Su cultura
Hacia
fines del primer milenio de nuestra era, se destacó una formación social en el
norte de nuestro país por su crecimiento cultural y su particular manera de
adaptarse al patrón andino de organización política.
Los diaguitas se extendieron por el centro de la
zona montañosa situada en el extremo noroeste de la actual República Argentina.
Ocuparon los territorios de las actuales provincias de Catamarca, La Rioja , Santiago del Estero y
Tucumán. La geografia de los valles y las quebradas fueron escenario del
desarrollo cultural de esta sociedad. Algunos autores ‑atentos al gentilicio
otorgado por las primeras crónicas de la conquista‑ denominaron calchaquíes a
la totalidad de los grupos que habitaron la zona que lleva el mismo nombre. Sin
embargo, eran pulares, luracataos, chicoanas, tolom-bones, yocaviles, quilmes,
tafís; y hualfines las parcialidades que confor-maban la sociedad diaguita.
El origen del vocablo diaguita proviene del idioma quechua y significa "serranos".
Desde la llegada de los incas a la región del Noroeste se ha mantenido y
difundido esta denominación. Uno de los factores aglutinantes más importantes
de los diferentes grupos fue la lengua. El cacá
o cacan, registrado en diversos
documentos de la época, se utilizaba a lo largo de todo el territorio diaguita.
La unidad se fortalecía mediante el mantenimiento de la organización social y
económica y especialmente a través del sistema simbólico que daba sustento a
una singular cosmovisión. De este modo, su cultura coexistía con las
particularidades locales, sin negarlas pero subordinándolas.
La complejidad de este grupo sociocultural dentro de
los límites del actual territorio argentino se reflejó en los altos valores que
alcanzó su densidad de población. Los cálculos demográficos estimados para la
época prehispánica proponen la cifra de 200 mil integrantes, sosteniendo así
que la cultura diaguita conformó alrededor del 75% del total de los habitantes
del territorio.
Físicamente, eran de estatura regular. La vestimenta
en común consistía en una especie de camisa larga con o sin mangas y sandalias
de cuero. Usaban una vincha en la frente con el objeto que sostenhía ornamentos
compuestos de plumas de aves. Se adornaban con pulseras, plumas, pectorales de
plata y, ocasionalmente, diademas de plata y oro. El cabello largo era trenzado
y recogido en forma de moño o rodete.
Utilizaban el arco y la flecha para cazar y defenderse.
El modo de subsistencia de la sociedad diaguita
estaba basado en el desarrollo de la agricultura, complementado con la cría de
animales y la recolección. Estas actividades productivas conformaron la base de
su organización económica.
La actividad agrícola era planificada en torno al
trabajo comunitario de cada aldea, que posibilitó la construcción y el
mantenimiento del sistema de riego artificial. Este consistía en una serie de
canales por los que el agua fluía hacia los diferentes andenes, propios de la
práctica de cultivo en zona de altura. Los principales productos eran: maíz,
ají, zapallo y poroto.
La cría de llamas y alpacas ‑animales típicos de la
alta y fría zona andina‑ se destinó al transporte de cargas y provisión de lana
para la producción textil, mientras la caza era practicada a baja escala. El
almacenamiento de grandes cantidades de frutos recolectados, como el chañar y
la algarroba, dan testimonio de una planificación asociada a un modo de
subsistencia propio de una sociedad compleja.
La organización política de los diaguitas se destacó
por una rica red de células sociopolíticas de acentuada unidad cultural,
organizada a través de jefaturas con características hereditarias. Cada una
podía tener a su cargo varias comunidades dependiendo de las necesidades,
desplegándose así un sistema político sin cabecera integrado por grupos autónomos.
Cada comunidad estaba regida por un cacique polígamo
pese a que la estructura familiar que representaba a la comunidad era monógama;
se asentaban a lo largo de los valles y quebradas de la región, y así formaban
parcialidades con nombres determinados.
Los caseríos estaban ubicados en el valle, en sitios
de dificíl acceso; los muros de las viviendas que se construían sin mortero
determinaban su forma rectangular.
La organización de la coinunidad mediante familias
extensas pudo haber
respondido a necesidades políticas y económicas. En principio, la confor-mación
de macrofamilias quizá permitió cumplir con actividades requeridas por una
aldea agrícola, tales como: las obras de irrigación mencionadas, la
cpnstrucción de frentes de defensa, el trabajo en los andenes de cultivo. Puede
suponerse que estas tareas superaron la capacidad de la familia extensa. El
proceso de integración en función de las relaciones de parentesco y expansión
de la responsabilidad laboral sustentaría la conformación de jefaturas según un
principio hereditario.
