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sábado, 22 de junio de 2013

Los diaguitas

Su cultura


Hacia fines del primer milenio de nuestra era, se destacó una formación social en el norte de nuestro país por su crecimiento cultural y su particular manera de adaptarse al patrón andino de organización política.
Los diaguitas se extendieron por el centro de la zona montañosa situada en el extremo noroeste de la actual República Argentina. Ocuparon los territorios de las actuales provincias de Catamarca, La Rioja, Santiago del Estero y Tucumán. La geografia de los valles y las quebradas fueron escenario del desarrollo cultural de esta sociedad. Algunos autores ‑atentos al gentilicio otorgado por las primeras crónicas de la conquista‑ denominaron calchaquíes a la totalidad de los grupos que habitaron la zona que lleva el mismo nombre. Sin embargo, eran pulares, luracataos, chicoanas, tolom-bones, yocaviles, quilmes, tafís; y hualfines las parcialidades que confor-maban la sociedad diaguita.
El origen del vocablo diaguita proviene del idioma quechua y significa "serranos". Desde la llegada de los incas a la región del Noroeste se ha mantenido y difundido esta denominación. Uno de los factores aglutinantes más importantes de los diferentes grupos fue la lengua. El cacá o cacan, registrado en diversos documentos de la época, se utilizaba a lo largo de todo el territorio diaguita. La unidad se fortalecía mediante el mantenimiento de la organización social y económica y especialmente a través del sistema simbólico que daba sustento a una singular cosmovisión. De este modo, su cultura coexistía con las particularidades locales, sin negarlas pero subordinándolas.
La complejidad de este grupo sociocultural dentro de los límites del actual territorio argentino se reflejó en los altos valores que alcanzó su densidad de población. Los cálculos demográficos estimados para la época prehispánica proponen la cifra de 200 mil integrantes, sosteniendo así que la cultura diaguita conformó alrededor del 75% del total de los habitantes del territorio.
Físicamente, eran de estatura regular. La vestimenta en común consistía en una especie de camisa larga con o sin mangas y sandalias de cuero. Usaban una vincha en la frente con el objeto que sostenhía ornamentos compuestos de plumas de aves. Se adornaban con pulseras, plumas, pectorales de plata y, ocasionalmente, diademas de plata y oro. El cabello largo era trenzado y recogido en forma de moño o rodete. Utilizaban el arco y la flecha para cazar y defenderse.
El modo de subsistencia de la sociedad diaguita estaba basado en el desarrollo de la agricultura, complementado con la cría de animales y la recolección. Estas actividades productivas conformaron la base de su organización económica.
La actividad agrícola era planificada en torno al trabajo comunitario de cada aldea, que posibilitó la construcción y el mantenimiento del sistema de riego artificial. Este consistía en una serie de canales por los que el agua fluía hacia los diferentes andenes, propios de la práctica de cultivo en zona de altura. Los principales productos eran: maíz, ají, zapallo y poroto.
La cría de llamas y alpacas ‑animales típicos de la alta y fría zona andina‑ se destinó al transporte de cargas y provisión de lana para la producción textil, mientras la caza era practicada a baja escala. El almacenamiento de grandes cantidades de frutos recolectados, como el chañar y la algarroba, dan testimonio de una planificación asociada a un modo de subsistencia propio de una sociedad compleja.
La organización política de los diaguitas se destacó por una rica red de células sociopolíticas de acentuada unidad cultural, organizada a través de jefaturas con características hereditarias. Cada una podía tener a su cargo varias comunidades dependiendo de las necesidades, desplegándose así un sistema político sin cabecera integrado por grupos autónomos.
Cada comunidad estaba regida por un cacique polígamo pese a que la estructura familiar que representaba a la comunidad era monógama; se asentaban a lo largo de los valles y quebradas de la región, y así formaban parcialidades con nombres determinados.
