
dio la vuelta. Otra vez encontró allí a la bruja Yagá, tendida de una esquina a
otra, con los labios colgando y la nariz clavada en el techo.
-F-f-f...
F-f-f... Antes no se veía ni se olía nada ruso, pero ahora ha empezado a flotar
algo ruso en el aire. ¿Hacia dónde te encaminas, linda muchacha?
-Ando
buscando a Finist, el halcón resplandeciente, abuela.
-Pero,
muchacha, ¡si se ha casado ya con una zarevna! Mira: toma este veloz corcel, y
que Dios te guíe.
La
muchacha se montó en el corcel y partió al galope. Cuanto más avanzaba, más se
esclarecía el bosque.
Llegó a
la orilla del mar azul, tan anchuroso, tan inmenso, y vio brillar a lo lejos,
como llamaradas, las cúpulas de oro de un palacio de mármol blanco.
«Aquello
debe de ser el reino de Finist, el halcón resplandeciente», pensó la muchacha
y, sentándose sobre la arena movediza, se puso a pegar con el martillito de oro
sobre los clavitos de brillante. De pronto se acercó por la orilla la zarevna
con sus ayas, sus nodrizas y sus fieles servidoras, y le pidió que le vendiera
los clavitos de brillante y el martillito de oro.
-Si me
dejas ver a Finist, el halcón resplandeciente, te los regalo, zarevna.
-Finist,
el halcón resplandeciente, está ahora dormido y ha ordenado que no le moleste
nadie. Pero, bueno, te lo dejaré ver si me regalas este martillito y estos
clavitos preciosos.
Cuando la
muchacha le dio el martillo y los clavos, corrió al palacio, prendió en las
ropas de Finist, el halcón resplandeciente, un alfiler mágico para que su sueño
fuera más largo y más profundo. Luego ordenó a las ayas que dejaran entrar en
el palacio a la linda muchacha para que contemplara a su esposo, Finist el
halcón resplandeciente, y ella salió a dar un paseo.
La
muchacha estuvo mucho rato lamentándose y llorando junto a su amado, sin
poderle despertar...
Cansada
ya de pasear, la zarevna volvió al palacio, echó a la linda muchacha y retiró
el alfiler de las ropas de Finist, el halcón resplandeciente.
-¡Cuánto
tiempo he dormido! -dijo éste al despertarse. Alguien ha estado aquí llorando
y lamentándose junto a mí... Pero yo no pude abrir los ojos por mucho que lo
intenté.
-Habrá
sido una pesadilla -contestó la zarevna, porque aquí no ha entrado nadie.
Al día
siguiente estaba otra vez la linda muchacha junto al mar haciendo dar vueltas a
la bolita de diamante sobre el platito de oro, cuando la zarevna salió a dar un
paseo, la vio y dijo:
-¡Véndemelos!
-Si me
dejas ver a Finist, el halcón resplandeciente, te los regalo.
La
zarevna aceptó, y de nuevo clavó el alfiler en las ropas de Finist, el halcón
resplandeciente. De nuevo estuvo la linda muchacha llorando y lamen-tándose
junto a su amado sin lograr despertarle.
Al tercer
día estaba a la orilla del mar, muy triste y abatida, dándole de comer a su
caballo brasas ardientes. Al ver que el caballo comía brasas, la zarevna se lo
quiso comprar.
-Te lo
regalaré si me dejas ver a Finist, el halcón resplandeciente.
La
zarevna aceptó, corrió al palacio y dijo:
-Finist,
halcón resplandeciente: deja que te rebusque en la cabeza.
Se sentó
a su lado a rebuscarle en la cabeza y le clavó el alfiler en el pelo, dejándole
profunda-mente dormido al momento. Luego envió a sus ayas en busca de la linda
muchacha.
La
muchacha llegó y trató de despertar a su amado abrazándole y besándole anegada
en lágrimas... Pero él no se despertaba. Entonces se puso a alisarle el pelo,
dejó caer por casualidad el alfiler y Finist, el halcón resplandeciente con el
plumaje de colores, se despertó de repente. Cuando vio a la linda muchacha, se
llevó una gran alegría.
Ella le
contó todo lo ocurrido: la mala acción que les inspiró la envidia a sus
hermanas, lo mucho que había caminado para encontrarle y los regalos que había
tenido que hacer a la zarevna sólo por verle.
Más
enamorado que nunca, él besó sus dulces labios y convocó a los boyardos, los
nobles y todos los hombres de alto rango. Cuando estuvieron reunidos, les
preguntó:
-Quiero
que me digáis con quién debo compartir mi vida entera: con ésta, que me ha
traicionado, o con ésta, que me ha rescatado.
Todos los
boyardos, los nobles y los hombres de alto rango opinaron que su esposa debía
ser la que le había rescatado. En cuanto a la que le había traicionado, la
condenaron a ser colgada y fusilada a la entrada de la ciudad.
Y así lo
hizo Finist, el halcón resplandeciente con el plumaje de colores.
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