Su cultura
La zona del Gran Chaco fue habitada históricamente
por la etnia Guaycurú ,
a la que pertenecen los tobas, junto con los pilagás y mocovíes.
Durante el período de reinado del inca Tupac
Yupanqui, se produjeron traslados de los grupos que habitaban la actual región
chaqueña argentina y regiones de la Amazonia, entre ellos los tobas.
La reacción toba protagonizó violentos encuentros
para mantener su independencia. Esta actitud se vio reflejada en la vestimenta,
la música y las danzas, mantuvieron su estilo sin fusionarse con el patrón
andino.
Otros pueblos llevados hasta el oriente fueron los
chiriguanos, matacos, itonomas, guarayos, ayoreos, sirionos, otukis, izozogs y
chamacanes.
Altos y robustos, llevaban tatuajes en la cara, las
orejas deformadas por la perforación de pequeños tarugos, y el cuerpo cubierto
de grasa de animales. Eran hábiles jinetes.
Las armas de los tobas fueron el arco, la flecha de
punta de madera o metal, la lanza y la macana.
La cultura ha reproducido sus creencias y sus
valores a partir de la tradición oral: estrategia de comunicación de leyendas y
mitos constitu-yentes de la cosmovisión.
El tabú es una construcción simbólica que establece
normas y prohibi-ciones para los integrantes de la sociedad, determina un
sistema de repre-sentaciones e ideologías que actúa marcando el límite entre lo
permitido y lo prohibido, que castiga las transgresiones. Se han encontrado
paralelos entre tabúes de alejadas zonas geográficas debido a que en las
producciones simbólicas de las diferentes culturas subyacen estructuras
profundas compartidas por todos los seres humanos. Actualmente, los tobas
compren-den el grupo indígena más numeroso, su población es de 20 mil personas,
más de la mitad de la población aborigen total del Chaco. Presionado por una
economía de pobreza y marginación, se trata de un pueblo caracterizado por un
alto porcentaje de emigración de sus miembros hacia las ciudades. Su destino
final fue instalarse en los barrios suburbanos de Formosa, Salta, Santa Fe y
Buenos Aires.
El hogar de los tobas, el grupo indígena más
numeroso en la actualidad, fue desde tiempos prehispánicos el actual territorio
de la provincia del Chaco (sub‑región chaqueña), además de una extensa llanura
que incluye territorios de naciones vecinas. Se caracteriza por una suave
pendiente con dirección noroeste‑sudeste. El clima es cálido: con inviernos
secos y veranos extremadamente calurosos. El período de lluvias comprende desde
octubre hasta abril, con altos promedios de precipitaciones durante marzo y
noviembre. Julio y agosto se distinguen por ser secos.
Desde antaño fabrican bebidas fermentadas a partir
de la algarroba, la miel de abeja, el maíz o diversas frutas, y el uso del
tabaco está muy difundido. Los instrumentos que acompañaban sus danzas constan
de pimpines denominados kataki y flautas pequeñas nas’j¡re.
Los tobas expresan maestría y arte en su producción
de cerámica, cestería y elaboraciones textiles.
La técnica que emplea el barro para elaborar objetos
utilitarios, artísticos y religiosos ‑conocida como alfarería‑ constituye un
proceso con etapas definidas y minuciosas.
Inicialmente, la tierra es combinada con cenizas de
huesos de animales y molida en un mortero. Una alternativa para elaborar la
arcilla consiste en mezclar el agua y la tierra con diferentes minerales o
materias pulverizadas, enriqueciendo de esta manera la calidad de la materia
prima. La pasta se toma más plástica y a la vez se obtiene una mayor
resistencia frente al calor.
Ya humedecida, se moldea empleando la destreza
manual hasta obtener jarras, recipientes y esculturas. La producción de
cacharros se realiza mediante la técnica de rodillo en la que se superpone la
pasta amasada en forma de espiral construyendo, de este modo las paredes del
objeto. La pieza final se coloca en el horno a altas temperaturas para su
cocción. Como último paso, se le otorga brillo con el agregado de arena. Estas
técnicas fueron utilizadas
desde antaño, aunque mejoradas en función de la constante búsqueda de
crecimiento cultural.
La cestería es un tipo de producción manual que
emplea especies vegetales, como la totora, la palma y el junco, para elaborar
objetos utilitarios. La materia prima seleccionada se pone a secar antes de
iniciar la tarea.