Los caseríos estaban ubicados en el valle, en sitios de dificíl acceso; los muros de las viviendas que se construían sin mortero determinaban su forma rectangular.
La organización de la coinunidad mediante familias extensas pudo haber respondido a necesidades políticas y económicas. En principio, la confor-mación de macrofamilias quizá permitió cumplir con actividades requeridas por una aldea agrícola, tales como: las obras de irrigación mencionadas, la cpnstrucción de frentes de defensa, el trabajo en los andenes de cultivo. Puede suponerse que estas tareas superaron la capacidad de la familia extensa. El proceso de integración en función de las relaciones de parentesco y expansión de la responsabilidad laboral sustentaría la conformación de jefaturas según un principio hereditario.
El cacique administraba y destinaba las tierras de la comunidad. Bajo su responsabilidad estaba la construcción y el mantenimiento de las terrazas de cultivo escalonadas en la ladera de la montaña. Los diaguitas trabajaban las parcelas para los depósitos comunales y para su subsistencia. Este sistema respondía a una política de planificación en procura de bienestar general a partir de la satisfacción de necesidades primarias. El cacique era responsable de mantener las reservas de la comunidad en tiempos de escasez.
Los sitios arqueológicos estudiados testimonian una tendencia hacia el resguardo y la protección de las comunidades. Los poblados estaban generalmente custodiados por recintos construidos con fines defensivos. El análisis de las fortalezas y los variados instrumentos bélicos confirman una fuerte tendencia a rechazar y enfrentar posibles o concretas agresiones.
Hacia el año 1000 la estructura de la región del noroeste comenzó a transitar por un nuevo período caracterizado por un fuerte crecimiento demográfico. Este fenómeno social correspondió a un progreso equilibrado de las sociedades. La defensa y el control del territorio se instaló como objetivo primario, condición para la subsistencia y determinación del porvenir del grupo.
Toda cultura se relaciona con su medio y construye un sistema de creencias que le permite dar cuenta de su propia existencia y de los fenómenos naturales y sobrenaturales que conforman su universo.
Como cultura andina, la diaguita otorgaba prioridad a los rituales vinculados a la veneración del sol, el trueno y el relámpago, fenómenos naturales que se relacionaban directamente con su modo de subsistencia principal: la agricultura. Asimismo practicaban ceremonias para augurar la fertilidad de los suelos.
La consolidación de la sociedad en un territorio y el desarrollo de la agricultura como medio de subsistencia permitió la difusión de rituales especiales destinados a los antepasados. Testimonios de estas manifes-taciones son las tumbas encontradas en la zona que habitaron: se trata de rectángulos delimitados en el suelo mediante rocas colocadas cuidadosa-mente a lo largo de su perímetro, con el objeto de contener al cuerpo. Algunos eran cubiertos por lajas que alcanzaban alturas de verdaderas criptas. De esta manera, las prácticas y los objetos destinados al culto de los muertos corresponden a la idea de muerte como fase integrante del ciclo de la vida. El cadáver se preparaba para iniciar un viaje mediante un enterramiento que incluía alimentos y bebidas. Los adultos eran sepultados en habitaciones y en sectores alejados de las urnas destinadas a los párvulos.
En los objetos cerámicos se destacan diseños que vinculan animales, dioses y fenómenos atmosféricos. Se consideraba a los ñandúes como animales sagrados que anunciaban las lluvias; los batracios surgieron en diversas representaciones; las serpientes fueron particularmente incorpo-radas a la decoración en alfarería debido a su estrecha relación con las precipitaciones.
Como integrantes del mundo andino que se extendía hacia los actuales territorios de Perú y Bolivia, los diaguitas recreaban el culto a la Pachamama (madre tierra), que afianzaba las creencias relacionadas con su influencia en la fertilidad del suelo, el andar confiado del peregrino, el parto seguro de las mujeres y el bienestar general. La práctica más difundida hasta nuestros días es la ofrenda del primer trago a la Pachamama, así como el primer trozo de comida y el primer fruto de la recolección.