El cacique administraba y destinaba las tierras de
la comunidad. Bajo su responsabilidad estaba la construcción y el mantenimiento
de las terrazas de cultivo escalonadas en la ladera de la montaña. Los
diaguitas trabajaban las parcelas para los depósitos comunales y para su
subsistencia. Este sistema respondía a una política de planificación en procura
de bienestar general a partir de la satisfacción de necesidades primarias. El
cacique era responsable de mantener las reservas de la comunidad en tiempos de
escasez.
Los sitios arqueológicos
estudiados testimonian una tendencia hacia el resguardo y la protección de las
comunidades. Los poblados estaban generalmente custodiados por recintos
construidos con fines defensivos. El análisis de las fortalezas y los variados
instrumentos bélicos confirman una fuerte tendencia a rechazar y enfrentar
posibles o concretas agresiones.
Hacia el año 1000 la
estructura de la región del noroeste comenzó a transitar por un nuevo período
caracterizado por un fuerte crecimiento demográfico. Este fenómeno social
correspondió a un progreso equilibrado de las sociedades. La defensa y el
control del territorio se instaló como objetivo primario, condición para la
subsistencia y determinación del porvenir del grupo.
Toda cultura se relaciona
con su medio y construye un sistema de creencias que le permite dar cuenta de
su propia existencia y de los fenómenos naturales y sobrenaturales que
conforman su universo.
Como cultura andina, la diaguita otorgaba prioridad
a los rituales vinculados a la veneración del sol, el trueno y el relámpago,
fenómenos naturales que se relacionaban directamente con su modo de
subsistencia principal: la agricultura. Asimismo practicaban ceremonias para
augurar la fertilidad de los suelos.
La consolidación de la sociedad en un territorio y
el desarrollo de la agricultura como medio de subsistencia permitió la difusión
de rituales especiales destinados a los antepasados. Testimonios de estas
manifes-taciones son las tumbas encontradas en la zona que habitaron: se trata
de rectángulos delimitados en el suelo mediante rocas colocadas cuidadosa-mente
a lo largo de su perímetro, con el objeto de contener al cuerpo. Algunos eran
cubiertos por lajas que alcanzaban alturas de verdaderas criptas. De esta
manera, las prácticas y los objetos destinados al culto de los muertos
corresponden a la idea de muerte como fase integrante del ciclo de la vida. El
cadáver se preparaba para iniciar un viaje mediante un enterramiento que
incluía alimentos y bebidas. Los adultos eran sepultados en habitaciones y en
sectores alejados de las urnas destinadas a los párvulos.
En los objetos cerámicos se destacan diseños que
vinculan animales, dioses y fenómenos atmosféricos. Se consideraba a los
ñandúes como animales sagrados que anunciaban las lluvias; los batracios
surgieron en diversas representaciones; las serpientes fueron particularmente
incorpo-radas a la decoración en alfarería debido a su estrecha relación con
las precipitaciones.
Como integrantes del mundo andino que se extendía
hacia los actuales territorios de Perú y Bolivia, los diaguitas recreaban el
culto a la Pachamama (madre tierra), que afianzaba las creencias relacionadas
con su influencia en la fertilidad del suelo, el andar confiado del peregrino,
el parto seguro de las mujeres y el bienestar general. La práctica más
difundida hasta nuestros días es la ofrenda del primer trago a la Pachamama,
así como el primer trozo de comida y el primer fruto de la recolección.
En el universo simbólico andino, la co‑presencia de
Pachacamac (dios del cielo) y de Pachamama testimonia de una representación
complementaria entre cielo y tierra, que desembocaba en sus hijos
civilizadores: el sol y la luna.
En la zona serrana, Pachacamac también recibía el
nombre de Viracocha, que presenta cierta similitud con algunos personajes de la
zona del noroeste, vinculados con símbolos astrales.
El arte diaguita estuvo principalmente dirigido
hacía fines religiosos ceremoniales u ornamentales, impulsando el desarrollo de
estilos singulares apreciados tanto en cerámica como en metalurgia.
Su producción cultural se destacó por el detallado
acabado de las elaboraciones artísticas. En alfarería se aprecian las formas de
jarros, zapatos y patos, componentes del
universo simbólico de esta cultura. Los platos de pared fueron decorados según
patrones geométricos que utilizan el blanco, el negro y el rojo como síntesis
expresiva.
Cada familia fabricaba sus ollas, cántaros y
vasijas. Los artesanos especializados
realizaban obras de arte tales como las urnas funerarias, algunas decoradas
empleando diversos colores. Durante la época de apogeo, los diaguítas
trabajaron el cobre con el fin de confeccionar objetos utilitarios, como
cuchillos, cinceles y anzuelos. Esta destreza fue aplicada también para la
elaboracion de diversos elementos ornamentales, para los cuales emplearon el
bronce y ciertas mezclas de metales que se han encontrado en diferentes sitios
arqueológicos. En menor medida produjeron objetos de oro y plata.