El tejido se realiza mediante el torcido y
retorcido; trenzado; tejido pasado, cruzado o en damero; o de mimbrería, al
entrelazar y trabar la trama a la urdimbre. Pueden emplearse diferentes
herramientas como moldes o bastidores con el fin de elaborar formas
predeterminadas.
La exclusiva actividad femenina consiste en tejer, a
diferencia de la cerámica y la cestería que son compartidas por ambos sexos.
Las mujeres de la región oeste recolectan plantas de cháguar[1],
con las cuales elaboran fibras destinadas a la confección de hamacas, trajes,
tapices, yicas ‑una especie de bolsa‑
y fajas. El chaguar es un vegetal espinoso que crece silvestre en el monte, del
que se obtiene un filamento semejante al hilo sisal. Para su tejido, se emplea
la técnica de malla y se trabaja con una espina de vinal[2]
a modo de gruesa aguja de madera. Del
color pardo propio de la fibra, se consiguen distintos tonos de marrón, gris,
rojo y negro, mediante el procedimiento de teñido con cortezas, semillas y
resinas.
La lana se obtiene de la oveja y el algodón de la
planta misma. El hilado es realizado a mano por completo. Se suele utilizar
algarrobo y raíces para su teñido. Los trabajos, que son elaborados en telar,
se destacan por su admirable acabado. La vestimenta de toda la familia es
producida siguiendo estos pasos.
Los motivos decorativos son formas geométricas que
simbolizan la flora y fauna local. Los rombos corresponden al fruto de la tuna
o la pata del zorro; los pentágonos representan la cabeza del tigre o de la
iguana, y a veces la pezuña de la corzuela[3].
El origen del nombre de la provincia del Chaco se
remonta a crónicas del siglo XVI. Los historiadores de la época de la conquista
emplearon el vocablo chaco como palabra de origen quechua derivada de chacú,
que significa "caza acorralada". Se trataba del método de cacería
practicado por los indígenas, que implicaba la formación de una ronda de
cazadores en el perímetro circular de una zona determinada. Tras la señal
sonora compuesta de ruidos y gritos, el círculo se iba cerrando hasta acorralar
a las presas. De esta manera, obtenían carnes y pieles en grandes cantidades.
Magia
La magia tenía dos acepciones: la magia privada, que
se realizaba a través de la tenencia y utilización de amuletos, y la entonación
de cantos acompañados de sonajeros y maracas, que prevenía distintos males. La
magia pública se manifestaba mediante prácticas de shamanes para evitar
calamidades, como incendios e inundaciones, predecir sucesos, deshacer
tormentas, perjudicar al enemigo, generar victorias y sanar dolencias. La
capacidad de ejercerla podía aprenderse de un médico brujo, heredarse en
conjunto con los instrumentos mágicos, o manifestarse a una persona por
revelación. El teketé era un sonajero empleado en estos rituales, así
como los cascabeles de cascos de corzuela y los sonajeros de calabaza u otros
recipientes cerrados. También se utilizaban los manojos de plumas de avestruz,
unos palillos puntiagudos y otros objetos, previa aprobación del brujo.
El más
allá
La muerte, para la cosmovisión toba, surgía de las
brujerías: la creencia de la vida eterna hubiese sido factible sin hechizos.
Los tipos de sepultura practicados eran: aérea, primaria o secundaria. Esta
última se iniciaba con la destrucción de las pertenencias del muerto, que se
incorporaban en la tumba: un foso de sesenta centímetros de ancho y un metro de
profundidad. Con el enterramiento del difunto, comenzaba la prohibición de
pronunciar su nombre.
El mundo de los muertos tobas se caracterizaba por
la ausencia de rayos del sol y la permanente felicidad de hombres y mujeres.
Religión
Los mitos y las creencias hacían inteligible el
mundo que los rodeaba, y representaba su cosmovisión. El sistema religioso se
alimentaba de estas elaboraciones y las reflejaba en un ámbito sagrado que
generaba poderes divinos más desarrollados.
Nalá es el sol que todo lo domina; Koktá, la caña
que gobierna la tierra y especialmente el monte; Nowét, la reina sobre el
conjunto de los animales y atemoriza.
La impura
femineidad
Durante su período menstrual, la mujer no podía
ingerir ni cocinar alimentos con grasa, ni carne de animal alguno. Tampoco
tener relaciones sexuales. Se le prohibía tocar los frutos de la pesca o la
recolección obtenidos por el hombre. No se le permitía acercarse ni conversar
con sus vecinos.