En el universo simbólico andino, la co‑presencia de Pachacamac (dios del cielo) y de Pachamama testimonia de una representación complementaria entre cielo y tierra, que desembocaba en sus hijos civilizadores: el sol y la luna.
En la zona serrana, Pachacamac también recibía el nombre de Viracocha, que presenta cierta similitud con algunos personajes de la zona del noroeste, vinculados con símbolos astrales.
El arte diaguita estuvo principalmente dirigido hacía fines religiosos ceremoniales u ornamentales, impulsando el desarrollo de estilos singulares apreciados tanto en cerámica como en metalurgia.
Su producción cultural se destacó por el detallado acabado de las elaboraciones artísticas. En alfarería se aprecian las formas de jarros, zapatos y patos, componentes del universo simbólico de esta cultura. Los platos de pared fueron decorados según patrones geométricos que utilizan el blanco, el negro y el rojo como síntesis expresiva.
Cada familia fabricaba sus ollas, cántaros y vasijas. Los artesanos especializados realizaban obras de arte tales como las urnas funerarias, algunas decoradas empleando diversos colores. Durante la época de apogeo, los diaguítas trabajaron el cobre con el fin de confeccionar objetos utilitarios, como cuchillos, cinceles y anzuelos. Esta destreza fue aplicada también para la elaboracion de diversos elementos ornamentales, para los cuales emplearon el bronce y ciertas mezclas de metales que se han encontrado en diferentes sitios arqueológicos. En menor medida produjeron objetos de oro y plata.
El tallado en hueso fue otra técnica muy difundida entre los diaguitas. Se encontraron espátulas estilizadas con diseños zoomorfos y antropomorfos. Trabajaron la piedra para fabricar instrumentos de pesca y caza como puntas de proyectiles, cuchillos y raspadores. Además, mediante la técnica de pulido de roca elaboraron figuras con formas humanas y de animales.
El arte de la cestería se desarrolló con admirables resultados: la producción textil se caracterizó por el empleo de los mismos singulares diseños representados en los objetos cerámicos.
La expansión y la penetración incaica fue un hecho histórico que determinó el devenir de los pueblos del Noroeste y especiamnente de la sociedad diaguita.
Teniendo en cuenta las descripciones y análisis desarrollados, el Noroeste se presenta durante el siglo XIV como una región íntegrada al sistema sociopolítico y cultural andino mediante relaciones de intercambio, a partir del centro comprendido por los valles y las quebradas.
En esta singular geografía creció una sociedad que supo subsistir, defenderse y comunicarse con otras. La cultura diaguita se constituyó de esta manera como una unidad social, recibiendo influencias y resignificando elementos a partir de su propio sistema de valores y creencias. Su desarrollo se correspondió con el patrón cultural andino preincaico del territorio de Sudamérica: autonomías con larga tradición de intercambio entre los diversos ecosistemas determinados por la cordillera de los Andes, desde la costa occidental, la altura de montaña, la puna o meseta de altura, y las yungas o regiones precedentes a la selva tropical.
De esta dinámica de comunicación entre sociedades dan testimonio los registros arqueológicos estudiados, que evidencian la alta interrelación en el mundo andino preincaico. Por ejemplo, ciertos patrones de la producción alfarera encontrada en la provincia de Santiago del Estero vinculados con el estilo cerámico candelaria de la Amazonía.
Hacia fines del siglo XV, durante el reinado de Tupac Yupanqui ‑hijo de Pachacutec‑, los incas iniciaron su período de expansión hacia el sur del Imperio, e ingresaron desde el norte al actual territorio argentino. Esta etapa se considera las más expansiva por la dinámica que desarrollada por la actividad de conquista.
Los caminos fueron construidos en congruencia con las sendas naturales, desembocando en verdaderos sistemas de comunicación territorial. Desde el centro del Imperio, la ciudadela del Cuzco, se avanzó hacia Bolivia, la Puna, y finalmente gran parte de la actual nación chilena. El proceso constante de invasión se consolidaba mediante el establecimiento de tambos y pucarás.
Un recurso de integración cultural era la progresiva introducción de la lengua de los invasores ‑el quechua‑ que comenzó a desarrollarse en la zona pero no logró afianzarse.
El omaguaca y el cacá ‑ambos originales de la región del Noroeste­ no fueron suplantados sino coexistentes al quechua foráneo, que había comenzado a difundirse antes de la llegada de los españoles a la capital del Imperio Andino.
Las construcciones, los caminos y la alfarería son testimonios de la presencia incaica en el noroeste.
La sociedad diaguita experimentó un singular proceso de cambio y la fuerte influencia recibida quedó expresada en bienes culturales, tales como objetos ornamentales y utilitarios. El estilo inca se impuso sobre los patrones locales de producción porque las elaboraciones en cerámica y la metalurgia constituían símbolos de su identidad.
La presencia incaica modificó la orientación de la producción imponiendo el pago de tributos que debilitaron el poder de los grupos locales y, su autonomía, transformándolos en subordinados del estado.
Debido a la particularidad de su organización social acéfala, caracterizada como un sistema de células, los emisarios del imperio no pudieron incorporar a los diaguitas al sistema de producción incaico como lo habían hecho con otros pueblos. Se limitaron a garantizar el pago del tributo al estado, e intentaron reemplazar grupos de trabajo con otros de destinos distantes para prevenir posibles rebeliones.