El tallado en hueso fue otra técnica muy difundida
entre los diaguitas. Se encontraron espátulas estilizadas con diseños zoomorfos
y antropomorfos. Trabajaron la piedra para fabricar instrumentos de pesca y
caza como puntas de proyectiles, cuchillos y raspadores. Además, mediante la
técnica de pulido de roca elaboraron figuras con formas humanas y de animales.
El arte de la cestería se desarrolló con admirables
resultados: la producción textil se caracterizó por el empleo de los mismos
singulares diseños representados en los objetos cerámicos.
La expansión y la penetración incaica fue un hecho
histórico que determinó el devenir de los pueblos del Noroeste y especiamnente
de la sociedad diaguita.
Teniendo en cuenta las descripciones y análisis
desarrollados, el Noroeste se presenta durante el siglo XIV como una región
íntegrada al sistema sociopolítico y cultural andino mediante relaciones de
intercambio, a partir del centro comprendido por los valles y las quebradas.
En esta singular geografía creció una sociedad que
supo subsistir, defenderse y comunicarse con otras. La cultura diaguita se
constituyó de esta manera como una unidad social, recibiendo influencias y
resignificando elementos a partir de su propio sistema de valores y creencias.
Su desarrollo se correspondió con el patrón cultural andino preincaico del
territorio de Sudamérica: autonomías con larga tradición de intercambio entre
los diversos ecosistemas determinados por la cordillera de los Andes, desde la
costa occidental, la altura de montaña, la puna o meseta de altura, y las
yungas o regiones precedentes a la selva tropical.
De esta dinámica de comunicación entre sociedades
dan testimonio los registros arqueológicos estudiados, que evidencian la alta
interrelación en el mundo andino preincaico. Por ejemplo, ciertos patrones de
la producción alfarera encontrada en la provincia de Santiago del Estero
vinculados con el estilo cerámico candelaria de la Amazonía.
Hacia fines del siglo XV, durante el reinado de
Tupac Yupanqui ‑hijo de Pachacutec‑, los incas iniciaron su período de
expansión hacia el sur del Imperio, e ingresaron desde el norte al actual
territorio argentino. Esta etapa se considera las más expansiva por la dinámica
que desarrollada por la actividad de conquista.
Los caminos fueron construidos en congruencia con
las sendas naturales, desembocando en verdaderos sistemas de comunicación
territorial. Desde el centro del Imperio, la ciudadela del Cuzco, se avanzó
hacia Bolivia, la Puna, y finalmente gran parte de la actual nación chilena. El
proceso constante de invasión se consolidaba mediante el establecimiento de
tambos y pucarás.
Un recurso de integración cultural era la progresiva
introducción de la lengua de los invasores ‑el quechua‑ que comenzó a
desarrollarse en la zona pero no logró afianzarse.
El omaguaca
y el cacá ‑ambos originales de la
región del Noroeste no fueron suplantados sino coexistentes al quechua
foráneo, que había comenzado a difundirse antes de la llegada de los españoles
a la capital del Imperio Andino.
Las construcciones, los caminos y la alfarería son
testimonios de la presencia incaica en el noroeste.
La sociedad diaguita experimentó un singular proceso
de cambio y la fuerte influencia recibida quedó expresada en bienes culturales,
tales como objetos ornamentales y utilitarios. El estilo inca se impuso sobre
los patrones locales de producción porque las elaboraciones en cerámica y la
metalurgia constituían símbolos de su identidad.
La presencia incaica modificó la orientación de la
producción imponiendo el pago de tributos que debilitaron el poder de los
grupos locales y, su
autonomía, transformándolos en subordinados del estado.
Debido a la particularidad de su organización social
acéfala, caracterizada como un sistema de células, los emisarios del imperio no
pudieron incorporar a los diaguitas al sistema de producción incaico como lo
habían hecho con otros pueblos. Se limitaron a garantizar el pago del tributo
al estado, e intentaron reemplazar grupos de trabajo con otros de destinos
distantes para prevenir posibles rebeliones.
La relación establecida con el estado imperial
comprende ciertas singularidades que distinguen y definen al pueblo diaguita.
El nivel de subordinación permitió, sin embargo, la permanencia de las
estructuras locales. La estrategia incaica consistió en utilizar comunidades
originarias de otras regiones como cabeceras de conquista y colonización.
Mediante estos traslados forzosos, el estado inca instalaba poblaciones de
mitimaes en el seno de las comunidades dominadas. El desarraigo de estos grupos
evitaba cualquier tipo de unión para la rebelión contra el imperio. Para la
llegada de los españoles la quebrada de Humahuaca comenzaba a recibir
poblaciones de chichas provenientes del actual territorio de Bolivia.