Era apartada de la comunidad durante su ciclo
menstrual, por considerarla impura. Esta condición repercutía en la vida de su
pareja y de sus hijos, quienes debían evitar las aguas profundas y la caza para
no ser víctimas de la desgracia.
Las prohibiciones aumentaban durante el período de
gestación. Las embarazadas no debían comer ningún alimento ensuciado por animal
alguno, para que su descendencia no tuviera problemas de visión. Tenían vedado
observar seres muertos: animales o humanos. A su pareja se le prohibía matar
animales porque tal acción promovía la aparición de defectos físicos en el
futuro hijo, especialmente aquellos peligrosos como la víbora o el gato montés.
La única alternativa permitida era la pesca con red, sin anzuelo ni lanza. Si
era víctima del ataque de una fiera, debía huir antes de ocasionarle daño.
A la embarazada se le impedía alimentarse de presas
de caza muertas en forma violenta, debido al respeto por la vida ajena, nacida
de la capacidad gestar. Tenía prohibición de mantener relaciones sexuales desde
el tercer mes de gestación, hasta un año después del parto. Finalmente, los
picantes, las tortas asadas y los nudos en las cuerdas estaban proscritos.
El tabú
de la palabra
Todos los integrantes de la comunidad se
comprometían en tabúes generales. Ralogo era una enfermedad rápida y
mortal que superaba los conocimientos de los hombres sabios: Pi oxonaq. No debía pronunciarse
porque la voz humana atraía la dolencia. Los más pequeños eran castigados si
osaban decirla en voz alta.
El cuidado de la palabra era un valor difundido como
virtud; comunicar lo necesario o permanecer en silencio, comportamientos muy
apreciados. Los ancianos y los jefes se transformaron en portadores de la
sabiduría y, por lo tanto, se les reservaba el derecho de pronunciar discursos.
Aquel interrumpía o elevaba el tono de voz ante la presencia de los sabios era
severamente castigado. Por lo mismo fueron rechazados quienes hablaban en
demasía.
El tabú del silencio se extendía hacia la
pronunciación del nombre de una persona muerta. Desde niños, se les transmitía
la prohibición de nombrar a los seres fallecidos y al rol familiar que los
relacionaba: tío, abuelo, etc. Sin embargo, cuando un niño recibía el nombre
del muerto, la veda se suspendía. Mediante una ceremonia de iniciación, se
destinaba la identidad adulta al que compartía semejanzas fisicas o
espirituales con el familiar desaparecido. De esta manera, el nombre infantil
quedaba reemplazado por el nombre adulto definitivo.
Más allá de su función comunicativa entendían que la
representación acústica de la palabra era capaz de generar situaciones
peligrosas para el parlante o su grupo. El valor del zignificado se
complementaba con un nuevo sentido provocado por el poder del acto de
pronunciación.
El tabú celeste
Los sabios tobas controlaban la difundida práctica
de observar el cielo. No se podía señalar el arco iris porque se trataba de un
ser que asesinaba a la gente y robaba a los niños. Mirar atentamente hacia la
brillante luna ocasionaba ceguera y el conteo de estrellas estaba vedado. Solo
los ancianos podían hacerlo, debido a la profundidad de sus conocimientos. La
energía transmitida por el cielo llevaba el nombre de oyk¡agay, se
trataba de una fuerza que capacitaba al elegido para sanar todas las dolencias.
Con este fin emprendía un viaje durante dos o tres días y adoptaba el aspecto
de ave o las cualidades del viento. Algunos caciques adquirieron este poder por
comunicarse con el firmamento.
El duende que habitaba en el agua, el monte o el
interior de la tierra, el nohuet, enseñaba al elegido a realizar
milagros en curaciones y consejos. El poder sanador de un piogoná era transmitido al hijo o al pariente cercano.
Curaba mediante soplidos o aspiraciones que se realizaban donde se encontraba
la dolencia. Cuando el piogoná más
viejo fallecía, su heredero adquiría mayor poder de curación.
Los poderes descriptos generalmente se empleaban con
fines benévolos, pero podía ocurrir lo contrario. Se los requería para provocar
daño, generar pérdidas materiales y espirituales, o bien matar. En la mayoría
de los casos eran los parientes de los hombres de poder quienes solicitaban
este tipo de acciones.
1.043. Parodi (Lautaro)
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