La relación establecida con el estado imperial comprende ciertas singularidades que distinguen y definen al pueblo diaguita. El nivel de subordinación permitió, sin embargo, la permanencia de las estructuras locales. La estrategia incaica consistió en utilizar comunidades originarias de otras regiones como cabeceras de conquista y colonización. Mediante estos traslados forzosos, el estado inca instalaba poblaciones de mitimaes en el seno de las comunidades dominadas. El desarraigo de estos grupos evitaba cualquier tipo de unión para la rebelión contra el imperio. Para la llegada de los españoles la quebrada de Humahuaca comenzaba a recibir poblaciones de chichas provenientes del actual territorio de Bolivia.
Desde su inicial contacto con el continente americano, los europeos se vincularon con las sociedades locales a partir de dos principales objetivos: beneficio económico y conversión religiosa. La importancia de la explotación de las minas de oro y plata de Potosí configuró el mapa político y económico de la región.
El control del noroeste del país resultaba imprescindible para abrir la ruta destinada al transporte de los metales preciosos hacia Europa a través de la cuenca del Río de la Plata. Los españoles ingresaron al actual territorio argentino provenientes del Alto Perú y de la región árida y seca de la ladera occidental de la cordillera de los Andes, después de haberse relacionado con diferentes culturas desde Centroamérica, durante casi medio siglo.
Con la desintegración del sistema imperial incaico, los diaguitas se libraron del pago de tributo pero tuvieron que enfrentarse a un poder incompatible con sus estructuras básicas de organización social. La política de conquista se enfrentó con una sociedad que, organizada en jefaturas, no poseía un centro de poder determinado. Esta dificultad para tratar con un único interlocutor complicó los proyectos de colonización y generó repetidas fundaciones de pueblos españoles a lo largo de la ruta de salida hacia el océano Atlántico.
Durante los primeros choques con los invasores españoles, la sociedad diaguita como totalidad ofreció una continua resistencia que dificultó por varias décadas los planes y objetivos predeterminados por los europeos.
El 20 de mayo de 1591, Juan Ramírez de Velazco fundó Todos los Santos de la Nueva Rioja en el actual territorio de dicha provincia. Se trató de una nueva empresa que tenía como objetivo establecer un fuerte de defensa contra los ataques de los indígenas locales. La denominación responde al nombre de una antigua comarca española y la reproduce el trazado de sus calles. Se organizó en torno a una plaza central o plaza mayor, frente a la cual se construyó la iglesia matriz dedicada a San Pedro Mártir. Se destinaron los espacios para las correspondientes órdenes religiosas que se asentaron: los franciscanos, mercedarios, dominicos y jesuitas.
Esta ciudad se consolidó como centro social y político durante la época colonial, debido a la proximidad de los yacimientos mineros de Famatina.
En 1593, cerca de cuarenta y cinco caciques encabezaron el ataque de 9 mil diaguitas a la ciudad de Nueva Rioja y comprometieron así su permanencia. Fue precisa entonces la intervención de San Francisco Solano, que medió entre las partes y logró restablecer las relaciones de poder colonial. Hasta nuestros días se conmemora esta acción durante la Pascua cristiana, bajo el nombre de Tinkunaco ("encuentro", "fusión"o "mezcla, en idioma quechua).
El sistema de encomiendas finalmente resolvió el problema español de los constantes ataques y asignó individuos o grupos familiares pequeños a los diferentes beneficiarios de las tierras usurpadas. Los conquistadores recurrieron a la separación fisica de los que sobrevivieron a las batallas, epidemias y deficiencias en la alimentación. Instalaron un sistema de explotación de mano de obra individual o familiar en estancias, como parte de una estrategia para su sometimiento. De este modo, la cultura diaguita como organización sociocultural fue desintegrándose en sucesivas etapas. Alrededor de 11 mil indígenas fueron desarraigados de sus tierras y enviados a diferentes regiones del territorio conquistado hasta ese momento.
Entre 1632 y 1636, el cacique Chelemín protagonizó un alzamiento contra los conquistadores. El motín provocó pérdidas importantes de ganado y numerosas bajas entre los indios encomendados que trabaron el crecimiento continuo de la región. Pero la superioridad bélica de los conquistadores, determinada por las armas de fuego, los caballos y las armaduras, fue un factor decisivo combinado con algunos pactos protagonizados por grupos locales.
El proceso de colonización de la región se fue consolidando con la liberación de las vías de comunicación con Tucumán. Inicialmente se facilitó con la fundación de Catamarca, aunque fue truncada por la escasez de agua que limitó la expansión de sus algodonales y viñedos.
En la segunda mitad del siglo XVIII, la comunidad de Chilecito ‑organizada alrededor de la Hacienda Santa Rita‑ inició un crecimiento equilibrado y continuo que desembocó un siglo después en su primacía en la región, superando demográficamente a la capital.

Leyendas diaguitas

Los personajes mitológicos relacionados con divinidades diaguitas se transmitieron de generación en generación. La memoria colectiva de este pueblo se mantuvo viva a través de la divulgación de creencias, valores y representaciones acerca del mundo circundante.

1.043. Parodi (Lautaro)

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