Desde su inicial contacto con el continente
americano, los europeos se vincularon con las sociedades locales a partir de
dos principales objetivos: beneficio económico y conversión religiosa. La
importancia de la explotación de las minas de oro y plata de Potosí configuró
el mapa político y económico de la región.
El control del noroeste del país resultaba
imprescindible para abrir la ruta destinada al transporte de los metales
preciosos hacia Europa a través de la cuenca del Río de la Plata. Los españoles
ingresaron al actual territorio argentino provenientes del Alto Perú y de la
región árida y seca de la ladera occidental de la cordillera de los Andes,
después de haberse relacionado con diferentes culturas desde Centroamérica,
durante casi medio siglo.
Con la desintegración del sistema imperial incaico,
los diaguitas se libraron del pago de tributo pero tuvieron que enfrentarse a
un poder incompatible con sus estructuras básicas de organización social. La
política de conquista se enfrentó con una sociedad que, organizada en
jefaturas, no poseía un centro de poder determinado. Esta dificultad para
tratar con un único interlocutor complicó los proyectos de colonización y
generó repetidas fundaciones de pueblos españoles a lo largo de la ruta de
salida hacia el océano Atlántico.
Durante los primeros choques con los invasores
españoles, la sociedad diaguita como totalidad ofreció una continua resistencia
que dificultó por varias décadas los planes y objetivos predeterminados por los
europeos.
El 20 de mayo de 1591, Juan Ramírez de Velazco fundó
Todos los Santos de la Nueva Rioja en el actual territorio de dicha provincia.
Se trató de una nueva empresa que tenía como objetivo establecer un fuerte de
defensa contra los ataques de los indígenas locales. La denominación responde
al nombre de una antigua comarca española y la reproduce el trazado de sus
calles. Se organizó en torno a una plaza central o plaza mayor, frente a la
cual se construyó la iglesia matriz dedicada a San Pedro Mártir. Se destinaron
los espacios para las correspondientes órdenes religiosas que se asentaron: los
franciscanos, mercedarios, dominicos y jesuitas.
Esta ciudad se consolidó como centro social y
político durante la época colonial, debido a la proximidad de los yacimientos
mineros de Famatina.
En 1593, cerca de cuarenta y cinco caciques
encabezaron el ataque de 9 mil diaguitas a la ciudad de Nueva Rioja y
comprometieron así su permanencia. Fue precisa entonces la intervención de San
Francisco Solano, que medió entre las partes y logró restablecer las relaciones
de poder colonial. Hasta nuestros días se conmemora esta acción durante la
Pascua cristiana, bajo el nombre de Tinkunaco ("encuentro",
"fusión"o "mezcla, en idioma quechua).
El sistema de encomiendas finalmente resolvió el
problema español de los constantes ataques y asignó individuos o grupos familiares
pequeños a los diferentes beneficiarios de las tierras usurpadas. Los
conquistadores recurrieron a la separación fisica de los que sobrevivieron a
las batallas, epidemias y deficiencias en la alimentación. Instalaron un
sistema de explotación de mano de obra individual o familiar en estancias, como
parte de una estrategia para su sometimiento. De este modo, la cultura diaguita
como organización sociocultural fue desintegrándose en sucesivas etapas.
Alrededor de 11 mil indígenas fueron desarraigados de sus tierras y enviados a
diferentes regiones del territorio conquistado hasta ese momento.
Entre 1632 y 1636, el cacique Chelemín protagonizó
un alzamiento contra los conquistadores. El motín provocó pérdidas importantes
de ganado y numerosas bajas entre los indios encomendados que trabaron el
crecimiento continuo de la región. Pero la superioridad bélica de los
conquistadores, determinada por las armas de fuego, los caballos y las
armaduras, fue un factor decisivo combinado con algunos pactos protagonizados
por grupos locales.
El proceso de colonización de la región se fue
consolidando con la liberación de las vías de comunicación con Tucumán.
Inicialmente se facilitó con la fundación de Catamarca, aunque fue truncada por
la escasez de agua que limitó la expansión de sus algodonales y viñedos.
En la segunda mitad del siglo XVIII, la comunidad de
Chilecito ‑organizada alrededor de la Hacienda Santa Rita‑ inició un
crecimiento equilibrado y continuo que desembocó un siglo después en su
primacía en la región, superando demográficamente a la capital.
Leyendas
diaguitas
Los personajes mitológicos relacionados con
divinidades diaguitas se transmitieron de generación en generación. La memoria
colectiva de este pueblo se mantuvo viva a través de la divulgación de
creencias, valores y representaciones acerca del mundo circundante.
1.043. Parodi (Lautaro)
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